A esta altura no se sabe ya quién es o cómo es el
verdadero, el íntimo Borges. Acaso los buenos lectores puedan ir descifrándolo
a través de sus poemas o sus cuentos; pero no cabe duda de que el arte es una
misteriosa metáfora y que de pronto también el lector tiene necesidad de
conocer al hombre concreto, al que va envejeciendo y no tuvo hijos y es ciego;
el que solo en su casa, tantea con su bastón los anaqueles de la biblioteca o
recita para sí, entre las cuatro paredes, una cuarteta del Martín Fierro o una enigmática saga nórdica.
En verdad, un reportaje a este hombre podría
reinventarse, plagiarse o imitarse, como también cualquier artesano habilidoso
puede falsificar la obra de un genio. En su caso, el artilugio quedaría impune
porque Borges, aun sabiéndolo, no reclamaría y fingiría no saber.
Hechas estas necesarias aclaraciones, entramos a la
casa. Afuera la lluvia es copiosa y él la oye caer mientras permanece sentado
en un sillón clásico. El mobiliario es oscuro y austero, y las piezas de plata,
con su relumbre, hablan del pasado de los Borges.
En la cocina está Fanny, la correntina, única
habitante de la casa que acompaña la soledad del escritor desde la muerte de su
madre, Leonor Borges. También está Beppo, el gato blanco que sigue a su amo por
todos lados y que se desliza mimosamente sobre sus zapatos. Acaso falte decir
que la lluvia ha puesto triste y fastidioso a Borges: los viejos techos de su
departamento dejan filtrar al interior hilitos de agua que Fanny trataba de
controlar colocando algún jarrito estratégico sobre el piso.
El poeta estaba allí, solo, esperando con timidez y
dignidad un nuevo interrogatorio, de modo que sólo restaba entregarnos para que
nos confiara sus reflexiones y nos aproximase a un Borges al que solamente
conocen unos pocos.
MERCADO —Es una gran desgracia ser ciego, sin
embargo en usted esa desgracia pareció obrar como estímulo para la creación. En
general eso ha ocurrido siempre en el arte. Están los casos de Cervantes,
Toulouse Lautrec, Höderlin, Beethoven, Proust, Emerson... que padecieron
carencias, disminuciones físicas y fueron grandes creadores. Milton era ciego y
también está la leyenda de Homero.
BORGES —Es bastante incómodo serlo, aunque creo que finalmente la
ceguera ha influido en mi imaginación. Dependo de excelentes amigas como María
Kodama y Anneliese von der Lippen porque en vez de escribir debo dictar. Además
yo no reparo casi nada en esos detalles que les suelen preocupar a los otros.
Hace un rato, al entrar, usted me decía que afuera llovía muy fuerte y yo
recién ahora me doy cuenta de esa situación. Quiero decir que no encuentro
diferencias entre lo que se llama realidad y el sueño. Piense que a raíz de mi
ceguera paso horas en entera soledad y entonces me entretengo en urdir
historias sin tener otro contacto con el mundo que mi imaginación.
MERCADO —Precisamente, Borges, se ha discutido
tanto eso de si un escritor debe ser un hombre de vida intensa, exuberante. En
su caso hay más bien una inquieta inmovilidad.
BORGES —Macedonio Fernández me dijo alguna vez que si él se tendía al
mediodía, en el campo, sobre la tierra y cerraba los ojos y comprendía,
distrayéndose de las circunstancias que nos distraen, podría resolver el enigma
del universo. Además, a lo largo del tiempo, los hechos esenciales que les suceden
a todos los hombres son pocos. No creo que haya demasiados hechos posibles.
Estoy haciendo un cuento fantástico acerca de eso, se llama La memoria de Shakespeare. No le voy a revelar el argumento pero el tema es que los hechos
importan menos que el uso que uno hace de ellos. Quiero decir, los materiales
con los cuales se alimenta la imaginación no son tan importantes como la
utilidad que nos prestan. No creo que un hombre deba ir a buscar los hechos
esenciales porque nos van a ocurrir igual y están dentro de uno. Más que
hechos, hay imaginaciones distintas.
MERCADO — ¿Usted no cree en que la literatura se
haga con información, verdad?
