Por Esteban Moore
Jorge Luis Borges toleró con paciencia, no sin estoicismo,
humor e ironía las opiniones de los
muchos que se ocuparon de él y su obra. Esta relación con propios y ajenos, en
ocasiones tormentosa, sufriría una
transformación radical en 1961, cuando se le concede, junto a Samuel Beckett,
el Premio de Literatura del Congreso Internacional de Editores. 1 A partir de
este reconocimiento sus textos adquieren mayor visibilidad, trascendiendo
fronteras y el hasta entonces limitado círculo
de sus fieles y atentos
lectores. Su tardía y posterior
canonización local se corresponde con el interés que despiertan sus textos en el
panorama literario internacional, donde son leídos con asombro y
delectación.
Borges será recibido
en distintos países no sólo como uno de los escritores más influyentes que haya
producido América del Sur, sino también como el precursor de una estrategia
literaria descolonizadora: traducción, apropiación, reescritura. En ‘Tema del
traidor y el héroe’2 precisaría una de
las facetas de esta operación en la
figura de un traductor al gaélico de los principales dramas de Shakespeare,
James Alexander Nolan, un rebelde y patriota,
miembro del movimiento nacionalista irlandés quien según el narrador, en
la víspera de un alzamiento revolucionario y urgido por el tiempo, se ve obligado para asegurar “la emancipación
de la patria” a plagiar “… a otro
dramaturgo, al enemigo inglés William Shakespeare”.
Declan Kiberd sostiene que en Borges como en Wilde, la literatura inglesa produce un efecto
liberador. A Wilde “lo equipó con una
máscara detrás de la cual pudo componer los lineamentos de su rostro irlandés.
Ésta sería una estrategia que utilizarían
muchos escritores descolonizadores; y, como de costumbre, fue el
argentino Jorge Luis Borges quien brindó la forma más acabada de este método,”3
criterio por el cual será considerado como
un predecesor entre aquellos
que leyeron e interpretaron las tradiciones centrales en clave local desde un ethos
constituido en los márgenes.
Borges reconoce
tempranamente este recurso en un artículo dedicado al autor del Ulises: “James
Joyce es irlandés. Siempre los irlandeses fueron agitadores de la literatura de
Inglaterra […] hicieron hondas incursiones en las letras inglesas, talando toda
exuberancia retórica con desengañada impiedad.”4
En lo que concierne a
Joyce, Terry Eagleton sostiene que su escritura “es la manera de proceder del escritor
irlandés no hablante del irlandés
(gaélico) para ser ininteligible a los británicos. Subvirtiendo las formas de
su lenguaje, les lanza un golpe en
nombre de todos sus connacionales
restringidos en el uso de su propia lengua.”5 Desde esta perspectiva Eagleton
no sólo reconoce en Joyce influencias del denominado Renacimiento
Gaélico, sino también su propósito de
extremar sus iniciativas en lo que atañe a los usos de la lengua impuesta.
Los protagonistas de este movimiento cultural surgido de los
círculos nacionalistas irlandeses en las primeras décadas del siglo XIX, entre
los cuales se hallaban Standish O’Grady
y Douglas Hyde, perseguían un sueño, recuperar la lengua ancestral. Pero, ante el repetido fracaso de sus intentos, decidieron adoptar
una nueva estrategia: impulsaron un
amplio programa de traducción, en el cual habrían de participar activamente la fundadora del Abbey
Theatre de Dublín, Lady Augusta Gregory y el poeta William B. Yeats. Éste consistió en el traslado de la mitología y leyendas celtas en gaélico a la
lengua inglesa. En el proceso se
apropiaron de la lengua de sus conquistadores, recolonizándola, afectando su
prosodia, vocabulario y sintaxis. No cayeron en
aquello que señala Rudolf
Pannwitz y destaca Benjamin como “El error básico del traductor”
aquel que “… preserva el estado en que su propio lenguaje acontece, en lugar de permitir que este
sea poderosamente afectado por la
lengua foránea.6 En el caso irlandés, no hubo sentimiento de culpa, la lengua
de origen dejará profundas marcas en la de destino.
Borges, sin llegar
al grado de radicalidad experimentado
por sus pares irlandeses, a cuya
‘conciencia cultural’ aludirá años más tarde
en su discurso de incorporación a
la Academia Argentina de Letras, expone en una conferencia dictada en
1927 su visión acerca de la existencia de un ‘habla argentina’, señalando que “dos influencias antagónicas militan en
su contra […] Una es de quienes imaginan que esa habla ya está prefigurada en
el arrabalero de los sainetes; otra es la de los casticistas o españolados que
creen en lo cabal del idioma y la impiedad o inutilidad de su refección. […]
Dos deliberaciones opuestas, la seudo plebeya y la seudo hispánica, dirigen las
escrituras de ahora. El que no se aguaranga para escribir y se hace el peón de
estancia o el matrero o el valentón, trata de españolarse o asume un español
gaseoso, abstraído, internacional, sin posibilidad de patria ninguna.”7 Si bien
son innegables las abismales diferencias entre ambos países, no se puede dejar
de señalar un deseo compartido, el de poseer una lengua propia. Una, expresa
Borges, que logre la “plena entonación
argentina del castellano”8, rasgo
diferencial que nos funda en tanto sujetos culturales en el universo
hispanohablante. En este aspecto es evidente
su propósito, rescatar el tono de aquellos que él considera sus mayores:
Esteban Echeverría, Domingo Faustino
Sarmiento, Vicente Fidel López, Lucio V. Mansilla y Eduardo Wilde, quienes, en su opinión,
escribieron “en el dialecto usual de sus días […] el tono de su escritura fue
el de su voz […] su decirse criollos no
fue una arrogancia orillera ni un malhumor.”9
Su poética, que él
definirá como una “humilde mitología de tapias y cuchillos”10, no ignorará la prosodia rioplatense y tendrá
entre otros fines depurar la
lengua, mitigar sus excesos retóricos y
liberarla del neologismo innecesario. El testimonio de Augusto Monterroso
respecto de esta característica borgeana es concluyente: “Súbditos de
resignadas colonias, escépticos ante la utilidad de nuestra exprimida lengua,
debemos a Borges el habernos devuelto, a través de sus viajes por el inglés y
el alemán, la fe en las posibilidades del ineludible español.” 11
Borges, que había vivido con su familia en Europa,
entre 1914 y 1921, realizará con ellos en 1923 un segundo y prolongado viaje.
Antes de partir publica su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires. Regresa en 1924 y
dará a conocer los dos títulos que conformarán su trilogía poética porteña: Luna de enfrente
(1925) y Cuaderno San Martín (1929). En ellos se prefiguran ya varios elementos
del núcleo temático que en distintos géneros trabajará, repetidamente, en el
curso de su vida.
En este período
publica tres volúmenes de ensayos, Inquisiciones (1925), El tamaño de mi
esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928) que excluirá de su obra. A pesar de su
decidido rechazo a ellos, no dudará en
canibalizar algunas de sus páginas que serán la simiente de futuras creaciones.
