por Ryan, Romina
El director de la Biblioteca Nacional, Premio Formentor
2017, recuerda sus años juveniles, cuando concurría al departamento de Jorge
Luis Borges a leerle en voz alta. También adelanta sus proyectos para la
institución que preside y destaca la importante labor editorial que existe en
nuestro país.
Autor de libros eruditos y cautivantes como Una historia de
la lectura o Una historia natural de la curiosidad, Alberto Manguel pasó sus
primeros años en Israel, donde su padre era embajador argentino. Durante la
adolescencia conoció a Jorge Luis Borges en la librería Pigmalión y aceptó
concurrir a su casa a leer varias veces a la semana entre 1964 y 1968 (de ello
da cuenta en Con Borges). Luego partió a Europa, volvió cuando ganó el Premio
La Nación, emigró nuevamente; escribió y trabajó para distintas editoriales y universidades
en todo el mundo, y en junio de 2016 asumió como director de la Biblioteca
Nacional de la República Argentina.
Nos recibe una mañana con puntualidad y severa cordialidad
en su despacho de la Biblioteca. Viste con elegancia y busca las palabras
precisas antes de responder a las preguntas. Fue apenas unas semanas antes de
recibir el Premio Formentor 2017, prestigioso lauro literario por su carrera
dedicada a una “minuciosa recreación del arte de leer”.
¿Cuáles son los principales recuerdos de los años en los que
le leyó a Borges?
En ese momento yo no sabía que Borges estaba haciendo una
transición muy importante. Cuando se quedó ciego, a mediados de los ‘50,
decidió dejar de escribir prosa: decía que necesitaba ver su mano escribir.
Poesía sí, porque le venía como música y él podía dictar las palabras. Pero a
principios de los ’60 esa cosa inevitable que es la imaginación del escritor se
llenó tanto de historias e ideas que no pudo seguir sin escribirlas. Entonces
decidió regresar a las ficciones. Pero como buen profesional, porque él era un
técnico y un mecánico de la palabra en el mejor sentido, como un cirujano,
decide revisitar las que para él eran obras maestras; no para recordarlas
porque las sabía de memoria, sino para poder analizar el texto como un
estudiante de latín: desmenuzar la frase, advertir cómo funciona la gramática,
como un ejercicio de lógica. Cuentos de Kipling, Henry James, Leon Bloy,
Stevenson…
Stevenson fue siempre un gran amor para Borges. ¿A qué
adjudica su eclecticismo donde convive la admiración por autores tan distintos,
como León Bloy, Conrad, Wells, Melville o Chesterton?
Todos esos autores tienen en común ser estilistas de una
perfección casi absoluta. Borges nos recuerda, en el título “El hacedor”, que
para los anglosajones “poeta” se decía “maker”, la persona que hace, el
artesano. A él le interesaba ese aspecto de la literatura. Ideas y argumentos
podía tener cualquiera, pero sólo un buen escritor podía armar esas ideas con
las palabras precisas. Stevenson no fue todavía reconocido como el gran
escritor que es porque a los ingleses les parece que un libro entretenido no
puede tener suficiente valor intelectual. Pero Stevenson es uno de los
escritores que sabe utilizar el lenguaje como un instrumento de precisión. Graham
Greene, en un estudio sobre Stevenson, cita un párrafo de su última novela
inconclusa donde no hay un solo adverbio ni un adjetivo, porque sabe elegir las
palabras exactas para contar la historia. Alguien tendría que hacer una
antología de sus cartas sobre la escritura; son una muestra de la inteligencia
del escritor que entiende qué significa escribir.
A todos los que hemos tenido la posibilidad de visitar a
Borges en la calle Maipú nos llamaba la atención los pocos libros que había,
¿verdad?
