Por Cristina Perez
"Shakespeare le dejó a Borges su credencial para la
biblioteca de Cambridge". Vuelvo a leer el título que imagino para mi
historia : "Shakespeare le dejó a Borges su credencial para la biblioteca
de Cambridge". Nadie puede desmentirlo. Tengo las pruebas. La teoría de la
correspondencia me indica que mi afirmación coincide con la realidad y por lo
tanto , técnicamente es verdad. Tomo de nuevo el carnet. ¿Quién es T. W.
Shakespeare? Desando en mi memoria los hechos a los que debo este hallazgo.
Presiento que alguien más está escribiendo. Entregada a mi rol de personaje
pienso en la frase de Dante: 'tú eres mi maestro y eres mi autor'. 'Borgiano,
esto es Borgiano', me digo una y otra vez.
Mi visita a Ginebra no había sido planeada. La sola mención
de esa ciudad tenía para mí otro nombre: Borges. Era domingo, y junto a mi
marido seguimos el mapa de una urbe que por momentos parece fuera del tiempo a
pesar de la precisión suiza de sus relojes. El tiempo parecía más banal que
nunca ese día. Cuando llegamos a Plain Palais, el Cementerio de los Reyes, nos
encontramos con un solar apacible que a la vez no era otra cosa que un
laberinto. No había nadie a quien preguntar y la gentileza del sol de otoño no
solucionaba la desorientación. Buscamos el número de la tumba pero desistimos:
la enigmática relación de esos números con el orden de los sepulcros sólo
evidenciaban lo fútiles que eran en ese lugar las disposiciones de esta vida.
Faltaba poco para el cierre y había sólo una tumba con
visitas. Supimos extrañamente que era la de Borges y caminamos hacia allí con
certeza de marionetas bien guiadas, en medio de reparaciones y barro luego de
una tarde de lluvia. No nos habíamos equivocado.
Quienes visitaban a Borges eran una profesora de Literatura
y una alumna que estudiaban su obra. La docente estaba encantada de poder
escuchar a gente que hablaba como en el país de Borges. Mientras yo intentaba
responder sus preguntas, mi marido prestó atención a la tumba contigua.:
"Parecen las manos de Rodin", dijo, recordando las emblemáticas
esculturas de manos del artista galo. Como por arte escénico alguien contestó
en un español claro pero con inconfundibles arrastres del francés: "Son
las manos de mi marido".
Allí conocí a Ana Simon, la esposa del celebrado actor
franco-suizo Francois Simon sepultado en la tumba contigua a la del escritor
argentino. Ella, directora de Cine y poeta no sólo había rodado el film
"Ginebra de Borges", sino que había pasado años recolectando casi con
beatitud las emotivas cartas, y objetos que la gente le dejaba a Borges
"como si fuera un Santo". Esa misma tarde y con interminable
generosidad ella nos llevó a conocer los rincones preferidos del hombre que en
el atardecer de la vida volvió al lugar donde había sido feliz en su niñez. Con
Ana nos hicimos amigas. Ella me regaló sus libros de poemas y yo comencé a
mandarle mis piezas poéticas.
A la mañana siguiente volví a la tumba y dejé un mensaje con
unos pocos versos, de Borges. Avergonzada me quedé muda en el papel sintiendo
que no podía escribirle a Borges algo mejor que sus propias líneas. Pero la
historia no había terminado.
Una mañana ya de vuelta en Madrid donde me reponía de unas
lesiones en mis hombros, un envío desde Ginebra me hizo depositaria de palabras
que no eran mías. Ana me enviaba varios de esos mensajes que los peregrinos de
la tumba de Borges dejamos como si fuera un abrazo o un agradecimiento
perdurables. El sobre de cartón con indicaciones en francés contenía decenas de
esas misivas que por esa forma secreta que tiene el azar para escribir sus
libros llegaban a mis manos. Para mi sorpresa, hasta mi propio mensaje, todavía
con tierra y un poco maltrecho volvía a mis manos. Yo me preparaba para
regresar a Buenos Aires e indudablemente esas esquelas tenían decidido volver
conmigo. Al llegar me contacté de forma inmediata con mi colega y amiga de La Nación Susana
Reynoso. Me perturbaba que no se contara la historia, porque esas cartas pedían
voz y Susana se las dio.
