viernes, 28 de diciembre de 2018

1984: Borges en Marruecos

 

 Jorge Luis Borges: Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria

Por Ana María Del Re · En julio 12, 2015

Bajo el patrocinio del rey Hassan II de Marruecos y la presidencia del poeta senegalés Léopold Sédar Senghor, tuvo lugar en Marrakech el VII Congreso Mundial de Poetas, entre el 14 y el 21 de octubre de 1984. Ese encuentro y sus diversas actividades estuvieron dedicados esencialmente a la creación poética, a sus amplias manifestaciones y relaciones con otras áreas del conocimiento y a sus proyecciones, más allá de todas las fronteras.

Ese  diálogo íntimo y a la vez universal, contó con la asistencia de más de trescientos invitados, reunidos en diversas mesas de trabajo, en algunas de las cuales participamos. Además, contó con la presencia excepcional de Jorge Luis  Borges como invitado de honor, quien generosamente me concedió esta entrevista, precedida por mis impresiones.

Casi tres décadas después de aquel maravilloso encuentro, la revista ViceVersa reproduce la primera publicación, ahora revisada, ampliada y actualizada.

Llegamos a Marrakech con el ardor de la tarde y el murmullo de cánticos llamando a la  oración. Llegamos con la mirada encendida y es súbito el asombro: antiquísimas murallas, tierra roja, caravanas. Recorremos arenas  y un largo camino de palmeras, “árboles de vida”, decían los caldeos. Ciudad del sur, capital de un vasto imperio milenario, fundada por los almorávides en l062, ciudad de fulgurante historia, ciudad que dio su nombre al país entero. Confluencia de razas y culturas, tradiciones y leyendas: Marrakech, “Tierra de Dios”, en árabe, Marrakech, “la Roja”, “la Sahariana”, entre el Alto Atlas y los umbrales del desierto.

Múltiples rasgos van dibujando el rostro de la ciudad, algunos ya inconfundibles: silencioso y espléndido se eleva el  alminar rosa rojizo de la Koutoubia y sus tres esferas de oro en lo más alto. La Koutoubia, joya del arte almohade y símbolo de la ciudad, es también conocida como “mezquita de los libreros”. Entonces me detengo e imagino: ¡Cuántos libros se abrieron bajo sus pórticos, cuántas manos trazaron los signos oscilantes, cuántos ojos leyeron la escritura sagrada, cuánto clamor en la irrepetible noche!

Noche del Ramadán de las revelaciones: Noche del Destino. La paz acompaña a esa Noche hasta que llega la aurora. La creencia musulmana dice que durante esa misma Noche de oración, Allah transmitió al Profeta Mahoma los últimos versos del Corán y se completó el Libro. Y en dos versos de un poema de Borges, titulado “Tamerlán”, este gran conquistador nómada musulmán, reconoce al  Alcorán como “ El Libro de los Libros, / Anterior a los días y a las noches”.

PALACIOS Y LABERINTOS.

Palacios y pasillos donde retumban pasos, ecos de pasos que devuelven el gesto victorioso de Yacub Al Mansour en la batalla y de Ahmed Al Mansour, “El Dorado”, pasos de nobles dinastías, pasos de polvo y de mármol. Las Tumbas Saadis y su mausoleo principal, formado por tres magníficas salas decoradas, en una de las cuales se encuentran sólo sepulcros de niños descendientes de esa dinastía.  La famosa medersa de Ben Youssef, especie de academia religiosa donde se enseñaba la teología coránica y se hospedaba a los estudiantes.

El Palacio Real, rodeado de murallas que se vuelven más rojas con el sol del ocaso. El Palacio de la Bahía, “el resplandeciente”, y todas las mujeres del sultán en las recámaras y alhajas, encajes y susurros, jardines y patios interiores: un olor a jazmines, a naranjos, un sol profuso. Sol sobre las ruinas del Palacio de El-Badi, antigua maravilla del mundo musulmán, hoy habitado por cigüeñas que hacen sus nidos en los altos muros derruidos y después vuelan hacia tierras lejanas. Sensación conmovedora… Y todavía el sol  en la Menara solitaria y su inmenso estanque  bordeado de cipreses y palmeras, sol en el agua que fluye subterránea, sol en las fuentes.

Calles y callejuelas, muros de adobe, de piedra, de ladrillos, un arco, un portal, puertas, ventanas, ojos mirando tras las rejas. Se abre finalmente la Gran Plaza, corazón de la Medina, y nos crece el asombro: Jamaa el-Fna colmada  a las seis de la tarde y un vuelo de palomas. Vienen niños pidiendo una moneda, mujeres con velos y collares, vemos a un ciego hablando con el aire, a flautistas encantadores de serpientes, a dos aguadores con  atavíos bereberes, a un grupo de malabaristas y bailarines, a un vendedor de fusiles y puñales. Tiendas, toldos, tenderetes, comerciantes que ofrecen sus mercancías y nos llaman.

