martes, 27 de febrero de 2018

Alberto Manguel: “El Buenos Aires que existe en el mundo fue inventado por Borges”



por Ryan, Romina

El director de la Biblioteca Nacional, Premio Formentor 2017, recuerda sus años juveniles, cuando concurría al departamento de Jorge Luis Borges a leerle en voz alta. También adelanta sus proyectos para la institución que preside y destaca la importante labor editorial que existe en nuestro país.

Autor de libros eruditos y cautivantes como Una historia de la lectura o Una historia natural de la curiosidad, Alberto Manguel pasó sus primeros años en Israel, donde su padre era embajador argentino. Durante la adolescencia conoció a Jorge Luis Borges en la librería Pigmalión y aceptó concurrir a su casa a leer varias veces a la semana entre 1964 y 1968 (de ello da cuenta en Con Borges). Luego partió a Europa, volvió cuando ganó el Premio La Nación, emigró nuevamente; escribió y trabajó para distintas editoriales y universidades en todo el mundo, y en junio de 2016 asumió como director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina.
Nos recibe una mañana con puntualidad y severa cordialidad en su despacho de la Biblioteca. Viste con elegancia y busca las palabras precisas antes de responder a las preguntas. Fue apenas unas semanas antes de recibir el Premio Formentor 2017, prestigioso lauro literario por su carrera dedicada a una “minuciosa recreación del arte de leer”.

¿Cuáles son los principales recuerdos de los años en los que le leyó a Borges?

En ese momento yo no sabía que Borges estaba haciendo una transición muy importante. Cuando se quedó ciego, a mediados de los ‘50, decidió dejar de escribir prosa: decía que necesitaba ver su mano escribir. Poesía sí, porque le venía como música y él podía dictar las palabras. Pero a principios de los ’60 esa cosa inevitable que es la imaginación del escritor se llenó tanto de historias e ideas que no pudo seguir sin escribirlas. Entonces decidió regresar a las ficciones. Pero como buen profesional, porque él era un técnico y un mecánico de la palabra en el mejor sentido, como un cirujano, decide revisitar las que para él eran obras maestras; no para recordarlas porque las sabía de memoria, sino para poder analizar el texto como un estudiante de latín: desmenuzar la frase, advertir cómo funciona la gramática, como un ejercicio de lógica. Cuentos de Kipling, Henry James, Leon Bloy, Stevenson…

Stevenson fue siempre un gran amor para Borges. ¿A qué adjudica su eclecticismo donde convive la admiración por autores tan distintos, como León Bloy, Conrad, Wells, Melville o Chesterton?

Todos esos autores tienen en común ser estilistas de una perfección casi absoluta. Borges nos recuerda, en el título “El hacedor”, que para los anglosajones “poeta” se decía “maker”, la persona que hace, el artesano. A él le interesaba ese aspecto de la literatura. Ideas y argumentos podía tener cualquiera, pero sólo un buen escritor podía armar esas ideas con las palabras precisas. Stevenson no fue todavía reconocido como el gran escritor que es porque a los ingleses les parece que un libro entretenido no puede tener suficiente valor intelectual. Pero Stevenson es uno de los escritores que sabe utilizar el lenguaje como un instrumento de precisión. Graham Greene, en un estudio sobre Stevenson, cita un párrafo de su última novela inconclusa donde no hay un solo adverbio ni un adjetivo, porque sabe elegir las palabras exactas para contar la historia. Alguien tendría que hacer una antología de sus cartas sobre la escritura; son una muestra de la inteligencia del escritor que entiende qué significa escribir.

A todos los que hemos tenido la posibilidad de visitar a Borges en la calle Maipú nos llamaba la atención los pocos libros que había, ¿verdad?

La biblioteca de Borges consistía en pocos libros, algunos que quería volver a leer o que le leyesen, algunas enciclopedias porque le gustaba esa presencia, pero era sorprendente la austeridad. Borges era uno de los mejores y más grandes lectores, con todo lo que eso significa, de todos los tiempos –la literatura y sobre todo la lectura se pueden definir como antes o después de Borges–, pero era un lector a quien no le interesaba el objeto físico del libro. Le gustaba algún tomo, otro tenía un valor sentimental, pero regalaba sus libros a todo el mundo. Al final del curso, le regaló un libro de su biblioteca a cada uno de sus alumnos de anglosajón. Cuando yo me fui a Europa me regaló el Stalky & Company de Kipling, que él había leído en su adolescencia.

Es notable el Borges de la reescritura o la corrección de sus textos.

