Marcelo Simonetti
Lo escribieron a cuatro manos, Jorge Luis Borges y Adolfo
Bioy Casares. Uno, Borges, no podía entender el fervor que el fútbol despertaba
en la gente: veintidós hombres corriendo de manera estúpida detrás de un balón.
El otro, Bioy, prefería el tenis. Aun así, una noche cualquiera de 1967 se
impusieron la tarea de escribir un cuento en el que el fútbol fuera una
cuestión capital dentro de la historia. Entonces nació Esse est percipi -en
español, Ser es ser percibido-. Ajenos a la pasión futbolera, los dos
argentinos concibieron el argumento de un cuento macabro para cualquier hincha:
una conversación dejaba al descubierto que el fútbol se había convertido en una
representación dramática a cargo de un hombre en una cabina y algunos actores.
Todo pasaba por la televisión. De hecho, uno de los personajes del cuento,
Tulio Savastano -presidente del club Abasto Junior-, verbaliza la tragedia: “No
hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen
a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de
los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último
partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37”.
Me acordé del cuento de Borges y Bioy cuando los diarios y
los portales virtuales informaban de la reelección de Joseph Blatter el viernes
último. Los votos le daban un triunfo avasallador: 133 contra 73 cosechados por
Al-Hussein. Entre aplausos y abrazos, Blatter recibía el mandato de los
presidentes de federaciones de seguir, por un quinto periodo, al mando de la FIFA. Pero tras los
últimos acontecimientos, el presidente electo no tenía demasiadas razones para
celebrar.
Las investigaciones del FBI no sólo develaron la responsabilidad
de importantes colaboradores de Blatter en la comisión de delitos de
corrupción, también dejaron entrever que el soborno es una práctica que al
interior de la FIFA
está establecida como parte del modo de hacer las cosas.
Desde hace años la
FIFA nos ha hecho creer que las licitaciones por los derechos
televisivos, que las votaciones de sus autoridades, que la elección de las
sedes de las diferentes Copas del Mundo son realidad pura. Y sin embargo,
vistas las pruebas y evidencias, no han sido más que pantomimas, verdaderas
puestas en escena tan artificiales como los decorados de las antiguas películas
de Godzilla. Y quién sabe cuántas cosas más tendrán la misma apariencia de
verdad que luego de hurgar un poco terminará resquebrajándose.
¿Qué se puede esperar de este quinto mandato de Blatter?
¿Con qué autoridad moral gobernará en circunstancias que el descrédito de su
imagen -más allá de los números de la votación- es evidente? ¿Cómo mantener la
presunción de inocencia sobre su persona entendiendo que en una organización
tan vertical como la FIFA
se hace difícil creer que el presidente no supiera o sospechara de los
negociados que se fraguaban casi en sus narices?
Pase lo que pase es de esperar que los acontecimientos no se
desarrollen tan rápido y que cuando menos la Copa del Mundo de Rusia, en 2018, siga siendo lo
que ha sido. De lo que no debiéramos sorprendernos es que Qatar 2022 se juegue
sin estadios, dentro de un set de televisión, con un hombre en la cabina
relatando partidos ficticios, falsos, que sólo cobrarán vida por el empeño y el
oficio de un grupo de actores corriendo tras un balón.
Fuente : La tercera.com
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