BORGES — Me acuerdo de aquellos versos tan lindos de Eliot: "Where
is the Wisdom / we have lost in knowledge / where is the knowledge / we have
lost in information"... "Dónde está la sabiduría / que hemos perdido
en conocimiento / dónde está el conocimiento / que hemos perdido en
información..." ¡Qué raro! unos versos tan lindos hechos con palabras
abstractas. Fíjese, detrás de aquella frase hay toda la tradición de los
escolásticos. Por ejemplo, Platón decía que sobre los hechos uno puede tener
información pero que la verdad se refiere a los arquetipos, a algo más
importante, ¿no? Con respecto a los versos de Eliot, suenan tristes...
MERCADO —Probablemente, Borges, tristeza o
melancolía haya siempre en los poemas o los versos.
BORGES — Hay una explicación muy fácil: la felicidad es un fin en sí.
Cuando uno se siente feliz, esa misma felicidad está justificándose, no
necesita continuarse, está conquistada. En cambio la tristeza pesa sobre uno y
hay que hacer algo con ella, transformarla, enriquecerla, no sé, puede ser un
buen material para el arte. Ciertos fracasos, la nostalgia, la pena, son para
la alquimia del poeta que debe transmutarlos. Además quizá convenga que el
artista sea triste porque encuentra la felicidad en la obra. Hay unos versos de
Manuel Machado, tan olvidado actualmente: "Qué importa la vida/ que ya
está perdida/ y después de todo/ qué es eso la vida/ cantando la pena/ la pena
se olvida..." Mire usted cómo caen esos versos, como si el poeta los
hubiera dejado caer sin darse cuenta. No sé si las penas se olvidan, pero en
todo caso ya no es sólo la pena sino también el uso que se hizo de ella, el
destino estético que el poeta le ha dado.
MERCADO —Da la impresión de que la poesía es mucho
más autobiográfica, más intimista que la prosa, que el relato y que el cuento.
En un poema se ve más al autor, más elocuentemente, quiero decir. Hay una
poesía suya, El remordimiento que a quienes la leyeron les impresionó por lo autobiográfica.
BORGES —Sin embargo es uno de los poemas que considero más flojo. Aunque
no sé, posiblemente alguna emoción deje traslucir. A mí, personalmente, me
parece que no es bueno porque lo escribí a los tres días de la muerte de mi
madre y estaba demasiado cerca de la emoción. En el famoso prólogo de Las
baladas líricas de 1798, se dice que el mejor momento para la creación
poética es el de la emoción recordada en la serenidad. Y creo que es cierto,
porque cuando a uno le sucede algo, está como aniquilado, deshecho y es difícil
componer un poema sin desprenderse de esa contaminación. Luego, después, uno
suele recordar los hechos y es a la vez el espectador y el actor, un
desdoblamiento que permite transformar esa emoción sin la torpeza de la
inmediatez. Además, está lo que usted dijo, que la poesía es casi una íntima
confesión. El cuento, en cambio, exige otro proceso al elaborarse. Ahora que
estoy escribiendo ese cuento, pienso que tal vez resulte difícil terminarlo. A
mí se me ocurrió hace muchos años en Estados Unidos y tal vez se haya enfriado
y no salga bien. Aunque el argumento creo que es interesante y pienso que puedo
ejecutarlo. Quizá sea el mejor cuento que yo escriba y también el último.
MERCADO —¿Por qué, piensa en la muerte Borges?
BORGES —Cuando mi madre cumplió noventa y ocho años me dijo: "se me
fue la mano". Y yo ahora, el veinticuatro, estoy por cumplir setenta y
nueve y creo que también se me fue la mano. Pero no tengo temor a la muerte, ya
he vivido. La gente tiene temor a esa palabra porque cree que si uno muere va a
ser castigado o premiado en el más allá. Yo creo en lo absoluto de la muerte,
se que moriré enteramente en cuerpo y alma. Es raro, es en lo único absoluto en
que creo. Heráclito el solitario, el oscuro, tiene una cita: "El camino
ascendente y descendente es el mismo" ¿Es hermosa, verdad?
MERCADO —Es un hermoso refugio, después de todo.
Usted, que suele refugiarse en los recuerdos, Borges, ¿qué significan para
usted? El tiempo, la acumulación de emociones, de hechos, lo que se va.
