Una interpretación apresurada del escepticismo filosófico lo
reduciría a una actitud inocua frente al conocimiento. Sin embargo, la lectura
de Jorge Luis Borges nos induce a pensar que lo más valioso del escepticismo es
la prudencia de no sostener una respuesta definitiva ante las grandes
cuestiones humanas, a modo de un saludable antídoto contra el fundamentalismo.
En el caso de la interpretación literaria, se ha supuesto
durante mucho tiempo, y aún sigue siendo un preconcepto muy arraigado, que un
texto sustenta “una posición”, o que encierra “un significado”, o lo que es más grave, que debe tenerlos. La
historia de la ciencia en general y de los estudios literarios en particular
demuestra que durante el influjo del positivismo existió una gran preocupación
por establecer métodos que garanticen seguridad a quienes los aplicaran
diligentemente. Los primeros movimientos históricos de vanguardia a inicios del
siglo XX colocaron en entredicho los presupuestos de la modernidad (la razón,
el progreso, la idea de sujeto cartesiano, etc.) entre los cuales la
determinación de un sentido fijo sobre el texto literario es problematizada al
extremo de que se dificultaba hallar el tema, el mensaje, el argumento, la
postura o identificar el género de alguna obra vanguardista. La erudición de
los artistas vanguardistas se alimentó de la tradición humanística europea que
hacia mediados y fines del XIX se debatía a favor del racionalismo francés y
abandonaba progresivamente los fundamentos de la filosofía alemana, que en diversos
modos se sentía la legítima heredera del pensamiento griego. En cierto modo, el
giro vanguardista es una consecuencia no prevista del racionalismo francés
dispuesto a cuestionar cuanto saber le saliera al frente, aunque solo fuera
para perpetuar un nuevo modo de entender la realidad. No obstante, Schopenhauer
y Nietzsche mostraron una gran apertura hacia la filosofía y letras francesas e
inglesas.
La obra de Borges está atravesada por múltiples referencias
intertextuales a la historia, religión, literatura y filosofía, donde el
pensamiento de Schopenhauer reviste singular importancia en lo concerniente a
la supremacía de la voluntad sobre la razón. En El mundo como voluntad y
representación, Schopenhauer sostuvo que la razón estaba sujeta a la voluntad,
por lo cual la elaboración de argumentos a favor de una tesis no hace más que
demostrar cuan comprometida está una causa con nuestra representación de la
realidad, más que aportar razones que demuestren la verdad o falsedad de una
proposición. Schopenhauer reflexiona en torno a lo que considera es una
escisión entre la voluntad y la representación. Diría que así como hay quienes
piensan que la salvación es intelectual (se salva el que conoce), otros
consideran que la salvación es estética (el que crea belleza se salva).
El mundo como representación es una ilusión, señala
Schopenhauer, por lo cual consideraba que no tenemos un conocimiento racional
de la realidad en sí mismas, sino que está intermediado por nuestras
representaciones. Si llevamos esta afirmación al terreno de la creación y la
crítica literaria, tenemos que leer es hacer frente a una alteridad, que no
solo es interpelada por nosotros sino que también nos interpela. Una lectura
literal no tiene cabida salvo en un horizonte fundamentalista donde prevalezca
la demanda por hallar el sentido último del texto. En tal sentido, la obra de
Borges constantemente nos invita a reflexión sobre el arte de la lectura en
relación a la no resolución final de un tema y en su lugar, admitir la
perplejidad y el escepticismo.
¿Qué le interesó a Borges de Schopenhauer? Esto lo podemos
apreciar en el cuento “Guayaquil”, incluido en el libro El informe de Brodie.
Este relato propone una valoración de la historia como ilusión y pone de
relieve la primacía de la voluntad de un modo similar al cuento “Tema del
traidor y del héroe”, en el cual se concluye que la historia es una forma más
de literatura y que ambas tienen como sustrato común la ficción, pues del mismo
modo en que un historiador escribe la historia con arreglo a sus intereses, un
biógrafo hace lo propio con los personajes que le son gratos o nefastos.
Descorrer la biblioteca de un escritor es una forma de
lectura intertextual que requiere salir temporalmente del texto para explorar
sus vínculos con otras lecturas y luego volver provisto de un panorama más
amplio. Borges no leyó a Schopenhauer aisladamente sino dentro de una totalidad
de pensadores que configuraron su narrativa, razón por la cual la obra del
escritor argentino merece ser confrontada con el universo de sus lecturas.