Luego de su muerte su heredera, María Kodama, autorizará su
reedición, hecho que recibió severas críticas de aquellos que sostenían que se debía respetar
la voluntad del autor, y el reconocimiento de los que interesados en el desarrollo de su
estilo y poética reclamaban que estos libros, casi inhallables, fueran puestos
nuevamente a su alcance. Entre ellos Eliot Weinberger, uno de sus
destacados traductores, quien juzga que ya es tiempo de preparar una edición definitiva y cuidada de
todo lo que haya escrito. 12 Los
lectores y el propio Borges lo merecen.
Ésta debe hacer caso omiso de los caprichos del autor en lo
que atañe a la expurgación de textos de su obra, v.gr. el poema ‘Judería’
(Fervor de Buenos Aires) retitulado en
1943 ‘Judengasse’ (El callejón de los judíos), en el que presagia mucho antes de que ocurriera, la Shoá, el
terrible destino de los judíos en la Europa en guerra; o el controversial ‘Nuestras imposibilidades’, que Borges
definió como “…un informe reticente y dolido de ciertos caracteres de nuestro
ser que no son tan gloriosos.” Este último fue publicado originalmente en
Sur, recogido en Discusión (1932) y
retirado de la edición posterior de Emecé en 1957 cuyo prólogo curiosamente
corresponde a la anterior versión, salvo
una nota a pie de página que destaca su supresión, advirtiendo que “ahora parecería muy débil”
(criterio que no le rinde justicia a este polémico e irónico ensayo en el que
considera ciertas características culturales del argentino medio) no proporciona mayor información sobre
otros agregados, verbigracia: el
esencial ‘El escritor argentino y la
tradición’ y la fusión de
‘El coronel Ascasubi’ y ‘El
Martín Fierro’ en ‘La poesía
gauchesca’.
Oscar Wilde sostiene que “El momento del arrepentimiento es
el momento de la iniciación. Más que eso: es el medio por el que el individuo altera su propio pasado.”
13 En Borges, el arrepentimiento respecto de la publicación
de ciertos textos no pretende modificar su pasado, sino su futuro. Los libros
y textos de los que habría de renegar
son aquellos que evalúa no serían
representativos de la voz, ni de
la imagen de sí mismo que va componiendo, estratégica y laboriosamente, a
través de los años.
La década siguiente presenta su Evaristo Carriego (1930),
cuyas páginas están dedicadas
principalmente al poeta de
Palermo: “…el primer espectador de nuestros barrios pobres y que para la
historia de nuestra poesía, eso importa.” 14 En ellas, quizás por afinidad
temática, procura un rescate de la
figura y obra de Carriego; que lo es también de aquella ciudad de casas
bajas y calles de barrio tendidas hacia
la llanura que tanto lo impresionó a su regreso de Europa, cuya suerte sería
decidida por una precipitada modernización.
En él incluye dos
textos reveladores respecto de su
poética. ‘El truco’ y ‘Palermo de Buenos Aires’. En el primero, un
breve ensayo, se sirve de este juego de
naipes de origen popular para conjeturar como operaría la tradición
sobre aspectos de la vida cotidiana; ya
que aquellos que lo practican, sostiene, se acriollan: “se aligeran del
yo habitual. Un yo distinto, un yo casi antepasado y vernáculo, enreda los
proyectos del juego. El idioma es otro de golpe.” El truco, el lenguaje que lo encarna fundado
en fórmulas y convenciones, cumpliría
para Borges la función de una ‘máscara’, una identidad, una voz diferente, características éstas de la persona poética, una de las
preocupaciones centrales de su obra.
El segundo es una crónica
rememorativa de un Palermo
del pasado que sobrevivía en su recuerdo, cuyos datos poco
importan a su historia. Pero, en un escolio
al mismo hallaremos un ejemplo del uso arbitrario, reconocido por el
mismo Borges, de la cita. Transcribe parte de un verso del poema de
Robert Browning Home Thoughts, from the
Sea (En el mar pensando en la patria),
Home Thoughts, en la versión borgeana: “Here and here did England help me…”
(“Aquí y aquí me vino a ayudar Inglaterra,) omitiendo una parte sustancial del
mismo: “—how can I help England?”—say (—cómo podré yo ayudar a Inglaterra? —díganmelo), 15 en el cual el poeta inglés reconoce su
gratitud a su patria, cuya remembranza
lo asiste en la soledad de un viaje marítimo.
El poema de Browning es un espejo
en el que se refleja Buenos Aires y le
sirve, nos dice Borges, como “…símbolo de noches solas, de caminatas extasiadas
y eternas por la infinitud de los barrios. Porque Buenos Aires es hondo, y
nunca, en la desilusión o el penar, me abandoné a sus calles sin recibir
inesperado consuelo…” y a continuación
traduce el verso citado, en un claro ejercicio de apropiación,
sustituyendo Inglaterra por Buenos
Aires: “Aquí y aquí me vino a ayudar Buenos Aires”. No menos caprichosa es su
interpretación del texto “que Browning escribió pensando en una abnegación
sobre el mar y en el alto navío torneado como un alfil en que Nelson cayó…”
pues Browning no recuerda al Almirante Nelson en este poema sino en otro de
título parecido: Home Thoughts, from Abroad
(En el extranjero pensando en la patria); ¿Desmemoria, imprecisión, yerro?
¿Simplemente una picardía borgeana o un
intento, sin desconocer la fuente, de interpretación subjetiva limitando la
hegemonía del texto? ¿Acto de apropiación?
Luego publicaría Discusión (1932), un conjunto de ensayos
donde continúa explorando algunos temas que en él serán una constante: la poesía gauchesca, la
traducción, el Martín Fierro, Homero, Walt Whitman, la Cábala, su relación con
la tradición, el tiempo y el infinito.
Entre ellos se destaca ‘El arte narrativo y la magia’, en el que brinda su parecer sobre la narrativa: una
rotunda negación de toda forma de realismo.
Allí Borges sostiene que “dado el desorden del mundo real, el autor
tiene sólo dos caminos: imitarlo y caer en la simulación (mímesis) o crear su
propio orden, como lo hace la magia” 16
Borges se inclina por el segundo, por lo fantástico, que “no se propone
como una transcripción de la realidad: es un objeto artificial que no sufre
ninguna parte injustificada.” 17
Las ficciones dadas a conocer en el diario Crítica,
derivadas, según Borges, de sus relecturas de Robert Louis Stevenson y de Gilbert Keith Chesterton , de los primeros films de
Josef Von Sternberg, tal vez de cierta biografía de Evaristo
Carriego, son reeditadas por Ediciones
Tor: Historia universal de la infamia (1935).
En estos años colabora en distintas publicaciones periódicas
y prepara la edición de un nuevo libro
de ensayos: Historia de la eternidad (1936). En el texto homónimo que abre el
volumen, manifiesta que el realismo es una doctrina apartada de nuestro ser que “anhela con extraño amor los quietos arquetipos de las
criaturas”, denotando su
preferencia por otro sueño humano, el
nominalista, “que niega la verdad de los arquetipos y quiere congregar en un
segundo los detalles del universo.” En este conjunto de ensayos incluirá ‘Las
Kenningar’, ‘Los traductores de las 1001
noches’ y ‘El acercamiento a Almotásim’,
que luego integrará El jardín de los
senderos que se bifurcan (1941) y Ficciones (1944), testimonio del cruce entre
ensayo y ficción, una muestra de su escaso interés por las convenciones a partir de las cuales estos
géneros son definidos. Asimismo, en colaboración con Pedro Henríquez Ureña,
compila y prologa la Antología clásica
de la literatura argentina (1937), la
que es no sólo el reconocimiento de la existencia de una tradición
literaria propia, sino de la
preponderancia que le asigna en su universo personal.
