Juan José Torres
Un emperador mogol
sueña en el siglo XIII con un palacio que edifica siguiendo el plano inspirado
por su sueño. Muchos años después, en el siglo XVIII, un poeta inglés
(Coleridge) reconstruye ese palacio (ya destruido) del que nada sabe en un
poema que, a su vez, ha soñado en una tarde del verano de 1797 ó 1798.
En “El sueño de Coleridge” (Otras Inquisiciones, obras
completas, II, páginas 20 a
24, Emecé), Jorge Luis Borges cuenta como el fragmento lírico Kublai Khan
formado por cincuenta y tantos versos rimados e irregulares “… de prosodia
exquisita”, fue soñado por el poeta inglés en uno de los días del verano de
1797 “… bastenos retener, por ahora, que a Coleridge le fue dada en un sueño
una página de no discutido esplendor”. Relata Borges que Coleridge sonó su
poema en 1791 ó 1798 y publicó su relación con el sueño en 1816, a manera de glosa o
justificación del poema inconcluso. Veinte años después apareció en París,
fragmentariamente la primera versión occidental del Compendio de Historias de
Rashid Ed-Din, que data del siglo XIV. Dice Borges de este Compendio que: “… en
una página se lee: al este de Sangthu, Kublai Khan erigió un palacio según un
plano que había visto en un sueño y que guardaba en la memoria”. Quien esto
escribió era visir de Ghazan Mamad y descendía de Kublai Khan. Lo que resulta
asombroso en el relato de Borges es la relación entre sueño, poema y palacio.
En efecto, un emperador mogol sueña en el siglo XIII con un palacio que edifica
siguiendo el plano inspirado por su sueño. Muchos años después, en el siglo
XVIII, un poeta inglés reconstruye ese palacio del que nada sabe en un poema
que,a su vez, ha soñado. El poeta nada sabe de este hecho y, sin embargo, si se
confrontan el plano del palacio y el poema existe una asombrosa simetría. Borges
lo explica así: “… Acaso un arquetipo no relevado aún a los hombres, un objeto
eterno … esté ingresando paulatinamente en el mundo; su primera manifestación
fue el palacio; la segunda el poema. Quien los hubiera comparado habría visto
que eran esencialmente iguales”.
Releyendo a Gog (Giovanni Papini, Gog, 1982, Plaza y Janés),
he recordado el Sueño de Coleridge de Borges, y me ha sido sugerida una lectura
conjunta de dos relatos, la Ciudad Abandonada de Papini y El Inmortal de
Borges. En ambos relatos hay elementos de simetría y reflexiones similares. Gog
encuenta la Ciudad
Abandonada tras cabalgar más de dieciséis horas por el
desierto y la describe inicialmente como la ciudad “… más maravillosa que he
visto en toda el Asia, es sin duda aquella que descubrí una noche de octubre,
al oriente de Khamil, en pleno desierto”; no en vano se le presenta “… en la
blancura velada de la noche otoñal”. Sin embargo, no se trata de una ciudad
cualquiera, no es fácil acceder a la misma, como si se resistiera a ser hollada
por persona alguna, Gog tiene que fracturar una puerta para penetrar en la
ciudad y no encuenta nada ni a nadie. Es algo más simple y a la vez más
complejo que una ciudad abandonada, las construcciones, los edificios, las
calles no denotan ruina ni abandono, la ciudad es espectral “… desierta en
medio del desierto”, nada rompe el silencio perfecto, sólo la sensación de
desasosiego que va inundando el alma del viajero que ve transformado su
sentimiento y que se siente “… dentro de ella, sólo, espantosamente sólo …
infinitamente extranjero, irrevocablemente lejano de mi gente, casi fuera del
tiempo y de la vida”. Al final, esa sensación da paso al horror, la ciudad se
convierte en un laberinto del que no es fácil escapar y del que finalmente
consigue huir Gog para descubrir que esa ciudad de la que nadie le dijo su
nombre, ha empapado su vida para siempre de soledad.
En el relato de Borges, Joseph Cartapilus, el tribuno
romano, el Inmortal, pues todos pueden ser él mismo, en su búsqueda de la
fuente de la vida eterna, llegan en el desierto a una ciudad a cuyos pies bebe
de un río descrito en términos antitéticos a la representación de la utopía del
agua que da la vida sin final. La ciudad se alza sobre ese manantial ciclopea,
soberbia … atrae irresistiblemente al viajero que, sin embargo, no puede entrar
fácilmente y tiene que insistir hasta que le es revelado su acceso. Cuando
entra en la ciudad se encuentra inmerso en un dédalo de alternativas, de
calles, de pasadizos, de sótanos de nueve puertas, en un laberinto
interminable. Esa arquitectura sin sentido primero le subyuga y por eso cree
que sus palacios “… son fábrica de los dioses”; luego duda de esos dioses y
piensa que “… los dioses que lo edificaron han muerto”; finalmente concluye que
esos mismos dioses “… estaban locos”. La ciudad devora la cordura de
Cartapilus, Borges lo relata con su maestría insuperable: ” … Esta ciudad … es
tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un
desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y, de algún modo,
compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso
o féliz”.
Puede verse que Gog y el Inmortal presienten y sienten lo
mismo, la ciudad se les aparece en el desierto, anhelan entrar en ella, quieren
descubrirla, presienten que algo importante les será revelado. Esa atracción
aumenta hasta lo irracional poque la ciudad se resiste a ser visitada.
Finalmente, consiguen entrar en la ciudad, pero paseando por ella se va
transformando su sentimiento, no se trata de una ciudad abandonada, es algo
diferente, más profundo, una sensación de pesadumbre y desánimo que se adueña
de sus almas y finalmente se transforma en horror, necesitan escapar de la
ciudad y nuevamente ésta no les deja, no quiere soltar su presa, hasta que
consiguen escapar y huir pero llevando consigo esa sensación, ese silencio
sepulcral, perfecto y cristalino o esos dédalos laberínticos.
No creo que Papini tuviese en mente al Inmortal de Borges
cuando escribe La
Ciudad Perdida de Gog; y desconozco la mutua influencia entre
ambos autores(aunque no creo que la haya más allá de la influencia universal de
Borges); sin embargo, he encontrado en esta lectura conjunta una simetría más
allá de la mera coincidencia entre ambos relatos, entre sus descripciones, sus
sensaciones y los sentimientos de sus protagonistas. Esta relación me ha
sugerido una lectura conjunta de ambos textos parecida a la que cuenta Borges
en el Sueño de Coleridge aunque en este caso el maestro argentino sea
obviamente mucho más preciso y sutíl, pues nada menos que concluye que el sueño
que inspira un palacio primero y luego permite reconstruir en verso ese mismo
palacio cuatrocientos años después, puede ser él mismo. Quizás sea aventurado
dar aquí la misma explicación que ofrece Borges sobre la aparición de un
arquetipo que se revela en Gog y en el Inmortal contando la historia de la
misma ciudad, aunque en el caso del Inmortal se trate de la visión de quien
busca la inmortalidad y luego la mortalidad con el mismo ahinco; mientras que en
el de Gog sea la de alguien salvaje, estrafalario que nada busca y nada
persigue, ni siquiera el conocimiento.
Fuente : Cátedra José
María Cervelló - IE Law School
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