La biblioteca de Borges consistía en pocos libros, algunos
que quería volver a leer o que le leyesen, algunas enciclopedias porque le
gustaba esa presencia, pero era sorprendente la austeridad. Borges era uno de
los mejores y más grandes lectores, con todo lo que eso significa, de todos los
tiempos –la literatura y sobre todo la lectura se pueden definir como antes o
después de Borges–, pero era un lector a quien no le interesaba el objeto
físico del libro. Le gustaba algún tomo, otro tenía un valor sentimental, pero
regalaba sus libros a todo el mundo. Al final del curso, le regaló un libro de
su biblioteca a cada uno de sus alumnos de anglosajón. Cuando yo me fui a
Europa me regaló el Stalky & Company de Kipling, que él había leído en su
adolescencia.
Es notable el Borges de la reescritura o la corrección de
sus textos.
En un ensayo de los años ’30, “Las versiones homéricas”,
donde se refiere a las traducciones de Homero y las distintas lecturas de esas
traducciones, sostiene que la noción de texto definitivo no pertenece sino “a
la religión o al cansancio”. La religión decreta un dogma y no puede cambiar
una palabra; el escritor corrige hasta que dice basta y publica. Para Borges
decir que una versión es mejor que otra es un sinsentido, no puede
justificarse; todas son versiones de un mismo texto. Dice que la traducción
puede considerarse otra versión del texto, y que las versiones de un mismo
escritor pueden suponerse como traducciones a un mismo idioma. En el campo de
la reescritura, Borges reafirma la debilidad y la grandeza del lenguaje.
Grandeza porque a través de sonidos, de gruñidos, podemos expresar ideas
importantes, pero al mismo tiempo sabemos que nunca podremos expresar
absolutamente; que cuando decimos “agua” nombramos tantas cosas y tan pocas
cosas al mismo tiempo que necesitamos rodear la palabra de contexto. Y en ese
sentido la metáfora es una suerte de muletilla del lenguaje: lo hacemos más
ambiguo para tratar de justificar la pobreza de nuestra comunicación. Raymond
Queneau decía que todo libro es la Ilíada o la Odisea, porque la vida es una
batalla o un viaje. Estamos siempre reescribiendo, a veces nuestros textos y a
veces los de otros. Borges seguía reescribiendo en la Biblioteca; tenemos
ejemplos notables.
¿Quién sería el lector perfecto para usted?
He escrito un texto que se llama “Notas para una definición
del lector ideal” y se publicó en mi colección de ensayos El sueño del rey
rojo. Pienso que el lector ideal es sobre todo aquel que siente que ese libro
fue escrito para él, que reconoce que ciertas experiencias e ideas que tuvo
están puestas en palabras de una forma que refleja su pensamiento y su emoción.
Leer es un acto reflexivo, porque las palabras son neutras hasta que un lector
les da de nuevo sentido. Borges, nuevamente, define eso de manera exacta en
Pierre Menard, autor del Quijote: “la verdad, cuya madre es la historia, émula
del tiempo…” y hace una lista que es un elogio retórico de la historia común y
corriente. Esas mismas palabras, supuestamente escritas por Pierre Menard, en el
siglo XX, son revolucionarias. Anticipan a Trump. Decir que la verdad es la
hija de la historia y, por lo tanto, que la verdad es lo que decimos que es
verdad, suena como un escándalo. Borges lo dice muy claramente y eso define al
lector ideal. Trump sería el lector ideal de Pierre Menard.
A un año de asumir como director de la Biblioteca Nacional,
¿cómo vive esta experiencia tan distinta a las tareas académicas y de
escritura?