Poco tiempo después, subiendo unas escaleras, sufriría
un pequeño accidente: se golpea en la
frente con el extremo metálico de una
ventana entreabierta, la herida se
infecta y debe ser internado; la septicemia
lo postra varios días con fiebres altísimas. La inexistencia de
antibióticos en aquella época lo tuvo al
borde de la muerte. Años más tarde, con la colaboración de Norman Thomas Di
Giovanni, prepara un texto autobiográfico donde relata que temió que lo sucedido hubiera afectado su capacidad
creativa, y que para probarse decidió hacer
“algo que nunca había hecho antes […] escribir un cuento, el resultado fue
‘Pierre Menard, autor del Quijote’ ” 18.
Esta declaración desconoce la existencia de ciertos antecedentes a los que
denominaría, en el prólogo a una edición
posterior de Historia universal de la infamia como: “… ejercicios de prosa
narrativa” y la de su ‘Hombre de la esquina rosada’ 19, cuento
incluido en la primera edición del mismo volumen, cuyas primeras versiones fueron publicadas con anterioridad en la revista Martín Fierro
(1927) como ‘Hombres que pelearon’, en
El idioma de los argentinos (1928) como ‘Hombres pelearon’ y en el suplemento
de los sábados del diario Crítica como ‘ Hombres de las orillas’, firmado bajo el seudónimo de Francisco
Bustos. Asimismo, en la mencionada
Autobiografía habría de referirse a ‘El acercamiento a Almotásim’ como el texto
precursor de ‘Pierre Menard, autor del
Quijote’, estableciendo definitivamente que esta última no fue la primera
ficción que escribió. ¿Desmemoria? ¿Olvido?
Imposible de creer en un autor que probó tener una memoria, potente y certera, una que le posibilitó
recorrer con lucidez no sólo su propio
pasado, su genealogía familiar; sino
también diversos aspectos de distintas tradiciones literarias.
Borges aún no cumple
cuarenta años y ya ha ajustado los mecanismos de su estilo y ha descubierto
aquello que él considerará significativo en Bartolomé Hidalgo: “una voz, una
entonación, una sintaxis peculiar.” 20
La dramatización del episodio de la infección le sirve a modo de
excusa, y el ‘Pierre Menard...’ es el
texto elegido a partir del cual decide iniciar una nueva etapa en su
producción.
Es harto evidente que la infección no afectó su
imaginación, pues luego de sobreponerse
inicia uno de los períodos más creativos de su vida. En la década de los 40 publicó aquellos
títulos con los cuales comenzó a cimentar su reconocimiento internacional: El
jardín de los senderos que se bifurcan (1941), Ficciones (1944, en el que reúne el contenido del
anterior con Artificios), el ensayo
Nueva refutación del tiempo (1947) y otro volumen de cuentos El Aleph (1949).
En esta época
intensifica su trabajo en colaboración con Adolfo Bioy Casares y otros
autores, entre ellos Silvina Bullrich, con quien edita (aplicando al término el
sentido anglosajón de editing) El compadrito. Su destino, sus barrios, su
música (1945) una antología que no prescinde de Roberto Arlt (1900-1942) de
quien se incluye un fragmento de El juguete rabioso (1926). Ésta no es la
primera vez que Borges reconoce la obra de Arlt, ya había destacado sus
cualidades en ‘La pampa y el suburbio son dioses’ y en su ‘Invectiva contra el
arrabalero’, ambos textos pertenecientes a El tamaño de mi esperanza (1926).
Este hecho nos revela su lectura de Arlt, experiencia soslayada por aquellos
que intentan diseñar una tradición literaria alternativa que excluya a Borges,
olvidando que una tradición literaria
debiera ser concebida como un prolongado proceso dialogal en el cual
participan un conjunto de voces, propias
y ajenas, las que a través de la lectura, la traducción y la reescritura,
actividades que constituyen un indudable acto de interpretación y apropiación,
se amalgaman en una voz posterior, adquiriendo en la fusión nuevo sentido.
Las poéticas no se
imponen unas a otras: interactúan, cooperan, se hibridan, como en las
ciencias se fundan en aquello que las precede. En el prólogo
que escribe para la Antología
poética argentina, da cuenta de este procedimiento y su relación
causal: “Teóricamente es lícito
afirmar que ‘El cencerro de
cristal’ de Güiraldes -año de 1915-
es la primer derivación importante del ‘Lunario sentimental’ de Lugones (1909); no menos verosímil es inferir que ambos eran lectores de Jules Laforgue…” 21
La editorial Sur publicaría en 1941 El jardín de los
senderos que se bifurcan con el cual se
presenta al Premio Nacional de Literatura para el trienio 1939-1941. El jurado,
compuesto por Álvaro Melián Lafinur, Eduardo Mallea, Enrique Banchs, Roberto
Giusti, José A. Oría y Horacio Rega Molina,
con la única excepción de Eduardo Mallea, ignora el libro de Borges,
premiando otros que inevitablemente se
han deslizado a la justiciera región del olvido. La decisión del jurado fue criticada. En el
número correspondiente a julio de 1942, la revista Nosotros publica una nota
sin firma, atribuida posteriormente a su director Roberto Giusti, miembro del
jurado de referencia, defendiendo la posición del mismo. En ella sostiene: “Si
el jurado entendió que no podía ofrecer al pueblo argentino, en esta hora del
mundo, con el galardón de la mayor recompensa nacional, una obra exótica y de decadencia que oscila, respondiendo a
ciertas desviadas tendencias de la literatura inglesa contemporánea, entre el
cuento fantástico, la jactanciosa erudición recóndita y la narración policial,
oscura hasta resultar a veces tenebrosa para cualquier lector, aún para el más
culto (excluir a posibles iniciados en la misma secta), juzgamos que hizo
bien”. Palabras que para Eckard Volker-Schmahl
delatan “la oposición estética entre Borges y la crítica literaria
argentina conservadora. La crítica apunta a lo exótico y lo esotérico de las
narraciones borgeanas y atribuye estas tendencias a la adopción de modelos de
la literatura inglesa contemporánea. Giusti argumenta desde la perspectiva de
la ‘popularidad’, más exactamente: representa la crítica nacional populista a la modernidad artística
y adopta los tópoi que la crítica cultural conservadora había desarrollado en Europa
—tras la retórica nacional se oculta el internacionalismo conservador del siglo
XX.” 22
La revista Sur 23
organiza un ‘Desagravio a Borges’
del que participan varios autores.
La vindicación de la poética borgeana no sería el único fin
perseguido, pues la ocasión se presenta
como una oportunidad fuera de lo ordinario para profundizar un debate estético
que se ha extendido de diversas maneras y formas hasta nuestros días.