Nos movemos apenas entre la muchedumbre, somos parte de ella. A las seis de la tarde, el narrador de historias inventa la primera historia, la joven del amuleto prepara un filtro de cantáridas, alguien dice la buenaventura, alguien reza, ataviado de blanco. Llegan colores, olores, sabores, música, voces, ritmos. Hay profusión de rostros y de trajes, se expande el laberinto como un río, se expanden los suq (zocos) interminables. Todo palpita y se renueva en la Gran Plaza, inmensa “plaza de los antepasados”, presencia de un pasado.

Como se esperaba y lo deseábamos, no faltó tampoco un espectáculo de poesía en Jamaa el-Fna. Dentro de la misma Plaza, alumbrada con faroles de gas y en un espacio preparado especialmente para la ocasión, un numeroso grupo de poetas asistentes al Congreso leyó  sus versos en varios idiomas,   una larga noche de  hallazgos e iluminaciones.

REFLEJOS DE LA MEMORIA.

Las voces de Marrakech: mientras escribo estas líneas, me llega también a la memoria un pasaje de ese libro, escrito por Elías Canetti después de su viaje a Marruecos, en 1954. Refiere el escritor que durante sus incursiones por la ciudad, al entrar un día en una plaza del Mellah, el antiguo barrio judío, sintió de pronto que no quería marcharse jamás de ese lugar. Así lo expresa: “Desde hacía cientos de años yo había estado aquí, pero lo había olvidado y ahora todo renacía. Veía expresada toda la densidad y color de la vida que sentía en mí mismo. Cuando me encontraba allí yo era esa plaza. Pienso que siempre vuelvo a esa plaza”.

Aunque algo difieren los lugares y las fechas, aunque son otros los rostros (pero quizás los mismos, transfigurados), creo que nada podría expresar mejor, con tan íntima proximidad, lo que yo misma sentí aquella tarde colmada y aquella noche, en Jamaa el-Fna. Pienso también que desde entonces, siempre vuelvo, siempre volveremos allí.

(Y por una de esas sorpresas del destino, de la providencia, o por la intensidad del deseo,  no lo sé, volví de nuevo a Marrakech, casi tres décadas después, en enero del  2014.  Posiblemente mi regreso a esta ciudad, que desde la primera   vez me deslumbró y sentí tan próxima, sea parte de otra historia, o quizás de la misma, recreada).

Ciudad de bronce, ciudad de incandescente memoria. Impresiones, imágenes, revelaciones. Partidas y regresos: convergencias. ¿Descubrir una ciudad no es, acaso, recrear su propia historia y recrearnos, propiciar el mito del eterno retorno, escuchar de nuevo la palabra originaria?

En un poema, Borges recuerda desde Ronda, mientras vislumbra en ella la magia del Oriente: “Y la rimada prosa alcoránica/ y ríos que repiten alminares/ y el idioma infinito de la arena/ y ese otro idioma, el álgebra, / y ese largo jardín, las Mil y Una Noches”.

Y repite, encarnando a Averroes (atormentado hace años en Marrakech por memorias de Córdoba): “Un famoso poeta es menos inventor que descubridor. (…) el tiempo, que despoja los alcázares, despoja los versos (…) y sé de algunos que a la par de la música, son todo para todos los hombres”.

CON BORGES Y MARÍA, SENCILLAMENTE.

Sin duda fueron muchas, intensas y reveladoras, las experiencias que vivimos y compartimos durante esos días de soles, noches y amaneceres en Marrakech.

Quizá lo único que lamentamos fue el no haber podido entrar a ninguna de las mezquitas de la ciudad. Ya  sabemos que el ingreso a esos lugares de oración  sólo está permitido a los musulmanes, seguidores de la fe islámica.

Ahora quiero referirme, especialmente, a uno de aquellos momentos privilegiados e inolvidables: el encuentro con Jorge Luis Borges, la conversación que sostuve  con él y con María Kodama, en un lugar apacible que daba hacia el Oriente. Coincidencia feliz: sé que “Oriente” es una de las palabras que Borges encuentra más hermosas; ha dicho que en ella “sentimos la palabra oro, ya que cuando amanece se ve el cielo de oro”, y recuerda el famoso verso de Dante en el Purgatorio: “Dolce color d’oriental zaffiro”.

