por Gustavo Yuste
La reciente reedición de Inquisiciones y Otras inquisiciones
(Sudamericana, 2018) de Jorge Luis Borges, muestra la calidad y calidez de la
escritura del célebre autor argentino a la hora de sentar postura sobre su
literatura. Con una fuerte presencia de elementos poéticos, los ensayos de
Borges son una parada obligatoria para cualquier lector que le interese
enriquecer su biblioteca y su mente. ¿Cómo funciona la máquina perfecta de
ensayar del escritor de El Aleph?
Uno de los objetivos más difíciles para cualquier autor
interesado en escribir ensayos es no perder el interés de un público lector que
quizás no esté tan familiarizado con ese género. Sin dudas, Jorge Luis Borges
es uno de los escritores más célebres en esa materia, logrando que esta parte
de su obra sea una de las más destacadas a nivel internacional. ¿Qué es lo que
hace que los ensayos de Borges sean tan seductores? ¿Cómo se puede poner a
funcionar una máquina de ensayar que funcione a la perfección?
La reciente publicación de Inquisiciones y Otras
inquisiciones (Sudamericana, 2018), reunidos en un mismo volumen, reúne la
potencia reflexiva y argumentativa del autor de El Alepoh. Ambos libros,
publicados originalmente en 1925 y 1952 respectivamente, también dejan en
evidencia el enorme abanico de lecturas que influyó en su obra y la variedad
que resulta necesaria a la hora tener un panorama certero sobre algo tan
subjetivo y amplio como la literatura. Los ensayos de Borges, en ese sentido,
se destacan por su belleza y su brevedad, como si fueran comentarios dichos en
el momento más oportuno.
Los ensayos de Borges, en ese sentido, se destacan por su
belleza y su brevedad, como si fueran comentarios dichos en el momento más
oportuno.
¿En qué consiste esa máquina perfecta que se pone a trabajar
en los ensayos de Borges? La respuesta no es fácil, pero se pueden aventurar
algunas líneas de lecturas que busquen posibles explicaciones. Para empezar, el
registro elegido por Borges coquetea entre lo coloquial y lo académico, lo que
se motoriza gracias al humor un tanto ácido del autor. Así, mientras se puede
caracterizar a un escritor de ser “una provincia de Quevedo”, también se tiene
la certeza de encontrar mayores componentes kafkianos en otros escritores que
en el propio Kafka, como se lee en el breve y hermoso “Kafka y sus
precursores”.
Otra clave puede verse en el uso de adjetivos de una forma
más que particular -una marca clave dentro de la obra de Borges-, donde el
escritor de El libro de Arena da definiciones en un espacio muy reducido, al
mismo tiempo que habla de aspectos cotidianos o parte de su propia experiencia
para hablar de la producción literaria de personajes célebres e ignotos para un
lector promedio: Quevedo, Joyce, el ya mencionado Kafka, Oscar Wilde y hasta su
amor no correspondido Norah Lange, entre otros, figuran en el índice de sus
intereses.
(Leer nota relacionada: El día que Girondo le rompió el corazón
a Borges)
Entre otros posibles engranajes de la máquina perfecta de
ensayar de Borges es su no subestimación del lector, a quien le explica lo
justo y necesario, al mismo tiempo que no tiene temor de usar palabras ajenas
al uso cotidiano aún en esa época (y que hoy lucen inteligibles). En esa dirección, en varios de los ensayos de
Borges se puede ver a un escritor de dos caras: mientras en algunos escritos da
cátedra de su amplio conocimiento y se atreve a las definiciones tajantes (“La
traducción de un incidente”), en otros casos se muestra menos radical, como si
cada palabra fuera escrita al mismo tiempo que el lector la lee, una especie de
work in progress frente a la máquina de escribir (“Nueva refutación del
tiempo”.
Los 93 años que separan a la primera publicación de
Inquisiciones con esta última reedición quedan evidenciados en algunos
aspectos, mientras que en otros esa distancia de años pareciera no existir.
Los 93 años que separan a la primera publicación de Inquisiciones
con esta última reedición quedan evidenciados en algunos aspectos, mientras que
en otros esa distancia de años pareciera no existir. Así como se habla de una
Ciudad de Buenos Aires donde todavía “las luces horizontales vencen las
verticales”, también hay algunas que se mantienen intactas. Un claro ejemplo es
el ensayo “La nadería de la personalidad”, donde Borges se propone “abatir la
excepcional preeminencia que hoy suele adjudicarse al yo”. Si Borges viviera
actualmente, podría dedicarle un tomo completo a ese fenómeno.
A modo de cierre, se suele afirmar que existe mayor
presencia poética en los ensayos de Borges que en sus propios poemas, algo a lo
que autores contemporáneos como Fabián Casas suelen suscribir, al mismo tiempo
que se nota la clara influencia ensayística que produjo Borges en ellos. El
propio escritor fallecido en Suiza parece dar cuenta de eso en este libro,
donde afirma que “La realidad poética puede caber en una copla lo mismo que en
un verso virgiliano. También en formas dialectales, en asperezas de jeringoza
de cárcel, en lenguajes aun indecisos”.
La máquina perfecta de ensayar de Borges, entonces, no puede
ser descrita de forma tajante -a menos que se caiga en un análisis
estrictamente teórico y académico-, pero sí se la puede reconocer. Narradores y
poetas contemporáneos que se lanzaron a la aventura de escribir ensayos son
deudores de la desfachatez teórica que se puede ver en Inquisiciones y Otras
inquisiciones, donde lo corriente y lo académico dialogan constantemente. Los
ensayos de Borges, en definitiva, en palabras del propio autor, parecen querer
“decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por
decirnos algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá,
el hecho estético”.
Fuente: La Primera Piedra
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