Jorge Luis Borges: Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria
Por Ana María Del Re
· En julio 12, 2015
Bajo el patrocinio del rey Hassan II de Marruecos y la
presidencia del poeta senegalés Léopold Sédar Senghor, tuvo lugar en Marrakech
el VII Congreso Mundial de Poetas, entre el 14 y el 21 de octubre de 1984. Ese
encuentro y sus diversas actividades estuvieron dedicados esencialmente a la
creación poética, a sus amplias manifestaciones y relaciones con otras áreas
del conocimiento y a sus proyecciones, más allá de todas las fronteras.
Ese diálogo íntimo y
a la vez universal, contó con la asistencia de más de trescientos invitados,
reunidos en diversas mesas de trabajo, en algunas de las cuales participamos.
Además, contó con la presencia excepcional de Jorge Luis Borges como invitado de honor, quien
generosamente me concedió esta entrevista, precedida por mis impresiones.
Casi tres décadas después de aquel maravilloso encuentro, la
revista ViceVersa reproduce la primera publicación, ahora revisada, ampliada y
actualizada.
Llegamos a Marrakech con el ardor de la tarde y el murmullo
de cánticos llamando a la oración.
Llegamos con la mirada encendida y es súbito el asombro: antiquísimas murallas,
tierra roja, caravanas. Recorremos arenas
y un largo camino de palmeras, “árboles de vida”, decían los caldeos.
Ciudad del sur, capital de un vasto imperio milenario, fundada por los
almorávides en l062, ciudad de fulgurante historia, ciudad que dio su nombre al
país entero. Confluencia de razas y culturas, tradiciones y leyendas:
Marrakech, “Tierra de Dios”, en árabe, Marrakech, “la Roja”, “la Sahariana”,
entre el Alto Atlas y los umbrales del desierto.
Múltiples rasgos van dibujando el rostro de la ciudad,
algunos ya inconfundibles: silencioso y espléndido se eleva el alminar rosa rojizo de la Koutoubia y sus
tres esferas de oro en lo más alto. La Koutoubia, joya del arte almohade y
símbolo de la ciudad, es también conocida como “mezquita de los libreros”.
Entonces me detengo e imagino: ¡Cuántos libros se abrieron bajo sus pórticos,
cuántas manos trazaron los signos oscilantes, cuántos ojos leyeron la escritura
sagrada, cuánto clamor en la irrepetible noche!
Noche del Ramadán de las revelaciones: Noche del Destino. La
paz acompaña a esa Noche hasta que llega la aurora. La creencia musulmana dice
que durante esa misma Noche de oración, Allah transmitió al Profeta Mahoma los
últimos versos del Corán y se completó el Libro. Y en dos versos de un poema de
Borges, titulado “Tamerlán”, este gran conquistador nómada musulmán, reconoce
al Alcorán como “ El Libro de los
Libros, / Anterior a los días y a las noches”.
PALACIOS Y
LABERINTOS.
Palacios y pasillos donde retumban pasos, ecos de pasos que
devuelven el gesto victorioso de Yacub Al Mansour en la batalla y de Ahmed Al
Mansour, “El Dorado”, pasos de nobles dinastías, pasos de polvo y de mármol.
Las Tumbas Saadis y su mausoleo principal, formado por tres magníficas salas
decoradas, en una de las cuales se encuentran sólo sepulcros de niños
descendientes de esa dinastía. La famosa
medersa de Ben Youssef, especie de academia religiosa donde se enseñaba la
teología coránica y se hospedaba a los estudiantes.
El Palacio Real, rodeado de murallas que se vuelven más
rojas con el sol del ocaso. El Palacio de la Bahía, “el resplandeciente”, y
todas las mujeres del sultán en las recámaras y alhajas, encajes y susurros,
jardines y patios interiores: un olor a jazmines, a naranjos, un sol profuso.
Sol sobre las ruinas del Palacio de El-Badi, antigua maravilla del mundo
musulmán, hoy habitado por cigüeñas que hacen sus nidos en los altos muros
derruidos y después vuelan hacia tierras lejanas. Sensación conmovedora… Y
todavía el sol en la Menara solitaria y
su inmenso estanque bordeado de cipreses
y palmeras, sol en el agua que fluye subterránea, sol en las fuentes.
Calles y callejuelas, muros de adobe, de piedra, de
ladrillos, un arco, un portal, puertas, ventanas, ojos mirando tras las rejas.
Se abre finalmente la Gran Plaza, corazón de la Medina, y nos crece el asombro:
Jamaa el-Fna colmada a las seis de la
tarde y un vuelo de palomas. Vienen niños pidiendo una moneda, mujeres con
velos y collares, vemos a un ciego hablando con el aire, a flautistas encantadores
de serpientes, a dos aguadores con atavíos bereberes, a un grupo de malabaristas
y bailarines, a un vendedor de fusiles y puñales. Tiendas, toldos, tenderetes,
comerciantes que ofrecen sus mercancías y nos llaman.