Me sorprenden de inmediato las manos de Borges, sus dedos finos y alargados; así mismo, la nobleza y claridad del rostro, una luz interior reflejada en sus ojos. Me dice que aún percibe la sombra de ciertos colores: el azul, el verde y especialmente el amarillo, que “sigue acompañándome”. “Con los años fueron dejándome/ Los otros hermosos colores/ Y ahora sólo me quedan/ La vaga luz, la inextricable sombra/ Y el oro del principio”, leemos en su poema “El oro de los tigres”.

Le menciono su visita a Venezuela, hace más de dos años,   (en febrero de 1982), con motivo de los actos realizados como Homenaje a Goethe. En esos días, ofreció varias conferencias, a las cuales asistimos. También firmó muchos libros en una librería del este de la ciudad…

“Sí, lo recuerdo bien. Pasé unos días muy felices en Caracas, me rodearon de atenciones, todos fueron muy amables. Organizaron para mí un espectáculo de toros coleados, María y otras personas me lo fueron narrando con detalles. Sentí el colorido y la emoción de la fiesta, también la música me pareció muy alegre”.

Le pregunto si es la primera vez que viene al África…

“He estado antes en Egipto. Conozco los dos extremos: España, Andalucía, por un lado, y la India, China, el Japón, por el otro, pero es la primera vez que vengo a Marruecos, a Marrakech. Aquí me despierta todas las mañanas el almuecín y eso me gusta mucho. Me emocionan las plegarias de los fieles”.

En silencio, desde el balcón del hotel donde nos hospedamos durante una semana, yo también contemplé, maravillada, cómo resplandecen, con los primeros soles, una mezquita y su alminar blanco. ¿Cómo no escuchar las oraciones y cánticos del almuecín, casi lamentos, que se elevan desde el amanecer? ¿Cómo no escucharlos y sentir cuánto llegan al alma? Le repito a Borges un fragmento de algunos de sus versos, que siempre me han conmovido: “En esa hora en que la luz tiene una finura de arena, todo… entró en mi vano corazón con limpidez de lágrima”. Su expresión se ilumina aún más, como la de un niño asombrado ante un nuevo hallazgo.

María Kodama me dice que también estuvo antes en Egipto pero no conocía Marruecos. Le pido su opinión sobre este Congreso Mundial de Poetas: “Me parece muy buena idea la de organizar un Congreso de poetas, sobre todo cuando se trata de borrar las diferencias entre naciones, religiones, culturas”. Y Borges añade: “Llegamos un poco tarde. Vinimos desde Casablanca y viajamos por la noche. No pudimos asistir a todas las sesiones de trabajo. Supe que habían sido muy interesantes y hubiera querido  participar más en ellas, pero  pudimos conversar con muchos poetas y compartir algunos almuerzos y cenas. Nos gusta mucho la comida árabe. Nos llevaron al célebre hotel La Mamounia, con su hermoso jardín de naranjos y olivos.  Además, el solo hecho de estar aquí ya me parece milagroso”.

“QUISIERA CONOCER TODO EL MUNDO”.Borges

¿Al partir de Marruecos regresarán directamente a la Argentina?

Seguiremos viajando. Iremos a Portugal, España, Estados Unidos. Me gusta mucho viajar, cada viaje es un descubrimiento, una revelación. Quisiera conocer todo el mundo, dice Borges.

Y yo pienso que todo el mundo estaría contenido en sus libros y a la vez los desbordaría. Pienso en ese Libro Único entrevisto, inasible e infinito como El Aleph, aspiración de absoluto. Pienso en unas líneas del “Otro poema de los dones”: “Por el hecho de que el poema es inagotable/ Y se confunde con la suma de las criaturas/ Y no llega jamás al último verso/ Y varía según los hombres”.

Observo que a lo largo de su obra aparecen continuas alusiones a la cultura oriental, a su historia, sus tradiciones, sus mitologías; hay toda una recreación de ese pasado.

Ciertamente, me dice. Uno de los primeros libros que leí fue Las mil y una noches. Mi abuela sabía de memoria la Biblia. Mi padre también tenía una formación orientalista: escribió un libro titulado El jardín de la cúpula de oro. Desde hace tiempo estoy estudiando el japonés con María. Encuentro que en el Japón hay un sentimiento primitivo para contar, para narrar.

En 1977 usted ofreció siete conferencias en Buenos Aires, recogidas luego en el libro Siete noches. Una de ellas, precisamente, la dedica al tema de Las mil y una noches.