Sigue siendo una experiencia extraordinaria; nunca imaginé
estar en la Biblioteca Nacional y que supusiese tantas cosas. Me he convertido
en electricista, psicólogo, diplomático, empresario, recaudador de fondos,
contable, legalista… Los problemas son infinitos y es una institución
complejísima, pero tenemos un personal extraordinario, cientos de personas que
tienen experiencia de décadas en lo que están haciendo y que conocen a fondo
cada detalle de las actividades esenciales y secretas de la biblioteca:
preservación, atención a los no videntes, audiovisual, mapoteca… una infinidad
de cosas. Me gustaría que el público sepa que la Biblioteca no es una serie de
estanterías con documentos y una sala de lectura, y que los proyectos que
tenemos son infinitos. Estamos consiguiendo mucho y creo que vamos a lograr,
con el trabajo de todo el equipo, una Biblioteca con una identidad respetable,
convincente, nacional e internacionalmente.Es muy importante la relación con
las provincias y también hemos firmado acuerdos con España, Francia, Colombia,
Estados Unidos y otros países.
¿Puede adelantarnos algún proyecto?
Una de las primeras exposiciones internacionales que vamos a
hacer el año que viene es a partir der un acuerdo con la Biblioteca Municipal
de Nueva York. Ellos tienen el manuscrito del cuento de Borges “La lotería en
Babilonia” y nosotros tenemos la edición de la revista Sur donde lo publicó,
corregido por él, completamente cambiado; también contamos con los libros que
Borges consultó para escribirlo, anotados por él, y tenemos otra versión del
cuento manuscrito. Con todo esto vamos a hacer una exposición, con un catálogo
bilingüe, que abrirá en Nueva York y luego llegará aquí. Además estamos
organizando otras muestras internacionales con la British Library, la
Biblioteca Nacional de Australia… En agosto próximo, a partir de un acuerdo con
la Biblioteca Nacional de Colombia tendremos la exposición García Márquez para
celebrar el aniversario de Cien años de soledad. Vendrá Mercedes Barcha, la
viuda del escritor, por primera vez desde que visitó la Argentina con su
marido, y traerá la máquina de escribir en la que él escribió la novela. Estas
iniciativas son fiestas y le dan nueva vida a la Biblioteca.
Está trabajando para recuperar el edificio de la calle
México, donde funcionaba la antigua Biblioteca, para instalar el Centro Internacional
de Estudios Jorge Luis Borges. ¿Cómo es el proyecto?
Uno de los muchos problemas que heredamos de la
administración anterior es que el edificio de la calle México había sido cedido
en parte al Departamento de Música y que la sala de lectura, por ejemplo, se
había convertido en sala de ensayo del Ballet Folclórico Nacional. Lo que se
pudo rescatar es el primer piso, donde estaba la oficina de Borges, y dos de
nuestros bibliotecarios excepcionales, Laura Rosato y Germán Álvarez, están
tratando de restaurar esos espacios. Ellos serán los directores del Centro de
Estudios Internacionales Jorge Luis Borges. Es un escándalo que en la Argentina
aún no tengamos un centro así. Idealmente quisiéramos instalar una Biblioteca
Borges, con todas las ediciones en castellano de su obra, todas las
traducciones a lenguas extranjeras, todos los comentarios y críticas a la obra
de Borges y lo que Rosato y Álvarez han denominado como una suerte de Galaxia
Borges, que son los autores que influyeron en su obra y los que escribieron a
partir de esa obra. Naturalmente los libros que ellos encontraron anotados por
Borges también estarían allí, porque son ya del acervo de la biblioteca.
Desgraciadamente no tenemos manuscritos de Borges, salvo una tarjeta en la que
escribió un final alternativo para “Tema del traidor y del héroe”. Y quisiera
contar con los fondos para comprar manuscritos de Borges o lograr que nos los
donen. Yobtuvimos la donación de la biblioteca de Bioy Casares y Silvina
Ocampo, que va a ser clave para ese Centro.
Seguramente allí deben quedar muchos rastros de Borges.
Esa generación se preocupaba por conocer la literatura
nacional y extranjera en el pasado y en el presente; Bioy compraba muchos
libros y a partir de esos libros, Borges y él trabajaban: con notas, con
papeles, con proyectos, manuscritos de los dos, y también de Silvina. Hay mucho
material de ella y en el que colaboró; también los libros de infancia de las
hermanas Ocampo, que ya es un área de estudio. Luego de que pase por un proceso
técnico de preservación tenemos que hacer un inventario muy detallado porque no
sabemos exactamente todo lo que hay allí.
