jueves, 22 de julio de 2010

El laberinto de Borges



Los indescifrables senderos que se bifurcan, y de donde es muy difícil salir, han fascinado a los seres humanos desde la Prehistoria, hace miles de años. Para el escritor Jorge Luis Borges fueron, además, una obsesión digna de una pesadilla recurrente, que nos revela la escritora María Esther Vázquez. Como homenaje a uno de los mayores escritores del Siglo XX, el laberinto de la estancia Los Alamos, en San Rafael, Mendoza, lleva su nombre.

El laberinto que recuerda a Borges está en la estancia Los Alamos, de San Rafael, Mendoza, y fue elaborado, con 12 mil arbustos, por el inglés Randall Coate, autor de famosos parques en Gran Bretaña y amigo de Borges. Se llama El jardín de los senderos que se bifurcan, como un cuento borgeano, y en principio, se iba a construir en Buenos Aires, pero hubo trabas burocráticas (la ceguera no sólo la sufrió el escritor) y se eligió la estancia que fuera propiedad de la poetisa y amiga de Borges, Susana Bombal. Los artífices del emprendimiento fueron Camilo Aldao, Gabriel Mortarotti y Mauricio Runno, que trabajaron denodadamente para que este sueño se hiciera realidad. Hoy, el parque fue declarado de interés turístico y cultural de San Rafael. Si se lo mira desde el cielo, los senderos forman el nombre de Borges y hay también un signo de interrogación, símbolo del misterio de la personalidad del escritor, y de la dificultad que plantea todo laberinto. Es una obra magnífica, algo más que un simple ornamento vegetal con una incógnita difícil de resolver. Hay quien ha estado horas vagando entre los arbustos, sin poder salir. Dato curioso, los ciegos pueden guiarse por placas con fragmentos de cuentos de Borges y seguir así el camino hacia la salida. Sólo los ciegos y quienes sepan Braille, porque las ayudas están en ese alfabeto.

Las obsesiones de Georgie
Borges cultivó varias obsesiones. Una, la del horror por los espejos, tanto, que hizo decir a uno de los personajes de sus cuentos: “Odio el amor y los espejos, porque reproducen los seres humanos”. Otra, la de los laberintos, que ocuparon en su literatura mucho más que una frase.
–La primera percepción del laberinto como un espacio obsesivo –dice la escritora María Esther Vázquez, quien fue amiga de Borges, e incluso escribió libros junto con él– la tuvo en la infancia, cuando vio una lámina que representaba uno, en cuyo centro había otro más pequeño, visión que se reproducía cada vez más diminuta, hasta el infinito.
–Los laberintos están en muchos de los cuentos de Borges; están en El jardín de los senderos que se bifurcan, en La biblioteca de Babel y...
–Sí, una vez me contó que en su juventud, durante los veranos en Adrogué, descubrió que el verdadero laberinto estaba en el hotel La Delicia, un edificio que creció con anarquía y donde era difícil que cada persona encontrara su cuarto sin ayuda, e incluso, una vez que estaba en la habitación, le costaba llegar a la calle. El hotel fue demolido, claro, pero Borges lo evocó en La forma de la espada y en La muerte y la brújula. Admiraba mucho a los constructores de laberintos.
–¿A quiénes?
–A Piranesi, por ejemplo. En su departamento de la calle Maipú pude ver, colgado en el living, un grabado de Piranesi, (artista veneciano de 1740, famoso por sus poéticas imágenes de Roma y sus interiores). A Borges lo impresionaban las ruinas fantásticas con escaleras, los corredores sin salida y los espacios abiertos a la nada. Ya adulto, cuanto perdió la visión, era capaz de contar ese grabado con un detallismo extremo.

Historias absurdas

Aunque Borges gustaba de los tangos sin letra, sólo música bailable, quizás estuvo de acuerdo en aquello de que “la vida es una herida absurda”, frase de La última curda. Porque, entre otras cosas, los laberintos evocan cuestiones absurdas, sin solución, y situaciones personales de las cuales es difícil, y a veces imposible, salir.
–Es probable –dice María Esther– que ese espíritu de Piranesi estuviera en el trazado obsesivo de sus laberintos literarios. En La muerte y la brújula, Borges dice que “el mundo era un laberinto del cual resultaba imposible huir”. En El inmortal, que “el laberinto es atroz; por un caos de sórdidas galerías llegué a una vasta cámara circular, apenas visible. Había nueve puertas en aquel sótano; ocho daban a un laberinto que falazmente desembocaba en la misma cámara; la novena daba a una segunda cámara circular, igual a la primera. Ignoro el número total de cámaras; mi desventura y mi ansiedad las multiplicaron”.
–Usted ha hablado, María Esther, de una interpretación que hizo un psicoanalista de los laberintos borgianos. Una interpretación desde el punto de vista del psicoanálisis, claro.
–Sí, el psicoanalista francés Didier Anzieu estudió la obra de Borges, y llegó a la conclusión de que el tema de los laberintos surgió de un conflicto de identificación y de rivalidad con el padre. Dos textos –La biblioteca de Babel y El inmortal– serían una metáfora del inconsciente y equivaldrían al cuerpo físico de Borges. Laberintos y espacios corresponderían a la memoria prenatal del vientre de su madre.
–¿Es posible eso? No digo en la literatura sino en la realidad.
–Los psicoanalistas dicen que sí. Cuando Borges, en El inmortal, habla de la vasta cámara circular, dice que tiene nueve puertas y que sólo la novena accede a otra cámara. Y bien, según el psicoanalista francés, el esquema indica claramente el seno materno y los nueve meses de gestación.
–¿Y usted está de acuerdo con esa interpretación?
–Hay un pequeño detalle que la destruye: Borges nació en el octavo mes de ser concebido, y desde la adolescencia, antes de escribir ese cuento, conocía esa circunstancia tan poco frecuente. Su madre, Leonor, se vanagloriaba de la frase del médico que la atendió en el parto, y repetía: “Las criaturas ochomesinas suelen ser muy inteligentes y talentosas”.

¿Supersticioso yo?

Borges, es sabido, tenía una superstición acerca de lo beneficioso del número tres y sus múltiplos. Cuando viajaba en avión, cosa que no lo llenaba de alegría, más bien tenía cierto temor a volar (García Márquez compartió esos miedos) en el momento del despegue o del aterrizaje, para conjurar la mala suerte, daba tres golpes con los nudillos en el brazo del asiento. Cuando alguien le preguntaba el por qué de esos golpes, no contestaba.
–O decía –apunta María Esther Vázquez– que Adán nació a los 33 años, y que Cristo murió a esa edad. Y con respecto al nueve, los versos del último poema de su libro El oro de los tigres dicen: “...El anillo que cada nueve noches/ engendra nueve anillos y estos, nueve...”.
–¿Y en La biblioteca de Babel?
–Bueno, el arquetipo del laberinto de ese cuento alude a una de las formas de la sabiduría: “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales(...) Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias”.