Como lo dije entonces, es un tema que quiero mucho, desde mi infancia. La primera versión que leí fue la inglesa: “The arabian nights”: “Noches árabes”. Su origen es misterioso. Son obras de muchos autores, aunque ninguno de ellos sabía que estaba escribiendo uno de los libros más famosos de todas las literaturas. En su mismo título hay ya una alusión al infinito: cuentos que están dentro de cuentos, que quedan inconclusos. Es un libro inagotable, capaz de muchas metamorfosis. El tiempo infinito de Las Mil y una noches siempre estará renovándose; cada lector, cada traductor seguirán dando una versión del libro.

¿Qué es para usted la poesía?

Si yo fuera un verdadero poeta, la sentiría siempre. Todo poeta, todo escritor, todo artista, está siempre poseído por su arte. Creo que cada instante, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es. La poesía puede ocurrir en cualquier momento, es misteriosa como un embrujamiento. Uno está recibiendo continuamente, las cosas son dadas para un fin. Creo recibir dones, hablar de “musa” es demasiado elocuente, pero trato de intervenir lo menos posible en mi poesía…

Trata de borrar su yo biográfico, de despersonalizarse, como usted mismo ha dicho: “Mi nombre es alguien y cualquiera”, “mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria”…

Sí, trato de hacer de mis experiencias dolorosas o felices otras cosas, por medio de palabras, de cadencias. Las cosas son siempre las mismas, lo importante es lo que hagamos con ellas. Esas cosas nos han sido dadas para que las transmutemos, para que hagamos de las circunstancias de nuestra vida algo que aspire a ser eterno. Lo importante son las metáforas, la manera como podamos renovar la historia de unas cuantas metáforas.

¿Qué nos diría sobre su propia escritura?

Lo que  entreveo es el comienzo y el final pero no sé lo que pasa en el medio. En mi escritura, siento con frecuencia que una palabra trae otra y otra, sucesivamente, que todo se va enlazando, que las imágenes se van engendrando mutuamente. No tengo estética y descreo de las escuelas literarias que considero simulacros didácticos para hacer más simple lo que enseñan.

En su obra, usted le da mucha importancia al destino. “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”, dice el narrador en su relato “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”. ¿Qué piensa Borges de su propio destino?

He sentido siempre que mi destino sería, sobre todo, literario, que me ocurrirían cosas, desgraciadas o felices, pero que al fin todo se convertiría en palabras. Desde niño, también tuve una preocupación filosófica. Espero que los lectores puedan encontrar en mis páginas alguna belleza.

Se dice que usted tiene una memoria prodigiosa…

Mi memoria… espero ser olvidado. Olvido mi vida personal, olvido nombres y fechas, los rasgos de las personas que he conocido se han borrado de mi mente. En cambio, recuerdo y podría  recitar muchos versos en inglés antiguo, en islandés, en japonés. Heredé el inglés y el español; luego, a los 15 años, mi padre me llevó a Ginebra, donde aprendí el francés, el alemán y he estudiado otras lenguas. Las cadencias son importantes en cada lengua. Emerson dijo que la poesía sale de la poesía. Cada idioma es una tradición, una manera de sentir la realidad, de concebir el universo, no un repertorio arbitrario de símbolos. Trato de ser un ciudadano del mundo.

Le pregunto a María cómo se siente junto a una persona tan famosa. Me responden casi al unísono: “No hablemos de la fama, olvidemos la fama”. Le vuelvo a formular la pregunta: ¿Cómo se siente, entonces, junto a Borges, sencillamente? “A Borges lo conozco desde niña, en mi adolescencia fui su alumna. Somos muy buenos amigos y compartimos muchas cosas. Para mí es como un compañero de jardín de infancia”. (Borges sonríe y sus ojos se iluminan de nuevo).

Me despido de ellos con gran emoción. Les expreso mi profundo agradecimiento por haberme concedido este tiempo íntimo (e infinito), casi al final del Congreso. Los veo alejarse lentamente: él, con una mano apoyada en su bastón, con la otra tomando el brazo de María. Los espera un guía para llevarlos a los suq, los célebres mercados de Marrakech. Imagino que para Borges, recorrer esos tortuosos, fantásticos laberintos y sentir la ciudad, será, sin duda, una nueva aventura, una experiencia singular y plena que seguirá viviendo, renovándose, recreándose, en el esplendor de su poesía. Y ya lo  había entrevisto alguna vez cuando escribió: “África tiene en la eternidad su destino, donde hay hazañas, ídolos, reinos, arduos bosques y espadas”. “Recuerdo las pesadas caravanas / Y las nubes de polvo del desierto”.

Ana María Del Re

Caracas: octubre de 1984 y agosto de 2014.

Fuente:Viceversa Magazine

No hay comentarios:

Publicar un comentario