El rechazo y las
críticas adversas que recibe de sus detractores
El jardín de los senderos que se bifurcan, producen efectos contrarios a
los buscados. El pequeño escándalo que se suscita coloca a Borges en un lugar
de privilegio en la escena local, y seguramente
benefició la circulación del libro. El
cuento que da título al volumen sería traducido unos años más tarde al
inglés por Anthony Boucher (William
Anthony Parker White) y publicado en una
revista dedicada a la literatura de misterio en sus diversas variantes, Ellery Queen’s Mystery Magazine, en el número correspondiente a agosto de
1948, cuyas páginas Borges compartió con Cornell Woolrich, Georges Simenon y
Gabriele D’Annunzio.
En la década de los 50 Borges es electo presidente de
Sociedad Argentina de Escritores (1950-1953), es nombrado Director de la
Biblioteca Nacional y se le
otorga el Premio Nacional de Literatura. Reedita algunos cuentos en La muerte y la
brújula (México, 1951), agrupa en Otras inquisiciones (1952) un conjunto de ensayos elaborados en el
período 1937-1952 y la editorial Emecé comienza a reunir
su obra bajo el cuidado de José Edmundo Clemente. Asimismo, trabaja con distintos colaboradores
en varios proyectos: José Edmundo Clemente (El Lenguaje de Buenos Aires, 1952), Margarita Guerrero (El Martín Fierro,
1953), Adolfo Bioy Casares (Los
orilleros. El paraíso de los creyentes, argumentos cinematográficos, 1955),
Betina Edelberg (Leopoldo Lugones, 1955) y Margarita Guerrero (Manual de zoología fantástica, 1957). René
Etiemble le dedica un ensayo en Les Temps Modernes, revista dirigida por Jean
Paul Sartre (París, 1952), Leopoldo
Torre Nilsson filma una versión de ‘Emma Zunz’ que titularía Días de odio
(1954), César Fernández Moreno da a conocer en Ciudad Buenos Aires (números
2-3, 1955) la primera versión de su
ensayo Esquema de Borges, 24 aparecen varias traducciones en Francia, Fictions, (Paul Verdevoye y
Néstor Ibarra, 1951), Labyrinthes, (Roger Caillois, 1953), Enquêtes (Paul y Sylvia Bénichou, 1957) -todas
realizadas para la editorial Gallimard- e Histoire de l’infamie. Histoire de
l’éternité (Roger Caillois y Laure Guille,
Editions du Rocher, 1958) y en
Italia Einaudi da a conocer La biblioteca de Babel (Ficciones, traducida por
Franco Lucentini, 1955).
La atención que comienza a recibir Borges, su posición como
director de la Biblioteca Nacional, las primeras traducciones, la
docencia, las conferencias, los
prólogos, la incesante procesión de visitantes a su domicilio en la
calle Maipú, los proyectos de ediciones privadas y la organización de sus Obras
Completas, quizás se hayan
constituido en una distracción, pues en esta etapa no agrega,
como señala César Fernández Moreno ‘… ningún libro esencial a su
bibliografía…’. 25
No faltaron quienes cultivaron un feroz rechazo a su trabajo y
preocupaciones estéticas, hecho que seguramente lo inquietó emocionalmente,
pues en más de una oportunidad se tomó el trabajo, aunque sesgadamente, de contestar a sus detractores. Luego de
hacerse cargo de la dirección de la
Biblioteca Nacional, en una entrevista dice: “Mis futuros cuentos aún cuando se
desarrollen en Islandia tendrán un contacto imponderable, abstracto con los
sucesos que hemos vivido. No pienso documentarme mucho. Si Homero lo hubiera
hecho no sé si hubiera creado La Ilíada.” 26 Algunos años más tarde en una
conferencia sostendría: “Aunque Flaubert llamó a Salammbó, un ‘roman
cartaginois’ cualquier lector que se precie
sabrá después de leer la primera
página que el libro no fue escrito en
Cartago, sino que lo escribió un francés muy inteligente del siglo XIX.” 27
Entre los que integran esta tendencia al repudio y aversión a todo lo que viniera
de Borges que sumará seguidores y adictos y se prolongará en el tiempo, se
hallan: Jorge Abelardo Ramos (Crisis y resurrección de la literatura
argentina, 1954), Arturo
Jauretche (Los profetas del odio, 1956)
y José Hernández Arregui (Imperialismo y cultura, 1957). Ellos consideraban,
entre muchas otras cosas, que Borges,
para decirlo en criollo ‘era poco argentino’, un imitador de lo europeo
que negaba, como opina Ramos, ‘nuestra tradición’, es decir un simple
‘colonizado’, pretendiendo presentarlo,
desde sus diversas posiciones
políticas, como una figura arquetípica
del intelectual subordinado al
imperialismo.
La lectura que realizaron de su producción elude el hecho
fáctico de que Borges pobló sus páginas de símbolos ya presentes en
nuestra tradición, resignificándolos,
otorgándoles una nueva proyección;
y qué decir de su intensa, profunda y enriquecedora lectura de nuestro
pasado literario. Ramón Alcalde,- fue tajante frente a la actitud del
‘antiborgismo’, respondiéndoles desde las páginas de Contorno: “Pretender
demostrar, por ejemplo, que Borges sirve al imperialismo porque frecuenta y
cita copiosamente a Berkeley, De Quincey, Shelley, Hegel o polvorientos
cronistas alemanes, franceses o ingleses, es un simplismo infantil.” 28
La acedía que le dispensan a Borges y a su obra, no sólo tiene un origen político:
fundamentalmente su posición y comentarios respecto del peronismo, sino también
en sus juicios acerca de la índole de ciertos rasgos de la naturaleza y cultura
“del argentino”, en particular el “habitante de las ciudades”, al que expone
tempranamente en el ya mencionado ‘Nuestras imposibilidades’ 29 como un
“misterioso espécimen cotidiano”, un personaje, según imagina, reñido con el
cultivo del pensamiento y la apropiación del saber. Allí considera entre “los
caracteres más inmediatamente afligentes del argentino”, su “fruición por el
fracaso”, una “voluntad megalomaníaca” y
su rechazo por todo lo extranjero.
Acerca de esto último se extiende y afirma: “Ahora, desde
que los once compadritos buenos de
Buenos Aires fueron maltratados por los once compadritos malos de Montevideo,
el extranjero an sich es el uruguayo. Si se miente y exige una diferencia con extranjeros
irreconocibles ¿qué no será con los auténticos?
Esta alusión a la victoria del equipo uruguayo en el mundial de fútbol de 1930 y sus
repercusiones en nuestro país, es ilustrativa,
pues manifiesta que ya desde
aquellos días, el comienzo de la denominada ‘década infame’, el deporte de la
pelota en nuestro país, ha sido y es, el
instrumento idóneo para exaltar y regular las pasiones primarias del
pueblo, que ya William Shakespeare había definido como: “the ficklessness of
the mob”—la inestabilidad emocional de las masas—.