Nuestros propios laberintos

Cada ser humano tiene su propio laberinto. Un hombre de campo que visita por primera vez una gran ciudad, tal vez sienta que se pierde en el trazado a veces anárquico, de las calles. En Parque Chas, por ejemplo, existe una calle que es un círculo perfecto, que creo recordar que se llama Berlín, de modo que si se avanza por ella se termina siempre en el sitio de donde se partió. El amor puede ser también un laberinto indescifrable. En Los dos laberintos, Borges cuenta de un soberano que invitó a otro rey a sus dominios, y lo llevó y lo dejó solo en un laberinto vegetal, como el de Mendoza, del cual el coronado no pudo salir. Cuando lo rescataron estaba furioso y avergonzado, pero nada dijo. Invitó a su vez al burlador a su reino, y lo llevó a un desierto inmenso (tal vez el Sahara, un arenal tan extenso que no tiene nombre, porque en árabe Sahara quiere decir desierto), en donde lo dejó abandonado a su suerte.
–Hay algo que no entiendo en ese cuento. Salir de un desierto enorme es difícil por las distancias y el calor del día y el frío de la noche, pero no porque alguien esté perdido, como en un laberinto. Es cuestión de caminar, por ejemplo, hacia el Oeste, en donde se pone el sol, y listo.
–Borges era un hombre urbano. Le fascinaba el campo, pero él lo consideraba “una llanura desaforada”; quizá nunca fue capaz de orientarse con el sol. Por lo demás, cuando escribía hacía literatura, pero la diferenciaba de la realidad. Por supuesto que autores que él leía, como Kafka o Meyrink, encontraban al mundo absurdo, y por lo tanto pesadillesco y por lo tanto laberíntico, “sueños soñados por otros sueños, pesadillas perdidas en el centro de otras pesadillas”.

Fuente Revista Nueva – Mendoza

El mas célebre

El más célebre de los laberintos fue el mítico de la isla de Creta, en el Mediterráneo, en donde vivía el Minotauro, un monstruo mitad hombre y mitad toro, que devoraba doncellas y jóvenes. El héroe ateniense Teseo resolvió matarlo. Para no tener problemas en el laberinto (del cual nunca había salido nadie) ató en la puerta el hilo de un ovillo que le había dado la cretense Ariadna, de modo que para salir, sólo tenía que seguir el hilo. Y con una espada mágica enfrentó y mató al monstruo. La leyenda, cuyo origen se pierde en el principio de la civilización cretomicénica, no recuerda si Teseo se casó con Ariadna y si fueron felices.

Borges y sus laberintos




Como todos los borgeanos lo saben, el laberinto es uno de los símbolos más recurrentes en la obra de Borges. Pedro Luis Barcia dice: "Laberinto es una de la media docena de palabras que todo lector asocia espontáneamente con Borges". Como refugio, trampa o camino de iniciación, el laberinto formó parte de la cultura humana desde sus comienzos.
También parece haber formado parte de la prehistoria literaria de Borges. Según María Esther Vázquez, "una de las obsesiones infantiles que trasladó a la literatura fue el laberinto. En su casa había un libro que mostraba las Siete maravillas del Mundo y entre ellas estaba, por supuesto, el Laberinto de Creta. El niño lo observaba incansablemente y creía que si hubiera contado con una lupa muy grande hubiera podido ver al Minotauro en su centro". Como adulto, sin duda, lo vio en La casa de Asterión, recorriendo esos interminables corredores construidos por Dédalo.
Según el mito clásico, esta historia comenzó en una playa, una noche en que la reina Pasifae vio surgir del mar un hermoso toro blanco, animal sagrado de Creta. De ese encuentro entre la reina y el toro nació el Minotauro. Cuando el rey Minos vio al monstruo, hizo construir un laberinto para ocultarlo. Dédalo, el mejor arquitecto, "hizo una casa labrada para confundir a los hombres", una de las definiciones del laberinto que se encuentra en la obra de Borges. Los que entraban a esa casa ya no salían vivos jamás.
Son numerosos los autores que retomaron esta historia y su protagonista. Pero, a pesar de sus antecedentes, el Minotauro de Borges es único. Es un solitario que juega como un niño, que inventa a otro para poder jugar mejor, que no aprendió a leer ni le importa, que se asoma a la calle donde los hombres lo rechazan o le temen, pero él desprecia a la plebe porque recuerda que su madre es una reina. Es el que espera un salvador, que se llamará Teseo y lo matará sin que él se defienda.