BORGES —Pensaba en eso los otros días. En un poema que podría llamarse El
Forastero. Por el solo hecho, de que voy a cumplir setenta y nueve años y
vivir en Buenos Aires, yo ya soy un forastero. Porque yo nací en otra ciudad
del mismo nombre pero ya no soy aquél y la ciudad es otra. Yo vivo entre
edificios y gente que desconozco y ahora que estoy diciéndole esto a usted
siento que quizá pueda hacer ese poema, ¿no cree? [Borges espera mi
asentimiento, hace una larga pausa como si quisiera dictarlo allí mismo pero ha
debido contenerse].
Una amiga me dijo el otro día que yo usaba un lenguaje arcaico, claro,
como yo estoy todo el día hablando y conversando con Leonor, uso las palabras
de hace medio siglo. Percibo las diferencias con el idioma que hablan ahora los
argentinos. Y también las diferencias con otras cosas: creo que no reconocería
actualmente el jardín de plantas, el botánico, porque lo que recuerdo yo es una
quinta. Y si sigo caminando, sin proponérmelo, tropezaría con el arroyo
Maldonado, aunque sé que ha sido entubado, pero no importa, mi memoria visual
evoca el arroyo, las casas bajas, el tranvía tal vez. También me pasa con la
cara de mis amigos, que me gustaría saber cómo son. Pero tampoco sé qué cara me
saluda en el espejo. Yo no sé que cara tengo ahora, vivo imaginándome cómo era
antes. Mariana Grondona me dijo: "¡qué suerte tenemos tus amigas que nos
ves como éramos hace veinte años!" ¿Quién sabe no? A lo mejor han
mejorado. Sé que he ido borrando los recuerdos penosos, desagradables, he
decretado una suerte de abolición de malos recuerdos. Además todo hombre que va
envejeciendo se va alejando del presente, deja de entenderlo y ni siquiera le
interesa.
MERCADO —Sin embargo usted ha reparado siempre en
situaciones límites del hombre, no se ha desinteresado por su circunstancia
aunque se haya mostrado escéptico o descreído. Se ha pronunciado contra el
nazismo, o la mecanización del hombre o ciertas confusiones históricas...
BORGES —Bueno, he dicho alguna vez que Rusia, Alemania, Italia, han
apurado hasta las heces el beneficio de esa panacea universal que llamaron
nazismo. Los resultados, se sabe, fueron el temor, la brutalidad, la delación y
la ignorancia. Últimamente estamos mirando, lamentablemente, hacia dos países
enteramente mediocres: Estados Unidos y Rusia. Cuando he dado clases en
Universidades de Norteamérica he notado una completa ignorancia en los alumnos.
En una materia como literatura yo estaba por referirme a Bernard Shaw y toda la
clase aceptó desconocerlo. Hay allá una manera estúpida de tomar exámenes a
través de computadoras. Al alumno se le hace una serie de preguntas —siempre
tienen que ser impares, alguna debilidad de la máquina, supongo— y si contesta
bien tres sobre cinco, digamos, aprueba el examen. Para mí eso es inaceptable.
Creo que tengo alguna experiencia sobre el mundo que he vivido y puedo afirmar
que antes, hace cincuenta años, los hombres tenían una mayor propensión al
diálogo vasto, a anudar charlas donde se diferenciaran matices y se propusieran
ideas. Yo recuerdo haber estado reunido largamente con un conservador, un
comunista o un anarquista como yo (pongamos por caso) y no discutíamos sobre
eso. Probablemente creíamos que la política no debía ser endiosada hasta el
extremo de proponerla como la salvación del género humano. Seguramente, se trataba
de una actitud sabia que ahora se ha ido perdiendo.
MERCADO —Tal vez el hombre de nuestra época ha
apostado esperanzado a la política, a la economía, a la tecnología.
BORGES —Cuando llegué a Suiza en 1914 y pregunté
quién era el presidente nadie lo sabía. ¿Qué sabios, no? También aquí, mi madre
paseaba con mi abuelo Azevedo por la calle Florida y se detenían a charlar con
Sarmiento o Mitre sin que la gente se detuviese, porque no consideraba que
ocurría nada importante. Es que ocupar un cargo oficial no significa nada,
absolutamente nada en sí mismo. Los políticos son actores o, como decía Bernard
Shaw, "los políticos son un poco canallas".
