(Imagen de Pedro Bonifacio Palacios (1854-1917), conocido
también por el seudónimo de Almafuerte.)
JOSÉ BRAVO
Era domingo, decidí tomar una pausa, y caminar por la calle
Cabildo de Buenos Aires. Entré a una librería y, como muchas otras veces, fui a
mirar los textos de Jorge Luis Borges. Abrí uno de sus libros y leí el poema
“En el abismo”:
Yo voy en recta fatal
hacia mi primer deseo;
yo no palpo, yo no veo
los muros de lo real:
jamás la fiebre carnal
conturbó mi luz interna:
ni por feroz ni por tierna
la pasión me deja rastro…
¡Yo palpito como un astro
dentro de la paz eterna!
Yo soy un palmar plantado
sobre cal y pedregullo:
la floración del orgullo,
del orgullo sublimado.
Soy un esporo lanzado
tras la procesión astral;
vil chorlo del pajonal
que al par del águila vuela…
¡Sombra de sombra que anhela
ser una sombra inmortal!
Pero el poema no era de Borges, sino de Almafuerte,
seudónimo de Pedro Bonifacio Palacios. Quedé sorprendido y asombrado. ¡Cómo el
orden sobrenatural anida en el corazón y se expresa en la voz de algunos
poetas!
Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del cielo
No hago nido en este suelo
donde hay tanto que sufrir
y naides me ha de seguir cuando remonte vuelo
Y también otra vez a Leopoldo Marechal con sus consejos:
El nombre de tu patria viene de argentum,
¡Mira que al recibir un nombre se recibe un destino!
En su metal simbólico la plata es el noble reflejo del oro
principal.
Hazte de Plata y espejea el oro
que se da en las alturas y verdaderamente serás un
argentino.
¿Qué es lo que produce el asombro en estos poemas?
En realidad, tal asombro viene del fundamento profundo de la
cultura clásica griega y latina, y la formación filosófica de estos poetas.
Con respecto a Almafuerte, Jorge Luis Borges ha dicho de él:
“…desde su conventillo y su pampa, quiere ser auditor
directo de Dios”; “se hizo predicador energuménico de la bondad”; y, “su cruz
fue cruz de empuñadura. A diestra y siniestra, con, filo, contrafilo, y punta,
blandió su incorruptible y dura virtud”. (J.L.Borges-El idioma de los
argentinos).
En Marechal está siempre el aliento de la cultura clásica;
él mismo llama a Dante Alighieri, “mi terrible maestro”; cita a Virgilio, a
Platón, a los presocráticos y, constantemente, a la Poética de Aristóteles,
como fuentes de su inspiración.
En cuánto a José Hernández, baste recordar su invocación
inicial en el Martín Fierro: “Pido a los santos del cielo …” para dar razón de
su visión poética.
Fuente : La gran época
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