Borges defendió al individuo frente a la coerción del
estado. Al hacerlo, se basó en la obra de Herbert Spencer.
Por Daniel Raisbeck
Borges no escribió mucho acerca de la política. Como en el
caso de otros genios, su ilimitado talento dirigió sus actividades y su
existencia hacia esferas que poco tienen en común con los muchas veces sórdidos
asuntos de la plaza pública. Sin embargo, esto no impidió que la política se
entrometiera dentro de la vida privada de Borges.
Tras rehusarse a apoyar al gobierno de Perón, y por haber
favorecido la causa Aliada durante la Segunda Guerra Mundial, Borges perdió su puesto
como bibliotecario y fue “ascendido” a “inspector de aves y conejos en los
mercados públicos,” decisión que refleja que el caudillo, o alguno de sus
súbditos, alguna familiaridad tenía con la obra del autor, quien en El arte de
injuriar (1936) había escrito acerca del insulto por medio de “la inversión
incondicional de los términos.” Como nota Iván de la Torre, “obligar a un amante
de libros y de pulcritud a examinar mercados públicos” es un ejemplo adecuado
de una injuria de tal tipo. Como era de esperar, Borges renunció inmediatamente
a su nuevo cargo.
“Algunos han
interpretado ciertos escritos de Borges relacionados con la dictadura de Rosas
como ataques anacrónicos contra Perón.”
Agregando injuria al insulto, el régimen peronista cometió
una injusticia aún mayor contra la familia de Borges al arrestar a la madre y a
la hermana del escritor por participar en una protesta.
Algunos han interpretado ciertos escritos de Borges
relacionados con la dictadura de Rosas como ataques anacrónicos contra Perón, y
es muy probable que sea acertada esta teoría. Sin embargo, lo que me gustaría
analizar son las frases que Borges sí pronunció acerca de la política, lo cual
es posible gracias a un documento redactado por Martín Krause.
La amarga experiencia personal de Borges bajo el autoritarismo
de Perón en Argentina se oponía diametralmente a las impresiones que obtuvo al
vivir como adolescente en Suiza, país al cual se trasladó su familia en 1914
dado el empeoramiento de la enfermedad ocular de su padre y su necesidad de
obtener atención médica.
“Para Borges, el ideal era “un
mínimo estado y un máximo individuo.”
Años después, Borges dijo lo siguiente: “llegamos a Suiza…
y, como buenos sudamericanos, preguntamos quién era el presidente de la Confederación
(Helvética). Se quedaron mirándonos, porque nadie lo sabía.” Para Borges, este
desentendimiento de la política era un signo de madurez y de civilización, pues
consideraba que la excesiva presencia del estado como ente burocrático oprimía
al ser humano individual. Para Borges, el ideal era “un mínimo estado y un
máximo individuo.” Suiza pudo representar este ideal por ser un país civilizado
donde la política no se entrometía excesivamente en la vida de los ciudadanos:
en Suiza, dijo Borges, “había un estado muy eficiente, pero precisamente porque
era un estado invisible.”
“Llegamos a Suiza en 1914 y,
como buenos sudamericanos, preguntamos quién era el presidente de la Confederación
(Helvética). Se quedaron mirándonos, porque nadie lo sabía. Había un estado muy
eficiente, pero precisamente porque era un estado invisible.”
Dada su desconfianza frente al crecimiento del estado, o tal
vez frente a su mera presencia si era muy notable, Borges se describía a si
mismo como un “anarquista.” Sin embargo, su admiración por Suiza prueba que no fue
de ninguna manera un radical. Como él mismo dijo, era un “anarquista
spenceriano.” Tal como su padre, Borges era “discípulo del pensador inglés
(Herbert) Spencer,” y particularmente admiraba la obra El hombre contra el
estado.
Pero la obra de Spencer, más que de anarquismo, se trata del
liberalismo clásico. El hombre contra el estado es una crítica a los liberales
o Whigs británicos quienes, tras ganar una serie de batallas legislativas
contra el establecimiento monarquista, militarista, religioso y conservador,
habían traicionado la esencia de la filosofía liberal al utilizar el poder del
estado para imponer sus políticas progresistas.
Para Spencer, el liberalismo equivale “la defensa del
individuo frente a la coerción del estado.” Por lo tanto, las medidas liberales
son todas aquellas que disminuyen la cooperación compulsoria de tipo
militarista- aunque no restringida al campo militar- entre los hombres, e
incrementan la posibilidad de la acción voluntaria. Los verdaderos liberales,
argumenta Spencer, reducen el campo dentro del cual el estado puede actuar sin
límites e incrementan el área dentro del cual cada ciudadano se puede
desenvolver libremente.
“Borges era ‘discípulo del
pensador inglés (Herbert) Spencer,’ y particularmente admiraba la obra El
hombre contra el estado.”
Spencer critica a los “liberales” porque, una vez habiendo
llegado al poder, adoptaron la práctica de dictar las acciones de los
ciudadanos en una medida cada vez mayor. Por consecuencia, los “liberales”
“disminuyeron el campo dentro del cual las acciones de los ciudadanos pueden
permanecer libres,” lo cual, naturalmente, no es una política liberal.