No estaba lejos un capítulo aún más sorprendente que
llegaría también por correo y con la aparente sencillez de los hechos
sorprendentes, que ocurren como ignorando que son milagros. Otra vez un sobre
papel madera con indicaciones en francés. Me alegró pensar que recibía noticias
de Ana. Pero había más que eso en el sobre. Algo que no era de papel se deslizó
hasta caer al suelo. Un carnet de la Biblioteca de Cambridge y más mensajes a Borges.
Entre ellos una carta de desamor rezaba: "No hay nada Borges,
absolutamente nada. Sólo el rostro de Adriana, un rostro que se olvidó de mí.
Con infinita tristeza. Con infinita veneración...C.E." Había también
programas a eventos culturales en Ginebra en los que Ana me escribía sus
líneas: 'Un joven le dejó a Borges su identificación de la Universidad' leí.
Volví a tomar el carnet de la biblioteca. Miré el rostro del joven que se había
desprendido de su carnet. Pensé que Borges se habría emocionado con tal gesto
que llegaba de una patria que consideraba propia por su ascendencia y por su
amor por la lengua inglesa. Pensé también que quienes dejaban parte de su alma
o de sus vidas allí en la tumba no se lo dejaban a un muerto, se lo dejaban a
alguien que vive. Sentí esos talismanes como una prueba de la inmortalidad.
Pero no hubo demasiado tiempo para la emoción. Seguí revisando con atención: mis
ojos pasaron del escudo de la
Universidad, a la validez del carnet , a las siglas de la
credencial, al código de barras, a la mención del King's College, hasta que al
azar volvió a asaltarme cuando leí el nombre de ese rostro: T.W. Shakespeare.
Descreída, pensé que sería el título de algún curso pero bajé a la firma: Tom
Shakespeare, se leía claramente. Volví a leerlo. Shakespeare le había dejado su
credencial de la biblioteca de Cambridge a Borges. A Borges quien se figuraba
la felicidad y el paraíso en la forma de una biblioteca. Los genios se
encontraban desde sus nombres más allá de la vida. La palabra 'genio' es una de
esas palabras para las que no alcanza la definición de los diccionarios. Sólo
se completan cuando uno menciona a la persona que con su sólo nombre explica la
genialidad.
Ese día decidí buscar a Shakespeare. Su foto me ayudaría a
no dar pasos en falso si recurría a Internet. Igualmente decidí ejercitar la
duda ante la evidencia con la que contaba. Desde Cambridge Janet Juff,
Asistente Senior del Tutor del King´s College me confirmaba que Tom Shakespeare
obtuvo su PhD -Doctorado en Filosofía - en el Kings College. Debí contarle mi
historia para obtener tal devolución. Al mismo tiempo emprendí la caza virtual.
Decidí postergar la lectura del perfil en Wikipedia. Llegué al Centro de
Investigación de Política , Etica y Ciencias de la Vida de la Universidad de
Newcastle. Voila! En el curriculum del Genetista y Sociólogo estaba la foto del
hombre que miraba desde el carnet de la Biblioteca de Cambridge.
