lunes, 1 de junio de 2015

Escribir, según Jorge Luis Borges



 
René Sánchez García

 Cuatro fueron sólo algunas de las pasiones más importantes que en vida desarrolló Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986), ser: lector, escritor, docente y conferencista sobre temas literarios. La infinidad de sus trabajos escritos (poesía, cuento, relato, ensayo, novela, artículo, etcétera) publicados, los realizó sintiendo una necesidad íntima por hacerlo, nunca por encargo. Sus variados temas que abordó a lo largo de su trayectoria nunca los buscó, dejó siempre que los temas lo buscaran a él, de allí que afirmara que su actitud de escribir fue siempre ilógica y mágica. Sus críticos a su escritura la llamaron fantástica, pues al decir de José Emilio Pacheco, “esa realidad no puede ser entendida ni descrita, sólo imaginada”. Sus teóricos coinciden en señalar que las ficciones de Borges nos hacen intuir la parte oculta de la realidad y nos devuelven la capacidad de ver el mundo como algo inédito. O bien, que la satisfacción que produce leer a Borges no reside tanto en la solución de un enigma como en la dimensión misteriosa que le da a las cosas vulgares.

Muchos de sus trabajos escritos resultan un tanto difíciles de leer y comprender. Los analistas de su obra aseguran que lo anterior se debió a que Borges fue siempre fiel a sus fantasmas (laberintos, brújulas, máscaras, espejos, tiempo, eternidad, vida, muerte, tigres, cuchillos, libros, pero sobre todo, sus sueños y la progresiva ceguera que siempre lo persiguieron). Supersticiones que siempre avergonzaron al escritor, desde su temprana infancia hasta su muerte y que nunca pudo superar, pese a que mediante la lectura y escritura trató de evitarlas. Aunque Borges siempre mencionó que escribió del modo más sencillo posible, lo cierto es que cuando lo hacía, utilizaba casi a menudo dos argumentos: uno falso y otro auténtico, así como personajes imaginarios y reales, lo cual terminaba por confundir. Más aun, porque muchos de sus escritos están llenos, no sólo de dimensiones filosóficas, éticas y religiosas, sino porque al leerlas, encontramos imágenes, metáforas, ironías, sátiras y hasta un fino humor al momento de injuriar tanto al yo como al otro.

Los conocedores de la obra borgeana aseguran que el argentino nunca aprovechó la riqueza de la lengua española, no sólo por la gran influencia que ejercieron en su obra escrita los clásicos griegos y los autores ingleses; sino también porque a los personajes de sus cuentos, novelas y relatos los hacía expresar de una manera oral original, esto es, haciéndolos hablar de acuerdo con su ambiente y cultura, pasada o futura. Borges alguna vez expresó: “Dije que no quería aprovechar ninguna riqueza, soy un hombre moderno y quiero expresarme de un modo lúcido e inteligible. Yo creo que esa idea de escribir con todo el diccionario es un error”. Y todo esto de alguna manera lo reafirma Luis Landero, cuando expresa: “Yo sospecho que Borges sabe tanto de teología, filosofía o lingüística como de pulperías, compadritos, esquinas rosadas, guapos y prostíbulos. Su saber es ante todo poético y se nutre a menudo de vislumbres y pálpitos. De la misma manera que su poesía es una prolongación imaginaria del conocimiento, y gran parte de su obra es el producto de ese coloquio equívoco entre el corazón y el intelecto”.

Para elegir o seleccionar a sus personajes, Borges utilizó por lo regular dos métodos. El principal, los nombres de sus abuelos, bisabuelos y demás; el otro, nombres que por algún motivo le impresionaron. Lo cierto es que sus relatos escritos están llenos de nombres, lugares, fechas, autores, libros, animales, situaciones y acontecimientos extraños, muchos de los cuales son producto de su inventiva e imaginación y lo hizo “para que la gente no descubriera que son más o menos datos autobiográficos”. Este escritor sostuvo que las cosas que se dicen en literatura eran casi siempre las mismas y que lo más importante es la manera nueva de decirlo. Asimismo, que lo fundamental es la carga de pasión del pensamiento que se trasmite a través del lenguaje “y diría, a veces a pesar del lenguaje”. El ideal estético de Borges fue meter el mundo, o al menos un buen pedazo de él, en la secuencia mágica de unas breves palabras, dice Landero. Todo esto con la intención de rebasar las fronteras entre lo real y lo imaginario, convertir el acto de escribir en algo dinámico y sustancia al acto de leer e interpretar, y nombrar el Universo con las palabras.

