por Belén Gache
Atrapados por el
zahir
En el cuento “El Zahir”, un Jorge Luis Borges narrador
encuentra por azar una moneda de 20 céntimos, moneda común en la Argentina de los años
30, momento en que transcurre la historia. A simple vista, se trata de una
moneda más, igual a todas las de su clase. Pero en realidad es una pieza
especial: se trata de un “un zahir”. El encuentro con este objeto cambiará la
vida del personaje ya que comienza a obsesionarse cada vez más con él, al punto
de no poder pensar en ninguna otra cosa. Consciente de su obsesión, busca
desprenderse de la moneda y lo consigue. Pero esto no ayuda a su estado. Puesto
a investigar, encuentra un libro -las Urkunden zur Geschichte der Zahirsage
(Documentos y leyendas sobre la historia del Zahir), de Julius
Barlach *-, que parece explicar su progresiva enajenación.
El texto habla de los “zahires”,
concepto tomado del folklore islámico del sXVII. Se trata de objetos que
atrapan a quien los contempla hasta el punto de borrar de su mente todo cuanto
no sea ellos mismos. Este concepto, que en el islam remite al aspecto exterior,
exotérico de lo religioso, en oposición a batin (su aspecto interior,
esotérico), es recreado por Borges en su cuento en la forma de una moneda que
genera una suerte dependencia, obsesión que arrastra a la persona lejos de todo
lo demás que le rodea y consume sus pensamientos.
Monedas famosas
La idea de esta moneda, que es un zahir, le hace reflexionar
a Borges sobre otras monedas famosas. El texto cita un conjunto de estas, cada
una de las cuales ha sido especial a su manera:
“Pensé que no hay
moneda que no sea símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la
historia y la fábula. Pensé en el óbolo de Caronte; en el óbolo que pidió
Belisario; en los treinta dineros de Judas; en las dracmas de la cortesana
Laís; en la antigua moneda que ofreció uno de los durmientes de Éfeso; en las
claras monedas del hechicero de las 1001 Noches, que después eran círculos de
papel; en el denario inagotable de Isaac Laquedem; en las sesenta mil piezas de
plata, una por cada verso de una epopeya, que Firdusi devolvió a un rey porque
no eran de oro; en la onza de oro que hizo clavar Ahab en el mástil; en el
florín irreversible de Leopold Bloom; en el luis cuya efigie delató, cerca de
Varennes, al fugitivo Luis XVI. Como en un sueño, el pensamiento de que toda
moneda permite esas ilustres connotaciones me pareció de vasta, aunque
inexplicable, importancia. ”
Detengámonos aquí en algunas de ellas. El óbolo de Caronte
remite a las monedas que eran colocadas bajo la lengua de los difuntos en la Antigua Grecia y
que les permitía pagar por sus servicios al barquero Caronte en su cruce por el
rio Aqueronte. El óbolo de Belisario, por su parte, remite a la moneda que por
piedad se entregaba a este general cuya trágica vida que había sido
traicionado, hecho prisionero injustamente e incluso había sido cegado por
orden de Justiniano. Las 60.000 piezas de plata de Firdusi estaban destinadas a
pagar los 60.000 versos escritos por el poeta en su famosa epopeya, pero a la
vez connotaban el desprecio del sultán por no sentirse identificado en el texto
y la humillación y ofensa del bardo al encontrar que estas monedas no eran de
oro, tal como se le había prometido. El florín de Leopold Bloom representa un
objeto entre muchos, una moneda entre muchas, que ha sido singularizada, ha
sido marcada como especial y ha sido puesta a circular esperándose su vuelta
aunque, perdida en el océano de sus iguales, nunca ha retornado. En cuanto al
luis de oro, la moneda con el retrato del rey mediante la cual Jean-Baptiste
Drouet reconoció a Luis XVI cuando este y su familia pretendían huir de París,
representa tanto la vanidad del rey como su perdición.
El doblón de Ahab merece un especial comentario. Había sido
clavado en el mástil del Pequod por el capitán Ahab, quien lo había prometido
como recompensa al primer miembro de su tripulación que avistara a la ballena
Moby Dick. Este era examinado por los diferentes miembros de la tripulación,
cada uno de los cuales le proporcionaba un significado distinto. El doblón
repite, en el deseo de los tripulantes, la obsesión de Ahab por capturar a la
ballena. Así, Melville basa su novela en un
entramado de ambiciones, anhelos, esperanzas.
Como vemos, cada una de estas monedas vehiculiza una
determinada historia. Unas son resguardo en la ultratumba, otras intentan
mitigar desgracias, otras son degradantes, otras traicioneras, otras utópicas.
A cada una se le asigna un determinado rol, un determinado significado en el
deseo de los protagonistas de cada relato. Sin embargo, todas ellas son iguales
entre sí, pedazos de metal indistinguibles unos de otros, idénticos a los de
las otras historias, meros instrumentos sin cualidades propias, desprovistos de
valor subjetivo, intercambiables.
