Jorge Luis Borges
nació hace 120 años, pero no fue hasta hace ochenta que una experiencia cercana
a la muerte le empujó a volcarse en la narrativa.
Luis H. Goldáraz
Ocurrió en la Nochebuena de 1938, cuando él contaba los
treinta y nueve. Según dejó escrito después en una de sus Ficciones, fue el
roce sobre la frente de la arista del batiente recién pintado de una ventana
—que alguien había dejado irresponsablemente abierta— el que le hizo adentrarse
aquella misma noche "en el infierno". Con esas palabras lo dijo.
Permaneció allí ocho días que "pasaron como ocho siglos", y sólo al
regresar de una convalecencia médica frustrante y muy dolorosa fue informado de
que había estado a punto de morir de septicemia. Aquella revelación le
conmovió. Al fin y al cabo, había estado tan absorbido por el presente
apremiante, cargado de miserias físicas, que ni siquiera había tenido la
oportunidad de pensar en "algo tan abstracto como la muerte".
Se llamaba Jorge Luis Borges y hasta ese momento sólo era
conocido en ciertos círculos literarios pequeños y herméticos de la capital
argentina. Siempre había querido ser poeta, género que cultivaba con constancia
y al que había aportado tres títulos de su propia autoría; pero sus labores
literarias prácticamente se detenían ahí. Es cierto que desde su infancia había
redactado breves ensayos y practicado traducciones, y que continuaba
haciéndolo. Sin embargo, en cuestión de narrativa eso era lo único en lo que se
había centrado. Pese a todo, tampoco puede decirse que la ficción en prosa le
fuese ajena. De hecho, desde que nació, el 24 de agosto de 1899 —hace
exactamente 120 años—, había heredado la pasión lectora de su padre y se había
valido siempre de su nutrida biblioteca, lugar que le sirvió de imagen para
proyectar su propia concepción del paraíso. Además, tan sólo unos años antes,
en 1935, había llegado a publicar una recopilación de relatos a la que tituló
Historia universal de la infamia. Pero aún con todo, él mismo diría que hasta
aquel accidente extraño con el marco de una ventana, nunca había tenido el
valor de dejarse arrastrar definitivamente por el cuento.
Veinte años después de la publicación de la Historia
universal de la infamia, en un prólogo de su puño y letra redactado
expresamente para la reedición de la obra, se encargó de deshacer el entuerto:
"[Estos relatos] Son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a
escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación
estética alguna vez) ajenas historias", explicó. En realidad, lo narrado
en esas páginas pertenecía, dentro de sus posibilidades, al sólido terreno de
la Historia. Cada una de las entradas estaba inspirada en crímenes reales. Y de
todas ellas, sólo una se distinguía de las demás: "De estos ambiguos
ejercicios [el escritor] pasó a la trabajosa composición de un cuento directo
—Hombre de la Esquina Rosada— que firmó con el nombre de un abuelo de sus
abuelos, Francisco Bustos, y que ha logrado un éxito singular y un poco
misterioso". Por tanto, si se atiende a la concepción que tenía el propio
Borges acerca del cuento como género, podría decirse sin temor a equivocarse
que para el día de su accidente, ocurrido, recuérdese, en la Nochebuena de 1938,
sólo había publicado uno en toda su vida.
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'Pierre Menard, autor del Quijote'
A finales de 1938 Borges ya había experimentado los primeros
síntomas de la ceguera que heredó de su padre. Eso tal vez pudo influir en el
percance. Lo que se sabe es lo que dejó escrito en otro cuento posterior,
titulado El Sur, en el que narra que su personaje acababa de hacerse con un
ejemplar descabalado de Las mil y una noches, y que ansioso por adentrarse en
sus misterios decidió no esperar a que bajase el ascensor y se dispuso a subir
por las escaleras. Tal vez desorientado por su escasa visión, a la que no
ayudaban demasiado las sombras del rellano, tropezó y cayó en uno de los
descansillos, con tan mala suerte que su cabeza fue a parar en la esquina de
una ventana abierta, lo que le causó una herida que a la larga obligó a que le
llevaran al hospital.
Entonces se le abrieron las puertas del sufrimiento.
Experimentó la fiebre y se le entremezclaron los pensamientos. Los sueños
recurrentes le avasallaron, tan reales como irreales, y le confirmaron una idea
que ya había experimentado con anterioridad, empujándole definitivamente a
lanzarse al juego de la ficción. A raíz de aquello, se dispuso a experimentar
con los límites de lo inventado, y a tratar de discernir cuántas verdades
ambiguas sólo son perceptibles a través de ese abandono. Durante la
convalecencia escribió Pierre Menard, autor del Quijote, uno de sus cuentos más
reconocidos, y dio por iniciada una siguiente etapa en su creación literaria,
la que le llevaría en 1944 a publicar Ficciones.
Es difícil saber qué habría pasado si nada de eso hubiera
sucedido. Cuesta creer que Borges no hubiese llegado nunca al cuento, ni que no
hubiese desarrollado alguna vez su literatura por esos senderos que se
bifurcan. Pero se sabe que ese fue un empujón como otro cualquiera, que le
llevó a rescatar definitivamente aquello que tenía reservado. Ahí comenzó a
consolidarse el escritor de los laberintos y los espejos, consciente como
ningún otro de la vacuidad de sus esfuerzos, pues sabía desde hacía tiempo que
en la literatura ya no quedaba nada por decir. Siempre fue un erudito voraz,
lector empedernido, ansioso por experimentar jugando con las innumerables
piezas que atesoraba en la biblioteca de su cerebro. Y tal vez por eso terminó
por convertirse en el escritor de la intertextualidad, de la prosa sugerente y
reflexiva, sin alambicamientos ni permisiones estéticas excesivas. La voz de
una intuición tan filosófica como literaria. Al final de su vida, encumbrado en
el Olimpo de los grandes creadores, siguió enorgulleciéndose más de sus
lecturas que de sus construcciones: "A veces creo que los buenos lectores
son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores",
escribió en una ocasión. "Leer, por lo pronto, es una actividad posterior
a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual". Él, desde
luego, lo leyó todo. Jamás logró el Nobel, aunque tampoco parece que fuera
necesario.
Fuente: Libertad Digital
https://www.libertaddigital.com/cultura/libros/2019-08-24/jorge-luis-borges-nacimiento-120-anos-literatura-ventana-accidente-argentina-cuentos-poesia-1276643663/
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