Quien fuera director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires en 1955, sintió mayor presencia por la poesía y el cuento que por los otros géneros que también desarrolló a lo largo de casi medio siglo. Sobre la poesía mencionó que ésta no tenía nada que ver con la inteligencia o la sabiduría, más bien, tiene su naturaleza propia o algo en sí misma. “En la poesía, el punto de partida tiene que ser la emoción. Ahora —continúa diciendo— que la meta puede ser la belleza u otra, como concentrar hermosas palabras”. Sobre el cuento, nuestro autor dijo que siempre estaba por lo regular escribiendo el mismo cuento, sólo que con tres o cuatro argumentos distintos, a los que sometía a tratamientos distintos, con una inflexión también distinta, “pero sobre todo en otras circunstancias y luego, ya son nuevos”. Nunca se sintió seguro ni de sus poemas ni de sus cuentos publicados, por ello aclaró en alguna ocasión: “A las palabras poeta y escritor no hay que darles adjetivos”.

La pasión por ser escritor, así como los autores que prefirió, los que leyó y los que nunca pudo leer, las transmitió a los jóvenes mediante su labor docente, a quienes recomendó escribir sólo cuando sintieran esa necesidad íntima de hacerlo y sin ese apresuramiento por publicar. Así como nunca descreer de lo que se escribe, pues de esa manera difícilmente se podrá esperar que le crean sus futuros lectores. Nada de lo que escriben los jóvenes es tonto, obvio o común, toda esa escritura inicial donde plasman sus ideas, buenas o malas, sólo deben ser expresadas con sencillez. “No creo que un autor deba meterse con su propia obra. Debe dejar que la obra se escriba”.

Y para quienes sienten esa necesidad de expresarse de forma escrita les recomendaba corregir muchísimas veces los borradores, diez, doce veces. Dejar el manuscrito por un tiempo, al releerlo al cabo de quince días, se encontrarán errores y repeticiones que deben evitarse. Borges expresaba a sus alumnos: “A veces me viene un soneto. Mentalmente lo escribo. Mido. Y se va al papel. Luego a un cajón. Por un mes. Pulo. Hago como Kipling. Corrijo y escribo. Tacho, elimino y reescribo”. Y continúa diciendo: “Creo que lo que escribo actualmente tiene siempre cierto nivel y que no puedo mejorarlo mucho ni tampoco arruinarlo mucho. En consecuencia, lo dejo en paz, me olvido y pienso en lo que estoy haciendo en este momento frente a ustedes”.

Recordemos que por mucho tiempo Borges fue criticado y repudiado en su propia patria, debido a su postura en contra a la forma en que era gobernado su país, asunto que influyó para no alcanzar nunca el Nobel de Literatura. Sobre esto alguna vez comentó: “El escrito debe ser juzgado por el placer que da y por las emociones que produce. En cuanto a las ideas, después de todo no es muy importante si un escritor tiene una u otra opinión política, porque la obra saldrá bien a pesar de ellas”. Para él, no era lo mismo escribir que hablar, pues para escribir tenía más tiempo para reflexionar y corregir; en tanto que al hablar se dejaba llevar sólo por los comentarios que a sus oídos llegaban, sin poder comprobar nada a través de su vista. “No puedo leer ni escribir, qué otra cosa me queda sino vivir soñando, planeando, haciendo borradores mentales”.

El autor de Ficciones, El Aleph, El libro de arena, El informe de Brodie, entre otras obras más, así como también crítico, traductor, editor y hasta guionista cinematográfico, mencionaba muy a menudo, que después de casi medio siglo de vida literaria: “lo único que he logrado es que la gente me reconozca por la calle, o sea, lo que nunca me había propuesto”. Dijo ser el primer asombrado por su renombre literario logrado, reconociendo que los imitadores son siempre superiores a los maestros, pues sus trabajos escritos publicados son mejores, hechos de manera más inteligente y con mayor tranquilidad, por ello, “ahora cuando escribo, trato de no parecerme a Borges, porque hay mucha gente que lo hace mejor que yo”. Algunas veces confesó sus temores de que lo declararan impostor o chapucero, o bien que se dieran cuenta alguna vez que no era escritor. Pero lo cierto es que él no podía vivir sin escribir y “si no escribo siento una especie de remordimiento”.

Termino esta recopilación de comentarios con unas palabras de José Emilio Pacheco acerca de Borges: “…y sin embargo cada lectura es única, hay un Borges distinto para cada persona que lo lee. Si volvemos al libro suyo que leímos ayer, ahora será diferente”. A título personal considero que la clave a lo expresado por José Emilio está en lo que el mismo Borges alguna vez expresó: “Escribir es plagiar, a conciencia o sin proponérselo. La única explicación de este robo interminable, comenzado hace treinta mil años, es inventar autores que no existen y atribuirles lo que no escribieron”.

Fuente : Siempre – Presencia de México

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