El liberalismo
equivale “la defensa del individuo frente a la coerción del estado,” Spencer.
El problema principal que ve Spencer es que los liberales
progresistas, al intentar crear instituciones públicas como parques, museos y
bibliotecas (supongo que también sistemas públicos de salud y educación) no
solo incrementan el tamaño del estado al formar burocracias adicionales, sino
que también reducen la libertad del ciudadano al usar sus fondos para financiar
colosales proyectos. El incremento desmesurado de los impuestos es una afrenta
directa contra la libertad, escribe Spencer, porque en efecto el estado le está
quitando al ciudadano el derecho de gastar una porción de sus ingresos de la
manera que él considera apropiada. De modo contrario, el estado empieza a
gastar estos recursos para fomentar el “bienestar general.” Aunque este
“bienestar” se considere equivalente al “bien común,” el hecho es que, para que
los funcionarios del estado acumulen el poder necesario para llevar a cabo
tales planes, se requiere un grado
significante de interferencia en la vida del ciudadano individual.
Acerca del “bienestar común” determinado por funcionarios
del mecanismo estatal, Spencer escribe lo siguiente:
“cada
intervención estatal adicional fortalece la presunción tácita que es el deber
del estado corregir todo mal y asegurar todo beneficio. Fortalecer una creciente
organización administrativa estatal significa debilitar el poder del resto de
la sociedad y su capacidad de resistir su crecimiento y su control. La
multiplicación de las carreras burocráticas crea la tentación para los miembros
que se benefician de ellas de favorecer aún más su extensión.”
Lo que termina pasando bajo este sistema de creciente
burocracia y menguante individualidad, argumenta Spencer, es que el ciudadano
se ve obligado a “trabajar por la sociedad-” lo que en efecto significa someterse
a los mandatos de su burocracia- sin tener alternativa y recibiendo de ella la
porción general que la sociedad misma determina. Pronto, argumenta Spencer, el
ciudadano “se vuelve un esclavo de la sociedad,” una frase que hace eco a la
que después escribiría Nicolás Gómez Dávila, quien se refirió a la sociedad
moderna como una “esclavitud sin amos.”
Tanto para Spencer como para Borges, todo incremento y
fortalecimiento del estado a costas del individuo- es decir, todo cesarismo- es
un retroceso para la especie humana.
“Para Borges, lo ideal sería que
los políticos no fuesen personajes públicos.”
Pero Borges va más allá que Spencer, pues se expresa acerca
de la política misma con el escepticismo que su maestro guarda para describir
el creciente aparato burocrático del estado. Para Borges, la política, junto
con el deporte, “esos grandes espectáculos de la modernidad,” son
“frivolidades,” excepto que la política es una “frivolidad peligrosa.”
Los principales partícipes dentro de este espectáculo, los
políticos, son para Borges una fuente de inmensa desconfianza. Acerca del
impulso tiránico de algunos hombres, Borges escribió que “la idea de mandar y
ser obedecido corresponde más a la mente de un niño que a la de un hombre.” Pero inclusive dentro de la democracia, la
cual calificó como un “curioso abuso de la estadística,” los políticos le
inspiran poca confianza:
“creo
que ningún político puede ser una persona sincera,” dijo Borges, “porque está
buscando siempre electores y dice lo que esperan que diga…. en el caso de un
discurso político… el orador es una especie de espejo o eco de lo que los demás
piensan.”
“La idea de mandar y ser obedecido
corresponde más a la mente de un niño que a la de un hombre,” Borges.
Los políticos, para Borges, no son hombres éticos: son
personas quienes “han contraído el hábito de mentir, el hábito de sonreír, el
hábito de sobornar, el hábito de quedar bien con todo el mundo, el hábito de la
popularidad.” Un político “debe fingir todo el tiempo, simular cortesía,
someterse melancólicamente a los cócteles, a los actos oficiales, a las fiestas
patrias.”
En Utopía de un hombre que está cansado, Eudoro Acevedo
aprende que, en el futuro, los gobiernos, según la tradición, “fueron cayendo
en desuso… los políticos tuvieron que buscar oficios honestos. Algunos fueron
buenos cómicos o buenos curanderos…” Para Borges, lo ideal sería que los
políticos no fuesen personajes públicos.
Dada esta visión crítica de la política y de los políticos,
Borges no deposita su fe en soluciones estatistas a los problemas del hombre.
Es más, Borges probablemente desconfiaba de la “ciencia política,” tal como lo
hacía de la economía (“porque antes, no se hablaba de economistas,” dijo una
vez, “pero el pais prosperaba, ahora casi no se habla de otra cosa, y el
resultado de esos expertos es la ruina del pais”). Su crítica más fuerte la
reservó para esa otra “ciencia social” moderna por excelencia: la sociología,
de la cual dijo que “ni siquiera sabemos si existe o si es una ciencia
imaginaria; a juzgar por los resultados que ha dado, no existe.”
