sábado, 22 de febrero de 2020

Borges, el amigo de lo ajeno




Se reedita un revelador libro de Daniel Balderston, uno de los mayores especialistas en el autor de Ficciones. Analiza sus deudas hacia la obra de R.L. Stevenson.

Osvaldo Aguirre

El 18 de agosto de 1978 Ricardo Piglia anotó en su diario: “Reunión anoche en lo de Pezzoni. Estuvieron Anita Barrenechea, Pepe Bianco, Libertella, joven becario USA”. El joven en cuestión era Daniel Balderston y el tema de su beca se le había pasado por alto a la crítica literaria: la relación de la obra de Borges con la de Robert Louis Stevenson. La investigación se convirtió en una tesis, la tesis en el libro El precursor velado: R. L. Stevenson en la obra de Borges (1985), y el libro, que acaba de ser reeditado por Eduvim, en la contribución inaugural de Balderston a los estudios borgeanos.

Tres días antes de aquella reunión Balderston grabó la primera de tres entrevistas que mantuvo con Borges. “Era cuestión de llamarlo por teléfono. Estaba entusiasmado porque nadie le había preguntado sobre su lectura de Stevenson. Me conecté primero con Bianco por iniciativa de Sylvia Molloy, que le había escrito una carta. Esa noche en casa de Pezzoni conocí a Ricardo Piglia, con quien después seguí en contacto muy fluido, y a Josefina Ludmer, y como era una conversación entre amigos yo estaba de espectador”, recuerda el actual director del Borges Center y de la revista Variaciones Borges, con sede en la Universidad de Pittsburgh.

Balderston retomó en el libro la figura del precursor, acuñada por Borges en un célebre ensayo sobre Franz Kafka, y reformuló el concepto de colaboración literaria para dar cuenta de la apropiación de ideas de Stevenson –la postulación de la escena memorable como efecto de verdad en el relato, entre otras– por parte de Borges, “una de las piedras angulares de su estética”. Comenzó por hacer una lista de las 106 citas de Stevenson que contenía la obra de Borges publicada hasta el momento.

“Para identificar esas referencias tuve que leer dos veces la obra completa de Stevenson y su correspondencia”, cuenta Balderston. “Borges citó textos bastante olvidados. Por ejemplo, en la reseña de una película cita la frase ‘el turismo es un arte del desencanto’ y eso resultó estar en un libro de viajes de Stevenson por California, en la época en que esperaba el divorcio de Fanny Osbourne para casarse con ella, es decir, un texto bastante menor. Había referencias a ‘Algunos caballeros de ficción’, un ensayo donde Stevenson defiende la posibilidad de que escritores de clase media describan a personajes de alcurnia, absolutamente olvidado, de donde Borges saca la frase que recuerda muchísimas veces sobre que los personajes literarios no son personas sino meras series de palabras. Y también hay muchas citas invisibles, sin comillas, en la obra de Borges. Molloy descubrió una cita sin comillas de John Bunyan en ‘Biografía de Tadeo Isidoro Cruz’, es decir que estas asociaciones pueden estar en los lugares más inesperados”.

–¿Borges lee a Stevenson cuando no formaba parte del canon de lecturas?

–Cuando lo lee por primera vez, en la infancia, era el escritor más popular de lengua inglesa. Entre 1895 y la década de 1920 hay muchísimas ediciones de obras completas de Stevenson, pero después su reputación decae y se convierte en lectura infantil. Cuando Borges lo menciona en “La fruición literaria”, en El idioma de los argentinos, en 1928, ya había pasado de moda. Y cuando en el prólogo a Historia universal de la infamia, en 1935, dice que los textos le deben mucho a Stevenson, Chesterton y a algunas películas de von Sternberg, muy pocos habrán entendido esa relación, salvo por la presencia de piratas y malevos. En el libro argumento que había una relación mucho más profunda, con una idea sobre cómo construir historias.

–¿Por qué esa relación tan profunda pasó desapercibida para la crítica borgeana?

–Supongo que la mayor parte de los críticos habían leído La isla del tesoro y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, pero no los ensayos de Stevenson sobre literatura, y tampoco algunos textos que Borges celebra, como una novela tardía, The Wrecker, escrita en colaboración con Lloyd Osbourne sobre el naufragio de un barco en el Pacífico. El manejo del suspenso, el planteo de un enigma que solo se resuelve centenares de páginas después, le interesaron como una manera de construir la ficción. Borges decía que The Wrecker era una de las grandes novelas policiales.

–En general cuando se habla de Borges y la narrativa policial la referencia inmediata es Poe.

–Sí, pero Borges tenía en el fondo una opinión bastante negativa del estilo de Poe. De hecho, cuando él y Bioy Casares traducen “La carta robada” para Los mejores cuentos policiales, lo reducen prácticamente a la mitad, eliminan descripciones y diálogos, lo que Borges consideraba relleno y lo que le molestaba en el estilo de Poe. Celebra en cambio las novelas policiales de Wilkie Collins, la novela inconclusa de Dickens y la de Stevenson en varios textos y percibe relatos policiales en otras obras de Stevenson por ejemplo “La puerta y el pino”, de El mayorazgo de Ballantrae, que incluye en Los mejores cuentos policiales. Es decir, le interesa la manera en que Stevenson hace su versión del cuento policial, que es bastante diferente de los modos dominantes en lengua inglesa hacia fines del siglo XIX.

–¿Stevenson fue un precursor velado por el propio Borges?

–Es el único escritor al que menciona en “Borges y yo”. También lo nombra en el prólogo a La invención de Morel, entre otros textos. Se jactaba de ser su lector, aunque no estuviera de moda.

–En un pasaje señala que en Borges hay también un lector ingenuo, que insistentemente recuerda sus lecturas de infancia.

–Me basaba sobre todo en el ensayo de El idioma de los argentinos, cuando habla del entusiasmo que le producían las primeras lecturas, “los grandiosos folletines de Stevenson”, dice, y además Julio Verne, Las mil y una noches, Eduardo Gutiérrez, El estudiante de Salamanca, “los mejores goces literarios que he practicado”. Las mil y una noches y Stevenson permanecen como lecturas fundamentales para su imaginación.

–¿Cómo fue que el joven becario se convirtió en un gran especialista?

–Había quedado atrapado por Borges unos años antes. En mi último trimestre en Berkeley había seguido dos cursos del gran cervantista Luis Andrés Murillo y en la primavera de 1974 él dio un curso sobre Cervantes, Unamuno y Borges, sobre la metaficción, aunque la llamaba de otro modo. Cuando tuve la oportunidad de trabajar con Sylvia Molloy y James Irby, unos años después, ya había cierta pasión por Borges, aunque calificaría esa pasión como el interés de alguien que no sabía demasiado, todavía.

Fuente: Revista Ñ

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