En la semana que pasó el timbreo de mi wsp sonó
reiteradamente sin respetar noches ni madrugadas. Viejos amigos de las pampas
chatas, algunos ya casi olvidados, me buscaban con indisimulada desesperación.
Pensé que ante la proximidad de las fiestas navideñas se acordaban de mí, que
en este exilio voluntario en Madrid suelen ser bastante solitarias y frías.
Pero no. Eran hinchas de River -y en algún caso de Boca- que requerían mi ayuda
para "el partido del siglo" en el Bernabéu: entradas baratas
("¿sos conocido de Florentino Pérez?"), alojamiento en el living de
mi casa (¿"no le vas a dar techo a los bostero, no"?); o tips para
abaratar su viajecito por otras playas... ("a cómo está el cambio espero
que no me arranquen la cabeza").
Me declaré con celeridad prescindente de tal evento. Es una
de las pocas ventajas que tiene ser de Racing. Ciertamente no estuve muy
simpático. Y es que sigo algo cabreado. En el bar de la esquina ("El
Cano" para más data) Don Saturnino aún se ríe de mí, dándome palmaditas en
la espalda junto al caldito de cocido y la tapa del día que me pone apenas me
siento a comer sobre la barra. Habitué de las pacíficas jornadas futbolísticas
de sus "merengues" en el Bernabeu está preocupado por las noticias
que preceden al acontecimiento. "Hombre, mientras no vengan estos a
destrozarnos el estadio...". El sábado 24 y el domingo 25 de noviembre el
local estuvo lleno de "aficionados" que esperaban entusiastas ver el
partido en su pantalla gigante. Solo vieron -como todo el mundo- las pedradas
el primer día, y a periodistas desconcertados no sabiendo bien de qué hablar,
el segundo.
"¿Tan bravos son?" me pregunta Don Satur, y me
escapo con algún eufemismo, citando a Borges, quien tuvo el privilegio de no
haber visto ningún partido de fútbol en su vida, no solo por ser ciego -como él
mismo refería- sino porque le resultaba tedioso ir a un sitio donde el
argentino asiste no para ver el espectáculo sino para ver ganar a su equipo.
"Ese es el escritor vuestro al que nunca le dieron el Nobel,
¿cierto?".
Intento explicarle que Borges decía que la idea de que
alguien gane o que alguien pierda le resultaba esencialmente desagradable.
Implica "una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible".En el bar me tienen por el "argentino intelectual" ya que casi siempre almuerzo leyendo algún libro. No es fácil sostener esa imagen en los tiempos que corren. Sea como sea, también correrá la pelota sobre el impecable césped del Real Madrid y al cabo, tendrá que surgir un ganador. "En el Bernabeu caben ochenta mil personas, veremos cuantos se quedan afuera. Allí si intentas entrar sin billete se arma la marimorena". Satur está locuaz y me da una lección de historia madridista: "Sobre ese prado han jugado argentinos exquisitos: Di Stefano, Valdano, Redondo, Higuain, Solari... que ahora anda haciendo lo que puede como DT. Los millonarios van a sentirse cómodos". Esa es la idea, dije. Y me quedé pensando cuál sería en verdad, la idea.
Salí del Cano y para digerir mejor los chipirones con arroz
y las copas del rioja consumidas decidí dar una vuelta por el Parque del Retiro
que se encuentra a pocos metros. El otoño en Madrid luce en sus árboles con
variedades de rojos y amarillos alucinantes. Apenas ingresé me surgió una
imagen mental que se transformó luego en una especie de visión.
Me imaginé paseando por aquellos senderos bucólicos con
Borges tomado de mi brazo, del modo que lo hizo alguna vez en Buenos Aires.
Pero lo más bizarro es que pronto me vi ensayando argumentos para convencerlo
de ir juntos a ver la "final del siglo". Quizá, siendo en Madrid,
Borges aceptase la impostura de apasionarse por este encuentro.
