El presidente del Consejo de Estado de España, José Manuel
Romay, obsequia para Navidad el libro de Jorge Luis Borges “Arte Poética”
El Consejo de Estado es el supremo órgano consultivo del
Gobierno Español.
JUAN JOSÉ LABORDA MARTÍN - Consejero de Estado-Historiador
Este artículo lo escribo después de leer una pequeña joya de
Jorge Luis Borges: su “Arte poética”. Son ciento cincuenta páginas que
reproducen seis conferencias que Borges impartió en la Universidad de Harvard
durante el semestre de 1967-1968. El gran escritor argentino las dictó en
inglés sin el apoyo de ningún guión escrito, pues ya estaba ciego; y lo que
hubiera sido el fin para un profesional de la lectura, no fue obstáculo para
que Borges sintetizara su pensamiento poético -y también filosófico- con una
potencia y maestría asombrosas.
Desconocía esa obra de Borges. El presidente del Consejo de
Estado, José Manuel Romay, tiene la costumbre de hacer obsequios
institucionales con libros: esta Navidad regaló el “Arte poética”. Esa elección
tiene la ventaja de ser muy modesta en términos del gasto obligado, pero
regalar un libro tiene, al menos, una virtud: quien elige la lectura cree que
el obsequiado podrá compartir con él un mismo placer mental. Podría especular
sobre las distintas personalidades que se expresan con los diferentes tipos de
regalos. Quién se inclina por escoger un libro suele tener un carácter opuesto
al que prefiere un presente práctico, por ejemplo, una botella de vino o una
exquisitez gastronómica; esos regalos sólo dejan huella en la memoria de
quienes los consumieron.
Vuelvo a Borges. Sus conferencias seducen por su
inteligencia. En la última, titulada “Credo de poeta”, Borges explica cuáles
son sus preferencias para juzgar las obras literarias. A pesar de su
espectacular dominio de diversas culturas (y de sus idiomas), la belleza es el
canon con el que justifica que una poesía sea una obra maestra. Esa preferencia
acerca a Borges a las tesis de Harold Bloom, el escritor norteamericano que,
con su “El canon occidental”, restauró el buen gusto literario, olvidado por
buena parte de los críticos académicos norteamericanos.
Borges escribe lo siguiente: “Cuando yo era joven creía en
la expresión. Había leído a Croce (Benedetto Croce fue un crítico e historiador
liberal influido por Hegel), y la lectura de Croce no me hizo ningún bien. Yo
quería expresarlo todo. Pensaba, por ejemplo, que, si necesitaba un atardecer,
podía encontrar la palabra exacta para un atardecer; o mejor, la metáfora más
sorprendente. Ahora he llegado a la conclusión (y esta conclusión puede parecer
triste) de que ya no creo en la expresión. Sólo creo en la alusión. Después de
todo, ¿qué son las palabras? Las palabras son símbolos para recuerdos
compartidos.(…) Pienso que sólo podemos aludir, sólo podemos intentar que el
lector imagine. Al lector, si es lo bastante despierto, puede bastarle nuestra
simple alusión.”
Esta confesión estética, en mi opinión, se corresponde con
las opciones ideológicas y morales que profesó Borges durante su vida. Se le ha
definido como un conservador casi anarquista, por su tenaz defensa del
individualismo filosófico, resultado de su amor por los grandes escritores
empíricos en lengua inglesa.
Pero hace unos años, Manuel Reyes Mate (uno de los mejores
analistas europeos del “Holocausto” judío) me indicó que el relato “Deutsches
Requiem” de Borges es la más certera denuncia del nazismo alemán. En sus pocas
páginas, ese relato, contenido en su obra “El Aleph”, revienta el pus de las
ideas religiosas y políticas de aquel totalitarismo (cuya influencia se hizo
patente en España y en otras naciones europeas). Otto Dietrich zur Linde, el
figurado y cultísimo asesino nazi del cuento, expone sus convicciones
ideológicas cuando está en trance de ser ejecutado como criminal contra la Humanidad: “El nazismo
-dice Otto Dietrich-, intrínsecamente, es un hecho moral.”
Sin embargo, Jorge Luis Borges era admirador de la gran
cultura alemana, por los mismos motivos que se sintió identificado con la
inglesa: porque ambas crearon la gran cultura europea, cuya aportación
universal -con Locke, Hume y Kant- ha sido la libertad de conciencia, de
pensamiento y de culto (y todas las otras libertades y derechos que figuran en la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, y en el capítulo primero, del titulo preliminar, de la Constitución de
1978.)
Fuente : El Imparcial – España
27-12-2013
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