Elena Navarrete
Jorge Luis Borges es famoso por sus cuentos ficticios
cortos, tan condensados que el lector bien puede pasar 15 minutos o 15 días
leyendo uno. Para entender se debe comenzar entendiendo su creación más
importante, el cuento-ensayo, un género absurdo que consiste en presentar la
información falsa y la verdadera en el mismo plano.
Enfrentarse a un cuento de Borges es tratar de entender un
laberinto cuyas paredes son las ideas abstractas y cuyo fin parece ser no más
que un reflejo irónico de la propia búsqueda. Sin embargo, si se toma en serio
resulta ser un trabajo fructuoso, pues detrás de la prosa compleja se
encuentran ideas filosóficas que nos hacen cuestionar la manera en la que
ordenamos nuestro universo. No hay mejor ejemplo que el cuento Tlön Uqbar
Orbius Tertius, publicado en el libro Ficciones en 1944. En este, Borges crea
un universo paralelo en el cual invierte la más peligrosa de las estructuras:
la gramática. Un tema que a pesar de sonar seco y pretencioso, al analizarse con cuidado, puede
llegar a ser sumamente interesante.
El cuento en sí es un ejemplo de clásica metaficción
borgeana. Comienza como un relato anecdótico del día en el que él y su
compañero Bioy Casares encontraron un artículo de en el Anglo-American
Cyclopaedia sobre el planeta Tlön. Después de un gran esfuerzo, Borges, el
narrador, se entera de que el planeta fue inventado por un excéntrico
millonario americano. Entre más avanza el relato más se da cuenta el lector de
que todo es fabricado, incluyendo el anécdota en sí. El artículo de
enciclopedia, claro, es sobre un planeta inventado. El libro del que está
basado el artículo, y la persona que lo escribió, también. La historia sobre
haber encontrado este artículo de enciclopedia, y la enciclopedia misma, son
inventados. Así empezamos, de la mano de Borges, a hundirnos más y más en la
metaficción. El lector entiende, pues, que no puede confiar en nada de lo que
se presenta como la verdad.
Dentro de los varios papeles que Borges supuestamente
descubre sobre este planeta se encuentra una detallada descripción de su
cosmología, que difiere de la nuestra primariamente por su distinta concepción
de la gramática.
En primer lugar, en Tlön el universo consiste de una serie
de procesos mentales que no se desenvuelven en el espacio sino de forma
sucesiva en el tiempo.
"El mundo para ellos no es un concurso de objetos en el
espacio; es una serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo,
temporal, no espacial. Por ejemplo: no hay palabra que corresponda a la palabra
luna, pero hay un verbo que sería en español lunecer o lunar".
El lenguaje, sin embargo, en vez de ser menos rico lo es
más, pues lo que para nosotros sería un sustantivo para ellos se crea al unir
muchos adjetivos, y se refiere a un objeto en una posición específica, en un
momento específico, en vez de generalizar de la manera que lo hacemos nosotros
al empezar primero con los sustantivos y luego agregarles descripciones. Los
“sustantivos” posibles se vuelven infinitos.
No se dice luna: se dice aéreo-claro sobre oscuro-redondo o
anaranjado-tenue-de-cielo o cualquier otra agregación.
La palabra, el símbolo que se usa para representar una cosa,
está mucho más cercanamente atada a la particularidad de lo que representa en
Tlön que en nuestro universo. En cambio, Borges dice que los sustantivos para
nosotros tienen principalmente un valor metafórico. Al ser un intento de captar
la realidad, la metáfora no es más que un espejismo, una tradición de mentir,
ya que las palabras nunca van a capturar una experiencia completa y las
imágenes que crean son apenas aproximativas. Al no atribuirle importancia al
espacio, Borges crea un universo secuencial donde nada es seguro después del
instante en el que se percibe. La consecuencia de esto es un caos infinito
imposible de entender, organizar, o nombrar. Resulta que nuestra creencia en
los sustantivos no es más que la extensión de nuestra perdurante creencia en el
espacio estático y nuestro innato deseo de ordenar lo inordenable.
¿Con qué quedamos? Está claro que Borges no busca promover
la erradicación de todo sustantivo, ni la creencia de que un planeta como Tlön
existe o siquiera debería existir. Lo que hace es usar su gramática ficticia
como una especie de espejo a la fragilidad de las premisas que cimientan
nuestra propia. Esto, para Borges, es el propósito de toda ficción. Al proponer
un cuento que sea notablemente absurdo, nos revela los cuentos que nosotros
tomamos como inviolables parámetros de la realidad.
"Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido
por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres".
Nos obliga a preguntarnos, ¿cuáles son las consecuencias de
llamarle silla a una variedad interminable de objetos? O aún más importante,
¿cuál es la consecuencia de llamarle amor a una variedad incontenible de
sentimientos y relaciones? Entramos aquí al indomable territorio de los límites
del lenguaje. Nace así el género de escritura de Borges y su salto radical de
ensayos realistas a ficción absurda que usa su artificialidad para confundir al
lector entre ficción y realidad.
Fuente: El Espectador
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