Nos movemos apenas entre la muchedumbre, somos parte de
ella. A las seis de la tarde, el narrador de historias inventa la primera
historia, la joven del amuleto prepara un filtro de cantáridas, alguien dice la
buenaventura, alguien reza, ataviado de blanco. Llegan colores, olores,
sabores, música, voces, ritmos. Hay profusión de rostros y de trajes, se
expande el laberinto como un río, se expanden los suq (zocos) interminables.
Todo palpita y se renueva en la Gran Plaza, inmensa “plaza de los antepasados”,
presencia de un pasado.
Como se esperaba y lo deseábamos, no faltó tampoco un
espectáculo de poesía en Jamaa el-Fna. Dentro de la misma Plaza, alumbrada con
faroles de gas y en un espacio preparado especialmente para la ocasión, un
numeroso grupo de poetas asistentes al Congreso leyó sus versos en varios idiomas, una larga noche de hallazgos e iluminaciones.
REFLEJOS DE LA
MEMORIA.
Las voces de Marrakech: mientras escribo estas líneas, me
llega también a la memoria un pasaje de ese libro, escrito por Elías Canetti
después de su viaje a Marruecos, en 1954. Refiere el escritor que durante sus
incursiones por la ciudad, al entrar un día en una plaza del Mellah, el antiguo
barrio judío, sintió de pronto que no quería marcharse jamás de ese lugar. Así
lo expresa: “Desde hacía cientos de años yo había estado aquí, pero lo había
olvidado y ahora todo renacía. Veía expresada toda la densidad y color de la
vida que sentía en mí mismo. Cuando me encontraba allí yo era esa plaza. Pienso
que siempre vuelvo a esa plaza”.
Aunque algo difieren los lugares y las fechas, aunque son
otros los rostros (pero quizás los mismos, transfigurados), creo que nada
podría expresar mejor, con tan íntima proximidad, lo que yo misma sentí aquella
tarde colmada y aquella noche, en Jamaa el-Fna. Pienso también que desde
entonces, siempre vuelvo, siempre volveremos allí.
(Y por una de esas sorpresas del destino, de la providencia,
o por la intensidad del deseo, no lo sé,
volví de nuevo a Marrakech, casi tres décadas después, en enero del 2014.
Posiblemente mi regreso a esta ciudad, que desde la primera vez me deslumbró y sentí tan próxima, sea
parte de otra historia, o quizás de la misma, recreada).
Ciudad de bronce, ciudad de incandescente memoria.
Impresiones, imágenes, revelaciones. Partidas y regresos: convergencias.
¿Descubrir una ciudad no es, acaso, recrear su propia historia y recrearnos,
propiciar el mito del eterno retorno, escuchar de nuevo la palabra originaria?
En un poema, Borges recuerda desde Ronda, mientras vislumbra
en ella la magia del Oriente: “Y la rimada prosa alcoránica/ y ríos que repiten
alminares/ y el idioma infinito de la arena/ y ese otro idioma, el álgebra, / y
ese largo jardín, las Mil y Una Noches”.
Y repite, encarnando a Averroes (atormentado hace años en
Marrakech por memorias de Córdoba): “Un famoso poeta es menos inventor que
descubridor. (…) el tiempo, que despoja los alcázares, despoja los versos (…) y
sé de algunos que a la par de la música, son todo para todos los hombres”.
CON BORGES Y MARÍA,
SENCILLAMENTE.
Sin duda fueron muchas, intensas y reveladoras, las
experiencias que vivimos y compartimos durante esos días de soles, noches y
amaneceres en Marrakech.
Quizá lo único que lamentamos fue el no haber podido entrar
a ninguna de las mezquitas de la ciudad. Ya
sabemos que el ingreso a esos lugares de oración sólo está permitido a los musulmanes,
seguidores de la fe islámica.
Ahora quiero referirme, especialmente, a uno de aquellos
momentos privilegiados e inolvidables: el encuentro con Jorge Luis Borges, la
conversación que sostuve con él y con
María Kodama, en un lugar apacible que daba hacia el Oriente. Coincidencia
feliz: sé que “Oriente” es una de las palabras que Borges encuentra más
hermosas; ha dicho que en ella “sentimos la palabra oro, ya que cuando amanece
se ve el cielo de oro”, y recuerda el famoso verso de Dante en el Purgatorio:
“Dolce color d’oriental zaffiro”.
