lunes, 13 de enero de 2020

Una musa de Borges y Bioy





Genoveva ‘Veva’ Falisca publicó un único volumen de cuentos y, según contaba ella misma, encandiló a los dos escritores y amigos

JUAN BAS

Me he encontrado en la sección de Cultura de la edición digital del diario ‘La Nación’ un suelto que informaba de la muerte de la escritora y periodista Genoveva Falisca. Ha fallecido en Buenos Aires a los 83 años de edad. La sucinta noticia citaba su libro de cuentos de género fantástico ‘El convertidor de deseos inconfesables’, de 1996, con el que consiguió cierto éxito y fue el único que publicó. También había sido columnista cultural en ese mismo diario y se ocupaba de las críticas de cine en ‘Clarín’.

Recordé la tarde de 1997 que conocí a Genoveva Falisca. Fue en Madrid, en el bar inglés del hotel Palace, donde por aquel entonces mezclaban un ‘dry martini’ aceptable y era un lugar apacible. Antes de ir al Palace había dado una vuelta por los puestos de librerías de viejo de la Cuesta de Moyano. Encontré un libro valioso que hacía años regalé y después me arrepentí de aquel arranque de generosidad. Era ‘Crónicas de Bustos Domecq’, de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, el segundo de los tres libros de cuentos humorísticos que escribieron al alimón, fusionados en el autor ficticio Honorio Bustos Domecq. Además, el pequeño volumen era el de la edición argentina, la de Losada con la cubierta de la ilustración de John Tenniel para ‘Alicia en el país de las maravillas’ presidida por el gato de Cheshire. Aunque la que encontré era la segunda reimpresión, la de 1968, y yo tuve la primera edición de 1967, lo consideré un estupendo hallazgo, y comprado a buen precio.

Ya en el bar del Palace, sentado a una mesa con un ‘dry’ y mi botín literario, me puse a hojear el libro con cariño y nostalgia de la primera lectura. Enseguida releí el prólogo del inefable fantasmón ficticio Gervasio Montenegro y comencé el primer cuento, ‘Homenaje a César Paladión’. Me fijé en que la solitaria señora de la mesa de al lado, situada a mi izquierda, miraba con atenta curiosidad la portada. Se dio cuenta de que me percataba de su observación y me dijo con tono amable y un acento inequívoco: «Cuántos buenos recuerdos de juventud me trae ese libro».

Nos pusimos a conversar, cada uno desde su mesa; quedaban lo suficientemente cerca una de otra para hablar con comodidad. Era una dama guapa y distinguida, muy elegante. Ahora sé por la noticia de ‘La Nación’ que en 1997 tenía 63 años; no los aparentaba y seguía siendo una mujer atractiva. Nos presentamos. Tras decirme su nombre, Genoveva Falisca añadió: «Pero podés llamarme Veva, todos lo hacen». Me contó que conoció a Borges y Bioy Casares durante los primeros años 60. «Adolfo, después de comer (en Argentina, cenar) con Borges y trabajar juntos en su casa, llevaba a su amigo en el auto a la calle Maipú, donde vivía con doña Leonor, su madre (que era una señora estirada e insoportable menos para su Georgie, comentó más tarde). Y solían entrar a tomar un guindado en el café de mis padres, que se llamaba Fénix y estaba en la misma cuadra». Ella trabajaba allí en aquel tiempo. Los dos escritores simpatizaron con Veva, que se sentaba a su mesa cuando ya apenas quedaban clientes, antes de cerrar. Hablaban de literatura con ella y les gustaba la inteligencia y las ganas de conocimiento de su joven y guapa anfitriona. Veva Falisca dejó entrever que tuvo algo más que una amistad con Bioy, al que calificó de apuesto, seductor y dandi. Y que Borges estuvo un poco enamorado de ella. «Pero seguro vos sabés, el maestro se enamoriscaba de todas las minas que no fueran un adefesio», explicó con cambio de registro a lo coloquial. «Veía ya muy mal. Pocos años después se casó con Elsa Astete, que por lo que se dijo era, de otro modo, tan insufrible como la mamá, y supe por Adolfo que fue infeliz con ella». Seguido me confesó, con falsa modestia, algo sorprendente que en ese momento puse muy en duda.

En 1963, Borges y Bioy estaban en plena escritura del libro que estaba sobre mi mesa. Según Veva, los dos amigos le contaban cada noche avances y dudas y ella les dio las ideas para los argumentos de varios de los cuentos, pero no especificó cuáles. Sí fue más concreta al asegurarme que en ‘Diario de la guerra del cerdo’, la novela que Bioy publicó en 1969, el tema central de la persecución y exterminio de los jóvenes a los viejos fue invención suya y un regalo al probable amante.

Nos despedimos. Veva Falisca iba a cenar con su marido, que la había acompañado a Madrid para la presentación de la edición española (en la Editorial Panceta) de su libro de género fantástico ‘El convertidor de deseos inconfesables’. Al día siguiente lo compré. Tenía curiosidad por leer a aquella pretendida musa que encandiló a ambos amigos. Los cuentos no eran buenos. El volumen era largo, de índice numeroso. Leí algo menos de la mitad. Estaban escritos con una mezcla de descuido y barroquismo gratuito, farragoso en conjunto. La mayoría de cuentos prometían en su planteamiento más de lo que daban, pero había algunos con ideas argumentales muy buenas, espléndidas, propias de Borges y Bioy Casares.

Fuente: El Correo


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