Por Arturo Carrera
"Hace ya varios años, en París, de paso para Arles
donde iba a traducir a Yves Bonnefoy, tuve el honor de ser recibido por él en
su despacho del Collège de France"
Hace ya varios años, en París, de paso para Arles donde iba
a traducir a Yves Bonnefoy, tuve el honor de ser recibido por él en su despacho
del Collège de France. Cuando ya nos despedíamos me refirió esta anécdota o
escena que por su profundidad -según confesó-, lo obsesionaba.
Después de recibir él mismo a Borges en el Collège, la
magnitud de ese encuentro y la brevedad del mismo, con la sala atestada de
estudiantes y curiosos lectores de ambos poetas, con tanto hacinamiento e
histeria que hubo que llamar las ambulancias, y al enterarse poco tiempo
después de que Borges estaba gravemente enfermo en un hospital de Ginebra,
deciden, él y su amigo Jean Starobinsky, ir a visitarlo. Al llegar, no se le
ocurrió otra cosa que preguntarle a Borges acerca del poeta Virgilio. Y Borges,
puedo imaginarlo, respondió súbitamente: "¡Caramba, Virgilio! ¡Un gran
escritor, ¿no? ¡Pero no se olviden de Verlaine!" Y después, al
despedirlos, se incorporó levemente en su cama y repitió: "¡No se olviden
de Verlaine!" Y cuando en la galería estaban por tomar el ascensor oyeron
una vez más la voz trémula que dijo: "¡Verlaine!"
Más allá del misterio de las conversaciones, que sólo
parecen producirse para responder a un designio secreto, al ritmo inexorable de
palabras que en silencio y cambiadas perpetúan un nuevo atisbo de historias y
relatos, Bonnefoy vivió la escena como "un pensamiento profundo", así
me dijo.
Pero a pocos días de mi regreso a Buenos Aires, en una
reunión de amigos, y habiendo contado esta misma anécdota que obviamente a mí
también me impresionó, el escritor Ricardo Piglia se acercó y me dijo:
"Qué extraordinario, Arturo, pero ¡no te olvides de Lezama! ¡No te olvides
de Lezama!". Se refería al poeta cubano José Lezama Lima.
Un pensamiento casi como un koan zen, el de Piglia, quizá
sin menor profundidad que el de Borges, y bajo una apariencia irónica que me
ligaba a la búsqueda incierta de una identidad poética. Me desataba, me
liberaba de las cadenas de Tántalo... Lezama puso entre nosotros, me refiero a
mi generación, me refiero a esa vanidad llamada generación, la idea de que la
sobrenaturaleza no se opone al ser.
Sin duda Bonnefoy había encontrado también en Borges, en esa
expresión profunda que aludía al ritmo, al "alma como nudo de
ritmos", el pensamiento de una destantalización: Tántalo, por el poeta
cubano Virgilio Piñera, que en un famoso artículo de 1947 conjeturó que todavía
no se había elucidado -del mito de Tántalo- si los dioses ataron a Tántalo o él
solo se impuso "el dulce tormento", que era mirar los frutos sin
tocarlos siquiera. El artículo estaba dedicado a la literatura argentina de esa
época y el concluyó: "A los argentinos, el mundo que los rodea, por su
informidad y riqueza, les parece contradictoriamente demasiado pobre, y buscan
una sobrenaturaleza: un orbe metafísico gratuito, pleno de categorías
intelectuales, planes de evasión, aporías zenonísticas, mores geométricos y
mónadas leibnizianas".
¿Puede pensarse ese tantalismo como una anticipación de lo
que después se llamó barroco y neobarroco latinoamericano, o en todo caso,
neobarroco argentino, platino?
Piñera lo aplica evidentemente a Macedonio Fernandez (a
quien llama "un orbe metafísico gratuito", y de quien toma la palabra
tantalización), a Bioy Casares ("pleno de categorías intelectuales y
planes de evasión", dice), y sobre todo a Borges ("aporías
xenonísticas y mónadas leibnizianas"). Y trae también aquel pensamiento de
Hegel: "América es un continente sin historia". Pensamiento que,
según él, seguía en pie. "Nuestros escritores existen pero no son o son
poco", concluye Piñera. El escritor tantalizado de Piñera no es sólo el
que se excede en ornamentación y sobrenaturaleza, sino también el que no logra
darse "carta de naturaleza creadora". Alude directamente a Borges cuando
dice: "...de sus relatos metálicos, diamantinos, se sale con la certeza de
que no nos serán necesarios en lo venidero". Y añade: "¿No es acaso
lo que Borges deja oculto en su obra, tan valioso por lo menos como lo que ella
expresa? ¿Por qué no se aventura a entregar a sus lectores esos ocultos.Tal
cosa equivaldría al cese automático de su tantalismo."