Un rey, cuando hereda el poder, hereda todo y puede muy bien ser un
caballero. En cambio, una persona que se dedica a congraciarse con la mayoría
de sus conciudadanos, que recorre todo el país haciendo promesas, sobornándolos
con ellas, no me resulta sincera. Leyendo una biografía de Lincoln escrita por
el gran poeta norteamericano Carl Sandburg, que es un libro escrito a favor de
Lincoln, he descubierto cosas bastante horribles. Por ejemplo, poco antes de
ser elegido presidente pronuncia un discurso en Boston sobre el tema de la
esclavitud y dice: "todo norteamericano nace libre". Quiere decir: se
pronuncia a favor de la igualdad. Pero después, él tiene que hablarles a los
electores de Alabama, en el sur y entonces allí le recriminan aquella actitud.
Lincoln, con habilidad les responde: "todo norteamericano nace libre, sí,
pero debo agregar que si dos razas tienen que convivir, la raza inferior tiene
que estar supeditada a la superior." O sea, aquí se declara partidario de
la esclavitud y eso no me parece una actitud muy honorable.
MERCADO —Probablemente, en política, se piense que
un fin justifica los medios.
BORGES —Tal vez sí. Esa frase, ese concepto se le atribuye a los
jesuítas. Sin embargo he leído una defensa acerca de eso. Dice que Pascal lo
usó mal, que no quiere decir que todos los medios son buenos y el fin es justo.
Significa que si el fin es lícito, los medios también son lícitos siempre que
no sean censurables. Desde el momento en que los medios que se utilizan se
ensucian, el fin también está sucio.
MERCADO —Siempre se percibe en usted un entusiasmo
o un respeto por esos países pequeños de Europa, como Suiza.
BORGES —Sin embargo no los tomamos como ejemplo. Países cultos,
educados, sin ambiciones de potencia ni de poderes exagerados, que sólo se
proponen formar comunidades de hombres relativamente felices, fatalmente
humanas. Estados Unidos es una gran potencia e individualmente es muy poca
cosa. Ellos son demasiado gregarios. Como ve soy un individualista y creo en
los individuos pero no en los gobiernos. Siento realmente que miremos hacia
países tan mediocres. Tanto en Estados Unidos como en Rusia hay esclavos: en
uno, voluntarios y entusiastas. En el otro, que desean rebelarse.
MERCADO —Acaso, esa propensión a mirar hacia los
grandes países tenga que ver con la inclinación del hombre hacia las
invenciones tecnológicas, el progreso científico. Por ejemplo, usted que ha
sido contemporáneo obligado de tantos descubrimientos y transformaciones, ¿qué
piensa de la llegada del hombre a la Luna? Un acontecimiento que pareció
cambiar la concepción del hombre en muchos aspectos.
BORGES —¿Usted cree en ese cambio? Cuando los astronautas pisaron la
Luna yo me emocioné mucho, derramé lágrimas, creí realmente, inocentemente,
haber sido contemporáneo de un hecho trascendente desde el punto de vista
espiritual, pero tal como ha sucedido con las computadoras, ese hecho se ha convertido
en uno de tantos que sólo sirve para denigrar al hombre. En cuanto a la hazaña
en sí, como aventura épica, la llegada a la Luna ahora me emociona mucho menos
que un libro fantástico de Wells. Claro, todo eso tiene relación con nuestra
paulatina separación de Europa. Nosotros somos europeos en el destierro. Hace
poco estuve allá y sentí otra vez ese flujo que se desprende de una cultura
inmensa. Y, cuando me enfrenté con Roma, ¡Oh! realmente uno recibe todo lo que
surge de una ciudad de donde hemos nacido. De alguna manera somos romanos, que
hablamos una lengua, el castellano, que es una deformación del latín. Por eso
me parece gratuito que haya quienes se ocupen de revisar supuestas raíces
indigenistas en nuestro pueblo porque lo que hay detrás es bastante desechable.