Esta posición se basa en el rechazo a la idea de lo
“colectivo,” que es con lo que se ocupan muchas de las ciencias sociales que,
por definición, estudian la sociedad como ente real y palpable. Pero para
Borges, “lo colectivo no es real;” sólo lo es el individuo.
“La sociología ni siquiera
sabemos si existe o si es una ciencia imaginaria; a juzgar por los resultados
que ha dado, no existe,” Borges.
Borges, como parte de su acérrima defensa del individuo y su
libre albedrío, rechaza incluso el concepto de la sociedad. Dado que para él
sólo existen los individuos, la sociedad no es más que un invento. Por lo
tanto, construcciones “sociológicas” como la clase social y la nacionalidad son
“meras comodidades intelectuales,” convenciones o “abstracciones aprovechadas
por los políticos.” Las naciones, por ejemplo, son “producto de las fantasías
del hombre: ¿cómo explicar de otro modo que al sur de una línea la tierra
cambie de nombre?”
Sin embargo, el individuo se puede librar de estos conceptos
restrictivos, y definitivamente es más libre si lo hace, tal como Borges mismo,
quien se describe como un “cosmopolita que atraviesa fronteras porque no le
gustan.”
Dicho de una manera sencilla, la enseñanza de Borges es que
debemos esperar muy poco de la política- y, entre menos se acerque esta a
nosotros, mejor. En este sentido, Borges insinúa que la política verdaderamente
significante es la política del alma humana: la única revolución que quisiera
ver es una revolución “en el orden moral,” que nos aleje del valor excesivo que
le damos al dinero y a la fama. Y aunque la libertad de expresión, en vez de
conducirnos hacia algún tipo de virtud, “se presta a toda suerte de
obscenidades,” a tal grado que estamos presenciando “la apoteosis de la
pornografía” dentro de la sociedad moderna, “quizá sea mejor esto que el hecho
de dejar todo en manos ajenas, sobre todo en las manos del estado.”
“La creencia que por medio de la
habilidad técnica se puede transformar a una humanidad defectuosa y crear
instituciones eficientes es un espejismo,” Spencer.
Al precisar que es la moralidad y el carácter del individuo-
y no el poder del gobierno o del estado- el elemento esencial que determina el
destino de la humanidad, Borges también revela las raíces spencerianas de su
pensamiento. Para Spencer, “el bienestar de una sociedad y de sus arreglos
dependen, en el fondo, en el carácter de sus miembros… La creencia, no sólo de
los socialistas sino también de los liberales que están preparando el terreno
para ellos, que por medio de la habilidad técnica se puede transformar a una
humanidad defectuosa y crear instituciones eficientes es un espejismo.”
La experiencia del Siglo XX confirma más que todo la
veracidad de esta declaración; casi todo intento de usar el poder del estado
para “corregir” al ser humano termina siendo un desastre monumental.
“Es posible discrepar con Borges
e insistir que el desarrollo de la democracia liberal, pese a sus
imperfecciones, es un avance significante para la humanidad.”
¿Qué tan seriamente se puede considerar el pensamiento
político spenceriano de Borges? De cierta manera, no mucho. En un país como
Colombia, se sabe que la ausencia del estado puede ser desastrosa (sin embargo,
Borges habla de un estado mínimo siempre y cuando exista un alto nivel de
civilización). A la vez, aunque Borges haya tenido algo de razón en llamar la
democracia un “curioso abuso de la estadística,” es posible discrepar e
insistir que el desarrollo de la democracia liberal, pese a sus imperfecciones,
es un avance significante para la humanidad, sobre todo porque al crear un
sistema de controles y balances se reduce el poder despótico que puede subyugar
al individuo. También, algunas de las instituciones públicas que critica
Spencer se han convertido en una parte tan esencial de las sociedades avanzadas
que, incluso en la ideal Suiza de Borges, resulta difícil imaginar la vida sin
ellas. Por último, hablar de una “revolución en el orden moral” tiene poco
sentido para los que creemos que la naturaleza del hombre es inmutable. Además,
cuando la “revolución moral” la intenta de imponer el estado, algo que
claramente no sugiere Borges pero que se torna posible si se habla en esos
términos, se ven las más grandes catástrofes de la humanidad como el comunismo
soviético o el nazismo.
“En Latinoamérica, es posible
que el progreso se logre no cuando lleguen buenos gobiernos, sino cuando los
individuos se independicen del gobierno en la mayor medida posible.”
Sin embargo, en una época como la nuestra, cuando el
caudillismo ha alcanzado un nuevo auge y se pierde tiempo y energía de manera
excesiva teniendo fe en el estado y en su capacidad de solucionar los males que
nos agobian, es un ejercicio saludable leer una defensa tan vigorosa del
individuo frente al poder de los gobiernos como la de Borges. En este sentido,
el pensamiento de Borges tiene cierta afinidad con el de Gómez Dávila, para
quien “la política sabia es el arte de vigorizar la sociedad y debilitar el
estado.” En cuanto a Latinoamérica, es
posible que el progreso se logre no cuando lleguen buenos gobiernos, evento que
llevamos siglos esperando, sino cuando los individuos se independicen del
gobierno en la mayor medida posible.
Fuente : Certamen
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