Los lugares comunes algunas veces aciertan. Por ejemplo: es
imposible pensar la literatura argentina sin Borges. Pieza maestra del siglo
XX, a partir de él se cruzan o se dispersan todas las líneas. Esto vale hasta
comienzos de 1980. Desde entonces pasan cosas diferentes que darían lugar a
otra nota, cuyo título podría ser "La literatura argentina después de
Borges", cuando comenzó a funcionar de modo más "normal", menos
volcánico; sigue siendo el Gran Escritor con quien, sin embargo, ya no todos
ajustan cuentas y se trazan diagonales que Borges no pisó. La culminación
absoluta y el apaciguamiento.
En cambio, se trata de olvidar que existió y reordenar lo
que queda. Los libros inaugurales de lo nuevo habrían sido Veinte poemas para
ser leídos en el tranvía (1922), Calcomanías (1925) y Espantapájaros (1932), de
Oliverio Girondo, y no la serie Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente
(1925) y Cuaderno San Martín (1929). Probablemente nadie habría releído a
Evaristo Carriego, como lo hizo Borges, y la poesía argentina tendría en su
centro operaciones más "vanguardistas", como las de Girondo. Y en
lugar de las orillas porteñas, el barrio y las calles rectas hasta el
horizonte, estaría el paisaje fluvial y fluyente de Juan L. Ortiz. En ausencia
de Borges, probablemente ésas serían las dos grandes líneas poéticas de la
primera mitad del siglo XX.
Martínez Estrada fue el gran escritor ideólogo; pero, sin
Borges, no habría obstáculos para pensarlo, en soledad, como el gran ensayista
del siglo. Por otra parte, sus relatos se correrían al centro del sistema. El
prodigioso "Marta Riquelme", por ejemplo, habría inventado un espacio
original, fantástico, laberíntico, arbitrario y terrible. "La
inundación" sería el tributo que la literatura argentina, en ausencia de
Borges, rindió a Kafka, el escritor que Borges admiró de modo incondicional.
Pero algo estaría faltando. Martínez Estrada no es citable como lo es Borges, y
una literatura es, entre otras cosas, un sistema de citas y reconocimientos,
rebotes, préstamos y deformaciones.
Sin Borges, la forma más simple de ordenar la literatura de
la primera mitad del siglo caería en pedazos. La servicial oposición en la que
Borges fue lo que Arlt no pudo ser y viceversa le da un orden a los libros
hasta 1950. Pero sin Borges, la originalidad de Arlt enlazaría directamente con
la de Puig: dos escritores que escriben "desde afuera" de la literatura,
aunque sea un mito sostener que no sabían literatura. Arlt escribe desde el
periodismo, el folletín y la novela rusa (Borges detestaba la novela rusa y le
gustaban, como una debilidad, sólo los folletines gauchescos); Puig escribe
desde la novela sentimental y el imaginario del cine (Borges detestaba la
novela sentimental, y le interesaba el cine, pero no a la manera de Puig: ponía
sus distancias, hacía esguinces).
Probablemente Bioy no habría sido quien fue realmente sin
Borges y a Silvina Ocampo se le reconocería una marca de originalidad muy
fuerte. Ella no fue borgeana; su escritura tiene una turbiedad, una buscada
imprecisión, una perversidad en el acople de palabras que no son borgeanas. Hay
en Silvina Ocampo una especie de rebeldía a la racionalidad formal y a la trama
bien compuesta, a la nitidez de lo complejo (la gran marca de Borges) que la
coloca siempre como una outsider. Sin Borges, Silvina Ocampo habría sido una
alternativa de primer plano, no una escritora extraña que, paradójicamente,
estuvo cerca de Borges mucho tiempo.
Algunos escritores intocados por la ausencia de Borges:
Leopoldo Marechal, por ejemplo. Poco habría cambiado. Adán Buenosayres está
escrito en absoluta contemporaneidad con los grandes relatos de Borges, pero
como si perteneciera a un sistema musical diferente, con otros tonos y escalas.
La huella de Marechal habría sido probablemente la misma. Borges y Marechal no
se escuchaban. Cortázar, en cambio, leía a Borges y declaró que quiso escribir
en la lengua que Borges usaba. Como inventor de ficciones buscó lo que Borges
rechazaba: el shock del surrealismo, el disparate de la patafísica. No estoy
muy segura de que Borges le fuera indispensable del modo en que lo fue para
Walsh o para Piglia. Lo fantástico de Cortázar no es una respuesta a Borges; es
diferente.
Sin Borges, ¿qué habría sido Saer? Su primer libro, de 1960,
En la zona, es tan borgeano como un homenaje o una ironía. Después, Saer
(lector de Borges, de los mejores) se dedica a lo suyo, como si En la zona hubiera
sido el paso necesario para mostrar que cualquiera imita a Borges, en un
momento de copia necesaria y de competencia temeraria que, una vez atravesado,
abre un territorio original. Copiar para exorcizar; copiar para ausentar.
Sin Borges, la literatura argentina no habría tenido un
capítulo "anti-Borges" donde se discutieron las implicaciones entre
figuración literaria e ideología política. AntiBorges es el título de la
recopilación, hecha por Martín Lafforgue, de esos debates. Aunque parezca una
discusión vieja, no lo es tanto y, a veces, vuelve en el momento menos pensado
(precisamente porque es el momento en que se piensa menos). Sin Borges, el
escritor de literatura fantástica más citado habría sido Cortázar, que presenta
pocos problemas ideológicos después de su conversión a la revolución cubana. La
oposición fantástico-realista habría tenido como objeto sus relatos.
Sin Borges, la teoría literaria no habría encontrado una
obra que le permitiera alcanzar una autoconciencia argentina: pensar problemas
teóricos con textos escritos acá, como si esos textos anticiparan aquellos
problemas, los adivinaran y los dejaran abiertos. Y, aunque la lengua de Arlt y
la de Saer llegan de geografías originales, sin Borges no se habría escrito en
ese castellano rioplatense límpido, tan criollo como cosmopolita, que (al revés
de los enigmas rebuscados pero banales) sólo muestra su dificultad magistral,
su desafío a la inteligencia, una vez que el lector se ha acercado a
comprenderla.
Por: Beatriz Sarlo Fuente de la noticia (La Nacion)
Fuente: Info Arenales.com
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