“Guayaquil” narra el encuentro contemporáneo entre dos
historiadores interesados en la entrevista que sostuvieron Simón Bolívar y José
de San Martín en la ciudad de Guayaquil, a partir del descubrimiento de unas
cartas de Bolívar que revelarían datos sobre dicha reunión. La trama se enmarca
en la versión de Bartolomé Mitre cuya
Historia de San Martín y la emancipación sudamericana señala que el
general argentino declinó continuar la empresa libertadora luego de la reunión
en Guayaquil debido a que lo animaban ideales más grandes que la manifiesta
ambición de Bolívar, de tal modo que en la declinación de San Martín, Mitre
observa una renuncia abnegada que daría de su grandeza moral. El cuento enfoca
la confrontación entre dos historiadores argentinos, quienes desean acceder a
un preciado documento que esclarecería el misterio de la histórica entrevista
entre los libertadores, conflicto que actualiza lo sucedido entre Bolívar y San
Martín. También se recrea la idea de la recurrencia cíclica en la historia a
través de los motivos en conflicto: la ambición desmedida vs. la renuncia
desinteresada. Tatiana Bubnova sostiene que este relato formula una
interpretación que lleva a Borges a participar de un debate histórico acerca de
la identidad argentina, sugiriendo que la identidad es un discurso reelaborable
a partir de otros discursos sociales, entre los cuales destaca el literario.
Una referencia del narrador-personaje, uno de los
historiadores en pugna por las cartas de Bolívar, acerca de un tal doctor
Avellanos, de José Korzeniovski, historiador de una república del Caribe, nos
remite en seguida a la novela Nostromo de Joseph Conrad. El doctor José
Avellanos es un personaje de esta novela ambientada en la ficticia república de
Costaguana en cuya capital Sulaco, sumida en una revolución, se urden intrigas
por el poder y se anticipa una inminente división del territorio. El origen del
conflicto es la posesión de unas minas, la lucha por los trofeos de la nación y
la riqueza de nuevas repúblicas en formación. Edward Said, cuya tesis doctoral
dedicó a la obra de Joseph Conrad, afirma que en Nostromo, el novelista inglés
aludió a Simón Bolívar y que tanto en esta novela como en El corazón de las
tinieblas, se representa la pura voluntad schopenhaueriana. Said anota en su
estudio que Conrad fue un denodado lector de Flaubert y Schopenhauer, y coloca
a Conrad como el mayor crítico del imperialismo a la vez que progresista y
reaccionario.
Una muestra de la presencia de Schopenhauer en Borges es que
ambos desconfiaban profundamente de la historia (aquel es mencionado
brevísimamente en “Guayaquil” como un escéptico ante la historia) y la
convicción de que si alguien se impone a otro no sería tanto por los argumentos
(intelecto) como por su voluntad. Para Schopenhauer las reflexiones de la
voluntad sobre el futuro no son acciones, solo existe decisión a partir de la
acción, pues un acto de voluntad es un acto del cuerpo. De acuerdo a esto, lo
que estuvo en juego en la entrevista de Guayaquil y en el encuentro entre los
historiadores fue la confrontación de voluntades que definen dos modos
distintos primero, de ser (la identidad), y segundo de entender esa identidad
en su curso histórico: «Dos hombres se enfrentaron en Guayaquil; si uno se
impuso, fue por su mayor voluntad, no por juegos dialécticos. Como usted ve, no
he olvidado a mi Schopenhauer», dice Zimmerman. Y más adelante: Nuestro
maestro, nuestro común maestro, conjeturaba que ningún acto es involuntario. Si
usted se queda en esta casa, en esta airosa casa patricia, es porque
íntimamente quiere quedarse. Acato y agradezco su voluntad». Es muy
significativo que el historiador que termina imponiéndose sea Zimmerman quien
«lleva la historia en la sangre», a quien según su adversario solo «le basta
oír con atención esa voz recóndita», lo cual este lamenta pues a él solo le
queda examinar documentos; es decir, ambos ponen en escena la confrontación
entre voluntad e intelecto, reflexión a la cual Schopenhauer dedicó una vida
entera.
Fuente: Náufrago digital
No hay comentarios:
Publicar un comentario