Le mystère de
Matignon?: L’hôtel de Matignon; mieux: l’hôtel Matignon, est situé 57 rue
Varenne Paris 75007 Depuis 1935 c’est la
résidence officielle du chef du gouvernement français ou Premier ministre. Hôtel particulier du
XVIIIe siècle ayant appartenu à différentes familles et célébrités, avant
d’être confisqué puis racheté par l’État français en 1922. Le ...
Le mystère de
Matignon?:
L’hôtel de Matignon; mieux: l’hôtel Matignon, est situé 57
rue Varenne Paris 75007
Depuis 1935 c’est la résidence officielle du chef du gouvernement français ou Premier ministre.
Hôtel particulier du XVIIIe siècle ayant appartenu à différentes familles et célébrités, avant d’être confisqué puis racheté par l’État français en 1922.
Le bâtiment comporte à l’arrière un parc de trois hectares. Dans le langage courant il est souvent désigné par « Matignon ».
Mais pourquoi un échiquier IMPOSSIBLE de 7 x 7 cases (à la place du 8×8 orthodoxe)?
« BORGES »…en français:
– Et à propos de mémoire dans votre récit « Pierre Ménard auteur du Quichotte » vous (« JORGE LUIS BORGES ») citez comme faisant partie de l’oeuvre visible de cet écrivain «un article technique sur la possibilité d’enrichir les échecs en éliminant l’un des pions de la tour. Ménard propose, recommande, discute et finit par repousser cette innovation. Imaginons la partie sans le pion « a » (ou « h ») de chacun des adversaires. Le premier coup serait : 1. TxTa8. Et le deuxième: les noirs abandonnent! Qu’a-t-il voulu dire? Est-ce une énigme ou une erreur provoquée par votre (sa) mémoire?
Je me suis aussitôt souvenu qu’en 1935 avec Bioy
Casares nous avions pensé écrire un
roman à la première personne dont le narrateur se laisserait aller à des contradictions qui permettraient à un très petit nombre de lecteurs de deviner une
réalité atroce ou banale.
BORGES …en espagnol:
– Y a propósito de memoria en su relato « Pierre Menard,
autor de El Quijote » usted (« JORGE LUIS BORGES ») cita como pieza de la obra
visible de este escritor « un artículo técnico sobre la posibilidad de
enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de torre. Menard propone,
recomienda, discute y acaba por rechazar esa innovación ». Imaginemos la
partida sin el peón « a » (o « h ») de cada uno de los contendientes. La
primera jugada sería: 1. TxTa8. Y la segunda: las negras abandonan! ¿Qué ha
querido decir? ¿Es un enigma o un error provocado por su memoria?
Recordé en el acto que con Bioy Casares, en 1935 habíamos
pensado escribir una novela en primera
persona cuyo narrador incurriera en contradicciones que permitirían a un
reducidísimo número de lectores la adivinación de una realidad atroz o banal.
EL TRIUNFO DE UN
ARRIBISTA
(Segundo y último relato inédito y apócrifo de Jorge Luis
Borges escrito por Fernando Arrabal)
En el colegio Calvino de Ginebra, donde estudié el
bachillerato, comprendí que los fanatismos que más debemos temer son aquellos
que pueden confundirse con la tolerancia. Durante aquellos cuatro años en los
cuales viví a la luz de la hoguera que quemó vivo al médico Miguel Servet en
1553 sentí un aborrecimiento por Calvino, el verdugo, tan irracional como la
pasión que concebí por su víctima, Servet. Setenta años después, pero aún con
estelas de aquella dicotomía de adolescente en mi mente, conocí a la
investigadora del Instituto, Sophie Kelly. Tenía escasamente 35 años; era
flaca, pálida, indiferente, trémula y disciplinada. No se daba con nadie;
pensaba que la Historia había seguido un proceso esencialmente fútil y que el
mundo era un reflejo lateral y perdido de la célula que examinaba en su
microscopio.
Georges Maréchal era
un triste compadrito desembarcado en el Instituto en 1960 sin más virtud que la
infatuación de su arribismo. Nadie sin embargo le acusó nunca de soberbia ni de
misantropía, y menos aún de locura, cuando, fiel a su maniaca voluntad de
prosperar, le vieron en 20 años pasar de recadero a director, Que este
advenedizo internado en los laberintos de la administración pudiera recibir el
Premio Nobel parecía de antemano imposible. Toda su vida fue un fraude. No fue
ni un traidor ni un parásito, sino un funcionario que sin haber pegado nunca su
ojo a la lente de un microscopio se convirtió en un falso experto en biología.