Historias que se bifurcan
Todo laberinto, como casa, construida para que los hombres se pierdan, supone una serie de lugares uniformes, de encrucijadas siempre iguales, de sendas que bifurcan monótonamente. A veces aparece algún signo distinto y el que lo sigue descubre luego que está otra vez en el punto de partida donde se perdió. En Atlas, Borges le dedicó un poema que reproduce en sus palabras y en su ritmo la forma del laberinto. El último verso dice: "Este es el laberinto de Creta cuyo centro fue el Minotauro que Dante imaginó como un toro con cabeza de hombre y en cuya red de piedra se perdieron tantas generaciones, como María Kodama y yo nos perdimos en aquella mañana y seguimos perdidos en el tiempo, ese otro laberinto".
Pero ya habían pasado años desde que Borges había hablado del tiempo como laberinto en un cuento que es, en sí mismo, laberíntico: El jardín de los senderos que se bifurcan. El protagonista, un chino que es un espía, en el día que sabe que va a morir, va a ver un académico inglés que posee el libro de Ts'ui Pên, su ilustre antepasado. Este, que era un hombre muy poderoso, se retiró con el propósito de hacer un laberinto y escribir una novela. El laberinto no se encontró nunca y el libro decepcionó a sus lectores, pues era confuso, incoherente y contradictorio. Por ejemplo, un personaje que muere en un capítulo, aparece actuando en el siguiente; un ejército en una parte es derrotado y en otra celebra su triunfo; etcétera. Pero el erudito le da la clave. Ts'ui Pên "creía en una infinita serie de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes", y en esos tiempos se dan todas las posibilidades, y cada posibilidad, a su vez, engendra nuevas situaciones. De esa manera la novela va creciendo como un jardín cuyos senderos se bifurcan infinitamente y es un laberinto infinito como el tiempo. Laberinto, novela y tiempo son lo mismo. Todavía hoy científicos y filósofos siguen preguntándose sobre la naturaleza del tiempo y sobre la posibilidad de que existan distintas corrientes de tiempos, lo que originaría también múltiples universos.
Todo esto nos lleva a concluir que hay dos clases de laberintos: unos son hechos por el hombre y, en consecuencia, el hombre puede descubrir sus claves; y otros, los más terribles, no son obra de los seres humanos. Ese es el tema de Los dos reyes y los dos laberintos. En este cuento, el rey de Babilonia hace construir un complejo y bello laberinto de bronce e invita al rey de Arabia para que lo visite. Lo deja solo dentro del laberinto, y el visitante se pierde y empieza a recorrer infinitos pasillos, escaleras y muros. Ya desfalleciente, le pide a Dios que le ayude a encontrar la puerta y puede salir. Sin emitir una queja, le dice al rey de Babilonia que en Arabia tiene un laberinto que le hará conocer. Vuelve a su país y regresa con un ejército que arrasa Babilonia, toma prisionero al rey y lo deja en el desierto donde se pierde y termina muriendo de hambre y sed. En este cuento, el desierto es lo totalmente homogéneo, sin señales, el caos primitivo, un ámbito en el que no hay claves para el hombre.
En un poema, incluido en el libro Elogio de la sombra, extiende esta visión del laberinto a todo el Universo. Dice: No habrá nunca una puerta. Estás adentro / Y el alcázar abarca el universo / Y no tiene anverso ni reverso/ Ni externo muro ni secreto centro / No esperes que el rigor de tu camino que tercamente se bifurca en otro / tendrá fin. Es de hierro tu destino.
El universo, como el desierto que mató al rey de Babilonia, no tiene puertas ni límites precisos. No hay centro, ni un afuera, ni un adentro. Nada lo trasciende, ni siquiera la inteligencia o la pasión del hombre. Es un Todo que lo encierra como una prisión cuyos límites desconoce.
Pero, como ya lo sabía el viejo Aristóteles, el hombre tiende naturalmente al conocimiento. Siempre quiere ir más allá: quiere saber. Por eso hace ciencia, filosofía, religión y hasta mitología. Y no sólo quiere conocer el universo sino también buscar el sentido de su existencia. Cuando el hombre alcanza una postura vertical cambia su percepción del espacio en el que debe orientarse. Percibe las cuatro direcciones horizontales, cortadas por el eje arriba / abajo, lo que origina la noción de centro. Para las antiguas mitologías, la idea del centro del mundo tiene una importancia fundamental, pero esta noción no era concebida desde un punto de vista geográfico ni geométrico sino espiritual. El centro era el lugar donde se concentraba la sacralidad, el sitio por donde pasaba el eje del mundo, que comunicaba la Tierra con el Cielo y el Infierno.
En Los Conjurados, su último libro, aparece una nueva versión del laberinto, Dice: Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo, acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en un sueño, en las palabras que se llaman filosofía, en la mera y sencilla felicidad. Aquí estamos lejos de ese otro laberinto que marca un destino de hierro, sin centro ni salida. Quizás tengamos que optar por uno de esos dos laberintos, por el absurdo o por el sentido. Quizás también ocurra que en nuestras vidas pasemos por ambos. Borges nos habla de un hermoso deber. El de buscar el hilo que Ariadna dio a Teseo y que él, después de su triunfo, no supo retener. Y también dice dónde encontrarlo: en la filosofía, en la fe o, simplemente, en la felicidad.
De nuevo estamos ante dos laberintos, que son dos interpretaciones de nuestro ser en el mundo. Podemos sentirnos como prisioneros en un mundo cerrado y absurdo, o vivir la aventura de una búsqueda del sentido último, de un hilo que nos conduzca a un centro donde fluye una sacralidad que nos justifica como seres humanos capaces de cumplir "un hermoso deber". Por supuesto son opciones que surgen de lo profundo, más allá de las pruebas que puede dar o negar la razón razonante. El laberinto en que vivimos puede ser la prueba del absurdo o el camino de una iniciación hacia la luz. En cierta medida, eso depende de cada uno de nosotros. Tenemos libertad para elegir. © LA GACETA


Fuente : La Gaceta Literaria - Martes, 20 de Julio de 2010 - Tucuman - Argentina
María Eugenia Valentié N. de la D. - Este escrito fue rescatado por Cristina Bulacio.

Synecdoche, New York, el primer film como director del aclamado Charlie Kaufman



Tras el accidente, la intrascendente caída de la grupa de su caballo, Ireneo Funes perdió para siempre la capacidad de capitular con el olvido. Un percance minúsculo y tan ordinario, un recurso tan simple como un golpe en la cabeza, lograba, desde toda su nimiedad, expandir las posibilidades de este personaje, de tal manera, que su sola figuración --la idea de una memoria humana inabarcable-- amplió de un modo casi extravagante ese territorio que Borges se empecinaba en transitar. El territorio que se extiende entre las fronteras del conocimiento humano y el infinito.

Cuenta Borges en esta ficción fechada en 1942 que Funes "no sólo recordaba cada hoja de cada árbol, de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado". En su cuantioso, inagotable reservorio de recuerdos podía encontrar en detalle las formas de ciertas nubes australes de un día cualquiera en abril de 1880. Podía además comprar esas mismas nubes "con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho".

La ilimitada capacidad de recordar de Funes y ese misterioso golpe transfigurador forman, seguramente, parte de la simbología del infinito detrás del nuevo film del extraordinario guionista y flamante director Charlie Kaufman. En Synecdoche, New York, que se estrenó el fin de semana en Nueva York y Los Ángeles, Kaufman narra la historia del director de teatro Caden Cotard (Philip Seymour Hoffman) y su ambición de trascendencia, su interminable serie de fracasos emocionales, su decadencia física y finalmente su muerte. Claro que en las más de dos horas de película, esta ambiciosa sinécdoque se propone hablar de mucho pero mucho más.

"Pensé esta película para que la dirigiese Spike Jonze pero cuando la terminé él estaba en otro proyecto así que me pareció justo tratar de darle forma", cuenta Kaufman en una entrevista que publicó hace algunos días el New York Times. El ex guionista de Adaptation, Being John Malkovich (ambas dirigidas por Jonze), Eternal Sunshine of the Spotless Mind y Human Nature (con dirección de Michael Gondry) se decidió entonces a encarar su guión original desde detrás de cámara. Y quizás sea justo señalar a Synecdoche, New York como el film que mejor expresa las ansiedades, dudas y frustraciones de este experto de la trama que acaba de cumplir 50 años.

La historia de Cotard es una muñeca rusa que comienza a desmantelarse a partir que, una mañana entre tantas, el director recibe un fuerte golpe en la cabeza resultado de un mínimo percance hogareño. El golpe es apenas la antesala en una espiral de decadencia física y emocional. Cotard será abandonado por su mujer (Catherine Keener) y su hija para terminar zambulléndose de lleno en una crisis existencial de proporciones dantescas. En medio del remolino, cuando ya todo parece perdido, la vida del director retoma el rumbo. Cotard gana una beca "para genios" y se decide a encarar el proyecto más ambicioso y significativo de su vida: una obra de teatro que sea "absolutamente verdadera".

Claro, "cómo lograr que la representación se convierta en lo real? La obra de teatro de Cotard, el emplazamiento de varios miles de actores dentro de un gigantesco edificio en Brooklyn, que imita casi al detalle y por completo a la ciudad de New York, deberá adquirir entonces vida propia. Gracias a un alucinante y descontrolado juego de espejos, ya casi hacia el final del film, encontraremos un tercero y un cuarto y hasta un quinto reflejo concéntrico de la ciudad, palpitando en paralelo desde las entrañas del anterior.

