sábado, 17 de agosto de 2019

Ricardo Piglia y la tradición como sueño





Las recientes jornadas en Malba dedicadas al escritor contaron con la participación, entre otros, de Noé Jitrik, Martín Kohan, Alejandra Laera, Daniel Balderston, Aníbal Jarkowski y el autor de este texto.

Luis Gusmán

Voy a poner en relación de lectura el prólogo a la Antología personal escrito por el propio Ricardo Piglia, con el texto que figura en el mismo libro con el título de “La ex–tradición”, ya que en este artículo relaciona “El escritor argentino y la tradición” con “El Aleph”, y lee el primero desde el segundo. También con “La memoria de Shakespeare” de Borges que funciona como memoria latente, ya que trabaja con los tres textos al mismo tiempo.

En el prólogo, parte de la idea que William Burroughs tiene de la memoria como un virus. Es decir, algo que se expande y que puede infiltrarse e invadir a un sujeto, al punto de cambiarle la vida. En el mundo de las vivencias virtuales es donde se ha perdido el sentido de la memoria privada; la utopía consiste en construir artificialmente la experiencia. Lo cito: “vivir como propias, experiencias que nunca se han vivido”. Es decir, una memoria ajena. Podemos conjeturar que ha escrito parte de su diario a partir de este procedimiento. Por supuesto, no por eso son experiencias menos verdaderas. Entonces cabe preguntarse desde esa novedad que introduce: ¿Qué es una vida? ¿Qué es un diario? Comencemos por preguntarnos, ¿qué es para Piglia la tradición?

Lo cito: “Para un escritor la memoria es la tradición. Una memoria impersonal hecha de citas, donde hablan todas las lenguas, los fragmentos y los tonos personales, con más nitidez a veces que los recuerdos vividos”. Se trata de una memoria literaria, no necesariamente vivida. Leída, y escrita con estilo, porque ¿qué otra cosa es el tono? ¿Y cómo está construida esta memoria?

A partir de la referencia a la tradición como estructura del sueño, Piglia pone en relación tradición y memoria. Por eso, va leyendo “La memoria de Shakespeare”, que dice: “La memoria ya ha entrado en su conciencia, pero hay que descubrirla en los sueños, en la vigilia, al volver las hojas de un libro, o al doblar una esquina”. Prosigo la cita de Ricardo: “La tradición tiene la estructura de un sueño: restos perdidos que reaparecen, máscaras inciertas que encierran rostros queridos”.

Piglia va a tomar la estructura del sueño en función de la extradición, la propiedad del lenguaje, la memoria y el olvido. Entre lo que no es de nadie y lo anónimo, ese autor tiene un nombre: Macedonio, quien ha publicado con el nombre de Borges, Cortázar, Marechal. Pero entonces hay que poner un nombre en el origen. Entiendo, según lo que Ricardo ironiza, que Macedonio podría ser el autor del “Pierre Menard” de Borges; por lo tanto, no hay propiedad privada de los textos.

Ahora, ¿qué es para Piglia la extradición? Como quien dice extraditado, arrojado fuera, expulsado a ese lugar utópico. Cuento artificialmente una vida que incluso puede ser la mía, incluso como si fuera de otro, con la memoria de otro como sucede en la Memoria de Shakespeare. Lo cito a Piglia: “La figura de la extradición es la patria del escritor del que construye los enigmas, del que intriga y trama un complot”. Si tomamos la tradición del complot en Facundo, en Sarmiento es la idea contraria, ya que quiere develar el enigma de “el esfinge argentino”. Piglia produce la primera inversión cuando dice que el escritor construye el enigma.

Borges dice que si el libro fundante de nuestra literatura no hubiese sido el Martín Fierro, el libro de un desertor, sino el Facundo, nuestra historia sería otra. Piglia construye la segunda inversión y trabaja la figura inversa a la de Borges: el escritor es un reclutado y solo le quedará ser extraditado, ya que está “obligado siempre a recordar una tradición perdida, forzado a cruzar la frontera”. Es decir, el escritor es una figura que construye enigmas y arma una intriga y un complot, desde otro lugar, extraditado.