En un ensayo de los años ’30, “Las versiones homéricas”, donde se refiere a las traducciones de Homero y las distintas lecturas de esas traducciones, sostiene que la noción de texto definitivo no pertenece sino “a la religión o al cansancio”. La religión decreta un dogma y no puede cambiar una palabra; el escritor corrige hasta que dice basta y publica. Para Borges decir que una versión es mejor que otra es un sinsentido, no puede justificarse; todas son versiones de un mismo texto. Dice que la traducción puede considerarse otra versión del texto, y que las versiones de un mismo escritor pueden suponerse como traducciones a un mismo idioma. En el campo de la reescritura, Borges reafirma la debilidad y la grandeza del lenguaje. Grandeza porque a través de sonidos, de gruñidos, podemos expresar ideas importantes, pero al mismo tiempo sabemos que nunca podremos expresar absolutamente; que cuando decimos “agua” nombramos tantas cosas y tan pocas cosas al mismo tiempo que necesitamos rodear la palabra de contexto. Y en ese sentido la metáfora es una suerte de muletilla del lenguaje: lo hacemos más ambiguo para tratar de justificar la pobreza de nuestra comunicación. Raymond Queneau decía que todo libro es la Ilíada o la Odisea, porque la vida es una batalla o un viaje. Estamos siempre reescribiendo, a veces nuestros textos y a veces los de otros. Borges seguía reescribiendo en la Biblioteca; tenemos ejemplos notables.

¿Quién sería el lector perfecto para usted?

He escrito un texto que se llama “Notas para una definición del lector ideal” y se publicó en mi colección de ensayos El sueño del rey rojo. Pienso que el lector ideal es sobre todo aquel que siente que ese libro fue escrito para él, que reconoce que ciertas experiencias e ideas que tuvo están puestas en palabras de una forma que refleja su pensamiento y su emoción. Leer es un acto reflexivo, porque las palabras son neutras hasta que un lector les da de nuevo sentido. Borges, nuevamente, define eso de manera exacta en Pierre Menard, autor del Quijote: “la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo…” y hace una lista que es un elogio retórico de la historia común y corriente. Esas mismas palabras, supuestamente escritas por Pierre Menard, en el siglo XX, son revolucionarias. Anticipan a Trump. Decir que la verdad es la hija de la historia y, por lo tanto, que la verdad es lo que decimos que es verdad, suena como un escándalo. Borges lo dice muy claramente y eso define al lector ideal. Trump sería el lector ideal de Pierre Menard.

A un año de asumir como director de la Biblioteca Nacional, ¿cómo vive esta experiencia tan distinta a las tareas académicas y de escritura?

Sigue siendo una experiencia extraordinaria; nunca imaginé estar en la Biblioteca Nacional y que supusiese tantas cosas. Me he convertido en electricista, psicólogo, diplomático, empresario, recaudador de fondos, contable, legalista… Los problemas son infinitos y es una institución complejísima, pero tenemos un personal extraordinario, cientos de personas que tienen experiencia de décadas en lo que están haciendo y que conocen a fondo cada detalle de las actividades esenciales y secretas de la biblioteca: preservación, atención a los no videntes, audiovisual, mapoteca… una infinidad de cosas. Me gustaría que el público sepa que la Biblioteca no es una serie de estanterías con documentos y una sala de lectura, y que los proyectos que tenemos son infinitos. Estamos consiguiendo mucho y creo que vamos a lograr, con el trabajo de todo el equipo, una Biblioteca con una identidad respetable, convincente, nacional e internacionalmente.Es muy importante la relación con las provincias y también hemos firmado acuerdos con España, Francia, Colombia, Estados Unidos y otros países.

¿Puede adelantarnos algún proyecto?

Una de las primeras exposiciones internacionales que vamos a hacer el año que viene es a partir der un acuerdo con la Biblioteca Municipal de Nueva York. Ellos tienen el manuscrito del cuento de Borges “La lotería en Babilonia” y nosotros tenemos la edición de la revista Sur donde lo publicó, corregido por él, completamente cambiado; también contamos con los libros que Borges consultó para escribirlo, anotados por él, y tenemos otra versión del cuento manuscrito. Con todo esto vamos a hacer una exposición, con un catálogo bilingüe, que abrirá en Nueva York y luego llegará aquí. Además estamos organizando otras muestras internacionales con la British Library, la Biblioteca Nacional de Australia… En agosto próximo, a partir de un acuerdo con la Biblioteca Nacional de Colombia tendremos la exposición García Márquez para celebrar el aniversario de Cien años de soledad. Vendrá Mercedes Barcha, la viuda del escritor, por primera vez desde que visitó la Argentina con su marido, y traerá la máquina de escribir en la que él escribió la novela. Estas iniciativas son fiestas y le dan nueva vida a la Biblioteca.

Está trabajando para recuperar el edificio de la calle México, donde funcionaba la antigua Biblioteca, para instalar el Centro Internacional de Estudios Jorge Luis Borges. ¿Cómo es el proyecto?