Cuando se supo que
había aparecido un virus que destruía las células necesarias a la inmunidad del
organismo humano, todos los institutos del mundo trataron, en mil y una noches
secretas, de localizar aquel escondido agente más mortífero que la navaja o el
combate contra el tigre.
George Maréchal
confió a Sophie Kelly la misión de hallar este virus. Intuyó en ella una
indiferencia que parecía regida por el azar y que hacía de su investigación un
insípido y laborioso juego en el cual el triunfo sólo sería una chispa surgida
de un fuego fatuo.
La investigación biológica se hacía en un número indefinido
y tal vez infinito de institutos diseminados por el mundo. Todos comunicaban
entre sí por angostos sistemas de información concertados con una máquina
cercada por una baranda en la cual se encontraba la memoria. Cada instituto
disponía además de un horno que incineraba todos los desperdicios y que
comunicaba con una alta chimenea, que algunos imaginaban tan solitaria en el paisaje
como si les señalara el destino.
Hacía varios siglos el grupo de sabios y alquimistas (nombre
con los cuales se conocía entonces a los investigadores) que formaban la Secta
del Ardor afirmó que toda las formas de vida y de enfermedad se hallaban irremediablemente
en las infinitas probetas que poblaban los laboratorios de los monasterios. Los
sabios de la secta sabían que su trabajo era eterno y quizás atroz: pronto
vieron que cuando encontraban la probeta capaz de combatir definitivamente una
enfermedad, ésta era suplantada por otra peor. Previeron así el destino de la
peste, el tifus, el cólera, la tuberculosis, el cáncer… Creían que Rueda
Fortuna disponía de un laberinto de laberintos que abarcaba no sólo el presente
y el pasado, sino el porvenir,y 7y7 y 24x24h. Aquellas creencias fueron
olvidadas. No obstante, George Maréchal mandó quemar en el incinerador del
Instituto todos los restos escritos de la secta por estimarlos pesimistas y
disolventes.
George Maréchal
administraba su Instituto sin buscar la verdad y ni siquiera la
verosimilitud; sólo quería triunfar. Juzgaba que el éxito social era una rama
de la ciencia ficción y que los investigadores encerrados en sus laboratorios
como Sophie Kelly -con los que no tenía
contacto apenas- buscaban infatigablemente sin saber que la Ciencia es la
escritura que han creado los dioses menores para entenderse con los diablos.
Antes de que llegara al Instituto Sophie Kelly, unos
investigadores inspirados por el surrealismo y Trotsky pero que paradójicamente
se consideraban sucesores de la antigua Secta del Ardor afirmaron que el hombre
había sido forjado por el azar y que todo cuerpo vivo, desde la célula del
corazón hasta el bacilo de Koch, estaba formado por los mismos elementos
(carbono, nitrógeno, oxígeno e hidrógeno) combinados infinitamente. También
aseguraron que, desde el más microscópico virus hasta la célula humana, todo
cuerpo disponía de su propia sabiduría. Esta sabiduría decían que estaba
encerrada en un laberinto en forma de escalera de caracol. Escalera creada por
infinitos peldaños cuya materia esta formada por cuatro únicas bases (A, T, C y
G: ademina, tinina, citosina y guanina) perversamente repetidas. La singular
manera con la cual cada ser vivo combinaba estas cuatro bases lo llamaron el código
genético. Profesaron que no había dos códigos genéticos idénticos y
arbitrariamente llamaron al conjunto gigantesco de todos los códigos genéticos
conocidos el Repertorio.
La idea sorprendente de Sophie Kelly para hallar el virus responsable de la epidemia
fue la de abandonar la investigación pura y la observación microscópica a fin
de consultar el Repertorio. A George Maréchal, que se oponía a este método,
Sophie Kelly le escribió que no había
problema científico cuya elocuente solución no existiera en el Repertorio.
Abandonando su laboratorio de virología, Sophie Kelly , como
una peregrina, salió a la búsqueda del código en el infinito Repertorio,
sabiendo que el azar es más luminoso que la ciencia.
Fue en una noche iluminada por el resplandor de unos fuegos
artificiales cuando Sophie Kelly
descubrió el virus en las páginas VAL del Repertorio. Cuando George
Maréchal se hubo asegurado que no había
comunicado a nadie su descubrimiento, la estranguló y luego arrojó su cuerpo y
sus notas (tras copiarlas) al incinerador del Instituto.