La tradición es ex: no está. Se trabaja con las huellas, con la figura del rastreador en el Facundo. Pero me parece que este lugar ex, es más ectópico que utópico. Es decir, ese ex, es lo que lo sitúa al escritor en la lengua y en la tradición como un pasador. La literatura pasa por el escritor siempre situado en una frontera ectópica.

La literatura argentina está desde el comienzo atravesada por una escisión que produce una tensión. Esta cita de Piglia referida a la escisión es el nudo de su texto: “Así se funda la identidad de una cultura. Al menos, esa ha sido la obsesión de la literatura argentina desde el origen”. Piglia la coloca en el origen: la literatura argentina estrábica, un ojo puesto en Europa y otro en la patria.

La escisión esta siempre ahí, pero se la ha olvidado (se hace de cuenta que se la ha olvidado). Afirma Piglia: “La tradición nacional es una lectura amnésica”. Y agrega: “Escribir es un intento inútil de olvidar lo que hemos escrito, y en eso nunca seremos lo suficientemente borgeanos”. Es decir, persistimos en esa inutilidad.

Piglia liga este descentramiento del escritor argentino y su literatura con “El Aleph”: “¿Cómo zafar del nacionalismo sin dejar de ser argentino?” ¿Como llegar a ser universal en este suburbio? Lo hace mediante una inversión toponímica.Piglia se pregunta dónde está la tradición argentina. Formula que “Borges hace una pregunta espacial de esa pregunta, y en un sentido ‘El escritor argentino y la tradición’ es la puerta de acceso a ‘El Aleph’.” Yo creo que la pregunta de Borges no es solo espacial, cuando para escapar al color local pone en lugar de Paseo Colón, rue de Toulon, sino que en la inversión se apropia metafóricamente de un territorio, a la vez que extraterritorializa, saca a la literatura de una cuestión nacional. Piglia lo llama un pasaje espacial.

La anotación de cómo Sarmiento mira desde lejos a Balzac, el sótano de la calle Garay, el laboratorio espacio preferido de los inventores de Arlt y del fotógrafo de Piglia, son figuras del distanciamiento brechtiano siempre presente en sus textos. Y a la vez desde esos refugios se localiza el mundo entero.

En la línea de la extradición, leemos en “El escritor argentino y la tradición” algo en referencia a la cultura judía y la irlandesa: “Esas culturas laterales se mueven entre dos historias, a veces en dos lenguas: una tradición nacional perdida y fracturada, en tensión con una literatura dominante de alta cultura extranjera”. Piglia lee y escribe en esa tensión. Creo que lo que hace de Piglia un gran escritor es la tensión.

La descripción de una lucha, para decirlo en términos kafkianos: la discusión permanente entre la literatura y su efecto como inserción social. Nadie como él para mantenerse en la frontera, al colocar a Guevara como el último lector. Es una tensión con la que Piglia se encuentra a sí mismo.

Piglia es un escritor político si se quiere, como Arlt, o Viñas, enfrentado a eso sencillo pero imposible. Creo que siempre se sitúa en una frontera donde ejerce una política de la lengua o entrelíneas una lengua política. Pero finalmente siempre se impone el lector que es. Creo que los pasajes y los tropismos de una memoria privada, a una ajena, de una personal, a otra impersonal, prueban en este texto esa tensión.

Por supuesto no lo resuelve, se trata de una “tarea a la vez sencilla e imposible”. Si Echeverría es el estrabismo, Sarmiento la cita falsa, Macedonio la palabra sin autor, Borges la apropiación territorial desde el Aleph falso, Arlt el no olvido de la escisión, Piglia es la tensión permanente.

La antología personal es lo que a cada escritor le queda. Es como si la antología personal le devolviese el escribir a lo escrito. Por qué no pensarlo como una sustracción que el escritor le hace a su propia obra, un saqueo: esto es privado, es mío, es lo que robo a mi propia obra. Lo que queda, como en un sueño es solo un resto, y nadie recuerda un sueño completo.

Luis Gusmán. Escritor. Publicó El frasquito, La música de Frankie y La valija de Frankenstein.

Fuente: RevistaÑ  -  Clarin

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