martes, 8 de abril de 2014

Eco de Borges 2


Geovani Galeas

En la primera parte afirmé que la célebre novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, con relación a la literatura de Jorge Luis Borges, tiene un grado de independencia calculable en cero.

En tal sentido consigné algunas coincidencias de carácter general que muy bien podrían considerarse aleatorias. Paso ahora a exponer otro tipo de correspondencias más específicas que considero probatorias de mi tesis. Pero antes avanzaré otras dos coincidencias generales.

En El nombre de la rosa, fray Bernardo conspira para que las llamas inquisitorias consuman a fray Guillermo; en el cuento Los teólogos, de Borges, no es otra cosa lo que fray Aureliano desea para fray Juan. En la novela de Eco es capital un libro cuyo último ejemplar desaparece en el incendio de una biblioteca conventual. En el relato Tres versiones de Judas, de Borges, es decisivo el Sintagma, “un libro que habría perecido en el incendio de una biblioteca monástica”.

Y ahora viene lo sorprendente que, hasta donde sé, ha sido ignorado o por lo menos silenciado por la crítica literaria internacional. Más todavía, el mismo Umberto Eco, que escribió otro libro para explicar algunos aspectos de su famosa novela, ha preferido no hacer ninguna mención de un asunto que sin embargo, a mi juicio, es tan evidente.

En las 607 páginas de El nombre de la rosa, Eco relata cinco crímenes sucesivos perpetrados durante un sínodo católico. El móvil puede ser el robo de las joyas del Abad, o una vendetta entre viejos herejes solapados, o un complot nacionalista de un grupo de monjes italianos. Cuando lo que urge es atrapar a un asesino, el investigador, fray Guillermo, “pierde el tiempo” hurgando en los índices de una biblioteca. Una pista, la correspondencia entre el primer asesinato y el primer término de la serie de los siete castigos del Apocalipsis, y un libro, el Coena Cypriani, le sugieren el esquema operativo del criminal.

Establecida la secuencia, el caso está aparentemente resuelto. Pero el asesino no será sorprendido, porque en realidad el perseguidor es el perseguido: la simetría entre el plan criminal y la secuencia apocalíptica es casual. El asesino, enterado de que el investigador erróneamente sigue esa pista, se dedica a justificarla de modo deliberado. Al fin, para llegar al criminal, fray Guillermo descifra y cruza un laberinto.

Ahora bien, más de veinte años antes Jorge Luis Borges había escrito básicamente lo mismo pero en 600 páginas menos.

En las 7 páginas del cuento titulado La muerte y la brújula, Borges narra cuatro crímenes sucesivos falazmente relacionados con sínodo eremítico. El móvil puede ser el robo de los zafiros del Tetrarca de Galilea, o una vendetta entre viejos delincuentes, o un complot nacionalista de un grupo antisemita. Cuando lo que urge es atrapar a un asesino, el investigador, Erick Lonrrot, “pierde el tiempo” hurgando en los índices de la bibliografía hebrea. Una pista, la correspondencia entre el primer asesinato y el primer término de la serie de cuatro letras secretas del Tetragrámaton, y un libro, Historia de la secta de los Asidim, le sugieren el esquema operativo del criminal.

Establecida la secuencia, el caso está aparentemente resuelto. Pero el criminal no será sorprendido, porque en realidad el perseguidor es el perseguido: la simetría entre el plan criminal y la secuencia tetragramatónica es casual. El asesino, enterado de que el investigador erróneamente sigue esa pista, se dedica a justificarla de modo deliberado. Al fin, para llegar al criminal, Erick Lonrrot descifra y cruza un laberinto.

Al igual que los últimos cuatro párrafos de esta columna, la novela de Eco es solo una imagen especular ampliada del cuento de Borges.

Fuente :La Prensa Grafica – El Salvador
8 de abril de 2014


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