Me sorprenden de inmediato las manos de Borges, sus dedos
finos y alargados; así mismo, la nobleza y claridad del rostro, una luz
interior reflejada en sus ojos. Me dice que aún percibe la sombra de ciertos
colores: el azul, el verde y especialmente el amarillo, que “sigue
acompañándome”. “Con los años fueron dejándome/ Los otros hermosos colores/ Y
ahora sólo me quedan/ La vaga luz, la inextricable sombra/ Y el oro del
principio”, leemos en su poema “El oro de los tigres”.
Le menciono su visita a Venezuela, hace más de dos
años, (en febrero de 1982), con motivo
de los actos realizados como Homenaje a Goethe. En esos días, ofreció varias
conferencias, a las cuales asistimos. También firmó muchos libros en una
librería del este de la ciudad…
“Sí, lo recuerdo bien. Pasé unos días muy felices en
Caracas, me rodearon de atenciones, todos fueron muy amables. Organizaron para
mí un espectáculo de toros coleados, María y otras personas me lo fueron
narrando con detalles. Sentí el colorido y la emoción de la fiesta, también la
música me pareció muy alegre”.
Le pregunto si es la primera vez que viene al África…
“He estado antes en Egipto. Conozco los dos extremos:
España, Andalucía, por un lado, y la India, China, el Japón, por el otro, pero
es la primera vez que vengo a Marruecos, a Marrakech. Aquí me despierta todas
las mañanas el almuecín y eso me gusta mucho. Me emocionan las plegarias de los
fieles”.
En silencio, desde el balcón del hotel donde nos hospedamos
durante una semana, yo también contemplé, maravillada, cómo resplandecen, con
los primeros soles, una mezquita y su alminar blanco. ¿Cómo no escuchar las
oraciones y cánticos del almuecín, casi lamentos, que se elevan desde el
amanecer? ¿Cómo no escucharlos y sentir cuánto llegan al alma? Le repito a
Borges un fragmento de algunos de sus versos, que siempre me han conmovido: “En
esa hora en que la luz tiene una finura de arena, todo… entró en mi vano
corazón con limpidez de lágrima”. Su expresión se ilumina aún más, como la de
un niño asombrado ante un nuevo hallazgo.
María Kodama me dice que también estuvo antes en Egipto pero
no conocía Marruecos. Le pido su opinión sobre este Congreso Mundial de Poetas:
“Me parece muy buena idea la de organizar un Congreso de poetas, sobre todo
cuando se trata de borrar las diferencias entre naciones, religiones,
culturas”. Y Borges añade: “Llegamos un poco tarde. Vinimos desde Casablanca y
viajamos por la noche. No pudimos asistir a todas las sesiones de trabajo. Supe
que habían sido muy interesantes y hubiera querido participar más en ellas, pero pudimos conversar con muchos poetas y
compartir algunos almuerzos y cenas. Nos gusta mucho la comida árabe. Nos
llevaron al célebre hotel La Mamounia, con su hermoso jardín de naranjos y
olivos. Además, el solo hecho de estar
aquí ya me parece milagroso”.
“QUISIERA CONOCER
TODO EL MUNDO”.Borges
¿Al partir de Marruecos regresarán directamente a la
Argentina?
Seguiremos viajando. Iremos a Portugal, España, Estados
Unidos. Me gusta mucho viajar, cada viaje es un descubrimiento, una revelación.
Quisiera conocer todo el mundo, dice Borges.
Y yo pienso que todo el mundo estaría contenido en sus libros
y a la vez los desbordaría. Pienso en ese Libro Único entrevisto, inasible e
infinito como El Aleph, aspiración de absoluto. Pienso en unas líneas del “Otro
poema de los dones”: “Por el hecho de que el poema es inagotable/ Y se confunde
con la suma de las criaturas/ Y no llega jamás al último verso/ Y varía según
los hombres”.
Observo que a lo largo de su obra aparecen continuas
alusiones a la cultura oriental, a su historia, sus tradiciones, sus
mitologías; hay toda una recreación de ese pasado.
Ciertamente, me dice. Uno de los primeros libros que leí fue
Las mil y una noches. Mi abuela sabía de memoria la Biblia. Mi padre también
tenía una formación orientalista: escribió un libro titulado El jardín de la
cúpula de oro. Desde hace tiempo estoy estudiando el japonés con María.
Encuentro que en el Japón hay un sentimiento primitivo para contar, para
narrar.
En 1977 usted ofreció siete conferencias en Buenos Aires,
recogidas luego en el libro Siete noches. Una de ellas, precisamente, la dedica
al tema de Las mil y una noches.
