René Sánchez García
Cuatro fueron sólo
algunas de las pasiones más importantes que en vida desarrolló Jorge Luis
Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986), ser: lector, escritor, docente y
conferencista sobre temas literarios. La infinidad de sus trabajos escritos
(poesía, cuento, relato, ensayo, novela, artículo, etcétera) publicados, los
realizó sintiendo una necesidad íntima por hacerlo, nunca por encargo. Sus
variados temas que abordó a lo largo de su trayectoria nunca los buscó, dejó
siempre que los temas lo buscaran a él, de allí que afirmara que su actitud de
escribir fue siempre ilógica y mágica. Sus críticos a su escritura la llamaron
fantástica, pues al decir de José Emilio Pacheco, “esa realidad no puede ser
entendida ni descrita, sólo imaginada”. Sus teóricos coinciden en señalar que
las ficciones de Borges nos hacen intuir la parte oculta de la realidad y nos
devuelven la capacidad de ver el mundo como algo inédito. O bien, que la
satisfacción que produce leer a Borges no reside tanto en la solución de un
enigma como en la dimensión misteriosa que le da a las cosas vulgares.
Muchos de sus trabajos escritos resultan un tanto difíciles
de leer y comprender. Los analistas de su obra aseguran que lo anterior se
debió a que Borges fue siempre fiel a sus fantasmas (laberintos, brújulas,
máscaras, espejos, tiempo, eternidad, vida, muerte, tigres, cuchillos, libros,
pero sobre todo, sus sueños y la progresiva ceguera que siempre lo
persiguieron). Supersticiones que siempre avergonzaron al escritor, desde su
temprana infancia hasta su muerte y que nunca pudo superar, pese a que mediante
la lectura y escritura trató de evitarlas. Aunque Borges siempre mencionó que
escribió del modo más sencillo posible, lo cierto es que cuando lo hacía,
utilizaba casi a menudo dos argumentos: uno falso y otro auténtico, así como
personajes imaginarios y reales, lo cual terminaba por confundir. Más aun,
porque muchos de sus escritos están llenos, no sólo de dimensiones filosóficas,
éticas y religiosas, sino porque al leerlas, encontramos imágenes, metáforas,
ironías, sátiras y hasta un fino humor al momento de injuriar tanto al yo como
al otro.
Los conocedores de la obra borgeana aseguran que el
argentino nunca aprovechó la riqueza de la lengua española, no sólo por la gran
influencia que ejercieron en su obra escrita los clásicos griegos y los autores
ingleses; sino también porque a los personajes de sus cuentos, novelas y
relatos los hacía expresar de una manera oral original, esto es, haciéndolos
hablar de acuerdo con su ambiente y cultura, pasada o futura. Borges alguna vez
expresó: “Dije que no quería aprovechar ninguna riqueza, soy un hombre moderno
y quiero expresarme de un modo lúcido e inteligible. Yo creo que esa idea de
escribir con todo el diccionario es un error”. Y todo esto de alguna manera lo
reafirma Luis Landero, cuando expresa: “Yo sospecho que Borges sabe tanto de
teología, filosofía o lingüística como de pulperías, compadritos, esquinas
rosadas, guapos y prostíbulos. Su saber es ante todo poético y se nutre a
menudo de vislumbres y pálpitos. De la misma manera que su poesía es una
prolongación imaginaria del conocimiento, y gran parte de su obra es el
producto de ese coloquio equívoco entre el corazón y el intelecto”.
Para elegir o seleccionar a sus personajes, Borges utilizó
por lo regular dos métodos. El principal, los nombres de sus abuelos,
bisabuelos y demás; el otro, nombres que por algún motivo le impresionaron. Lo
cierto es que sus relatos escritos están llenos de nombres, lugares, fechas,
autores, libros, animales, situaciones y acontecimientos extraños, muchos de
los cuales son producto de su inventiva e imaginación y lo hizo “para que la
gente no descubriera que son más o menos datos autobiográficos”. Este escritor
sostuvo que las cosas que se dicen en literatura eran casi siempre las mismas y
que lo más importante es la manera nueva de decirlo. Asimismo, que lo
fundamental es la carga de pasión del pensamiento que se trasmite a través del
lenguaje “y diría, a veces a pesar del lenguaje”. El ideal estético de Borges
fue meter el mundo, o al menos un buen pedazo de él, en la secuencia mágica de
unas breves palabras, dice Landero. Todo esto con la intención de rebasar las
fronteras entre lo real y lo imaginario, convertir el acto de escribir en algo
dinámico y sustancia al acto de leer e interpretar, y nombrar el Universo con
las palabras.
Quien fuera director de la Biblioteca Nacional
de Buenos Aires en 1955, sintió mayor presencia por la poesía y el cuento que
por los otros géneros que también desarrolló a lo largo de casi medio siglo.
