sábado, 29 de junio de 2019

“Un escritor no debe estar pendiente de una visión de lo que superficialmente denominamos realidad”


                    Héctor Álvarez Castillo. (Imagen: Editorial Huso)

Arturo Tuya

Pocas veces en la literatura actual podemos encontrar los diálogos entre un discípulo y un genio. Mucho se esto descubrirá el lector en Camino a Babel. Conversaciones con Jorge Luis Borges (Huso Editorial, 2019), una obra clave para volver a encontrarse con la palabra de uno de los más grandes escritores de todos los tiempos, cuando el mundo celebra 120 años de su nacimiento. Nuevatribuna conversa con el autor de este documento, el escritor argentino Héctor Álvarez Castillo.

Arturo Tuya | ¿Usted llegó a Babel cuando descubrió a Borges?

Héctor Álvarez Castillo | Me atrae la metáfora de Babel, es un símbolo que nos remonta al misterio de los orígenes y en Borges es algo esencial. El lenguaje, las lenguas, nos hablan de nosotros, de nuestra historia; allí tenemos el verbo como creador y también al logos griego. Hölderlin declara que el lenguaje es la casa del ser y eso lo recoge sabiamente Heidegger. Desde allí, la carga de significado a cada vocablo se la daremos nosotros. Cada palabra que usemos -más como escritores- hace a un lado la neutralidad, somos activos hacedores. Ezra Pound -quien también marcó mi formación a los veinte años- entendía con acierto la dialéctica entre palabra y significado.

Borges, más allá de las menciones que realiza a lo largo de su obra, por ejemplo, en el cuento “La biblioteca de Babel” -que buen favor le ha hecho a Umberto Eco- siempre hizo pública su fascinación hacia las bibliotecas y, por supuesto, lo que estas simbolizan. Aún leemos los versos de “El poema de los dones” como una revelación: “yo, que me figuraba el Paraíso/ bajo la especie de una biblioteca.” Y si realizamos una exégesis borgeana, al menos superficial, no debemos obviar la mención a la colección que dirigió para el editor Franco María Ricci, que recibe el nombre de la citada narración. Y en esa fascinación, y en esa babel, conviven más de un aspecto.

    ¿Qué es Babel? Un misterio, ante todo, un misterio que nos atrae y que sospechamos que nos conecta con el lenguaje, ese don que nos hace humanos

Yendo a mi libro, debía darle un nombre; desde fines de los noventa y comienzos de este siglo pretendía publicarlo, por delante estaba la tarea de organizar fragmentos, apuntes, de pulir la escritura. Y eso no era sencillo. Contenía en el armado final dos conversaciones con Borges, un anecdotario de mis encuentros, de los que no existe otro registro que mi memoria, y a ese material se le añadía un ensayo -muy personal, por cierto- en el que me permitía hablar de autores y temas diversos. ¿Cómo llamar a esa obra? No recuerdo la forma en que surgió en mi cabeza el nombre, pero más allá de cualquier explicación considero que fue acertado. Borges, el saber, los libros, la literatura, ¿qué otra cosa es eso sino un camino y un camino, justamente, a Babel? Y, ¿qué es Babel? Un misterio, ante todo, un misterio que nos atrae y que sospechamos que nos conecta con el lenguaje, ese don que nos hace humanos. No he llegado a Babel, solo que a veces me siento más cerca, otras más lejos. Babel nos convoca, nos atrae, de alguna manera es un Oriente o la proximidad a él.

¿Qué aprende un iniciado al leer su libro?

Si debo rescatar algo, o lo primero que rescato, es que hay que animarse y hasta atreverse a tener contacto, a conversar, debemos acercarnos a los seres -en este ejemplo Borges- que consideramos esenciales con respecto a lo que amamos o nos interesa. Si nuestro acercamiento es genuino, se puede obrar el milagro. Las conversaciones y lo que refiero en Camino a Babel son una fiel muestra de esto.

Entiendo que con “iniciado” se refiere a un lector de alguna manera formado y que ha transitado la obra de Borges. Si pienso en ese lector, considero que en los diálogos va a encontrarse con un Borges casi de entrecasa, que va de un tema al otro, pero el diálogo no va a perder la frescura que tiene una conversación en la que no se debe revalidar ningún saber ni exhibir erudición. Ese Borges nos hablará de Jesús al tiempo que de Nietzsche o de Mallarmé, sin que medien más que algunos minutos entre una mención u otra. Y, con esa naturalidad, se pondrá, generosamente, a corregir un poema de mi autoría, en un gesto del que no tengo conocimiento que haya testimonio semejante. El iniciado también encontrará una colección de 64 puntos -como escaques tiene el tablero de ajedrez- en el que hablo un poco a gusto y piacere, como decimos en Buenos Aires, de lo que me interesa, relacionando distintas preocupaciones estéticas y hasta sociales, sin otra guía que el pensar. Lo que sobresale en ese corpus inicial es la figura de Borges, que irradia una centralidad que organiza tal secuencia de puntos.