Y es que yo no me resigno a que las cosas sean como la han
reflejado muchos medios: tener a Borges sentado entre las gradas
calefaccionadas del Bernabeu, junto a otros argentinos de lustre como Messi,
podría ayudar a cambiar la imagen desaforada que por estos días se tiene aquí
de la Argentina. Lo del G-20 no movió mucho la aguja en tal sentido.
Fue cubierto con menos espacio y atención que todo lo que
rodeó al malogrado partido. Insistí en interesarlo. ¿Sabe usted que quien hizo
el primer gol en la historia de la Copa Libertadores fue un Borges? El recurso
empleado pareció serle atractivo a mimaestro imaginario y entonces le hablé del
uruguayo "Lucho" que ante un equipo de Bolivia estampó aquel golazo
inaugural. Aunque por entonces yo recién nacía me se la historia porque Carlos
Borges pasó luego de Peñarol a Racing y muchos de sus goles siguieron siendo
míticos.
Para no abandonar los hechizos de la historia le conté
también que el nombre de la Copa había cambiado de Libertadores a
Conquistadores... A Borges le gustaron esas ironías.
"Más que de Boca o de River se estaría hablando de San
Martin y Bolivar, ¿verdad?". Le respondí que en cierto modo sí, pero no
solo... Y a pesar de las frivolidades del caso me pareció pertinente explicarle
las idas y venidas de la Conmebol (palabra que le pareció horrible) y las
vicisitudes de un partido que muchos creían que debería haber sido resuelto en
los "escritorios". Borges, contra lo que sospeché en un primer
momento, me escuchó con verdadera atención. Luego de un silencio prolongado,
apostilló: "Es curioso, cuando escribí aquel relato que forma parte del
Informe de Brodie sobre el afortunado desencuentro en Guayaquil le hago decir a
Zimmermann que si en aquel momento Bolivar se impone a San Martin no fue por
juegos dialécticos sino por su mayor voluntad". Repetí para mí mismo: la
voluntad de ser el vencedor se impone a cualquier dialéctica... "En
cualquier caso para la Historia, que no tiene tiempo -continuó Borges- ya hay
un equipo vencedor y un equipo que es el derrotado". Y unos ya festejan
junto a la Diosa Cibeles... U otros ya se han subido al carro de Neptuno...
musité. Borges pareció escucharme, y agregó: "Usted, que además de ser un
historiador parece ser un meditativo, sabrá mejor que yo que el misterio esta
en nosotros mismos, no en las palabras".
¿Se refiere, Maestro, a que da igual quién gana o quién
pierda, si el juego ha sido noble...? Entonces mi recreado Maestro me cuenta
una antigua leyenda galesa donde dos reyes juegan al ajedrez sobre un cerro
mientras que abajo sus ejércitos se enfrentan en el campo de batalla. Apenas
uno de los reyes vence al otro llega un mensajero, anunciándole al vencedor el
triunfo de los suyos allí abajo. La batalla de hombres era el reflejo de la
batalla del tablero.
No comprendí bien porque Borges salió con eso, pero lo dejé
hablar sin interrupciones. El discípulo siempre debe callar cuando el maestro
habla.
Caminábamos ahora por un sendero coronado de robles dorados
en dirección a la salida que da al Arco del Triunfo más antiguo de Europa, la
Puerta de Alcalá. Allí pedí a un turista argentino que nos sacara una buena
foto. Temía que una selfie nos desmereciera. El porteño hizo lo suyo, pero yo
en ese momento sentí que algo extraño estaba ocurriéndonos. O más bien que ya
había ocurrido. El crepúsculo comenzaba a desdibujarnos. Los días se han hecho
muy breves en Madrid, y de algún modo nosotros ya éramos otros.
Texto: Gentileza Visión Liberal
Fuente: Clarin.com
https://www.clarin.com/cultura/dia-bernabeu-jorge-luis-borges-ver-boca-river_0_qERITfLxL.html
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