Sobre la poesía mencionó que ésta no tenía nada que ver con la inteligencia o
la sabiduría, más bien, tiene su naturaleza propia o algo en sí misma. “En la
poesía, el punto de partida tiene que ser la emoción. Ahora —continúa diciendo—
que la meta puede ser la belleza u otra, como concentrar hermosas palabras”.
Sobre el cuento, nuestro autor dijo que siempre estaba por lo regular
escribiendo el mismo cuento, sólo que con tres o cuatro argumentos distintos, a
los que sometía a tratamientos distintos, con una inflexión también distinta,
“pero sobre todo en otras circunstancias y luego, ya son nuevos”. Nunca se
sintió seguro ni de sus poemas ni de sus cuentos publicados, por ello aclaró en
alguna ocasión: “A las palabras poeta y escritor no hay que darles adjetivos”.
La pasión por ser escritor, así como los autores que
prefirió, los que leyó y los que nunca pudo leer, las transmitió a los jóvenes
mediante su labor docente, a quienes recomendó escribir sólo cuando sintieran
esa necesidad íntima de hacerlo y sin ese apresuramiento por publicar. Así como
nunca descreer de lo que se escribe, pues de esa manera difícilmente se podrá
esperar que le crean sus futuros lectores. Nada de lo que escriben los jóvenes
es tonto, obvio o común, toda esa escritura inicial donde plasman sus ideas,
buenas o malas, sólo deben ser expresadas con sencillez. “No creo que un autor
deba meterse con su propia obra. Debe dejar que la obra se escriba”.
Y para quienes sienten esa necesidad de expresarse de forma
escrita les recomendaba corregir muchísimas veces los borradores, diez, doce
veces. Dejar el manuscrito por un tiempo, al releerlo al cabo de quince días,
se encontrarán errores y repeticiones que deben evitarse. Borges expresaba a
sus alumnos: “A veces me viene un soneto. Mentalmente lo escribo. Mido. Y se va
al papel. Luego a un cajón. Por un mes. Pulo. Hago como Kipling. Corrijo y
escribo. Tacho, elimino y reescribo”. Y continúa diciendo: “Creo que lo que
escribo actualmente tiene siempre cierto nivel y que no puedo mejorarlo mucho
ni tampoco arruinarlo mucho. En consecuencia, lo dejo en paz, me olvido y
pienso en lo que estoy haciendo en este momento frente a ustedes”.
Recordemos que por mucho tiempo Borges fue criticado y
repudiado en su propia patria, debido a su postura en contra a la forma en que
era gobernado su país, asunto que influyó para no alcanzar nunca el Nobel de
Literatura. Sobre esto alguna vez comentó: “El escrito debe ser juzgado por el
placer que da y por las emociones que produce. En cuanto a las ideas, después
de todo no es muy importante si un escritor tiene una u otra opinión política,
porque la obra saldrá bien a pesar de ellas”. Para él, no era lo mismo escribir
que hablar, pues para escribir tenía más tiempo para reflexionar y corregir; en
tanto que al hablar se dejaba llevar sólo por los comentarios que a sus oídos
llegaban, sin poder comprobar nada a través de su vista. “No puedo leer ni
escribir, qué otra cosa me queda sino vivir soñando, planeando, haciendo
borradores mentales”.
El autor de Ficciones, El Aleph, El libro de arena, El
informe de Brodie, entre otras obras más, así como también crítico, traductor,
editor y hasta guionista cinematográfico, mencionaba muy a menudo, que después
de casi medio siglo de vida literaria: “lo único que he logrado es que la gente
me reconozca por la calle, o sea, lo que nunca me había propuesto”. Dijo ser el
primer asombrado por su renombre literario logrado, reconociendo que los imitadores
son siempre superiores a los maestros, pues sus trabajos escritos publicados
son mejores, hechos de manera más inteligente y con mayor tranquilidad, por
ello, “ahora cuando escribo, trato de no parecerme a Borges, porque hay mucha
gente que lo hace mejor que yo”. Algunas veces confesó sus temores de que lo
declararan impostor o chapucero, o bien que se dieran cuenta alguna vez que no
era escritor. Pero lo cierto es que él no podía vivir sin escribir y “si no
escribo siento una especie de remordimiento”.
Termino esta recopilación de comentarios con unas palabras
de José Emilio Pacheco acerca de Borges: “…y sin embargo cada lectura es única,
hay un Borges distinto para cada persona que lo lee. Si volvemos al libro suyo
que leímos ayer, ahora será diferente”. A título personal considero que la
clave a lo expresado por José Emilio está en lo que el mismo Borges alguna vez
expresó: “Escribir es plagiar, a conciencia o sin proponérselo. La única
explicación de este robo interminable, comenzado hace treinta mil años, es
inventar autores que no existen y atribuirles lo que no escribieron”.
Fuente : Siempre – Presencia de México
Que maravilha de blog!
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