Un año después, un telegrama anunció a George Maréchal que había ganado el Premio Nobel por su
descubrimiento del virus. Tuvo la impresión de que le anunciaban que era otro.
Y que quizás Sophie Kelly era de algún modo él mismo. Pero a aquella desaforada
esperanza sucedió una depresión excesiva que detuvo su corazón.
El final de esta historia ya sólo es referible en parábola,
puesto que sucede en el paraíso. Cabe afirmar que George Maréchal conversó con
Dios, pero Éste tampoco se interesa en la ciencia que le tomó por Sophie Kelly.
De la misma manera, cuatro siglos antes, para la insondable divinidad, Calvino
(1) y Servet (el inquisidor y su víctima) formaban un solo ser.
1). Hace 32 años (en
2018) que se ocultó Jorge Luis Borges ;
sus restos reposan en el cementerio Plain Palais, de Ginebra, junto a los de
Calvino. Se eligió el lugar a causa de un árbol.
LE TRIOMPHE D’UN ARRIVISTE
Deuxième (« et
dernier »; bien sûr) récit inédit et
apocryphe de Jorge Luis Borges écrit par Fernando Arrabal.
Au collège Calvin de
Genève où j’ai étudié, j’ai compris que les fanatismes les plus à craindre sont
ceux qui peuvent être confondus avec la tolérance. Durant ces quatre ans
pendant lesquels j’ai vécu à la lueur des brasiers qui brûlèrent vif le médecin
Michel Servet en 1553 j’ai éprouvé de la haine pour Calvin, le bourreau, aussi
irrationnelle que la passion ressentie pour sa victime, Servet. Soixante-dix
ans plus tard, mais encore dans le sillage de cette dichotomie d’adolescence
dans mon esprit, j’ai connu la chercheuse
de l’Institut, Sophie Kelly Quentin. Elle avait à peine trente-cinq ans
; elle était maigre, pâle, indifférente, tremblante et disciplinée. Elle ne se
livrait à personne ; elle pensait que l’Histoire avait suivi un processus
essentiellement futile et que le monde était un reflet négligeable et perdu de
la cellule qu’elle examinait au microscope.
Georges Maréchal
était un triste fanfaron qui avait débarqué à l’Institut en 1960 sans
autre vertu que la fatuité de son arrivisme. Cependant personne ne l’avez
jamais accusé d’être orgueilleux ou misanthrope, et encore moins d’être fou,
lorsque, fidèle à sa volonté maniaque de
réussite, on le vit en vingt ans passer de garçon de courses à directeur. Que
ce parvenu profondément engagé dans les labyrinthes de l’administration pût
recevoir le prix Nobel paraissait d’avance impossible. Toute sa vie avait été
une tricherie. Il n’avait été ni un traître ni un parasite, mais un
fonctionnaire qui, sans avoir jamais
collé son oeil au verre d’un microscope, était devenu un faux expert en
biologie. Quand on sut qu’un virus détruisait les cellules nécessaires à
l’immunité de l’organisme humain, les instituts du monde entier tentèrent,
pendant mille et une nuits secrètes, de localiser cet agent caché plus
mortifère que le couteau ou le combat avec le tigre.
Georges Maréchal confia à Sophie Kelly la mission de trouver ce virus. Il pressentit en elle
une indifférence qui semblait régie par le hasard et qui faisait de sa
recherche un jeu insipide et laborieux dans lequel la réussite ne serait qu’une
étincelle jaillie d’un feu follet .
La recherche scientifique se faisait dans un nombre indéfini
et peut-être infini d’instituts éparpillés dans le monde. Tous communiquaient
entre eux par d’étroits systèmes d’information en accord avec une machine
entourée par une véranda et dans laquelle se trouvait la mémoire. Chaque
institut disposait en outre d’un four qui incinérait tous les déchets et
communiquait avec l’extérieur par une haute cheminée, que certains imaginaient
aussi solitaire dans le paysage que si elle était désignée par le destin.