    Borges se instala en las vanguardias que atraviesan Europa y desde ese intercambio de corrientes estéticas y movimientos de ruptura va diseñando ese estilo que a nosotros nos ha llevado, finalmente, o quizá fatalmente, a dedicarnos a él

¿Qué sería lo más rompedor que ofrece hoy la obra de Borges?

El fenómeno Borges no es casual, ha sido producto de muchos factores, de los que aquí no voy a dar cuenta por espacio y otros motivos. Tengo hace algunos años un libro en preparación, Borges en su casa, basado en las ocho conferencias que dicté en Casa Borges, Adrogué, donde funciona el único museo dedicado al autor de El Aleph. Esa es una de las pocas casas en la que vivió y la única que se mantiene en pie. Allí hablo con mayor profundidad y rigor del Borges publicista de su propia obra, de la conciencia que este escritor tuvo tempranamente de la necesidad -en términos actuales- de posicionarse y actuar de acuerdo a un Marketing sui generis. Él se instala en las vanguardias que atraviesan Europa -recordemos que los años de su adolescencia y primera juventud transcurren, mayormente, entre Suiza y España-, y desde ese intercambio de corrientes estéticas y movimientos de ruptura va diseñando ese estilo que a nosotros nos ha llevado, finalmente, o quizá fatalmente, a dedicarnos a él. Desde esa actitud hay ruptura y hasta picardía para ir creando su lugar -hablo de crear antes de hallar, porque Borges creó ese espacio nuevo en nuestra lengua que él era el destinado a ocupar-. Ningún otro podía con originalidad expresarse y combinar ese juego de tradiciones, sumado el plus de la creación, sino él. Borges tuvo la astucia, no sólo el talento y la capacidad, para concebir esa idea, casi en sentido platónico, que él y sólo él podía representar.

En su libro habla de dos encuentros con el genio argentino, ¿nos podría describir cada uno?

Esta pregunta me retrotrae a los dos diálogos desgrabados -mis encuentros con Borges no se limitan a esas dos ocasiones- y considero que no soy idóneo para hablar sobre ellos, una vez que esos diálogos están en la obra y de alguna manera hablan mejor de lo que yo estoy capacitado. Casi debería improvisar y soy bastante malo en ese aspecto. Pero sí puedo intentar -como lo he realizado otras veces- dirigir la atención a lo que considero esencial, el espíritu de esos encuentros y, de alguna manera, lo que me ha quedado a mí. Tengo la impresión de que este genio literario -que ya atravesaba los últimos años de su existencia- se sentía bien a mi lado. Hoy hablaríamos de empatía, quizá, y no me atrevo a definirlo más allá de esa apreciación. Puedo arriesgar que lo dejé de visitar porque los jóvenes no entienden que el tiempo de los ancianos es otro, que el tiempo que hay por delante es más delgado que el hilo de la encajera de Vermeer, y consideran que siempre resta tiempo por delante. La última oportunidad en que estuvimos juntos, luego de almorzar, regresamos a su departamento, en la calle Maipú. Veníamos conversando desde el hotel Dorá y en el ascensor -eran seis pisos- hablamos de Mark Twain. Fingió no recordar la muerte de los hijos del estadounidense. Ese dato lo había dejado indicado, por ejemplo, en su obra en colaboración Introducción a la literatura norteamericana cuando escribe “(…) la muerte de la mujer y de los hijos, el renombre, la soledad secreta y el pesimismo.” Recuerdo que me dijo que no lo sabía. A Borges le gustaban esos juegos. Luego ingresamos al departamento, nos abrió Fanny y nos permitió esos últimos minutos juntos. Se sentó en una silla, planeamos una visita, que jamás ocurrió, para la semana venidera. Quería que le leyera a algunos poetas italianos que yo había ido mencionando, Ungaretti entre ellos. No volví a llamarlo, no volví a verlo. Lo dejé en esa tarde -ya eran pasadas las 15:00 horas- sentado en su cama. Dormía en un pequeño dormitorio. Estábamos en penumbras. Ese era Borges, así vivía Borges. Sin dar paso a la emoción, entiendo que nos llevábamos bien. Lamento no haber regresado.