Como lo dije entonces, es un tema que quiero mucho, desde mi
infancia. La primera versión que leí fue la inglesa: “The arabian nights”:
“Noches árabes”. Su origen es misterioso. Son obras de muchos autores, aunque
ninguno de ellos sabía que estaba escribiendo uno de los libros más famosos de
todas las literaturas. En su mismo título hay ya una alusión al infinito:
cuentos que están dentro de cuentos, que quedan inconclusos. Es un libro
inagotable, capaz de muchas metamorfosis. El tiempo infinito de Las Mil y una
noches siempre estará renovándose; cada lector, cada traductor seguirán dando
una versión del libro.
¿Qué es para usted la
poesía?
Si yo fuera un verdadero poeta, la sentiría siempre. Todo
poeta, todo escritor, todo artista, está siempre poseído por su arte. Creo que
cada instante, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es. La
poesía puede ocurrir en cualquier momento, es misteriosa como un embrujamiento.
Uno está recibiendo continuamente, las cosas son dadas para un fin. Creo
recibir dones, hablar de “musa” es demasiado elocuente, pero trato de
intervenir lo menos posible en mi poesía…
Trata de borrar su yo biográfico, de despersonalizarse, como
usted mismo ha dicho: “Mi nombre es alguien y cualquiera”, “mi humanidad está
en sentir que somos voces de una misma penuria”…
Sí, trato de hacer de mis experiencias dolorosas o felices
otras cosas, por medio de palabras, de cadencias. Las cosas son siempre las
mismas, lo importante es lo que hagamos con ellas. Esas cosas nos han sido
dadas para que las transmutemos, para que hagamos de las circunstancias de
nuestra vida algo que aspire a ser eterno. Lo importante son las metáforas, la
manera como podamos renovar la historia de unas cuantas metáforas.
¿Qué nos diría sobre
su propia escritura?
Lo que entreveo es el
comienzo y el final pero no sé lo que pasa en el medio. En mi escritura, siento
con frecuencia que una palabra trae otra y otra, sucesivamente, que todo se va
enlazando, que las imágenes se van engendrando mutuamente. No tengo estética y
descreo de las escuelas literarias que considero simulacros didácticos para
hacer más simple lo que enseñan.
En su obra, usted le da mucha importancia al destino.
“Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un
solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”, dice el
narrador en su relato “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”. ¿Qué piensa Borges de
su propio destino?
He sentido siempre que mi destino sería, sobre todo, literario,
que me ocurrirían cosas, desgraciadas o felices, pero que al fin todo se
convertiría en palabras. Desde niño, también tuve una preocupación filosófica.
Espero que los lectores puedan encontrar en mis páginas alguna belleza.
Se dice que usted tiene una memoria prodigiosa…
Mi memoria… espero ser olvidado. Olvido mi vida personal,
olvido nombres y fechas, los rasgos de las personas que he conocido se han
borrado de mi mente. En cambio, recuerdo y podría recitar muchos versos en inglés antiguo, en islandés,
en japonés. Heredé el inglés y el español; luego, a los 15 años, mi padre me
llevó a Ginebra, donde aprendí el francés, el alemán y he estudiado otras
lenguas. Las cadencias son importantes en cada lengua. Emerson dijo que la
poesía sale de la poesía. Cada idioma es una tradición, una manera de sentir la
realidad, de concebir el universo, no un repertorio arbitrario de símbolos.
Trato de ser un ciudadano del mundo.
Le pregunto a María cómo se siente junto a una persona tan
famosa. Me responden casi al unísono: “No hablemos de la fama, olvidemos la
fama”. Le vuelvo a formular la pregunta: ¿Cómo se siente, entonces, junto a
Borges, sencillamente? “A Borges lo conozco desde niña, en mi adolescencia fui
su alumna. Somos muy buenos amigos y compartimos muchas cosas. Para mí es como
un compañero de jardín de infancia”. (Borges sonríe y sus ojos se iluminan de
nuevo).
Me despido de ellos con gran emoción. Les expreso mi
profundo agradecimiento por haberme concedido este tiempo íntimo (e infinito),
casi al final del Congreso. Los veo alejarse lentamente: él, con una mano
apoyada en su bastón, con la otra tomando el brazo de María. Los espera un guía
para llevarlos a los suq, los célebres mercados de Marrakech. Imagino que para
Borges, recorrer esos tortuosos, fantásticos laberintos y sentir la ciudad,
será, sin duda, una nueva aventura, una experiencia singular y plena que
seguirá viviendo, renovándose, recreándose, en el esplendor de su poesía. Y ya
lo había entrevisto alguna vez cuando
escribió: “África tiene en la eternidad su destino, donde hay hazañas, ídolos,
reinos, arduos bosques y espadas”. “Recuerdo las pesadas caravanas / Y las
nubes de polvo del desierto”.
Ana María Del Re
Caracas: octubre de 1984 y agosto de 2014.
Fuente:Viceversa Magazine
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