Yo que he leído y me han contado muchas cosas de malones y fortines, sé que los
indios lo único que sabían, aparte de arrasar poblaciones y matar animales, era
contar con los dedos, así, hasta cuatro, ya que el cinco les debía parecer una
cantidad inaccesible. Oscar Wilde, con sabia ironía, dijo que mejor los
españoles hubieran seguido de largo antes que descubrir América.
MERCADO —No habría existido Borges.
BORGES —Una suerte que me hubiera beneficiado, ¿no? Hoy, precisamente,
se cumplen tres años de la muerte de mi madre. Fue un ocho de julio.
MERCADO —En muchas oportunidades se ha hablado de
aquella sutil, intensa relación que usted mantenía con su madre. Incluso se
pensó que a la muerte de la señora Leonor le iba a resultar muy difícil a usted
llenar ese vacío, perder a la destinataria de tantas confesiones.
BORGES —No sé, no me doy cuenta de que ha muerto. Suelo conversar con
ella, acostumbra acompañarme sin ningún dramatismo, casi con suave ironía.
Además, cuando la imagino, la veo en los momentos felices, no cuando Leonor
estaba muriéndose. ¿Qué hora es? ¿Llueve mucho afuera?
MERCADO —Las doce y llueve bastante, Borges. Estoy
leyendo a Joseph Conrad, Lord Jim siguiendo su viejo consejo. El ha
perdurado y también sus admirados Shakespeare, Cervantes, Shopenhauer, Spencer.
¿Cómo imagina que lo recordarán a usted, a su obra?
BORGES —Bueno, ellos eran grandes y merecen ser recordados pero sé que
no va a quedar nada de mis libros dentro de cincuenta, setenta años. Le digo la
verdad, será una suerte que nadie se acuerde de mí. Yo guardo la esperanza de
no estar incluido en ninguna historia de la literatura porque no creo en ellas
y sé que no sirven para nada. Son puras confusiones que se difunden con tanta
rapidez por culpa de los periódicos y la radio. La gente la escucha y se dice:
tal cosa es verdad porque lo dijo la radio. Y no es ninguna verdad. ¿Quién es
la radio? Chesterton decía: "Antes estaban los Evangelios y ahora están
los medios pero no hay nada que decir".
MERCADO —De todas maneras, Borges, hay una
obstinación en la gente. Pretenden hacerlo célebre. Y también quieren saber de
usted no sólo en su obra sino por sus declaraciones.
BORGES —¡No tengo la culpa de eso! En mis cuentos yo he luchado para no
delatar mis opiniones personales y creo que lo he logrado. Sería difícil, a
cualquier lector, pretender conocer mis opiniones a través de mis cuentos. ¿No
lo cree usted? Sé que mi literatura ha permanecido, en ese sentido,
incontaminada. No se notan las opiniones del hombre, no hay indicios evidentes
por lo menos. Además, siempre uno se contradice cuando opina, pero no cuando
escribe sus sueños. Oscar Wilde, que tuvo una vida tan desgraciada, dejó sin
embargo frases muy felices.
MERCADO —Si se buscasen indicios en su obra,
digamos que hay un tema permanente, la lealtad, la amistad. En cambio, no sé,
en el amor hay ese cuento Ulrica del Libro de Arena o La Intrusa, pero me parece menos consecuente. Un tema quizá soslayado.
BORGES —¡Pero si yo he escrito mucho sobre el amor en mis poemas! Pienso
que el amor es un descubrimiento mutuo entre dos personas. Uno y otro se
revelan secretamente algo que los une y los vincula y los hace protagonistas de
un sentimiento que los otros no pueden compartir ni entender. Sólo les
pertenece a ellos, los enamorados, y sólo a ellos les ha sido revelado. La
amistad, en cambio, es una pasión que diferencia e identifica a los argentinos.
Es un sentimiento que no necesita, como el amor, de continuas pruebas ni
confirmaciones. Tengo pocos amigos que viven: Bioy Casares, Silvina Ocampo,
Mujica Láinez. Con él nos pasa algo raro, pero tiene que ver con la amistad.