En el juego de dobles y triples de Synecdoche, New York hay, sin embargo, mucho más que puro artificio. Phillip Seymour Hoffman logra una fragilidad exuberante, extrema y cautivante en su intento desmesurado por crear un mundo adentro del mundo. La búsqueda de la realidad en la ficción, esta empresa claramente destinada al fracaso, es en manos del actor neoyorquino tan introspectiva y descomunal como enternecedora.

"Creo que esta obra de teatro habla de lo real, de las relaciones, de la muerte sí, de la muerte", aventura Cotard ya casi al final de su vida, cuando lo descomunal de la empresa parece haberlo superado. Pero aunque se impone como el sentido primario, la búsqueda de lo real en la copia, en la réplica y la memoria, es seguramente apenas una de las posibles metástasis temáticas y de sentido en una sinécdoque rica y ambiciosa, que se deshilacha y se agota apacible y lánguidamente, quizás como la vida misma.

Terra Magazine - Pablo Calvi – 30 de Octubre de 2008
Nueva York, Estados Unidos

Borges en Rosario, la última vuelta


Borges en Rosario 1984

Cuando lo invitamos a Jorge Luis Borges a visitar Rosario preguntó quiénes integrarían con él aquel ciclo de conferencias. Serían de la partida Marco Denevi, Osvaldo Soriano y al mencionarle yo mismo a Jorge Asís volvió a preguntar en relación a este último:

–¿Es necesario?

El avión ya se había abalanzado sobre nosotros, que sabíamos que María Kodama estaba en Europa y él llegaría acompañado de quien había gestionado su visita: Emilio Stevanovitch.

Me dio la impresión de un hombre inmóvil al que dinamizaban nuestras expectativas y el relato en peldaños de la escalerilla a tierra que Emilio efectuaba con cariño y admiración austera. Aquel lazarillo era también mi amigo y fue el encargado de las presentaciones, interrumpiendo las turbinas en celo sobre el aeropuerto de Fisherton.

–Borges, éste es Mario Borgonovo –murmuró Stevanovitch, tocándole suavemente el brazo.

–¿Borgonovo?, Neustadt, Villeneuve, Barrionuevo, Newburg –respondió el maestro devolviendo el murmullo.

A su turno presentó a Rafael Ielpi, secretario de Cultura de la ciudad en aquel tiempo. Ya en el automóvil, el "hijo de Esteban" –como solía llamarlo Borges a Stevanovitch– lo invitó a recordar cosas de Rosario. Nombró a Hilarión Hernández Larguía y mencionó con un entusiasmo que fortalecía su tartamudez, un libro sobre "putas y quilombos" que dijo conservar en su biblioteca y cuyo título en realidad era: "Prostitución y Rufianismo". Adelanté la cabeza para encontrarme con la mirada de Ielpi al otro lado del asiento trasero pero él miraba por la ventanilla como distraído. Rafael era coautor de este libro.

Fue Rafael quien comenzó a describirle el paisaje que media entre el aeropuerto y la entrada a la ciudad. Confieso que nunca se me hubiera ocurrido, aunque se tratara de un ciego, mencionar algo tan poco mencionable. Pero lejos de reprobarlo intenté en vano recuperarle alguna importancia a las dispersas coníferas o a las ahorrables construcciones de fin de semana que custodian la ruta. Nuestro ánimo era benévolo y exultante.

En el canal de televisión estaba todo previsto. Hubo un solo inconveniente: durante la emisión del programa especial en vivo y en directo, alguien trató al hijo de Esteban de periodista en vez de hombre de la cultura como él se sentía, y como en realidad lo era. Eso lo enajenó al punto de retirarse de cámaras y comenzar a dar vueltas alrededor de la planta transmisora, murmurando cosas en lenguas que me sonaban como ininteligibles, pero que tal vez fueran húngaro, croata, finlandés o turco. El hablaba todos esos y varios idiomas más.

El almuerzo en el canal fue tranquilo, con la única novedad de que Stevanovitch se calmó y apareció sentado cerca de mí. Borges apenas bebió unos sorbos de champagne en el brindis.


Hotel Italia

La siesta en el Hotel Italia (habitación 206) fue para el maestro la repetición de otras tantas en el mismo sitio. Para nosotros era la espera de lo anhelado. Prefirió té, antes de la conferencia. Al tratar de dárselo sus manos temblorosas me jugaron una mala pasada y la infusión fue a parar a la solapa izquierda de su sobretodo azul. Pareció no advertirlo siquiera y admiré aún más a ese hombre entregado a personas que no conocía.

El Centro Cultural estaba repleto, pusimos altavoces en las escalinatas y también en la plaza que lo cobija.

Llegado el momento caminé con él tomado de mi brazo hacia la sala central; mientras subíamos las escaleras murmuraba algo intraducible para mí. Se dio cuenta, vaya a saber cómo y me explicó susurrando que estaba practicando japonés y que alentaba esperanzas de recuperar la vista con un tratamiento en Tokio. Mi universo visual en esos momentos, se limitaba a los escalones y a sus acordonados botines, negros y británicos.

Cuando terminó la charla, comenzó a firmar libros, papeles y todo aquello que le acercaban. Garabateaba sumiso y dicharachero mientras yo descubría entre sus fans a una muchacha de anteojos con una pequeña calcomanía de un corazón custodiando cada lente.

Lo sacamos del Centro Cultural por una puerta de servicio. Ya en el coche, me quedé observándolo una vez más, alejado de toda protección cotidiana, bien dispuesto. Me pareció advertir en él una inmensa piedad, la misma piedad con que había respondido a cientos de personas que, en muchos casos, nunca habían leído una línea de sus libros. Supo que íbamos a cenar juntos, no le importaba adónde.

En el Restaurante Mercurio nos habían reservado la mesa redonda más grande de todas. Quedábamos ridículos las 6 personas que éramos en semejante pista gastronómica. El maestro pidió tallarines, que llegaron enseguida, y mi mujer se los dio en la boca con ternura y prolijidad femenina. Después dialogó entusiasmado con los demás comensales y alcancé a escuchar algunas respuestas irónicas y algunos comentarios sobre colegas, dignos de una antología.

Lo llevamos de vuelta al hotel. En la habitación 206, Stevanovitch y yo desvestimos a Borges y le pusimos su piyama de impecable confección inglesa.

Descubrí en sus acordonados, una vez fuera de sus pies, un membrete: London.

El mientras tanto, monologaba en idiomas diferentes y cuando el "hijo de Esteban", desde algún lugar no visible de la suite, dijo no dominar el alemán, lo increpó con burlona incredulidad: "usted siempre tan modesto, Stevanovitch". Tuve, en el transcurso de ese operativo, la sensación de estar viviendo un extraño protagonismo que alguna vez contaría a mis hijas o escribiría con alguna audacia. Con el tiempo terminé haciendo ambas cosas.

