Por Eduardo Sánchez
Gauto (*)
«Como usted ve, no
son precisamente Biblias lo que me falta».
Jorge Luis Borges, «El libro de arena» (1975)
Mucho se ha escrito sobre los diversos motivos de la
literatura de Jorge Luis Borges: lo fantástico, el idealismo, lo gauchesco,
Dante, las sagas de Islandia y muchos otros. Ahora bien, hay un motivo
determinante y fundamental en la creación literaria borgeana que no ha recibido
la atención que se merece: la Biblia cristiana; y, específicamente, la Biblia
protestante.
Una somera interrogación a las redes arroja dos trabajos
útiles sobre Borges y la Biblia: una breve exposición de Gianfranco Ravasi,
quien se halla bien capacitado para ello por haber comentado anteriormente el
Eclesiastés, un libro bíblico típicamente borgeano; y una tesis doctoral de
Gonzalo Vélez presentada en Barcelona en el 2008. La innegable utilidad de
ambos estudios –especialmente del segundo– no evita que ambos tengan el defecto
de haber sido escritos desde una perspectiva principalmente católica. Sin duda,
es una perspectiva válida y respetable, pero no se puede soslayar el hecho de
que no es la más cercana al universo conceptual de Borges.
La tesis de este artículo es que la influencia bíblica en
Borges provino de un ambiente protestante, no católico; y para la comprensión
del canon borgeano conviene tener en cuenta la visión protestante de la Sagrada
Escritura. A tal efecto, consideraremos tres aspectos: primero, la Biblia como
objeto sagrado protestante; segundo, la práctica de Borges de entretejer textos
bíblicos literales en su narrativa; y tercero, la presencia de una institución
que es a la vez protestante y suramericana: la del colportor.
LA BIBLIA COMO OBJETO
SAGRADO FAMILIAR
En dos cuentos de la antología El informe de Brodie (1970),
«La intrusa» y «El Evangelio según Marcos», la Biblia hace una aparición muy
peculiar. Está presente no solo en citas explícitas o implícitas, sino también
en la trama narrativa como un objeto físico que apunta a la religiosidad
protestante. Para esta tradición, generalmente desconocida en ambientes
católicos, la Biblia familiar es quizá el objeto más significativo y sagrado
del hogar. Es un tesoro que se transmite durante generaciones, y en el cual se
asientan las efemérides familiares: nacimientos, fallecimientos, matrimonios.
En «La intrusa», Borges escribe:
«En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que
su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una
gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas
entrevió nombres y fechas manuscritas».
En «El Evangelio según Marcos», el mismo objeto aparece, con
el mismo carácter:
«Explorando la casa, siempre cercada por las aguas, dio con
una Biblia en inglés. En las páginas finales los Guthrie –tal era su nombre
genuino– habían dejado escrita su historia. Eran oriundos de Inverness, habían
arribado a este continente, sin duda como peones, a principios del siglo
diecinueve, y se habían cruzado con indios. La crónica cesaba hacia mil
ochocientos setenta y tantos; ya no sabían escribir. [...] Carecían de fe, pero
en su sangre perduraban, como rastros oscuros, el duro fanatismo del calvinista
y las supersticiones del pampa...»
En ambos casos, la Biblia, en cuanto objeto sagrado y
custodio de efemérides familiares, es signo de una noción característica en
Borges: la lucha entre lo civilizado/sublime y lo brutal/bárbaro, una lucha en
la cual la barbarie siempre tiene la última palabra.
LAS CITAS IMPLÍCITAS
DE LA BIBLIA
Ravasi y Vélez aciertan al indicar que, entre los libros de
la Biblia, Job y el Eclesiastés son extremadamente influyentes. Borges muestra
sutilmente su conocimiento bíblico de varias maneras, y quizá la más llamativa
es la inclusión de citas bíblicas implícitas entretejidas en su escritura.
Veremos dos ejemplos, uno de su narrativa, y otro poético; en uno, Borges cita
a Job, y en el otro, el Eclesiastés.
En «La casa de Asterión», publicado primero en 1947 y luego
en 1949 como parte de El Aleph, podemos leer esta reflexión de su protagonista,
Asterión:
«...sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte,
que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad,
porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo».
Esta es una cita casi sin paráfrasis de un texto bíblico
profundamente significativo:
«Yo sé que mi Redentor vive,
Y al fin se levantará sobre el polvo» (Job 19:25) *
Esta cita del Libro de Job es especialmente trascendente por
ser considerada en la teología bíblica como una profecía mesiánica, y así pasó
al imaginario colectivo protestante. Como ejemplo basta mencionar que el
compositor germano-británico G. F. Handel le puso música en su oratorio
Messiah, en forma de un aria para soprano (I Know That My Redeemer Liveth).
En cuanto a la poesía, bastará considerar «El Amenazado»,
publicado como parte del libro El oro de los tigres (1972), uno de los poemas
de Borges que más repercusión han tenido, por el tema amoroso y la franqueza
con la que se transcriben los sentimientos en versos como «Estar contigo o no
estar contigo es la medida de mi tiempo»; «El nombre de una mujer me delata /
Me duele una mujer en todo el cuerpo». Los versos 12-14 de este poema están
repletos de metáforas:
«Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que
miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz».