Pocas veces nos vemos, pasan años sin vernos pero un día que yo estoy mal o me
enfermo él aparece en la cabecera de la cama todo el tiempo que sea necesario y
cuando me pongo bien, se va y desaparece. En ese rato de encuentro hablamos de
todo lo que tenemos que hablar: de literatura, de amigos, proyectos. El y yo
hacemos cosas distintas y somos distintos, pero hay algo que nos une más allá
de esa circunstancia. Creo que la amistad es superior al amor entre un hombre y
una mujer porque es desinteresada y no necesita de promesas ni de
grandilocuencias. Dos amigos no se confiesan, no necesitan hacerlo, se comprenden.
Sé que actualmente hay una moda de la intimidad totalmente impudorosa. Todo se
le achaca al subconsciente.
MERCADO —Es la época de la psicología, algunos la
llaman la del striptease o del desnudamiento. El hombre se cuestiona,
quiere saber.
BORGES —Antes se creía en el pensamiento poético, en la magia, en la
intuición. Ahora todo se le achaca al subconsciente y además dicen que está el
inconsciente. ¿Cómo puede haber algo debajo de la conciencia que es inmaterial?
No tengo ningún interés en adherirme a ese tipo de desagradables teorías ni
prácticas, prefiero seguir creyendo que todo cuanto me ocurre en mi vida me es
dictado por algún amanuense.
MERCADO —¿El que le dicta su vida como sus cuentos,
no? Es usted una excepción en muchos sentidos Borges, pero sobre todo, que sea
conocido por sus cuentos en una época que aparece signada por la gran cantidad
de novelas y novelistas.
BORGES —¡Oh, es cierto! nunca he sucumbido a la tentación de escribir
novelas. No siento inclinación hacia ellas ni siquiera como lector. Hay que
soportar detalles, puertas que se cierran, tediosas descripciones. Está ese
ejemplo, donde más se ven los defectos, Madame Bovary, de Flaubert.
Además, salvo Lord Jim, de Conrad, una novela admirable, yo he leído muy
pocas novelas. Piense usted que el Martín Fierro no necesita
abundar en descripciones para hacernos sentir la llanura.
... Marchamos la noche entera haciendo nuestro
camino
sin más rumbo que él destino que nos llevara ande
quiera...
Pero claro, la novela es otra de las cosas que vienen de allá últimamente, de Estados Unidos, los fabricantes de la pornografía, las escenas de alcoba, las obscenidades. Los jóvenes que quieren publicar son empujados a ese tipo de cosas o a seguir inéditos. George Moore decía: ser sensiblero es tener éxito. Hay novelas que hasta tienen un resumen del argumento en la contratapa donde se explica su contenido, así no hay necesidad de leerlas. Al poco tiempo son consideradas viejas, como los periódicos. Bueno, un cuento requiere más precisión, más rigor narrativo y sobre todo no acepta ese tipo de concesiones del best seller, una fea y casi mala palabra, ¿no? Creo que la novela va a desaparecer.
Pero claro, la novela es otra de las cosas que vienen de allá últimamente, de Estados Unidos, los fabricantes de la pornografía, las escenas de alcoba, las obscenidades. Los jóvenes que quieren publicar son empujados a ese tipo de cosas o a seguir inéditos. George Moore decía: ser sensiblero es tener éxito. Hay novelas que hasta tienen un resumen del argumento en la contratapa donde se explica su contenido, así no hay necesidad de leerlas. Al poco tiempo son consideradas viejas, como los periódicos. Bueno, un cuento requiere más precisión, más rigor narrativo y sobre todo no acepta ese tipo de concesiones del best seller, una fea y casi mala palabra, ¿no? Creo que la novela va a desaparecer.
MERCADO —¿Cómo explica el éxito de su propia obra,
siendo tan metafísica, tan ajena a esas concesiones argumentales de la
actualidad?
BORGES —¿Éxito?, no. ¿Por qué la gente está tan
preocupada por el éxito ahora? Cuando publiqué mi primer libro a mí no se me
ocurrió llevarlo a las librerías ni a los críticos ni a los escritores
célebres. Yo pensé que mejor los repartía entre mis amigos. Todo el mundo
actualmente vive preocupado por la publicidad, por las críticas en los
periódicos, por la bambolla que pueda hacerse alrededor de su nombre. No, no
creo que valga la pena tener éxito. Allí está lo que acaba de suceder con el
Campeonato Mundial de Fútbol. Todos juegan a que la victoria de los once
jugadores les pertenece y aceptan esa ficción y simulan no darse cuenta de que
es una especie de convención o una broma. ¿A quién se le puede ocurrir que la
República Argentina le ganó al reino de Holanda? Ni tampoco, si los holandeses
hubieran triunfado, no por eso triunfaban sobre todo un país.