La ironía, aderezada con humor, desparpajo, mordacidad y
sarcasmo de la que haría gala con picardía el Borges ‘conversador’ en sus
réplicas y juicios ante la reiterada consulta periodística, particularmente
cuando se lo interrogaba acerca de cuestiones ligadas a nuestra historia, política y cultura que a tantos habría de
molestar, no tiene su origen en una supuesta incontinencia verbal. Tampoco es, como sostienen aquellos que lo malquieren, el fruto de una
mente reaccionaria o pérfida. Es
simplemente una estrategia que el Borges mediático, el personaje público, utiliza
y extremará en el tiempo para poner en escena lo que para él es primordial: el
escritor, su escritura.
En los años 50 prepara una nueva edición de su obra poética,
Poemas 1923-1953 (1954) a la que agrega algunos poemas (entre ellos, ‘Mateo XXV, 30’, una escéptica alusión a la
‘Parábola de los talentos’), y cerrará la década con una reedición en
1958 a la que le sumará, entre otras
composiciones, los emblemáticos ‘Límites’, ‘El Golem’ y ‘El tango’.
El hecho de que Borges, desde la publicación de Cuaderno San
Martín (1929), no haya dado a conocer un nuevo libro de poemas, podría llevarnos a pensar que el género ya no
despertaba su interés o que éste ya no era una prioridad en su labor. Sin
embargo en 1960, próximo a su cumpleaños
número 61, prepara para sus lectores una
sorpresa. Hacia fin de año se distribuirá
El hacedor, en el que presenta una serie
de textos breves en prosa
acompañados de un número significativo de poemas inéditos, que luego en la reunión de su obra
poética formarían un volumen
individual.
El Hacedor,como lo fueron
en la década de los 30 sus
ensayos, en los que anticipa su concepción de la narrativa, y El jardín de los senderos que se bifurcan
(1941), es un nuevo punto de inflexión en su obra, una puesta a punto de su
poética. Asimismo, es el libro que inaugura uno de los períodos más intensos y productivos de su vida.
En poco más de un cuarto de siglo dará a la imprenta nueve
volúmenes de poesía, dos libros de cuentos: El informe de Brodie (1970) y El libro de arena (1975); y los cuentos publicados en diferentes medios (incluidos en el volumen
III de sus Obras Completas) luego reeditados póstumamente como La memoria de Shakespeare (2004), a los que
se deben sumar sus colaboraciones con Adolfo Bioy Casares, artículos, antologías, la edición en libro de
conferencias; y, ‘last but not least’,
un importante número de prólogos, entrevistas y conversaciones, en su mayoría
fruto de su generosidad y
bonhomía criolla.
El prólogo a El Hacedor supera la noción y alcance de un texto introductorio. En realidad es una ficción, el breve relato
de un sueño en el que narra un encuentro imaginario con Leopoldo Lugones, a
quien le está dedicado el libro. En
esta instancia el autor de las Odas
seculares y Romances del Río Seco, pareciera ser un espejo en el que Borges
vislumbra o calibra su propia obra
dentro del corpus de la tradición literaria argentina.
En el pasado han quedado las chanzas dirigidas a la figura y
obra de Leopoldo Lugones. Ya en 1938, año en que se suicida nuestro poeta, lo
despide con un sentido homenaje: “…acaba de morir el primer escritor de nuestro
idioma” Agregando: “…las ideas de
Lugones —mejor, las opiniones de Lugones— fueron siempre menos interesantes que
la retórica espléndida que éste les dedicó.” Su Lunario sentimental es “…el inconfesado arquetipo de toda la poesía
profesionalmente “nueva” del continente…”. 30 En páginas posteriores recordará
que en dos ocasiones, durante los 60, dictó seminarios de literatura
argentina en universidades norteamericanas, y que en ambas el tema central fue Lugones, pues en su obra
“cabe cifrar todo el proceso de la literatura argentina.” 31 La reconsideración
de Lugones lo es también del modernismo
y en cierta medida de Darío, a
quien define en el ensayo 32 que le
dedicó a Lugones, como ‘un gran poeta’. Podríamos conjeturar entonces, sin prevenciones o
temor, que Borges no objetaría la opinión de Octavio Paz: “Como siempre,
Darío es el primero. El verdadero maestro, sin embargo, es Leopoldo Lugones,
uno de los más grandes poetas de nuestra lengua (o quizá habría que decir: uno
de nuestros más grandes escritores). ” 33
Las opiniones de Borges respecto de Lugones y su obra no son
el fruto de sus buenos modales ni están gobernadas por las circunstancias.
Lugones integra la lista de aquellos
autores con quienes Borges entablará un fecundo diálogo,
protagonizando un contrapunto que en ocasiones prescindirá del
acuerdo, particularmente cuando el
asunto refiere a sus respectivas lecturas del Martín Fierro, al que Borges se
propuso agregarle alguna página.
En el epílogo de El Hacedor aclara la organización y génesis
del mismo: “…esta miscelánea (que el
tiempo ha compilado, no yo, y que
admite piezas pretéritas que no me he atrevido a enmendar…”, una
afirmación poco creíble: el que haya
dejado librada la selección de los textos
al paso de los años, como si éstos se hubieran ido acumulando sucesivamente en su mesa de
trabajo y él simplemente se hubiera limitado. Pero, mucho más difícil aún es
dar por ciertas sus palabras cuando dice que no fueron sujetos a revisión. Pues si algo hizo Borges en su vida, fue
someter su producción a una constante
–obsesiva- reescritura a la cual no le puso ningún freno o límite. Nos lo
recuerda en Discusión (1957), que abre citando a Alfonso Reyes: “Esto es lo
malo de no hacer imprimir las obras: que se va la vida en rehacerlas.”
Asimismo, no podemos olvidar que la mayor parte de El Hacedor estuvo largo tiempo en barbecho.
En su Autobiografía 34orges insiste con aquella idea de
acumulación casual a través de los años.
Sin embargo, en e la misma se
contradice cuando afirma que
estos materiales dispersos, escritos a partir de los años 30
cuando aún colaboraba en el suplemento del diario Crítica, fueron organizados y ordenados, agregando que
en esta selección no había “…ningún relleno. Cada pieza fue escrita porque sí,
respondiendo a una necesidad interior. Al preparar ese libro ya había
comprendido que escribir de manera grandilocuente no sólo es un error sino un
error que nace de la vanidad. Creo con firmeza que para escribir bien hay que
ser discreto.” 35
Sin embargo, lo más llamativo en el epílogo de El Hacedor es cuando Borges, el
gran simulador, dice que no tuvo el atrevimiento de corregirlas pues: “… las
escribí con otro concepto de la literatura,” sugiriendo que este libro no es sólo un nuevo título en su extensa bibliografía, sino la afirmación
de una voz, la definitiva puesta
a punto de su estilo, en el que todo énfasis será limado, y cuya complejidad
afirmará: “su profunda capacidad de identificarse con la literatura,
entendiendo por tal aquello que hace que una determinada combinación de
palabras o sintagmas adquiera la entidad de un objeto verbal irrefutable…”
36
En lo que respecta a sus detractores, a partir de la
publicación de El Hacedor
hallan una nueva manera de incomodarlo poniendo en duda su condición de poeta. Entre
ellos Luis Harss quien llega al paroxismo cuando escribe: “Algunos dudosos
admiradores lo han piropeado por su
poesía, que es relativamente
insignificante.” 37
No nos brinda sus nombres, pero si lo hubiera hecho, en la lista
habrían figurado— para muestra, un botón—: Ramón Xirau, Seamus Heaney,
César Fernández Moreno, Juan Calzadilla, Alberto Girri, J.M. Cohen,
Paul De Man, Alfredo Veiravé, Sam Hamill, Guillermo Sucre, Carlos
Mastronardi, Mario Luzzi, José Emilio Pacheco o Rafael Felipe Oteriño.