Estas metáforas tan llamativas e intrigantes son en realidad
una cita del otro libro bíblico cuya lectura es de rigor para entender
adecuadamente a Borges: el Eclesiastés.
«Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud,
antes que vengan los días malos,
y lleguen los años de los cuales digas:
No tengo en ellos contentamiento;
antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las
estrellas,
y vuelvan las nubes tras la lluvia;
cuando temblarán los guardas de la casa,
y se encorvarán los hombres fuertes,
y cesarán las muelas porque han disminuido,
y se oscurecerán los que miran por las ventanas;
y las puertas de afuera se cerrarán,
por lo bajo del ruido de la muela;
cuando se levantará a la voz del ave,
y todas las hijas del canto serán abatidas;
cuando también temerán de lo que es alto,
y habrá terrores en el camino;
y florecerá el almendro, y la langosta será una carga,
y se perderá el apetito;
porque el hombre va a su morada eterna,
y los endechadores andarán alrededor por las calles;
antes que la cadena de plata se quiebre,
y se rompa el cuenco de oro,
y el cántaro se quiebre junto a la fuente,
y la rueda sea rota sobre el pozo;
y el polvo vuelva a la tierra, como era,
y el espíritu vuelva a Dios que lo dio.
Vanidad de vanidades, dijo el Predicador;
todo es vanidad»
(Eclesiastés, 12: 1-8).
En efecto, es el Eclesiastés el que dice «y el cántaro se
quiebre junto a la fuente», «se levantará a la voz del ave», «se oscurecerán
los que miran por las ventanas». Es un poema compuesto por una serie de
metáforas ligadas por el motivo de la ancianidad, ilustrada en sus achaques.
Borges nos dice que ya no es joven; que está ciego, que ya no duerme como
antes, y que debe enfrentarse a su propia mortalidad; con típica maestría
borgeana, lo hace mediante los inmortales versos del Eclesiastés.
Como última acotación vale la pena mencionar que la versión
bíblica citada por Borges es la de Casiodoro de Reina, revisada por Cipriano de
Valera. Una versión protestante, hecha por dos eruditos del Siglo de Oro
español, que sigue publicándose en versiones revisadas hasta hoy.
BORGES, UNA BIBLIA
PROTESTANTE Y UN VENDEDOR AMBULANTE
En «El libro de arena», último cuento del libro homónimo de
1975, Borges narra en primera persona la visita de un escocés, presbiteriano,
vendedor de Biblias. La influencia de la Biblia protestante se manifiesta no
solamente en la afiliación religiosa de este vendedor tan peculiar. Cuando el
escocés anuncia su ocupación, Borges responde enumerando las Biblias
protestantes de la Reforma e incluye la versión castellana de Cipriano de
Valera, mencionando la Vulgata católica en último lugar:
«En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la
primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de Cipriano de Valera, la de
Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata».
Pero quizá el detalle más significativo está dado por el
misterioso vendedor del Libro de Arena, que en realidad es un colportor.
El colportaje fue un modelo de distribución de Biblias
adoptado en el siglo XIX por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera: un
colportor –combinación de misionero, predicador y vendedor ambulante– recorría
vastas distancias para vender y distribuir Biblias y predicar el Evangelio.
Tuvo trascendencia en América Latina como en ningún otro lugar; el colportor
escocés James Thompson (bautista) –que se hizo llamar Diego Thompson– recorrió,
entre 1818 y 1838, Argentina, Chile, Perú, Colombia, Venezuela, varios países
caribeños, México, Canadá y España. Contó con el apoyo oficial de los
libertadores (como San Martín y O’Higgins), y lo aprovechó para difundir
ampliamente la Biblia y promover el sistema lancasteriano de educación. En el
siglo XIX llegaron varios otros colportores que se dedicaron a difundir la
Biblia por este continente. La conclusión es inevitable: Borges presenta a su
misterioso visitante en «El libro de arena» –escocés, protestante, vendedor
ambulante de Biblias– como uno de los muchos colportores que recorrieron los
caminos de América Latina. Una vez más, la tradición bíblica protestante está
presente en Borges en detalles sutiles pero fundamentales.
CONCLUSIÓN
Estos ejemplos demuestran que la Biblia protestante, ya como
objeto sagrado, ya como fuente de citas implícitas, ya a través de una figura
como la del colportor, es una presencia decisiva en la creación borgeana.
Aunque no ha sido muy tenida en cuenta, la omisión debe subsanarse. Solo así se
comprenderá mejor al bibliotecario de Babel, a quien con ironía le fueron dados
los dones de los libros y la noche.
* Todas las citas bíblicas son tomadas de la versión
Reina-Valera, revisión 1960, el textus receptus protestante.
* Abogado, traductor y teólogo
Fuente: ABC
Color -
Paraguay
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