Yesis Arturo Torres
Rodríguez
En el mundo que percibimos a diario suceden eventos
extraordinarios, rarezas de la realidad en cuyo interior los hechos pasan de un
modo muy distinto al que pensamos. Vivimos en un universo gobernado por las
fuerzas que se hallan en los intersticios diminutos de la existencia.
Ernest Hemingway, autor de 'Por quién doblan las campanas'.
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Es precisamente aquí en donde la física cuántica y la
literatura comparten un punto de encuentro, al tratar de acercarnos a esa
extraña naturaleza que se esconde al interior de todas las cosas.
Ambas tienen la singularidad de ser expresiones
intranaturales del cosmos, pues revelan principios que niegan estados absolutos
y determinados de la realidad. En ellas gobiernan la incertidumbre y la
indeterminación. Además, para comprenderlas se hace necesario abandonar
enfoques interpretativos que respondan a lógicas que apelen al sentido común.
Nos hemos acostumbrado a lanzar una pelota, conocer su recorrido, su posición y
su final, pero la naturaleza encierra sus propias maneras. Es más, si se les
asignan estados definidos del universo macroscópico (vida real), se nos hace
imposible comprender la mística de la que se encuentran revestidas, pues tanto
el arte literario como el comportamiento subatómico funcionan con independencia
de nuestra forma de organizar e interpretar el mundo.
Jorge
Luis Borges da una exquisita muestra de cómo la literatura muchas veces se
puede leer como ciencia, y cómo dichas coincidencias nos van dando luces de
esta relación. Quince años antes de que el físico estadounidense Hugh Everett
propusiera su teoría de los universos paralelos, el genio argentino publicó el
cuento ‘El jardín de los senderos que se bifurcan’. En esta historia, el autor
expresa con suma lucidez la posibilidad de la bifurcación del espacio-tiempo
por medio de actos que se ramifican en nuevas realidades.
“…cada
vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina
las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta— simultáneamente—por
todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también,
proliferan y se bifurcan”.
Cada acto, cada recorrido, cada salto, cada diálogo, cada
giro dramático, cada duda, cada estado cuántico, cada simetría representa no
menos que todos los actos, todos los recorridos, todos los saltos, todos los
diálogos, todos los giros dramáticos, todas las dudas, todos los saltos
cuánticos y todas las simetrías que pudieran existir para un mismo instante. Lo
cierto (como categoría de lo real) parece (por lo menos en lo que se refiere a
lo diminuto y a lo literario) fotogramas de la posibilidad, ubicados uno encima
del otro de forma infinita, donde el tiempo y la progresión aparecen como
determinantes, pues en esencia la bifurcación surge como un laberinto complejo
de realidades habitando en simultáneo. Es como si a cada instante le
pertenecieran todos los instantes posibles en una eterna e inmutable
continuidad.
El movimiento de lo fundamental nos dice, además, que con
tan solo imaginar podemos construir la posibilidad, pues cuando se mira la
bifurcación como continuidad, la realidad aparece como derivación de una
existencia más compleja e imperceptible. Es así como el acto imaginativo
(fuente sagrada de la literatura) se convierte en una manifestación creativa.
De acuerdo con esta teoría, en algún universo paralelo al
nuestro, Robert Jordan (personaje de ‘Por quién doblan las campanas’, de Ernest
Hemingway) justo en este instante se encuentra a un costado del camino con el
dedo sobre el gatillo, esperando que se acerque lo suficiente un militar con
rango de oficial para disparar. En otro, Hypatia Belicia Cabral (personaje de
‘La maravillosa vida breve’, de Óscar Wao) se encuentran saliendo de los
cañaverales luego de resistir los embates más duros del “Trujillato”. ¿Difícil
de creer? Pues así son las ideas derivadas de la realidad más pequeña, poderosa
y extraña que existe.
En el mundo que percibimos todos los días, una piedra es una
piedra, un árbol es un árbol, y en
definitiva, un río es un río. Una cosa es una cosa en cuanto posee los
atributos pertenecientes a esa cosa. Es decir, la sustancia fundamental que
encierra la naturaleza de una existencia es excluyente de otras. En la vida
cotidiana o eres árbol o eres perro, en ningún caso los dos.
Experimentos como el de la doble rendija dan cuenta de cómo
en el universo cuántico se modifican y se mezclan estos principios de la
naturaleza macroscópica. Recordemos que este experimento consiste en lanzar
protones a través de dos rendijas perpendiculares. Las partículas chocan con la
pared formando dos líneas, tal como lo harían unos balines si los disparáramos
desde una distancia determinada. No obstante observar o no observar modifica el
fenómeno, al mostrarnos lo que se conoce como patrón de interferencia, propio
de naturalezas ondulatorias, dando lugar de este modo a la dualidad
onda-materia.
La física clásica nos acostumbró a que los fenómenos ocurran
con independencia de que los observemos o no, cosa que cambia a medida que nos
introducimos en las realidades más diminutas. Tanto para el movimiento de las
partículas fundamentales como para el mundo de las letras, observar influye en
los fenómenos. El lector (observador) recrea en su mente las historias. Sin
lectores no hay literatura, pues la literatura solo es literatura en cuanto es
leída. Por muy buena que sea una historia siempre va a requerir su contraparte,
la lectura. Como en el famoso experimento de la doble rendija, leer modifica
las historias, al construir representaciones mentales de los hechos. Si el
objetivo fundamental de la literatura es despertar las emociones en un
individuo, cada lector lo hace de un modo distinto. Un texto literario está
sometido a diversas miradas, y esas miradas lo modifican en cuanto lo crean y
lo recrean.
La ciencia durante siglos ha construido categorías absolutas
que han desestimado postulados que explican la existencia desde otras orillas
del pensamiento. No obstante, con el descubrimiento del universo del quantum y
sus manifestaciones ambivalentes se abre un espacio privilegiado a lo
fantástico, que había sido apartado durante mucho tiempo por nuestras creencias
en la vida real.
Estas dos manifestaciones de la inteligencia humana son
hidalgas exponentes de la subversión del pensamiento, pues se han atrevido a
negar y a reconstruir esos valores absolutos que parecían estar empotrados en
una especie de totalitarismo cognoscitivo, una dictadura de lo innegable
impuesta por la religión y por la misma ciencia desde antaño. Con ellas estamos
recuperando el valor de lo fantástico.
Fuente :El Espectador
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