Sin embargo, yo he oído festejar a la gente por la calle como si eso que
estuviera festejando fuese tan real. Mire el papel ominoso, ridículo del
presidente de Uruguay, negándose a concurrir a los partidos porque su país no
participaba. Se supone que los orientales tuvieron la oportunidad y que jugaron
tan mal que no pudieron intervenir, pero entonces ¿un presidente de la nación
se porta como un hincha de fútbol? Francamente. No creo que antes hubiese
sucedido eso en Uruguay. Bueno, también en Estados Unidos suceden cosas
horribles. Carter, suele usar cualquier método para promocionarse. Me contaron
que durante la gira antes de las elecciones, él, que tiene plantaciones de
maní, bajaba de un avión al que bautizó The Flying Peanut, ¡El maní
volador! calcule usted qué bello. Y además toda la escolta vestía atuendos
que representaban un maní. Sin embargo obtuvo la presidencia del país más
grande del mundo. Bueno, es bastante tarde.
MERCADO —Sé que me he excedido en el tiempo,
Borges.
BORGES —¡Tengo tanto y tan poco tiempo! Paso la
mayor parte solo aunque hoy, no sé, después de este diálogo quizá dicte a una
amiga unos versos. ¡Es tan misteriosa la creación! viene del lado que uno menos
imagina. No tiene leyes establecidas, las teorías alrededor de todo este enigma
no importan demasiado. Yo no tengo teoría estética, escribo sin proponerme
nada, en total libertad. Hace algún tiempo había decidido evitar el barroco y
siento que ahora voy retomándolo. Verlaine, que rimaba tan bien, condenaba la
rima. Quién sabe lo que pasa por el alma de un escritor cuando escribe. Rudyard
Kipling comprendió al fin de su carrera que a un autor puede estarle permitida
la invención de una fábula, pero no la íntima comprensión de su moraleja. Allí
está nuestro Facundo, de Sarmiento, y según Groussac el libro más
montonero de nuestra literatura. Quién le hubiera predestinado a Quiroga tan
misericordioso destino: una muerte inolvidable —acribillado y apuñalado en una
galera— y contada además por Sarmiento. Es que tratándose de obras de ingenio
los propósitos del autor son lo de menos. También está el caso de Swift, que se
propuso redactar un alegato contra el género humano y dejó un libro para niños.
Como toda génesis, la creación poética es misteriosa. Yo solamente puedo
inventar mi vida, pero no sus consecuencias, ¿verdad? (Afuera la lluvia
torrencial pareció hacerse más intensa. Borges masculló alguna protesta hacia
quienes se demoraban en arreglar los viejos techos. "Bueno —dijo
recuperando el humor— esta noche me tendrán que hacer la cama en un rincón
donde no se llueva. Cuando era joven nadaba muy bien, pero ahora..."
Antes de que me retirase pidió que le buscara unos
libros en la biblioteca y una vez ubicados, él los colocaba cuidadosamente en
el primer lugar de cada estante, para tenerlos a mano cuando alguna de sus
amigas viniera a leerle. Por curiosidad anoté los títulos y autores elegidos: Sartus Resartus de Carlyle, The Works of Henrik Ibsen; Hugo;
The book of sands de Jorge Luis Borges, todos editados en inglés.
"¿Ve usted? —murmura—, la gente cree que he leído muchos libros y apenas
si repaso, releo, siempre los mismos. Creo que hay demasiada belleza en el
mundo y que hay que defenderse de ella, yo soy prudente con mis lecturas".
La despedida le corresponde a su admirado Joseph Conrad, que en Lord Jim parece
acordarse de Borges:
"Su soledad acrecentaba su estatura. No había
a la vista nada que se comparase con él, como si hubiese sido uno de esos
hombres excepcionales a los cuales sólo es posible medir por la grandeza de su
fama."
Texto y fotos en revista Mercado, agosto de 1978
Fuente : Borges todo el Año
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