El desayuno en el Italia resultó ameno. Me enteré, por sus comentarios, que nuestros apellidos estaban de alguna manera emparentados en sus orígenes.

"Borges viene de burgo" dijo, y eso me enorgulleció al instante. Después nos preguntó qué habíamos hecho la noche anterior, luego de dejarlo durmiendo.

Cuando le contamos que habíamos bebido Irish coffee sentenció: ¡qué feo debe ser eso...! En el viaje al aeropuerto Stevanovitch rezongó sobre los reportajes no previstos, el asedio al maestro y otras quejas, pero sabíamos, Ielpi y yo, que se le iría pasando a medida que nos acercáramos a Fisherton y se despediría como siempre, con una frase que recordamos con cariño: "Muchachos, gracias por la confianza".

Le habíamos contado al maestro acerca de esta frase famosa que se repetía cada vez que organizábamos algo en Rosario y cuando lo estábamos dejando en su asiento de avión para el regreso, dijo al boleo: "Vieron que esta vez no dijo gracias por la confianza". Stevanovitch reía en el asiento de al lado. Me ocupé de que llegara a la institución de no videntes la donación que él mismo había dispuesto realizar con aquellos escasos honorarios y me guardé para mí aquel tesoro que significaron esas 24 horas mágicas.

Volví a ver a Borges al poco tiempo en su pisito porteño de calle Maipú al 900, nadie me preguntó quién era cuando ataqué el portero eléctrico, simplemente me abrieron. Por el living revoloteaban Funny, su empleada, la televisión suiza, un fotógrafo que se le instalaba todas las mañanas sin saber nadie muy bien quién era y una mujer gorda y bajita que –dos veces al mes– le llevaba dulce de leche casero. La presencia de aquel acostumbrado regalo parecía excitarlo.

(La última vez que Jorge Luis Borges salió al interior del país fue en el invierno de 1984, cuando cerró el ciclo "Diálogos con…" que organizara la Secretaría de Cultura Municipal. Coordiné este ciclo junto a Emilio A. Stevanovitch, un hombre de la cultura emocionalmente ligado a Rosario).

Fuente : Mario Borgonovo
La Capital – Rosario
14 de junio de 2010

Ficciones de Borges, disponible por primera vez en versión digital



Amazon gozará de derechos exclusivos para vender algunas de las grandes obras literarias del siglo XX en formato electrónico. En la lista de 20 títulos está incluido Ficciones, de Jorge Luis Borges

Amazon dijo que es la primera vez que estos libros están disponibles en versión electrónica.

Los libros estarán a la venta por 9,99 dólares cada uno.

domingo, 18 de julio de 2010

El Origen (Inception) inspirada en la obra de Borges


El Origen (Inception) es la película más reciente del director inglés Christopher Nolan, quién ha dirigido muchos éxitos de taquilla de los últimos años (por ejemplo, Batman Begins, Memento y The Dark Knight). Nolan se ha convertido en un verdadero fenómeno cinematográfico, tanto que su éxito ha llevado a muchos a compararlo con otro prodigio de la gran pantalla: el Sr. midas del cine, Steven Spielberg.



En una entrevista reciente, publicada por el Toronto Star bajo la firma del crítico Peter Howel, Nolan explica que una de sus mayores inspiraciones (para Inception y casi todo su cinematografía) es la obra de Jorge Luis Borges, a quién el crítico Howel describe como "the late Argentine poet, author and essayist" que "was a pioneer of magic realism, a combination of real and surreal elements often used by filmmakers".

Nolan dirige un reparto internacional en una original película de acción y ciencia ficción que viaja alrededor del mundo y dentro del intimo e infinito mundo de los sueños. Dom Cobb (Leonardo DiCaprio) es un hábil ladrón, absolutamente el mejor en el peligroso arte de la extracción, robando invaluables secretos del fondo del subconsciente durante el estado de sueño, cuando la mente se encuentra más vulnerable. La extraña habilidad de Cobb lo hace un codiciado jugador en este nuevo mundo de espionaje corporativo, pero a la vez también esto lo hace un fugitivo internacional lo cual le costará todo lo que ama.
Ahora se le ofrece a Cobb una oportunidad de redimirse. Un último trabajo que podría devolverle su vida solo si es que puede conseguir lo imposible - la creación. En lugar del robo perfecto, Cobb y su equipo de especialistas deberán lograr hacer todo a la inversa: su tarea no será robar una idea sino implantar una. Si lo logran, este podría ser el crimen perfecto. Pero ningún cuidadoso planeamiento o experiencia podrán preparar a este equipo para enfrentarse al más peligroso enemigo que parece predecir cada uno de sus movimientos. Un enemigo que solo Cobb podría verlo venir.



"Inception", un thriller con Leonardo DiCaprio y Marion Cotillard, encabezó la taquilla norteamericana este fin de semana, con 60,4 millones de dólares de ingresos, según cifras provisorias publicadas el domingo por la firma especializada Exhibitor Relations.



El filme de Christopher Nolan, que se estrenóel 16 de julio, pone en escena a un ladrón de sueños que saca o pone información en las mentes de otros.
La nueva película de Christopher Nolan arrancó cómodamente en el primer lugar de la taquilla, con unos 60 millones de dólares recaudados.



El origen se estrena en la Argentina el 29 de Julio.

miércoles, 14 de julio de 2010

“Pintando a Borges”


El jardín de senderos que se bifurcan (Nicolás Menza)


Puede visitarse en el Pabellón de las Bellas Artes de la UCA, la exposición “Pintando a Borges. Una interpretación pictórica de sus ficciones”, con obras de 17 destacados artistas argentinos y extranjeros, como Nicolás Menza ,Laura Delgado, Mirta Kupferminc, Ricardo Celma, Estela Pereda, Alberto Rey, Carlos Estévez y José Franco.


El Otro (Laura Delgado)

La muestra está organizada conjuntamente por el Pabellón de Bellas Artes de la UCA, la Facultad de Filosofía y Letras de la UCA, la UB Gallery y el College of Arts and Sciences de la University at Buffalo, State University of New York (U.S.A). Está curada por Jorge Gracia y la integran 24 obras sobre 12 cuentos de Borges, entre ellos “El Inmortal”, “Funes, el memorioso”, y “El jardín de los senderos que se bifurcan”.



La interpretación de las obras exhibidas debe encontrarse tanto en el espíritu que emana del conjunto como, respetando la esencia borgeana, en el recóndito sentido que cada artista le dio a la dimensión poética y filosófica de su quehacer literario.