Allí supe que Tom William Shakespeare no era sólo un cruzado
de los derechos de los discapacitados que completaba un proyecto de
investigación sobre Crecimiento Restringido, sino que él lo padecía. Volví a
Wikipedia, donde también se mencionaba su caso y que además había heredado esa
enfermedad de su padre, Sir William Shakespeare. En el obituario de Sir William
fechado el 30 de Marzo de 1996 en el diario The Independent se lo mencionaba
como un médico de renombre que había 'aceptado el desafío de padecer
acondroplasia -baja estatura por problemas de crecimiento- y había superado las
reservas de sus padres decidiendo estudiar medicina'. También contaban que
había elegido especializarse en pediatría porque 'pienso que siendo un doctor
pequeño, me hará más aceptable para ansiosos y pequeños niños'. Hijo del
Ministro de Guerra Sir Geoffrey Shakespeare , miembro del Partido Liberal y
primer barón, William anunció su casamiento en el 400 Aniversario del
nacimiento de su homónimo, William Shakespeare, el dramaturgo y su asistente en
la boda fue un amigo cercano llamado Bill Macbeth. Sí Macbeth. Para mi asombro
se hablaba allí de un lejano parentesco con el Shakespeare de Hamlet que lo
había llevado a ser miembro del la
Fundación del Teatro Globo y a participar de la ceremonia en
que se guardó una cápsula del tiempo en la bóveda del teatro donde el bardo
ponía sus obras en escena. ¡Lejano parentesco! La historia me llevaba pero
faltaba encontrar a Tom.
Llamé con seguridad a la Universidad de
Newcastle pero la respuesta me desilusionó. "Ya no trabaja aquí".
Seguí vagabundeando sin destino en internet. Escribir Tom William Shakespeare en el Google devuelve una observación:
¿quiso decir William Shakespeare? . No. Quise decir Tom William Shakespeare. El
segundo intento me llevó a Facebook. Yo no tenía perfil en Facebook hasta 5
minutos después. Otra vez la foto del carnet pero a cuerpo entero. En un banco
con sonrisa amigable y su baja estatura luciendo anecdótica había dado con Tom
William Shakespeare. Decidí escribirle. "Estimado Dr. Shakespeare, Tal vez
usted encuentre extraño este mensaje. (...) Si usted visitó la tumba de nuestro
querido Borges en Ginebra, estoy segur de que entenderá por qué lo estoy
contactando. (...) Prefiero no añadir las razones que me llevan a buscarlo
hasta que usted no confirme su identidad en caso de que éste no sea un perfil
oficial".
La respuesta no demoró. "Sí visité la tumba de Borges
en Ginebra. Fue uno de los primeros lugares que visité allí. Soy un gran
admirador de su obra". Con su respuesta no dudé en abrir mis cartas:
"Dr. Shakespeare, Verá , esto es muy curioso..." Le conté de Ana
Simon, de los mensajes en la tumba y de su carnet de la Biblioteca de Cambridge
que yo tenía frente a mí. Le referí que preparaba 3 conferencias sobre poesía
en la Feria del
Libro y que me había parecido poético relatar a la audiencia que Shakespeare le
había dejado su carnet de la
Biblioteca de Cambridge a Borges pero que como periodista
había sentido la pulsión imparable de buscar a la persona real y que eso me
había llevado a buscarlo. "Estaría muy agradecida de saber si usted dejó
su carnet allí , por qué lo hizo o si simplemente lo perdió" . Si decidió
dejarlo voluntariamente me gustaría saber qué piensa de esta causalidad que yo
encuentro definitivamente borgiana. Es que su carnet estaba en Buenos Aires.
Esperé casi dos días la respuesta y no ganó mi escepticismo. Tom William
Shakespeare no había perdido su carnet allí: "Hubiera querido llevar
flores a la tumba pero tenía mis manos vacías. Sentí fuertemente que necesitaba
dejarle algo a Borges y todo de lo que disponía en mi billetera era mi viejo
carnet de la Bibioteca
de Cambridge, una de las más fabulosas del mundo. Sabiendo que Borges era
bibliotecario y sabiendo de su admiración y afecto por Shakespeare, sentí
apropiado deslizarla en la tierra al lado de la tumba. Me alegra que usted haya
sentido esto como un gesto Borgiano. Así percibo yo su esfuerzo de
buscarme".