¿Por qué plantearlo como Centro Internacional?
Borges es una figura universal. Es argentino en el sentido
en que él quería ser argentino, con la elección de ser universal.
Investigadores de todo el mundo estudian su obra desde puntos de vista muy
interesantes e inesperados. Si bien él se preocupaba de culturas árabes, chinas
y demás, el contexto principal es la Argentina y Buenos Aires; él imaginaba a
partir de aquí porque el Buenos Aires que existe en el mundo fue inventado por
Borges, hoy es un pobre reflejo del que imaginó, del que dijo en ese poema
temprano “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: La juzgo tan eterna
como el agua y el aire”. Esa Buenos Aires que no se fundó, que siempre existió
y sigue existiendo es la Buenos Aires que soñó Borges, y a partir de allí ve la
Muralla china, las Mil y una noches, a los anglosajones, que se convierten en
elementos porteños. En este contexto, en una segunda etapa queremos tener
residencias de investigadores en el Centro para que puedan trabajar allí, y
convertir la sala de lectura en una sala de referencia, con mesas para
investigadores, como es el Centro Joyce en Irlanda o el Cervantes en España.
¿Qué puede hacerse desde la Biblioteca por tantos autores
argentinos que son desconocidos para las nuevas generaciones porque no han sido
reeditados?
En la administración de Horacio González tuvieron la muy
buena idea de lanzar la colección “Los raros”, dirigida por Sebastián Scolnik,
brillante editor de la Biblioteca, y estamos relanzándola. Queremos publicar,
por ejemplo, artículos inéditos de Sabato y también de Alberto Salas. En estos
momentos tenemos una exposición muy grande sobre el Centro Editor de América
latina, que fue tan importante para difundir a muchos autores entre los
argentinos. Por otro lado, relanzamos el sitio web de la Biblioteca y también
la revista La Biblioteca, fundada por Paul Groussac en el siglo XIX, ahora en
versión digital. Además, con la revista digital Marca de agua buscamos dar a
conocer nuevos escritores, sobre todo argentinos.
¿Cómo se acompaña la promoción de los nuevos libros cuando
están en franco declive los suplementos y las revistas literarias?
El mundo del libro está pasando por un periodo un poco
confuso. Antes, quien recomendaba un libro al lector era el librero, el crítico
o la aparición de textos de ese autor en revistas y suplementos literarios. Eso
ya no funciona. Por un lado, en casi todo el mundo excepto en Buenos Aires, las
librerías desaparecieron. Nueva York es una ciudad sin librerías; hay tres o
cuatro cuya presencia pone más en evidencia la ausencia. Los suplementos
literarios tienen menos interés en reseñas sesudas que en promocionar ciertos
productos alentados por las grandes compañías internacionales de edición. ¿Qué
queda? Sigue el voz a voz, lectores que recomiendan autores a sus amigos; pero
en muchos países hay una ignorancia lamentable de lo que se escribe, sobre todo
en los países de habla sajona. De todas maneras siguen surgiendo pequeñas
editoriales que hacen el esfuerzo, pero se ven confrontadas al problema de la
distribución, que está en manos de esas grandes compañías. En la Feria del
Libro en Londres o en cualquier feria en los Estados Unidos no están ni los
clásicos extranjeros y hay poca literatura contemporánea extranjera.Lo notable
es que en Buenos Aires, uno va a la Feria del Libro y advierte la
extraordinaria cantidad de muy buen material que se está publicando. Es posible
por ejemplo encontrar a un autor turco poco traducido, Ahmet Tanpinar, que me
parece extraordinario; o a un autor chino que considero uno de los más grandes
escritores después de Joyce, Mo Yan.
Foto: Gentileza Biblioteca Nacional
Fuente: Criterio
Dgital
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