Una de las opiniones que ‘hicieron carrera’ en esa década,
como le gusta decir al poeta Fernando
Rendón, es aquella que sostiene que Borges, a partir de este libro y afectado
por su ceguera, se decidió por la prosa breve y la regularidad métrica,
criterio que sería refutado por el
propio Borges, silenciosamente, recurriendo alternativamente al verso libre y
al cuento de cierta extensión.
En El Hacedor 38
Borges reúne una serie de prosas breves que acompaña con una selección
de poemas. Quizás su más logrado cruce
entre ambos géneros, sostenido en el concepto expuesto en —This Craft of Verse
-Arte Poética— 39: “…los antiguos, cuando hablaban de un poeta –‘un hacedor’-,
no lo consideraban únicamente como el emisor de elevadas notas líricas, sino
como narrador de historias. Historias en las que podíamos encontrar todas las
voces de la humanidad: no sólo lo lírico, lo meditativo, la melancolía, sino
también todas las voces del coraje y la esperanza.”
En el extenso período en que estos textos fueron escritos,
Borges leyó a distintos autores con preocupaciones similares a las suyas
respecto del lenguaje y la escritura, entre ellos, Whitman, Gustave Flaubert,
Wilde y Eliot. En estas lecturas nada
fue dejado en manos del azar. En una reseña 40 a una antología de poesía
contemporánea inglesa reconoce sentirse
profundamente conmovido por un largo poema de Ezra Pound —con quien comparte el
gusto por Browning— Homenaje a Sexto
Propercio, una paráfrasis a las elegías del poeta latino, también, un
esmerado ejercicio de versificación y
antecedente de Los Cantos. Otro de los escritores que merecieron su
interés fue Rudyard Kipling, quien en lo que concierne a la crítica vivió circunstancias similares a las de nuestro
poeta en el Río de la Plata. En la introducción a una selección de su poesía 41
T. S. Eliot las expone con claridad: “Cuando un hombre es conocido
principalmente como un escritor de ficción en prosa nos inclinamos —usualmente,
pienso, justamente— a considerar sus versos como un subproducto. Yo, confieso,
abrigo siempre dudas respecto de si cualquier hombre puede dividirse a sí mismo
para lograr la plenitud creativa en dos géneros de expresión tan diferentes
como lo son la poesía y la prosa imaginativa. Si hago una excepción en el caso
de Kipling […] es porque su prosa y su poesía son inseparables; que debemos juzgarlo, no separadamente como
un poeta y un escritor de ficción en prosa, pero como el creador de formas
mixtas. El conocimiento de su prosa es
esencial para la comprensión de su
poesía, y el conocimiento de su poesía es esencial para la compresión de su
prosa.”
En el caso Borges, el
corrimiento de su poesía a un segundo
plano se debe en parte a pensadores como
Maurice Blanchot, Michel Foucalt, Gérard Genette y Jacques Derrida, que deslumbrados por sus ficciones las han
difundido de tal modo y colocado en un sitial tan elevado y destacado, que
éstas han opacado su producción poética.
Agravado esto por la actitud de aquellos que al referirse a su obra, no se demoran en la
lectura de su poesía, eludiendo el hecho de que la temática que desveló
a aquellos teóricos y a la vanguardia, se halla presente en su
poesía.
La aludida división
del escritor en prosista y poeta,
en dos campos de acción divergentes, regidos por leyes propias, es inconcebible en Borges. Él ante todo es
poeta y no habría producido las ficciones que le dieron fama internacional, si
no fuera el poeta que es. Él seguramente no negaría la opinión de Pedro
Henríquez Ureña cuando como al pasar dice: “No atribuyo importancia a la
romántica discusión —que es
significativo encontrar ya en Rousseau— de si la poesía reclama el verso o
existe sin él. Mero conflicto verbal […]
doy el nombre de poesía a la obra cuyo contenido en emoción, imagen
y concepto, a la vez que en manera
expresiva, sea de la calidad que llamamos poética, aunque esté en declarada
prosa.” 42
La prosa borgeana indudablemente está atravesada por su práctica poética. Ezra
Pound, comentando la poesía de Ford Madox Ford (1873-1939),43 observa que este practicante de le mot just escribe sus versos a partir de su aprendizaje
y experiencia como prosista. En Borges podemos invertir los términos. Sus textos
narrativos y ensayos son deudores de su labor como poeta,
la que enriquece su prosa, que se distingue, entre otras cosas, por aquella que William Shakespeare denomina “la verdadera armonía de sonidos bien
afinados”— “…the true concord of well tuned sounds…”— 44 Su obra no puede, ni debe ser considerada
unilateralmente a partir de alguno de los géneros en los que se expresó, dado
que, como sostiene Jaime Rest: “Borges
ha escrito el texto unitario tal vez más extenso de la literatura argentina, que consiste en
una serie de pasajes, fragmentos y composiciones aisladas que se integran en un
solo argumento sostenido…” 45 cuya motivación central es el lenguaje.
A partir El Hacedor (1960)
que abre la última etapa de su vida, la poesía vuelve a ocupar el lugar
central en su producción. En este volumen esencialmente poético “tanto por los
poemas como las parábolas en prosa que lo integran” 46 da cuenta de una poética
que culmina en su poema Arte poética, que Ramón Xirau considera revolucionario
por su sencillez y que “Formalmente parece no ofrecernos nada nuevo pero
precisamente en su forma el poema es una novedad. Nada nuevo en hacer rimar,
dentro de una cuarteta, el primer verso con el último y los dos intermedios
entre sí. La novedad reside en que, dentro de cada una de las cuartetas, Borges hace rimar las mismas palabras: agua con agua, río con
río etc. […] Borges ha inventado una
nueva forma a la vez sencilla, fluida y compleja. En cuanto a su contenido
las metáforas son de estirpe tradicional
aunque no sea tradicional la forma en
que se combinan. Variaciones sobre
metáforas antiguas, las metáforas del Arte poética resultan nuevas 47.”
Uno de los temas relevantes en El Hacedor es el del doble, ‘el otro’, el que aparece en distintas
oportunidades tanto en su prosa como en
sus poemas, el que sin dudas es uno de los elementos constitutivos de su
poética. En ‘Everything and Nothing’, presenta algunos rasgos de esta operación, destaca que el
protagonista, William Shakespeare, la
máscara asumida por el autor: “…ya se había adiestrado en el hábito de simular
que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie; en Londres
encontró la profesión a la que estaba predestinado, la del actor, que en un
escenario, juega a ser ese otro, ante un concurso de personas que juegan a
tomarlo por aquel otro.” En ‘Borges y
yo’ habrá de agregar: “Al otro, a Borges es a quien le ocurren las cosas. […]
Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo me dejo vivir,
para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada
me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no
me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del
otro, sino del lenguaje o la tradición.
Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún
instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco van cediéndole todo,
aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar […] Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es
que alguien soy).”
A diferencia de su admirado Walt Whitman quien fabula una existencia que es irreal y
que en todo momento se identifica con su yo poético, Borges disuelve
su yo en la persona poética, tiende a la
construcción de un arte impersonal. “Si bien es cierto que sus poemas parecen
referidos a un yo, también lo es que ese yo se ve continuamente problematizado
y anulado, así como la realidad misma sobre la cual el poema discurre. Aun esos poemas parecen
autoanularse en una reflexión sobre el poder o la vanidad de la poesía, del
lenguaje.” 48
Ya en 1943 a partir
del ‘Poema conjetural’, recogido en Poemas 1923-1953 (1954) y que
posteriormente integrará El otro, el mismo (1969), se decide por la creación de personas poéticas. Al igual que en la Odisea (XI) en que los fantasmas de los muertos hablan a
través de Homero o en el ‘Canto I’ de
Ezra Pound (poema que comentó en sus
artículos sobre literatura norteamericana 49) el yo poético se enmascara en un
personaje histórico o literario. En el poema de referencia, Borges, adopta la voz de Francisco de Laprida.
Sucesivamente hablará y será hablado a
través de figuras diversas: “Hoy no eres otra cosa que mi voz/ cuando revive
tus palabras de hierro”; 50 “He
encomendado esta escritura a un hombre cualquiera; / no será nunca lo que
quiero decir, / no dejará de ser su reflejo.” 51 Advirtiendo a su lector que: “El poeta es
cada uno de los hombres de su mundo ficticio, es cada soplo y cada pormenor.
Una de sus tareas, no la más fácil, es ocultar o disimular esa omnipresencia.” 52
Entre 1960 y 1986, año de su muerte, dedica mayormente su tiempo y energía a la
actividad poética. Escribe en verso libre, recurriendo al versículo, combinando lo narrativo y anecdótico; y
paralelamente produce una cantidad importante de poemas,
principalmente sonetos, valiéndose del
metro y la rima, práctica esta última que ha llevado a muchos a definirlo como
un poeta neoclásico, categorización relativa,
si consideramos que su escritura
sólo en contadas ocasiones pierde el tono coloquial. Su ritmo y pausas, se corresponden con las de un
hombre que conversa, no las de uno que
canta. En cuanto al metro,
particularmente el endecasílabo castellano, en el prólogo a La moneda de hierro
(1976), refiere su intención de aligerarlo mudando de posición el acento
prosódico. En ‘The Thing I Am’ (Historia
de la Noche, 1977) dice: “Soy al cabo del día el resignado /que dispone de un
modo algo distinto / las voces de la lengua castellana”.
En sus últimos libros de poesía: Para las seis cuerdas –milongas
criollas-(1965); Elogio de la sombra (1969); El oro de los tigres (1972); La
rosa profunda (1975); La moneda de hierro (1976); Historia de la noche (1977);
La cifra (1981) y Los conjurados (1981)
continuará explorando los temas que lo desvelaron desde su juventud.
En más de una ocasión se refirió a la repetición de
palabras, e incluso de líneas enteras, en las que incurría, y a la monotonía
temática que caracterizaba su obra. Lo hacía con cierto pudor, socarronamente
con esa falsa humildad –o ironía de criollo viejo- a la que era proclive, como disculpándose.
Este comentario acerca de su propia obra no debe ser interpretado literalmente,
si así lo hiciéramos estaríamos cayendo
en uno de los tantos juegos o
Boutades del personaje mediático. Y, además estaríamos infiriendo que
Borges desconoce que el verso, como agrupación de sonidos, responde a una ley rítmica primaria: la repetición.
Tanto en los metros tradicionales,
como en el verso libre. En el caso de
este último, Borges, para lograr efectos definidos apela a este recurso,
marcadamente en sus poemas catálogo y en
sus prosas poéticas.
En realidad aquella
opinión respecto de su escritura no se propone otra cosa que destacar ciertos
procedimientos de los que se sirve para afirmar su estilo, una voz con timbre
propio. La repetición de palabras de su
vocabulario personal, la reiteración de versos inconfundiblemente borgeanos, responden al propósito de imprimir
en sus textos un sello distintivo. Esta operación se vincula íntimamente con la
característica de la relación causal: ‘el pasar de algo a algo’; el premeditado traslado de un verso, una frase,
un concepto, de un contexto a otro con
el fin de intensificar su significado.
Esta estrategia se complementa con la reescritura a la que se ven sometidos muchos de sus
poemas. Entre ellos se pueden citar: El general Quiroga va en coche a la muerte
/ La tentación; Poema de los dones /
Otro poema de los dones; Juan, I, 14 /
Juan, I, 14; Buenos Aires / Buenos
Aires; Los gauchos / El gaucho; A un poeta sajón / A un poeta sajón; Buenos
Aires / Buenos Aires. En estas variaciones un poema comenta a otro desde perspectivas diversas ampliando sus
posibilidades connotativas.
En muchas de sus segundas versiones –como él las denomina-
respetará la métrica de las primeras, en otras optará por el verso libre. Los títulos que se duplican — que podrían asociarse
con la mencionada monotonía temática — y,
la reutilización de ciertas líneas,
que definen su poética, ‘una música, un rumor y un símbolo’; ‘divino
laberinto de los efectos y las causas’ —entre tantas otras—; no tienen otro
destino que el de construir la intrincada trama de su obra, un círculo sin
principio ni fin. En ella es notoria una
característica propia de la poesía moderna, su escepticismo hacia el lenguaje,
cuya materia considera inadecuada para el acto nominador, dado que en el universo no existe “una cosa que no sea otra, o contraria o ninguna”.
53 Sus especulaciones sobre la palabra —la gastada, la impura palabra— serán la prueba de sus
intereses metapoéticos que nutren su misión
y voluntad como poeta:
restituirle a las palabras, siquiera de modo parcial, su primitiva y oculta
virtud.
Notas
1. Congreso Internacional de Editores, reunido en Formentor,
Mallorca, España, 1961.
2. Jorge Luis Borges, Ficciones, Sur, Buenos Aires, 1944.
3.Declan
Kiberd, Inventing Ireland: the literature of the modern nation. (Vintage,
New York, 1996, p. 49). La primera
edición de este estudio apareció en Londres (Jonathan Cape, 1995) y su lectura
fue recomendada, entre otros, por: Terry Eagleton, Edward W. Said, Brian Friel
y Hugh Kenner.
4. Jorge Luis Borges, ‘El Ulises de Joyce’, texto publicado
originalmente en Inquisiciones, Buenos
Aires, 1925. Libro
reeditado por Alianza Editorial, Madrid, 1998.
5. ‘Form
and Ideology in the Anglo-Irish Novel’, Búllan: Journal of Irish Studies , I,
Oxford-Willow
Press, 1994, p.24.)
6. Walter Benjamin:
‘La tarea del Traductor’, prólogo a ‘Tableau Parisiens’ de Charles
Baudelaire, en Illuminations, editado y
prologado por Hannah Arendt, traducción de Harry Zohn, Fontana- Collins,
Londres, 1973.