Ecuaciones semánticas: dinero=otra cosa; dinero=todo;
dinero=nada; dinero=dios; dios=nada
“Insomne, poseído,
casi feliz, pensé que nada hay menos material que el dinero, ya que cualquier
moneda es, en rigor, un repertorio de futuros posibles. El dinero es abstracto,
repetí, es tiempo futuro.”
En el cuento, Borges hace hincapié en la cualidad proteica
del dinero. Una moneda en sí misma no es nada, es pura potencialidad, es signo
vacío esperando ser cambiado por otra cosa y luego por otra y por otra. Es
precisamente esta cualidad de signo abstracto lo que fascina en el dinero, no
su materialidad ni la percepción de su relación con la fuerza o el poder. Jean
Baudrillard sostenía en su Crítica de la economía política del signo, la manera
en que el dinero funciona como una especie de varita mágica que simboliza la
libertad dada por la completa potencialidad de lo que aun no es nada pero puede
llegar a convertirse en cualquier cosa que se desee en cualquier momento.
El relato da cuenta de las transformaciones que ha sufrido
el zahir, evidenciando un paralelismo entre las características metamórficas
del dinero y las de este particular objeto de deseo:
“En Guzerat, a
fines del siglo XVIII, un tigre fue Zahir; en Java, un ciego de la mezquita de
Surakarta, a quien lapidaron los fieles; en Persia, un astrolabio que Nadir
Shah hizo arrojar al fondo del mar; en las prisiones de Mahdí, hacia 1892, una
pequeña brújula que Rudolf Carl von Slatin tocó, envuelta en un jirón de
turbante; en la aljarra de Córdoba, según Zotenberg, una veta en el mármol de
uno de los mil doscientos pilares; en la judería de Tetuán, el fondo de un
pozo.”
En el libro Capitalismo y esquizofrenia, Gilles Deleuze y
Felix Guattari analizan al dinero en tanto flujo desterritorializado y no
codificado. “El dinero representa una cantidad abstracta independiente de
cualquier naturaleza cualitativa”, dirán. Al momento en que transcurre la
historia, el zahir es una moneda de veinte céntimos igual a todas las monedas
de su clase, múltiple, intercambiable, indiferente, neutra, meramente
utilitaria. Pero esta moneda, se ha convertido en un objeto singular. Una
singularidad tan acentuada que llevará a su poseedor a la obsesión y a la
locura.
Borges señala en este relato lo excepcional dentro de lo
nimio, lo distinto dentro de lo igual, lo particular dentro de lo trivial y en
esto su cuento se convierte en la metáfora misma del enamoramiento.
Como protagonista del cuento, encuentra su zahir
inmediatamente después de haber muerto Teodelina, la mujer de la cual estaba
enamorado y que, de hecho, no le correspondía. Ella era su amor imposible.
Teodelina, a su vez, es presentada como una persona que vivía obsesionada por
estar constantemente a la moda, lo cual le resultaba angustiosamente imposible
ya que la moda, por definición, es lo constantemente cambiante. Pero hay algo
más: el nombre Teodelina significa, en griego, “dios hecho visible” (de Teo=
dios y dilos=visible). Así ella es un sinónimo de zahir, concepto que, como
vimos, en el islam refiere a aspecto exterior, exotérico de lo religioso. El
protagonista simplemente ha cambiado una “visibilidad de dios” por otra. Y es
que en el fondo, toda pasión refiere a objetos cambiante, todos ellos, en
definitiva, igualmente ilusorios. Arthur Schopenahuer, el filósofo que más ha
influenciado a Borges*, señalaba en su tratado Die Welt als Wille und
Vorstellung (El mundo como voluntad y representación), que el deseo es, en
última instancia, la voluntad de encontrarle un sentido a la existencia cuando
la existencia en realidad no tiene ningún sentido. El mismo mundo no es sino
deseo constantemente insaciable, constantemente cambiante y, a la vez,
constantemente insatisfecho. La frase final del cuento reza: “Quizá detrás de la
moneda esté Dios”. El protagonista presiente que la sabiduría consiste
precisamente en la conciencia de que el deseo es un mero impulso ciego e
inútil.
* se trata de un libro ficcional inventado por el mismo
Borges, al igual que su autor, Julius Barlach.
*La fascinación de Borges por Schopenahuer comenzó desde muy
joven, al leer en la casa de su padre, en Suiza, durante la Primera Guerra
Mundial, los textos del filósofo alemán. Tal como lo confiesa el propio Borges,
incluso llegó a aprender alemán a principal fin de leer al filósofo en su
idioma originario. En su Ensayo autobiográfico
(Madrid, Emecé, 1999), rinde su homenaje al filósofo: “Si hoy tuviera
que elegir un filósofo en particular, lo elegiría a él. Si la adivinanza del
mundo pudiese ponerse en palabras, creo que estas palabras serían escritas por
Schopenahuer.”
Fuente : Psychoeconomy
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