Gustó Borges de la
reflexión metafísica y la puso al servicio de su obra narrativa...
RICARDO GIL OTAIZA
Leer a Jorge Luis Borges es sin duda alguna una experiencia
orgiástica. Ninguno de los géneros literarios tocados por su pluma (poesía,
narrativa y ensayo) escapa al sutil encanto de un "algo"
(inextricable a veces: ¿qué le vamos a hacer?), que busca desentrañar desde la
palabra el universo y su vasta complejidad. Su logo es punto de partida para
una comprensión de la realidad, que va más allá de lo anecdótico (el pueblo, la
pelea a cuchillo, la farra, la nostalgia), para internarse en la profundidad de
un artefacto literario que bordea lo filosófico -como materia fundante de su
propuesta y sin querer pontificar (ni sobresalir) en ella, transigimos-, pero
que en él es solo una excusa. Definitivamente, no fue Borges un filósofo (y
jamás pretendió serlo, aunque muchos filósofos profesionales ya hubiesen
querido la hondura y la gracia de sus textos), pero su erudición libresca lo
llevó a echar mano de todo ese bagaje de lecturas acometidas desde la primera
juventud (Schopenhauer, León Bloy, Stevenson, Berkeley, Hume y Shaw, entre
otros), para desde esas alturas del intelecto y la abstracción recrear mundos
paralelos, en los que la imaginación, el terror atávico (el paso del tiempo,
los espejos), la genialidad y la mera exploración estilística, marquen sus
propios cauces y también sus propios derroteros literarios.
En este sentido, gustó Borges de la reflexión metafísica y
la puso al servicio de su obra narrativa, sin que ello signifique que toda su
obra goce (o tenga) dicho carácter e intención, porque el autor abrió a lo
largo de décadas disímiles derroteros en su eterna búsqueda de referentes y de
explicaciones ante sus grandes incertidumbres existenciales, y el trasmundo fue
en este sentido (para desconsuelo de algunos) mero artificio en medio de una
lógica certera e incisiva como la suya. Nadie podría negar que la obra de
Borges es expresión de su mundo interior, de sus ingentes (y desaforadas) lecturas,
de la admiración por grandes autores (a los que en mucho logró superar a
nuestro entender), sin que ello implique negación de sus referentes librescos
(como única experiencia de vida). La obra de Borges responde -eso sí- a una
visión de conjunto del ser humano y de su impronta civilizatoria (pesimista y
maleva), aunque a veces el hombre y la mujer son los grandes ausentes en la
misma (no podemos olvidar que algunos de sus relatos giran en torno a
abstracciones, en las que el sujeto como Ser se hace inexistente e innecesario:
libros, espejos, cuchillos, ciudades fantasmales, ideas, sueños, meros
objetos).
Apuesta Borges por el mundo de lo sensible y esta cualidad
en su deseo (o determinación) se erige muchas veces en una inexorable
dicotomía: pensamiento filosófico y literatura (y viceversa), que lleva al
texto a extremos de denodada belleza. Esta conjunción se hace a sí misma
unívoca e indisoluble, lo que impide a los exégetas la disyunción del hecho
borgiano y el poder desmontar sus magníficos poemas y cuentos (no tanto así a
sus ensayos) en sus elementos constitutivos. Interpretar a Borges en su
isócrona mirada: razón-creación artística, es tarea muy difícil, sobre todo
porque nos sitúa en la peligrosa intención de buscar convertir al narrador y al
poeta en filósofo, cuando toda interpretación (o hermenéutica) es en sí misma
una lectura particular, una traducción (si se quiere) de un "algo" en
otra cosa; de una razón por otra. Encasillar a Borges en lo filosófico; amén de
desconocer a su "alma creadora", implica una lectura sesgada; alejada
de su verdadero leitmotiv, que a decir de uno de sus más voraces lectores
(Eduardo García de Enterría en Fervor de Borges, 1999), fue: "crear él
mismo el estremecimiento artístico que ha buscado (desde la lectura) incansablemente
en otros".
La voz austera (y feliz) de Borges sigue recorriendo los
caminos de América y del mundo, y a pesar de que sobre él se hayan escrito
miles de páginas buscando develar al genio, su sombra se yergue en el tiempo y
en el espacio para recordarnos que él fue su obra, y ésta lo contiene en cada
página escrita o dictada, y entregada con celo a la inmortalidad de la
imprenta.
Fuente : El Universal
- Caracas -
Venezuela
domingo 18 de enero de 2015
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