Alejandro Lingenti
La última palabra del último cuento que escribió Borges es
Bach: "Di al fin con la única solución para poblar la espera: la estricta
y vasta música: Bach". El cuento es "La memoria de Shakespeare",
y es la historia de un especialista en Shakespeare a quien un colega le ofrece
la posibilidad de donarle los recuerdos del ser humano Shakespeare, que pasan
de una persona a otra desde la muerte del dramaturgo. Como todo escritor que
resiste el paso de los años, Borges fue un profeta: en este cuento anticipó el
concernismo a lo Black Mirror, ese género que imagina un futuro factible; ya
hay experimentos de inserción de memoria. En el cuento, el especialista acepta
la donación, pero tener los recuerdos de Shakespeare no le suma mucho; la
memoria de Shakespeare es tan común como la de cualquier ser humano. Lo único
que lo maravilla es cómo ese hombre común llamado William Shakespeare
transformó su experiencia ordinaria de vida en "música verbal".
La música del lenguaje, el aspecto sonoro de ese maravilloso
invento que nos hace humanos, siempre fascinó a Borges. En "El idioma
analítico de John Wilkins", un ensayito sobre la arbitrariedad y la
insuficiencia de las palabras, Borges cita un párrafo del inglés Gilbert Keith
Chesterton: "El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes,
más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal...?Cree,
sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son
representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos.
Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan
todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo".
Ruidos arbitrarios para representar el misterio: eso es, ni
más ni menos, el lenguaje. Uno se da cuenta de ello cuando escucha hablar a un
extranjero cuya lengua le resulta exótica: no entiende nada, son ruidos sin
significado. Irónicamente, Borges representa esta situación en "El
inmortal": su protagonista se hace amigo de un troglodita analfabeto e
inmortal que resulta ser Homero, quien con el paso de los siglos se había
olvidado no solo de su condición de poeta, sino del lenguaje mismo; cuando el
narrador pronuncia el nombre de Argos, el perro de Ulises, el sonido del nombre
le devuelve la memoria al autor de La Odisea.
Otra de las composiciones narrativas de Borges lleva el
título de la obra más larga de Brahms, "Deutsches Requiem". En ella,
un nazi condenado a muerte dice: "Dos pasiones, ahora casi olvidadas, me
permitieron afrontar con valor y aun con felicidad muchos años infaustos: la
música y la metafísica".
A lo largo de su vida, Borges fue perdiendo el sentido de la
vista, y eso sin duda influyó en algunas de las observaciones que sembró acá y
allá. En "El milagro secreto", ironizó sobre Flaubert y sobre todos
aquellos que se obsesionan con el aspecto gráfico, escrito, de las palabras. El
secreto de la literatura, parece decir Borges, es escuchar. Y eso fue lo que
hizo en sus últimos años. Fue, de algún modo, el primer usuario de audiolibros:
distintas personas le leían cuentos y poemas, y él a su vez dictaba los suyos.
Esta restricción fortísima que le impuso la vida lo obligó a simplificar al
máximo su estilo. Aunque la mayoría de los especialistas prefieren los cuentos
más abigarrados de los años 40, cuando todavía veía, muchas de sus
composiciones tardías y ciegas (" El otro" o "El libro de
arena") son piezas preciosamente sencillas de un hombre que, además,
parece haberse reconciliado con la vida en su vejez y en su ceguera.
* Escribo esto mientras veo en YouTube, una y otra vez, un
video de una canción que cantaron a dúo Tina Turner y Eros Ramazzotti en
Munich, en 1998: "Las cosas de la vida". Me gusta ese juego primal de
seducción en el escenario, gruñidos y chillidos en dos idiomas distintos, disparidad
etaria y étnica, melodía tosca y pegadiza, distorsión de guitarra ya sin
pretensiones revolucionarias, baile sutil y gestos de todo el amor mashupeado
posible: un gran número pop olvidado por las nuevas olas. Uno es capaz de
disfrutar de los placeres intelectuales y de consumos culturales vergonzantes:
de la música verbal y de la música berreta. "Juntás dos cosas que no se
habían juntado antes y el mundo cambia", dice el escritor inglés Julian
Barnes.
Fuente: Brando - La Nación
- 17 de abril de 2018
Fuente Video: You Tube
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