Uno de los muchos problemas que heredamos de la administración anterior es que el edificio de la calle México había sido cedido en parte al Departamento de Música y que la sala de lectura, por ejemplo, se había convertido en sala de ensayo del Ballet Folclórico Nacional. Lo que se pudo rescatar es el primer piso, donde estaba la oficina de Borges, y dos de nuestros bibliotecarios excepcionales, Laura Rosato y Germán Álvarez, están tratando de restaurar esos espacios. Ellos serán los directores del Centro de Estudios Internacionales Jorge Luis Borges. Es un escándalo que en la Argentina aún no tengamos un centro así. Idealmente quisiéramos instalar una Biblioteca Borges, con todas las ediciones en castellano de su obra, todas las traducciones a lenguas extranjeras, todos los comentarios y críticas a la obra de Borges y lo que Rosato y Álvarez han denominado como una suerte de Galaxia Borges, que son los autores que influyeron en su obra y los que escribieron a partir de esa obra. Naturalmente los libros que ellos encontraron anotados por Borges también estarían allí, porque son ya del acervo de la biblioteca. Desgraciadamente no tenemos manuscritos de Borges, salvo una tarjeta en la que escribió un final alternativo para “Tema del traidor y del héroe”. Y quisiera contar con los fondos para comprar manuscritos de Borges o lograr que nos los donen. Yobtuvimos la donación de la biblioteca de Bioy Casares y Silvina Ocampo, que va a ser clave para ese Centro.

Seguramente allí deben quedar muchos rastros de Borges.

Esa generación se preocupaba por conocer la literatura nacional y extranjera en el pasado y en el presente; Bioy compraba muchos libros y a partir de esos libros, Borges y él trabajaban: con notas, con papeles, con proyectos, manuscritos de los dos, y también de Silvina. Hay mucho material de ella y en el que colaboró; también los libros de infancia de las hermanas Ocampo, que ya es un área de estudio. Luego de que pase por un proceso técnico de preservación tenemos que hacer un inventario muy detallado porque no sabemos exactamente todo lo que hay allí.

¿Por qué plantearlo como Centro Internacional?

Borges es una figura universal. Es argentino en el sentido en que él quería ser argentino, con la elección de ser universal. Investigadores de todo el mundo estudian su obra desde puntos de vista muy interesantes e inesperados. Si bien él se preocupaba de culturas árabes, chinas y demás, el contexto principal es la Argentina y Buenos Aires; él imaginaba a partir de aquí porque el Buenos Aires que existe en el mundo fue inventado por Borges, hoy es un pobre reflejo del que imaginó, del que dijo en ese poema temprano “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: La juzgo tan eterna como el agua y el aire”. Esa Buenos Aires que no se fundó, que siempre existió y sigue existiendo es la Buenos Aires que soñó Borges, y a partir de allí ve la Muralla china, las Mil y una noches, a los anglosajones, que se convierten en elementos porteños. En este contexto, en una segunda etapa queremos tener residencias de investigadores en el Centro para que puedan trabajar allí, y convertir la sala de lectura en una sala de referencia, con mesas para investigadores, como es el Centro Joyce en Irlanda o el Cervantes en España.

¿Qué puede hacerse desde la Biblioteca por tantos autores argentinos que son desconocidos para las nuevas generaciones porque no han sido reeditados?

En la administración de Horacio González tuvieron la muy buena idea de lanzar la colección “Los raros”, dirigida por Sebastián Scolnik, brillante editor de la Biblioteca, y estamos relanzándola. Queremos publicar, por ejemplo, artículos inéditos de Sabato y también de Alberto Salas. En estos momentos tenemos una exposición muy grande sobre el Centro Editor de América latina, que fue tan importante para difundir a muchos autores entre los argentinos. Por otro lado, relanzamos el sitio web de la Biblioteca y también la revista La Biblioteca, fundada por Paul Groussac en el siglo XIX, ahora en versión digital. Además, con la revista digital Marca de agua buscamos dar a conocer nuevos escritores, sobre todo argentinos.

¿Cómo se acompaña la promoción de los nuevos libros cuando están en franco declive los suplementos y las revistas literarias?

El mundo del libro está pasando por un periodo un poco confuso. Antes, quien recomendaba un libro al lector era el librero, el crítico o la aparición de textos de ese autor en revistas y suplementos literarios. Eso ya no funciona. Por un lado, en casi todo el mundo excepto en Buenos Aires, las librerías desaparecieron. Nueva York es una ciudad sin librerías; hay tres o cuatro cuya presencia pone más en evidencia la ausencia. Los suplementos literarios tienen menos interés en reseñas sesudas que en promocionar ciertos productos alentados por las grandes compañías internacionales de edición. ¿Qué queda? Sigue el voz a voz, lectores que recomiendan autores a sus amigos; pero en muchos países hay una ignorancia lamentable de lo que se escribe, sobre todo en los países de habla sajona. De todas maneras siguen surgiendo pequeñas editoriales que hacen el esfuerzo, pero se ven confrontadas al problema de la distribución, que está en manos de esas grandes compañías. En la Feria del Libro en Londres o en cualquier feria en los Estados Unidos no están ni los clásicos extranjeros y hay poca literatura contemporánea extranjera.Lo notable es que en Buenos Aires, uno va a la Feria del Libro y advierte la extraordinaria cantidad de muy buen material que se está publicando. Es posible por ejemplo encontrar a un autor turco poco traducido, Ahmet Tanpinar, que me parece extraordinario; o a un autor chino que considero uno de los más grandes escritores después de Joyce, Mo Yan.

Foto: Gentileza Biblioteca Nacional


 Fuente: Criterio Dgital


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