La escritura de Dios (José Franco)

“Los abordajes de Borges del tema del arte son, en muchos casos, contradictorios. Por un lado plantea los límites de un escritor para quien el mundo visible ‘no existió nunca’ o admite haber ‘admirado mucho a Tiziano, Rembrandt, Turner y algunos pintores expresionistas alemanes’, pero no duda en confesar que ‘nunca me he sentido muy atraído por las artes plásticas’. Por otro lado, asegura que, pese a su ceguera, pudo apreciar la circularidad del Museo Guggenheim: ‘Yo por aquel entonces estaba casi ciego, pero un ciego también ve’. El universo de imágenes que guarda en su memoria le permite recordar a De Chirico y la sensación de irrealidad que transmiten sus pinturas, o los grabados de Piranesi que conoció a través de Thomas de Quincey, dato que revela su modo de relacionarse con la imagen a través de las palabras. En su cuento El duelo demuestra conocer íntimamente las pasiones e intereses que cruzan el escenario del arte”, dijo Cecilia Cavanagh, directora del Pabellon de las Bellas Artes.

La muestra permanerá hasta hasta el 30 de julio, de lunes a sábado, de 11 a 19 hs., con entrada libre y gratuita. Av. Alicia M. de Justo 1300, PB, Ciudad de Buenos Aires.

lunes, 5 de julio de 2010

La colección Toledo/ Borges: zoología fantástica hará escala en Nueva York



En su extensa gira por el mundo, que lo ha llevado a más de 50 sitios, la colección Toledo/ Borges: zoología fantástica, de 46 obras en papel, perteneciente a la Galería Arvil, será inaugurada el 1º de julio en el Instituto Cervantes (IC) de Nueva York, cuya biblioteca ostenta el nombre del escritor argentino.



El escritor español Eduardo Lago, director del IC de NY, relata en un texto que escribió a propósito de la exposición: "todo empezó el día que Raúl Zorrilla (agregado cultural de México en Nueva York) me presentó un abanico de proyectos artísticos, pidiéndome que eligiera uno para presentar en la galería del Instituto Cervantes de Nueva York. Los proyectos eran todos sumamente sugerentes, pero la yuxtaposición de dos nombres que daban título a uno determinó instantáneamente mi decisión: Borges y Toledo".



Armado con el catálogo de la Zoología fantástica, preparado por Víctor Acuña y Armando Colina, directores de Arvil, Lago se traslada en su texto a la biblioteca del lugar en busca del Libro de los seres imaginarios, situación que le permite entablar una conversación con un "personaje inclasificable" que, al percatarse del catálogo, se lo quita a su interlocutor y expresa:

"Los animales descritos verbalmente por el escritor argentino son, como cuanto guarda relación con él, ficciones. Invenciones vicarias, pero a la postre suyas. Su génesis obedece a los mismos mecanismos que permitieron a los clásicos imaginar cíclopes, grifos, unicornios, aves fénix, furias, dragones (...) Es fácil hacerlo: basta con mezclar características reconocibles sobre el papel. Torso de hombre y cuerpo de equino: centauro. Torso femenino y cola de pez: sirena. Así constituye su bestiario el argentino, jugando con configuraciones reales que arrojan un resultado imaginario. Por el contrario, el de Toledo está firmemente anclado en la realidad."



Vértigo mental

Al hojear el catálogo, el personaje "de otro tiempo" continúa: "Más aún que con la zapoteca y otras mitologías indígenas de México, el bestiario de Toledo está en deuda con indagaciones abisales de la imaginación europea, como las de Brueghel y El Bosco, sobre todo con las configuraciones metafóricas de la mitología escandinava. Como sabe, Toledo vivió en el norte de Europa cuando era muy joven."

Lago objeta: "Eso lo emparenta con Borges. Si hubo alguna vez alguien interesado en la mitología nórdica, fue él."

Su extraño interlocutor lo rebate: “Cierto, pero en el argentino jamás se da el trasvase a la realidad, al mundo exterior. Los suyos son seres verbales, que viajan de biblioteca en biblioteca, de literatura en literatura, de las páginas de un libro a las de otros, sin pasar por la vida. No hay sentimientos, no hay sangre, sólo la savia aséptica de la imaginación. Vértigo mental, fascinante, no lo niego. Sus criaturas no son de este mundo, de ahí la felicidad de su naturaleza: son fantasía pura. Los seres de Borges no necesitan pasar por el mundo.

"El caso de Toledo es muy distinto. En realidad, lo que hace el zapoteco al apoderarse de los seres imaginarios de Borges es insuflarles vida. De la manera más primaria, genesiaca, elemental. El suyo es un universo genital. ¿Cuál es la característica más destacada de estos animales?"



Con las láminas del libro de nuevo ante los ojos, Lago contempló “la selva de órganos sexuales transfigurados, un universo donde vaginas y penes humanos pasan a ser posesión de reptiles y otras formas de animalidad elemental. El de Toledo es un universo cuyo líquido amniótico es el semen, los fluidos vaginales, un mundo primigeniamente sexual, en el que las pulsiones de la vida están presentes desde su fase más embrionaria hasta la realización cósmica del deseo.

"Todo aquello constituye un elemento radicalmente ausente de las páginas de Borges, comentó mi interlocutor, sonriendo. Las zoologías de Borges y Toledo no pueden ser más opuestas. No coinciden en nada. Es asombroso que los críticos se empeñan en ver sólo convergencias. El zapoteco siente una fascinación sin límites por el escritor argentino, de eso no hay duda. Sólo que el botín con el que regresa de su lectura es completamente inesperado. Las páginas de Borges son para él espejos, en el sentido literal: al mirarlas, Toledo se ve a sí mismo, rodeado de sus seres primordiales."

Armando Colina anota que el pintor juchiteco también vivió en la urbe de hierro y que una de sus primeras exposiciones de relevancia fue en la Galería Martha Jackson, en 1974: "Fue una muestra fulgurante. Harold Hart, un hombre fino y culto, era el director de la galería. Descubrió a Toledo y lo empezó a presentar en Nueva York."

Antes que en la gran manzana, la colección se mostró en el Centro Cultural ;Borges, en Buenos Aires, como parte de la exhibición Borges/ Kafka: una interpretación gráfica de Francisco Toledo.

Después de Nueva York, la Zoología fantástica viajará en noviembre al Instituto Cultural de Dallas, Texas, donde coincidirá con la exposición del Cuento del conejo y el coyote, ilustrado por Toledo, versión de su hija, la poeta Natalia Toledo, proveniente de Miami, cuya Feria Internacional de Libro está dedicada a México este año.

Fuente : La Jornada - Mexico
Miércoles 30 de junio de 2010

jueves, 1 de julio de 2010

Café Tortoni



Es el café en funcionamiento más antiguo de la ciudad. Las mesas de mármol y madera, las fotos viejas de las paredes, su menú tradicional, los mozos y la clientela porteña lo convierten en el arquetipo del bar de Buenos Aires.



Desde principios del siglo XX, el Tortoni recibe artistas, políticos y oficinistas del Centro. Entre otros, lo frecuentaron Jorge Luis Borges, Luigi Pirandello, García Lorca, Julio Cortázar, Arturo Rubinstein, Carlos Gardel. En el interior, cuadros, poemas y bustos cuentan la historia del bar.