Ily a plusieurs
siècles le groupe de savants et d’ « alchimistes » (nom sous lequel on connaissait alors les
chercheurs) qui formaient la « secte de
l’Ardeur » affirma que toutes les formes de vie et de maladie se trouvaient
fatalement dans les innombrables éprouvettes qui envahissaient les laboratoires
des monastères. Les savants de la secte savaient que leur travail était éternel
et peut-être atroce ; bientôt ils constatèrent
que lorsqu’ils trouvaient l’éprouvette capable de combattre
définitivement une maladie, celle-ci était supplantée par une autre pire. Ils
purent ainsi prévoir le destin de la
peste, du typhus, du choléra, de la
tuberculose, du cancer… Ils croyaient que la « Roue de Fortune » disposait d’un
labyrinthe de labyrinthes qui embrassait non seulement le présent et le passé,
mais bientôt aussi l’avenir. Ces croyances furent oubliées. Cependant Georges
Maréchal donna l’ordre de brûler dans l’incinérateur de l’Institut tout ce qui
restait des écrits de la secte , les estimant pessimistes et corrosifs.
Georges Maréchal
administrait son Institut sans rechercher la vérité ni même la vraisemblance ;
il voulait seulement réussir. Il jugeait que le succès social était une branche
de la science-fiction et que les chercheurs enfermés dans leurs
laboratoires comme Sophie Kelly – avec qui il n’avait presque aucun contact –
œuvraient inlassablement sans savoir que la science est l’écriture qu’ont créée
les dieux mineurs pour s’entendre avec les diables.
Avant l’arrivée de Sophie Kelly à l’Institut, quelques
chercheurs inspirés par le surréalisme et Troski mais qui, paradoxalement, se
considéraient comme les successeurs de
l’ancienne « secte de l’Ardeur », affirmèrent que l’homme avait été créé par le
hasard et que tout corps vivant, depuis la cellule du cœur jusqu’au bacille de
Koch, était constitué des mêmes éléments : carbone, nitrogène, oxygène et
hydrogène, en des combinaisons infinies. De même ils assurèrent que depuis le
plus microscopique virus jusqu’à la cellule humaine, tout corps disposait d’un
savoir propre. Ce savoir disait qu’il était enfermé dans un labyrinthe en forme
d’escalier en colimaçon. Escalier constitué par une infinité de marches dont la
matière n’était formée que par quatre bases nucléiques (a-t-c-g : adénine,
thymine, cytosine et guanine) perversement répétées… La façon particulière dont
chaque être vivant combinait ces quatre bases, ils la nommèrent code génétique.
Ils professèrent qu’il n’y avait pas deux codes génétiques identiques et
arbitrairement ils nommèrent le gigantesque ensemble de tous les codes
génétiques le Répertoire.
L’idée surprenante de Sophie Kelly pour trouver le virus
responsable de l’épidémie fut
d’abandonner la recherche pure et l’observation au microscope afin de consulter
le Répertoire. À Georges Maréchal qui
s’opposait à cette méthode, Sophie Kelly écrivit qu’il n’existait pas de
problème scientifique dont on ne puisse trouver l’éloquente solution dans l’infini
Répertoire, sachant que le hasard est plus éclairant que la science.
Ce fut au cours d’une nuit illuminée par l’éclat de feux
d’artifice que Sophie Kelly découvrit le virus dans les pages « VAL » du
Répertoire. Quand Georges Maréchal se fut assuré qu’elle n’avait communiqué à
personne sa découverte, il l’étrangla puis jeta son corps et ses notes (après
les avoir recopiées) dans l’incinérateur de l’Institut.
Un an plus tard, un télégramme lui apprit qu’on lui
décernait le prix Nobel pour sa découverte du virus. Il eut l’impression qu’on
lui annonçait qu’il était quelqu’un d’autre. Et que peut-être Sophie Kelly
était lui-même, en quelque sorte. Mais à cet immense espoir succéda une trop
violente dépression qui provoqua un arrêt du cœur.
La fin de ce récit ne
peut être rapportée qu’en parabole, car elle se déroule au paradis. On peut
affirmer que Georges Maréchal s’entretint avec Dieu, mais Celui-ci s’intéresse
si peu à la science qu’il le prit pour Sophie Kelly. De même, quatre siècles
auparavant, pour l’insondable divinité, Calvin[1] et Servet (l’inquisiteur et
sa victime) ne formèrent-ils qu’un seul être ?
Fernando Arrabal
[1] Il y a trente-deux ans que Jorge Luis Borges s’est
occulté (en 1986) ; ses restes reposent au cimetière Plain Palais à Genève,
près de ceux de Calvin. L’endroit a été choisi à cause d’un arbre.
Fuente: La Regle du jeu
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