Obviamente no me olvido de Lezama Lima, que para mí vino
después y fue el más tantálico de todos. Como su adorado José Martí, colonizó
el espacio mítico de la sobrenaturaleza con ideas tan profundas y líricas y
tantálicas como las de Macedonio Fernández y Oliverio Girondo. Pero tampoco me
olvido de Juanele Ortiz, que fue el inventor de una gramática de la felicidad
en la sobrenaturaleza.
Estos tantalismos sacralizaron el secreto y el misterio de
la poesía en América Latina.
Podemos establecer coincidencias, relaciones, antagonismos.
Pero el legado de Borges, a mi entender, permanece como una lenta interrogación
sobre el ser, sobre el conocimiento que él no aceptaba comprender. Sus
"ocultos" fueron sus poemas. Se dijo agnóstico porque descreía de la
tarea del conocimiento. El conocimiento le parecía imposible. Aceptó las
teorías de los filósofos como ficción, pero también abominó de la ficción.
Ahora bien, sin duda debo advertir que hubo un eclipse o
denegación de la poesía de Borges por parte de las jóvenes generaciones
argentinas. Sobre todo en los años noventa. En un ensayo del poeta y crítico
Edgardo Dobry leemos: "...dentro del sistema de consagraciones y condenas
que constituyen las literaturas nacionales, hay algunos olvidos no menos
voluntarios que la memoria proustiana. El crítico se siente tentado de leer
toda la poética objetivista justamente como un intento de fundar un sistema de
la poesía argentina que excluya por completo la figura de Borges. Es cierto que
la losa borgeana es mucho más pesada en la prosa que en la poesía; es difícil
leer a un narrador o a un ensayista rioplatense de las últimas generaciones
cuya prosa no esté viciada de borgeanismo en mayor o menor grado. Sin embargo,
la impregnación de lo que podríamos denominar la ideología literaria de Borges,
ese imaginario por el cual se hace difícil escribir en Argentina sin sentir la
voz del "maestro", invadió desde los años setenta el entero campo de
las letras en Argentina. En este sentido, lo provocativo de los poetas de los
noventa, desde la reivindicación de la "poesía peronista" de
Lamborghini hasta la visión de un Buenos Aires severamente desmitificado y
captado en sus aspectos más brutales y guarangos, sería un gesto de nítida
raigambre antiborgeana."
No obstante, me atrevo a reivindicar en la poética de
Borges, algo que ya estuvo implícito en su valoración del poeta Evaristo
Carriego, en su libro Evaristo Carriego. Acaso achacarle a Borges sus dimisiones
del verso vanguardista o su falta de acercamiento a las renovaciones y
transgresiones linguísticas de los poetas contemporáneos que él no leía (o que
fingía no poder leer) sea un gesto bastante reduccionista. Creo que Borges
sostuvo hasta el final de su vida una apuesta ligada a la poesía como
salvación. Algo así como: la poesía puede salvar al escritor del anonadamiento
de presencia que da la ficción. Borges se refiere a Carriego diciendo: "Yo
he sospechado alguna vez que cualquier vida humana, por intrincada y populosa
que sea, consta en realidad de un momento: el momento en que el hombre sabe
para siempre quién es". Y al referirse a los escritos de la poeta Norah
Lange define la novela y la poesía así: "Novela es colaboración de destinos
o contienda o actuación recíproca de ellos; poesía es la confesión de un solo
destino y su producción de esperanzas."
Me atrevo a señalar aquí un aspecto (ético) de la voluntad
poética de Borges. Y quiero citar una reflexión del poeta Yves Bonnefoy acerca
de este aspecto de la escritura de Borges. Bonnefoy conjetura que Borges quiso
redimir al escritor moderno; que quiso redimirlo de la ficción. Escribe:
"Cuando Borges escribe ficciones siempe evoca seres, no imita la riqueza
de la existencia: no construye más que figuras esquemáticas en el espacio
estricto de esos apólogos donde habla del drama de la escritura y de la desgracia
del autor".
De Carriego (de quien sólo para referirnos superficialmente
a su poesía podríamos decir que fue un poeta de barrio, sencillo y popular),
Borges admiraba la valentía de atraer hacia su escritura la vida cotidiana en
una versión o epifanía o revelación casi épica. Una épica de lo ancilar de la
existencia, si pudiéramos imaginar un genero así.
De modo que el apólogo del que nos habla explícitamente
Bonnefoy, y la alegoría, la parábola de la que se deduce siempre una enseñanza
moral y hasta un consejo práctico aplicado incluso a su poesía, parece decir:
"sólo lo que es trasciende la ficción" y la poesía parece una aliada
de lo que es, y sólo en eso está su devenir y su dolorosa estrategia.
Creo que Borges permanece aún en esa rara escena donde
alienta la idea de una poética redentora. Sólo poemas en prosa, apólogos y
prosas breves que son poesía.Y estimo que los jóvenes poetas de finales del
siglo XX y principios del actual acaso lo ignoran, pero trabajan, sin embargo,
siguiendo líneas que no contradicen, ni formal ni temáticamente este aspecto
esencial de la obra borgeana.
Fuente: La estafeta del viento
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