sábado, 29 de junio de 2019

¡Mucho gusto señor Borges!


"Circula desde siempre una suerte de leyenda en el mundillo de los lectores y es que a Borges no le entrás literariamente de motu proprio. Alguien te lo tiene que "presentar"".

Por Wendel Gietz

Viernes 21 de Junio de 2019

–Tomá. Leé. Esto a vos te va a gustar.

Así tenía que venir un amigo y decirte hace treinta años con Jorge Luis Borges. Ahora es un grande entre los grandes y lo leen hasta los taxistas de Nueva York, y me consta.

Circula desde siempre una suerte de leyenda en el mundillo de los lectores y es que a Borges no le entrás literariamente de motu propio. Alguien te lo tiene que “presentar”, como cuando éramos jóvenes y te gustaba esa mina a la que ni loco te le animabas solo. Necesitabas de alguien que te haga la pata, el gancho. Y con Borges sucede o sucedió en una época algo así.

Mi debut borgiano fue allá por el 86. Ese mismo año se moría en Ginebra y yo, con veinte recién cumplidos, me sumergía en las páginas de El Hacedor, publicado en 1960. Es acaso su mejor libro –junto con Ficciones–, con un prólogo memorable dedicado a un Lugones ya muerto, en un hipotético diálogo entre ambos en su mítico despacho de la Biblioteca Nacional. Y digo el mejor, porque él mismo así lo declaró en más de una oportunidad, y porque en ese texto están esbozados los grandes temas del universo borgiano: el valor y el coraje -atributos que declara le fueron negados y de allí las repetidas referencias a sus antepasados militares-, los sueños, el carácter ilusorio de la realidad, el mundo como un complejo laberinto de causas y efectos, y el tiempo con sus dos caras recurrentes: memoria y olvido.

También despliega en él sus géneros predilectos, como el poema, el relato y el ensayo, aunque no siempre con límites bien definidos, fiel a su estilo.

Y así como yo llegué a él de la mano de un amigo, a “Georgie” varios factores no lo ayudaron para hacerlo seductor ante el gran público argentino, sobre todo entre los jóvenes de mi época. En primer lugar vivió una larga vida (siempre fue un “viejo”, y los viejos no seducen), segundo porque escribió mucho y “difícil”, y, por último, también fueron tallando los prejuicios políticos (a nosotros, no a él). Aprensiones a los que somos tan afectos los argentinos para mezclar peras con manzanas. Que fue un “gorila”, que tomó posiciones políticas equivocadas –un mito más dice que esto fue lo que le costó el Nobel–, cuando toda lectura joven tenía, si o si, que estar comprometida con la problemática social y política del momento. O bien que se ocupaba de temas demasiado extranjerizantes, ajenos a nuestra identidad y al “ser nacional”, proclamaban violentos desde la otra punta de la rosca.

El pico del rechazo a Borges llegó al postular provocadoramente en los setenta que el libro “clásico” de los argentinos debiera ser el Facundo y no el Martín Fierro; y se intensificó en el 82 cuando en plena locura colectiva de Malvinas disparó –socarrón como siempre– que esa guerra absurda le parecía “una disputa de dos pelados por un peine”. Y reconozco que por ese comentario formé parte de la legión de argentinos que se acordó ampliamente de su madre, la abnegada Leonor Acevedo.

Pero ahora, a la sedante distancia de tres décadas de leerlo ininterrumpidamente, veo que en su momento me pudieron otras cosas de él. A medida que me emocionaba con la extrema sensibilidad del Poema de los Dones, descubría otros autores a través suyo, porque otro de sus méritos fue el de elevar la nota bibliográfica casi a género literario, me maravillaba con cuentos como La intrusa, Hombre de la esquina rosada o El Aleph. Y también descubría su costado romántico, un poco patético, en “1964”, o en los versos de “El Amenazado”, que finaliza con esa impresionante declaración universal de amor que derrite a cualquiera: “Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo”, y que reduce los mejores versos de Neruda o Benedetti a piropos de verdulería.

En fin, yo no soy un gran escritor, ni mucho menos crítico literario. Ellos sí que sufren o han sufrido su terrible sombra; el enorme peso inhibitorio de su obra monumental, porque ¡cómo escribir después de Borges?, se han preguntado muchos escritores argentinos contemporáneos y posteriores a él. El poeta Héctor Yánover, que también se sentó en el despacho de Director de la Biblioteca Nacional, lo describió como “un monstruo que ha preñado a millones”. Incluso una destacada escritora y ensayista de mucha vigencia actual fue más allá y llegó a proclamar que para “sacarse de encima a Borges” y poder seguir escribiendo decentemente había que matarlo (literariamente, claro). Cometer una suerte de parricidio de uno de los mayores estetas de las letras en lengua española desde Miguel de Cervantes a esta parte.

En cambio desde el llano, a lo sumo uno puede presumir libremente de ser un lector inquieto que disfruta a Borges cuando quiere, sin prejuicios ni temores reverenciales. Y a más de treinta años de su muerte y simultáneamente de mi descubrimiento, lo siento un fiel compañero de largas noches de insomnio, como ese amigo que me lo presentó alguna vez en forma de libro. Hoy percibo a un Borges que, con gran generosidad, me hace partícipe de su inteligencia. Y eso para mí ya es mucho.

Fuente: Diario UNO  -  Entre Ríos


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