Para Jorge Luis Borges hasta la historia era parte de la ficción. Sin embargo, hoy en día la literatura padece de una severa crisis de realismo. Casi todo lo que se escribe pretende basarse en la realidad. ¿Cómo asume usted está visión contraria a lo que fue la literatura para Borges?

    No quedar encerrado en un pensamiento ortodoxo le dio a nuestro autor esa libertad que se ha transformado en uno de sus legados

Aun asumiendo el error, me animo a la afirmación de que Borges coincidiría con el siguiente juicio, inspirado en sus ideas y enseñanzas. Sí nosotros creemos que podemos dar cuenta de la realidad a través de una obra pretendidamente -y pretenciosamente- realista, estamos, desde el inicio, dejando afuera de la realidad más que de lo que de esa realidad trasmitimos. Y acá pienso en las mitologías, en la literatura fantástica y también en lo que él sabía ver no sólo en la teología sino también en la filosofía. No quedar encerrado en un pensamiento ortodoxo le dio a nuestro autor esa libertad que se ha transformado en uno de sus legados.

Un escritor no debe estar pendiente de una visión de lo que superficialmente denominamos realidad -tomemos la facción que de ella elijamos- porque esa realidad, por menor o mayor que sea, siempre nos excede, se nos hace agua en las manos. Su realidad debe ser su imaginación, la potencia de su pensamiento, la vitalidad de sus ideas. No debe esforzarse para dar una instantánea del mundo que lo rodea o del que le interesa, eso ya está en él y saldrá a la vida, a través de sus textos, aunque él no lo quiera. Así como el sol, la realidad no se puede tapar con una mano, pero, por cierto, hay tantas realidades como seres vivos. Y el arte, los artistas, no somos una excepción a esto. El verismo no deja de ser un límite y los límites están para ser superados.

A un lector que después de este libro quiera acercarse a la obra de Héctor Álvarez Castillo, ¿qué le diría?

    Se sabe que desde el siglo XX el género fantástico, en lo que hace al cuento, es el género privilegiado de los autores rioplatenses, y yo no podía ser una excepción al momento de narrar historias breves

Es interesante esa propuesta. ¿Qué leer primero, cómo seguir de alguna manera el itinerario de mi obra? (Esto lo pienso con el supuesto de que se ha leído Camino a Babel, en la edición definitiva que acaba de lanzar Editorial Huso.) Considero que lo mejor es acercase a mi obra poética, esa obra que en libro comencé a divulgar en el año 1985 gracias a un pequeño volumen, Amatista, 1981-1985. En él está incluido, justamente, el poema “Panta rei”, corregido junto a Borges en su departamento, acontecimiento que se relata en Camino... Desde ese libro se puede trazar un sendero poético hasta La palabra es deseo, y otros poemas, obra que ganó el Primer Premio de la Fundación “Victoria Ocampo”. También aconsejaría Ceos y la noche, antología que reúne doce ficciones que pertenecen al género fantástico y que armé con verdadero afecto. Se sabe que desde el siglo XX el género fantástico, en lo que hace al cuento, es el género privilegiado de los autores rioplatenses, y yo no podía ser una excepción al momento de narrar historias breves. Carlos Abraham ha declarado, en el prólogo que preparó para esa colección, juicios generosos -espero que acertados- que hablan con mayor sabiduría de la que yo pueda exhibir sobre mis propios textos. Vale citar estas líneas: “Pese a su variedad, están recorridos por una isotopía: la observación oblicua de su referente, la contemplación sesgada y facetada de los sucesos que historian. Ello, a la manera de un espejo deforme, genera un efecto de extrañamiento que recuerda a Kafka o a las “Instrucciones para subir una escalera” de Cortázar, en el cual un simple hecho cotidiano es expuesto de un modo novedoso y distanciado, generando nuevos sentidos y borrando el anquilosamiento de nuestra percepción. Lo cual, según algunas corrientes estéticas, es el objetivo último del arte.” Me cuesta pensar qué tan cierta es esta apreciación. En más de una ocasión he reconocido mi pésima memoria para recordar mis poemas, algunos versos, siquiera, o los argumentos y los nombres de los personajes de mis ficciones. En esa línea, las palabras de Abraham, además de sorprenderme, me abisman. Pero no niego que reafirman mi valoración sobre esa colecta fantástica en la que he puesto lo mejor que tenía como narrador.

Ceos y la noche, entiendo, es la mejor muestra de mi actual narrativa.

Fuente: Nueva Tribuna

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