Había encontrado a Shakespeare. Shakespeare había encontrado
a Borges. Quise saber más y él respondió.
Me contó que lo había llevado a Ginebra su nuevo trabajo de
consultor de la
Organización Mundial de la Salud y que allí había entablado un romance con
una colega. El primer fin de semana que habían compartido juntos visitaron la tumba
de Borges. "Yo estaba muy interesado en la lápida porque en la Universidad de
Cambridge había estudiado Anglosajón, lenguas Nórdicas y Celta". Recordé
el regocijo de Borges cuando ya gozando de poca visión encontró como uno de los
dones de la ceguera el estudio del Anglosajón. Mi intercambio con Tom continuó
y pronto supe que hacía meses había quedado parapléjico. Sentí enorme
pesadumbre, y así se lo hice saber. Me respondió con un coraje entrenado por la
adversidad. Le referí a alguien mi historia en esos días. Pensó que como
nuestro Borges, Tom también estaba "limitado por una realidad
física". Pensé que a fin de cuenta todos lo estamos.
En un próximo mail Tom me sorprendió enviándome un libro
inédito en el que rastrea los legados de su familia, desde los objetos que
pasaron de generación en generación hasta los genes mismos y sus misteriosos
caminos . No sin ironía frente a su enfermedad, el libro se llama Una Herencia
No Pequeña y refiere tanto su pesquisa genética como las implicancias de
llamarse Shakespeare en la vida de una persona. "Nada puede llamarse
deforme excepto la crueldad. La belleza es la virtud": con esa cita de
Noche de Reyes comienza el capítulo II mientras el IV está dedicado a las
posibles conexiones genéticas de la familia de Tom con William Shakespeare, el
dramaturgo.
En una respuesta que demoró una semana William Hunt Oficial
a cargo del Colegio de Armas del Reino Unido en la semana del 11 de mayo de
2009, me confirmó que "los barones Shakespeare descienden de Humphrey
Shakespeare quien se casó en 1649 aunque las conexiones con la familia del
dramaturgo se mantienen no probadas". A esta misma conclusión había
llegado Tom aunque el rastrillaje genealógico de otro descendiente de un
Shakespeare lo llevó a un posible tronco común según el cuál la clave fue
"Adam Shakespeare , ancestro de todos nosotros -los Shakespeare - y cuyo
origen se remonta a 1389". Si la hipótesis del ancestro común fuera cierta
Tom y William Shakespeare serían algo así como primos lejanos. El "alma de
una era" como llamó Ben Jonson al gran poeta inglés de todos los tiempos,
nació el 23 de Abril de 1564, en el celebrado Siglo XVI.
"Lamento que no se mencione a Borges" en este
libro, me advirtió Tom, aunque leyendo sus páginas observé no sin maravillarme
que al encontrar finalmente la tumba de sus tíos, John y Hannah Shakespeare
camino a Stratford donde nació el bardo, "no por primera vez en mis viajes
deseé haber tenido flores para dejar allí". Eso también le había pasado
ante la tumba de Jorge Luis Borges.
No sólo el pasado sino también el presente reserva una
paradoja para Tom Shakespeare. Padre de, Ivy y Robert, nunca logró que sus
hijos aceptaran llevar su apellido. "Yo les pasé mis genes, heredaron mi
discapacidad y tal vez ecos de mi personalidad pero yo soy el punto en el que
esta línea de Shakespeares termina".
Así, el último de los Shakespeare de una familia del Siglo
XVII, fue quien llegó a la tumba de un escritor argentino que vivió más de 350
años después y para quien "Nadie fue tantos hombres como aquél
hombre..." refiriéndose a William Shakespeare en la magistral biografía
borgiana del bardo llamada Everything and Nothing. El último de un linaje llegó
para encontrar a los genios con la credencial de una biblioteca, o del paraíso.
Ahora está escrito. .
Fuente : LaNacion.com
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