En su fachada lucen placas: conmemorativas, de agradecimientos y nombramientos. Una marquesina de hierro forjado con gruesos cristales resguarda las puertas de acceso; un letrero con el fondo rojo hace resaltar la tipografía original del anunciado. En su interior, mantiene orgulloso, los antiguos decorados de la época. Las viejas mesas, preferidas por los escritores, como distingue una placa de metal: ¡si las mesas hablasen! Mientras degustaba un sorbo de café, una pregunta cruzó por mi mente ¿Quién se sentó en esta mesa? Jugando con la imaginación, elegí una mesa al azar para que me comentara la visión de una hipotética escena, un día cualquiera.



“Al fondo, está Borges deambulando pensativo entre las mesas, de una tertulia a otra. En su mano un vaso con su bebida preferida: una “Indian Tonic Cunnington”, recuerda:”Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de Biblioteca”. El rasgueo de una guitarra acompaña a García Lorca, que recita aquello de “Córdoba, lejana y sola…”. Más allá, contrariado, Ortega y Gasset piensa:“El que no pueda lo que quiera, que quiera lo que pueda”. Solitario, entre penumbras, Pirandello recuerda las palabras que le dirigió Borges:“Famoso escritor italiano, tal vez único, que ha sabido encender, en la página y en la escena contemporáneas, la perplejidad metafísica de gran estilo”.

En una mesa cercana, Valle Inclán le cita a su interlocutor: ” La ética es lo fundamental de la estética”, y Unamuno le responde: “Hay que buscar la verdad, y no la razón de las cosas, y la verdad se busca con humildad”




El origen

Se sabe que fue inaugurado en 1858, pero existen dos versiones respecto al porqué de su nombre: una de ellas dice que un inmigrante francés de apellido Touan lo había establecido en la esquina de Rivadavia y Esmeralda, nombrándolo Tortoni dado que así se llamaba un establecimiento del Boulevard des Italiens donde se reunía la elite de la cultura parisina del siglo XIX. Es llamativo que el escritor francés Stendhal (Henri M.Beyle) en su novela Rojo y Negro, de 1830, menciona la existencia de un café Tortoni en París.La otra versión, afirma que fue un tal Oreste Tortoni quien habría establecido el café sobre la calle Defensa al 200. Uno de los últimos dueños del Tortoni, el señor Fanego, está a favor de la primera versión y afirma que la segunda nació de un error de un articulista de un folleto publicitario de uno de los proveedores, que inventó al tal Oreste Tortoni. Sin embargo Enrique Puccia, historiador de Buenos Aires, descubrió que efectivamente existió una guía de la ciudad donde aparece el Café Tortoni en Defensa al 200. No obstante, el Gran Mapa Mercantil de la Ciudad de Buenos Aires, editado en 1870, por Rodolfo Kratzenstein lo ubica en Rivadavia y Esmeralda con Monsieur Touan como propietario.



Lo cierto es que en 1880 fue trasladado a su lugar actual, donde anteriormente se encontraba el denominado Templo Escocés de Buenos Aires, pero su entrada era por la calle Rivadavia. A partir de 1898 tuvo su entrada principal por Avenida de Mayo, (que había sido inaugurada en 1894), y la fachada fue realizada por el arquitecto Alejandro Christophersen. A finales del siglo XIX el café es comprado por otro francés, Celestino Curutchet, que habitaba en los altos del café.



En el café funcionó La Peña, inaugurada en 1926, que fomentó la protección de las artes y las letras hasta su desaparición, en 1943, y que era capitaneada por Benito Quinquela Martín. Esta peña había nacido en el café La Cosechera (calle Perú y Avenida de Mayo), trasladándose luego a las mesas del Tortoni. Como con el tiempo el lugar quedó chico, Curutchet ofreció la bodega de vinos para que se pudieran reunir con más comodidad, trasladando la vinería a otro lugar. Así la sede de la peña, a la que autodenominaban Agrupación Gente de Artes y Letras, se inauguró el 24 de mayo de 1926, y realizó tareas de difusión cultural mediante conciertos, recitales, conferencias, debates, etc. Entre los asistentes se encontraban Alfonsina Storni, Baldomero Fernández Moreno, Juana de Ibarbourou, Arthur Rubinstein, Conrado Nalé Roxlo, Ricardo Viñes, Roberto Arlt, José Ortega y Gasset, Jorge Luis Borges, y Molina Campos entre otros. Las mesas vieron pasar figuras de la política como Lisandro de la Torre, Ernesto Palacio y Marcelo Torcuato de Alvear; figuras populares como Carlos Gardel (quien cantó una vez un tango en homenaje al autor italiano Luigi Pirandello, que acababa de dar una conferencia en La Bodega) y Juan Manuel Fangio; prestigiosas figuras internacionales como Albert Einstein y Federico García Lorca; y jefes de Estado como Juan Carlos de Borbón.[2]

Cuando la agrupación cerró en 1943, se aprovechó lo recaudado por la venta de los muebles (entre ellos un piano Steinway en el que tocaron Arthur Rubinstein, Alejandro Brailowsky, Lía Cimaglia Espinosa y Héctor Panizza) para obtener el granito con el cual Luis Perlotti creo el monumento a Alfonsina Storni en Mar del Plata, comprar amoblamiento para el recreo en el Tigre donde muriera Leopoldo Lugones y eregir un monumento a la memoria de Fernando Fader, en Mendoza.


Galeria Fotografica







































sábado, 26 de junio de 2010

Sobre la inexistencia de Jorge Luis Borges


A comienzos de los años '80, intelectuales y medios europeos comenzaron a divulgar una noticia increíble: que el escritor argentino en verdad no existía.

Año 1981. Diario italiano Il Messaggero: una gran foto de Borges, y debajo un titular: "El inexistente". El autor de la nota era nada menos que el escritor Leonardo Sciascia. La noticia, con fuente en el suplemento literario del semanario francés L’Express, refería que Jorge Luis Borges había sido una invención de un grupo de escritores, entre quienes estaban Adolfo Bioy Casares, Leopoldo Marechal y Manuel Mujica Láinez. Para darle vida a esta especie de obra colectiva habían recurrido a los oficios de un actor de segunda línea llamado Aquiles Scatamacchia ("¡Qué nombre de comedia del arte!", exclama Sciascia).

Escribía Sciascia: "En cierto sentido –en un sentido propiamente borgeano– Borges se la buscó. Su instar al olvido, a la inexistencia, al deseo de ser olvidado, al no querer ser ya Borges, de alguna manera y con los aires que soplan en el periodismo, no podía sino generar la noticia de que Borges no existe". Según el escritor italiano esta noticia es "una invención que está en el orden de sus propias invenciones", una fabricación que podría haber tenido como autor a Borges mismo.

Un error de la ilustre publicación francesa contribuyó involuntariamente a la "inexistencia" del argentino, ya que lo rebautizaba "José Luis Borges".