7. Jorge Luis Borges, ‘Sobre el idioma de los argentinos’,
conferencia dictada en Instituto Popular
de Conferencias, Décimonovena sesión ordinaria, 23 de septiembre de 1927. Texto
publicado en el diario La Prensa, 28 de septiembre de 1927 y en el volumen 13
de los Anales del Instituto Popular de Conferencias, Buenos Aires, 1927.
Reeditado en El idioma de los
Argentinos, Buenos Aires, 1928 y en las distintas ediciones de El idioma de los
argentinos y El lenguaje de Buenos Aires, los dos volúmenes en los que colabora José Edmundo Clemente.
8. Jorge Luis Borges, op. cit., vid. Nota
7.
9. Jorge Luis Borges,
op. cit., vid. Nota 7.
10. Jorge Luis Borges, ‘Mil nocecientos veintitantos’, El
Hacedor, Obra Poética, Emecé, 2007, Buenos Aires.
11. Augusto Monterroso,
Movimiento Perpetuo, Alfaguara, Madrid, 1999. ‘Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges’,
pág, 65.
12. Eliot
Weinberger, ‘Missing from the Library’, Times Literary Supplement, August 20,
London, 1999.
13. Oscar
Wilde, De Profundis, The Works of Oscar Wilde, Collins, London, sin fecha de
publicación.
14. Jorge Luis Borges, ‘Un posible resumen’, Evaristo
Carriego, Gleizer, 1930. Emecé, Buenos Aires, 1955.
15. Robert Browning, “En el mar pensando en la patria”,
“Aquí y aquí me vino a ayudar Inglaterra, —cómo podré yo ayudar a Inglaterra? —digánmelo,” The Poems of
Robert Browning, Volume II, 1844-1864, J.M. Dent & Sons, London, 1918.
16. Emir Rodríguez Monegal, “Una teoría de la literatura
fantástica”, Revista Iberoamericana, Nº 95,
Universidad de Pittsburgh,
Pennsylvania, EEUU, 1976.
17. Jorge Luis Borges,
prólogo a La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares, Losada, Buenos
Aires,
1940.
18. Jorge Luis Borges Autobiografía, en colaboración con de
Norman Thomas Di Giovanni, Autobiographical
Notes, The New Yorker, Nueva York, EEUU, 1970.
19. Jorge Luis Borges, prólogo, Historia Universal de la
infamia, Emecé, Buenos Aires, 1954.
20. Jorge Luis Borges,
‘La poesía gauchesca’, Discusión, Emecé,
Buenos Aires, 1957.
21. Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares,
Antología poética
argentina,
Sudamericana, Buenos Aires, 1941.
22. Eckhard Volker-Schmahl,
‘Borges como heredero. Un viaje intertextual por las tradiciones
nacionales y
universales’ en Letras comunicantes, Marlene
Rall y Dieter Rall editores,
Universidad
Nacional Autónoma de México, México, 1996.
23. Sur, Nº 94, julio, Buenos Aires,1942.
24. César Fernández Moreno, Esquema de Borges, Editorial
Perrot, Buenos Aires, 1957.
25. César Fernández Moreno, La realidad y los papeles,
Aguilar, Madrid, 1967.
26. Jorge Luis Borges, revista Propósitos, año V, Nº 704,
Buenos Aires, 1955.
27. Jorge
Luis Borges, This Craft of Verse, Cãlin-Andrei Mihãilescu,ed., Harvard Press,
Massachusetts, EEUU, 2000.
28. Ramón Alcalde, Imperialismo, Cultura y literatura
nacional, Contorno, Nos 5-6, Buenos Aires,
1955.
29. Jorge Luis Borges, Nuestras imposibilidades’, Sur, año
1, Nº 4, Buenos Aires, 1931, Discusión,
Buenos Aires,
1932.
30. Jorge Luis Borges, Leopoldo Lugones, Sur, año VIII, Nº
41, Buenos Aires, 1938. <
31. Jorge Luis Borges, Sobre Lugones, La Nación (16 de
junio), Buenos Aires, 1974.
32. Jorge Luis Borges, Leopoldo Lugones, Troquel, Buenos
Aires, 1955.
33. Octavio Paz, El Arco y la lira, FCE, México, 1967.
34. Jorge Luis Borges, op. cit., vid. Nota
18.
35. Jorge Luis Borges, op. cit., vid. Nota 18.
36. Pere Gimferrer,
Borges sin máscara, en Arte Poética, Editorial Crítica, Barcelona, 2001.
37. Luis Harss, Los Nuestros, Sudamericana, Buenos Aires,
1966. En colaboración con Bárbara Dohmann.
38. Jorge Luis Borges, El Hacedor, Emecé, Buenos Aires,
1960.
39. Jorge Luis Borges, This Craft of Verse,
editor Cãlin-Andrei Mihãilescu, Harvard
University Press, Massachusetts, EEUU,
2000.
40. Jorge Luis Borges, Revista El Hogar, Marzo, 1937, Buenos
Aires.
41. T.S.
Eliot, A Choice of Kipling’s Verse, en On Poetry and Poets, Faber &Faber,
Londres 1957.
42. Pedro Henríquez Ureña, Estudios de Versificación
Española, Univ. de Buenos Aires, Buenos Aires, 1961.
43. Ezra
Pound, The Prose Tradition in Verse, en Literary Essays, New Directions, New
York, 1968.
44. William
Shakespeare, The Sonnets, Vol XIX, (Nº VIII), Jefferson Press, New York, 1908.
45. Jaime Rest, JLB y el ensayo especulativo, en El cuarto en el recoveco, Centro Editor de
América Latina, Buenos Aires, 1982.
46. Guillermo Sucre, Borges el poeta, Monte Ávila,
Caracas,1974.
47. Ramón Xirau, Entre la poesía y el conocimiento, FCE,
México, 2004.
48. Guillermo Sucre, Borges: marginal central, en La máscara, la transparencia, FCE, México
1985.
49. Jorge Luis Borges, en colaboración Esther Zemborain de
Torres, Introducción a la Literatura Norteamericana, Columba, Buenos Aires,
1969.
50 Jorge Luis Borges, A un poeta sajón, 1ª versión, El otro,
el mismo, Buenos Aires, 1969.
51. Jorge Luis Borges,
Juan,I,14, 2ª versión, Elogio de
la sombra, Buenos Aires, 1969.
52 Jorge Luis Borges, Nueve ensayos dantescos, Alianza,
Madrid, 1998.
53. Jorge Luis Borges, El Ingenuo, La moneda de hierro,
Emecé, Buenos Aires.
Publicado el 28 de enero de 2016
Corporación de Arte y Poesía Prometeo
Carrera 50 A # 60-22 Barrio Prado Centro, Medellín -
Colombia.
Fuente : Prometeo
- Medellín - Colombia
Festival Internacional de Poesía de Medellín
Publicación del Album "Canciones en Memoria de Jorge Luis Borges" de Juan Angel Navarro- Ciclo de Lied para mezzosoprano, piano y quinteto de cuerdas- a partir del 10 de Febrero 2016 en internet.
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