Sciascia no fue el único escritor italiano que se ocupó del tema. Antonio Tabucchi opinó al respecto: "La información era tan borgeana que se volvía divertida, incluso pensé en seguida que detrás de ese rumor no podía estar otro que el propio Borges". Tabucchi recuerda que Borges irónicamente declaraba ser una invención de Roger Caillois, el escritor y traductor que lo descubrió y lo hizo popular en Francia. En una entrevista, Borges agregaba: "En Francia, en Sudamérica y en Buenos Aires también. Nadie me conocía antes".

Criaturas creadas
Borges mismo no fue ajeno a la invención de escritores apócrifos. De su fantasía surgieron Herbert Quain, Pierre Menard, Honorio Bustos Domecq, Benito Suárez Lynch; creadores de ficción y personajes ficticios a la vez. El "Examen de la obra de Herbert Quain" es una reseña imaginaria de la imaginaria obra del irlandés; Menard, un poeta francés de comienzos del siglo XX que intentaba escribir el Quijote; Domecq fue una creación conjunta de Borges y Bioy Casares –bautizado así a partir de los apellidos de sus respectivos bisabuelos– autor de relatos policiales humorísticos, así como el menos conocido Benito Suárez Lynch. En un paroxismo de lo ilusorio, cancelados ya totalmente los límites entre lo real y lo ficticio, Domecq llegó a tener su propia biógrafa, Adelma Badoglio, quien contaba que el escritor había nacido en Pujato, Santa Fe, y se había dedicado a la docencia.

José Saramago se unió también a este juego virtual. En El año de la muerte de Ricardo Reis, Ricardo regresa a Portugal tras la muerte del poeta Fernando Pessoa. En la biblioteca del trasatlántico en el que viajaba desde América encontró un libro de Herbert Quain, The God of the Labyrinth. Se sintió atraído por su título y quiso conocer de qué dios y de qué laberinto se trataba, pero descubrió "una simple novela policíaca, una vulgar historia de asesinato e investigación". Saramago declaró en una entrevista que, como en su novela él no había aclarado que ésta era una referencia a Borges, seguramente unos cuantos críticos literarios en Portugal estarían tratando de dilucidar quién era este nuevo autor y buscando desesperadamente las obras de Herbert Quain.

También el escritor alemán Gerhard Kopf proclama No existe Borges desde el título de su novela publicada en 1993. El narrador de la historia es un profesor en viaje a un congreso en Malasia para defender su hipótesis de que Don Quijote no había sido escrito por Cervantes sino por William Shakespeare. En el avión conoce a un pasajero argentino que le dice que Borges es una invención, "historias, nada más que historias". La novela describe una serie de encuentros oníricos con el escritor en un oscuro corredor de hotel.

Alguien tiene que decir la verdad
Tal el lema de la revista Cabildo. ¿Qué tiene que ver la publicación nacionalista con Borges? Es que fue precisamente en sus páginas donde se publicó por primera vez la noticia de la inexistencia del escritor, que reprodujo L’Express y luego fue retomada por Sciascia, que cita a "la revista argentina de derecha ("extrema", según L’Express) Cabildo".

El actual director de la publicación, Antonio Caponnetto, no sólo recuerda la polémica surgida en 1981 sino que sigue indignado contra quienes no supieron comprender la "broma genial" urdida por el autor de la nota, Aníbal D’Angelo Rodríguez. "Con una mezcla de memez y villanía pocas veces vista, un grupo de incapacitados para el sentido del humor nos acusó de falsarios por sostener la inexistencia de Borges", declara el director. En rigor de Verdad –a tono con el lema de la publicación– parece obvia la intención jocosa de lo escrito por D’Angelo, aunque algo fuera de lugar en una revista cuya ideología no se caracteriza precisamente por su sentido del humor. Pero los franceses, y no sólo ellos, se lo tomaron en serio, la broma se transformó en noticia y tuvo eco internacional.

La nota de Cabildo se titula "Borges no existe" y relata que a mediados de la década del '20 Leopoldo Marechal escribió un artículo que no quiso firmar, y entonces se inventó un seudónimo: Jorge Luis Borges. Luego, como diversión, creó un pasado y una personalidad para este personaje. Más adelante se unieron a él Bioy, Mujica Láinez y otros, y "pasó lo mismo que con Frankenstein: el monstruo tomó vida propia y sobrepasó a sus creadores".

La intención eutrapélica (sic Caponnetto) aparece come evidente, por ejemplo, cuando el periodista presenta al actor que los escritores decidieron contratar para personificar a Borges: "Se encontró el candidato ideal. Se llamaba Aquiles R. Scatamacchia. Se lo vistió adecuadamente, se le dieron dos o tres lecciones sobre urbanismo elemental (el Scatamacchia pre-borgeano mondaba con techito) y se lo lanzó a la vida pública". El hecho de que el actor fuese casi ciego facilitaría la simulación, ya que permitiría explicar que "Borges" no reconociera a personas que tendría que haber conocido.

Las críticas recibidas desde Francia, donde se preguntaban por las intenciones ocultas de la "noticia" publicada por Cabildo, apagaron el espíritu jocoso de los periodistas argentinos, que decidieron responder a las acusaciones. Dice Caponnetto: "Como un periodista imbécil de L’Express insistía en hacer gala de su incapacidad para el goce de la auténtica ironía y del género ficto, e insistía en llamarnos mentirosos, le remitimos una carta abierta poniéndolo en su lugar". En ella la revista se queja de que la Francia de Miterrand sólo se acuerde de Argentina para criticarla, y de que la dictadura argentina, seducida por el presidente francés, hubiese permitido una apertura a los partidos de izquierda.

La polémica continuó por varios números, y la revista prometía: "Lea en el próximo número además de la continuación del apasionante ‘caso Borges’ una nueva encuesta: ¿Existe realmente Martínez de Hoz?".

La única verdad es la irrealidad
Quizá sea un lugar común decir que a Borges le hubiera resultado divertida toda la historia. Él hizo repetidas referencias, tanto en entrevistas como en su obra, a la inexistencia de su identidad personal. En palabras de Tabucchi: "Ésta no es sólo una actitud existencial llena de ironía, sino el tema central de su obra narrativa".

En una conferencia brindada en los ochenta en el Hospital de Niños, una espectadora le hizo una pregunta acerca de Dios, y Borges respondió: "Señorita, en este momento yo no tengo la seguridad de mi propia existencia, imagínese si puedo hablar de la existencia de Dios". En otras oportunidades manifestó que no era realmente un escritor sino un impostor o un chapucero, y que temía el día en que todos se dieran cuenta de ello. También hizo declaraciones que admiten diversas interpretaciones, como "El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges".

Tabucchi concluye su ensayo diciendo: "Yo creo que Borges quiere decir (...) que el escritor es, ante todo, un personaje que él mismo ha creado. Si queremos sumarnos a su paradoja y aceptar jugar su juego, podemos decir que Borges, personaje de alguien llamado como él, no existió jamás".

Fuente : Laura Kopouchian - La mujer de mi vida - 2007