Las cartas de Marcel Schwob sobre la vida pública de su
tiempo
Fernando menéndez
Una de
las raras virtudes de la "Biblioteca personal" de Jorge Luis Borges
es que los escritores allí glosados vienen a formar una especie de bestiario,
pues el tratamiento que el autor de El hacedor da a sus escritores más queridos
es casi el tratamiento de un escrupuloso alquimista o el de un fantasioso
zoólogo. Sólo la pluma de Borges puede mostrarnos a Kafka, Ibsen o Dostoievski,
como seres extraordinarios o inéditos. La virtud del argentino se agudiza con
nombres menos populares, nombres que parecen creaciones de su imaginación. Es
el caso del francés Marcel Schwob (1867-1905) quien pese a su corta vida, tuvo
tiempo de consolidarse como un singular clásico de las letras galas.
Amante de lo apócrifo y enemigo de la solemnidad, dejó, si uno se viera forzado
a elegir, un libro de obligada referencia: Vidas imaginarias (brillante
tránsito entre Plutarco y Pierre Michon) editada recientemente por KRK. Como
las ganas por Schwob nunca se agotan, la editorial ovetense reincide con Cartas
parisinas, una antología de las cartas que entre 1894 y 1904 publicó en el
diario de Nantes "Le Phare de la
Loire", dirigido por el padre de Schwob, y a la muerte
de éste, por su hermano Maurice. Las cartas no dejan de ser pequeñas crónicas o
columnas sobre la vida pública parisina. Sorprende el variado y perseverante
interés por las vidas reales de este fascinante creador de vidas imaginarias:
políticos, escritores, artistas, ciudadanos anónimos? Todos pasan a vuela pluma
por los ojos del escritor francés. Sus cartas comparten el rasgo común de una
incisiva levedad; de un punto de vista ajeno al egocentrismo tan habitual en el
periodismo de autor de hoy en día. Schwob acusa. Schwob denuncia. Schwob se
mofa, no sin elegancia. Le preocupa el anarquismo. Denuncia los abusos de poder
por parte de los políticos y fuerzas de seguridad del estado. Pero Schwob
también deja constancia de pequeños sucesos representativos del tiempo que le
toca vivir. Acude a actos, a ceremonias donde asiste la crema de la sociedad
parisina y nos lo cuenta; por ejemplo la apertura del Campo de Marte con la
presencia entre otros de Camille Claudel, Degas, León Daudet?
Schwob bruñe su estilo leve con fino sentido del humor.
Leyéndolo, todo parece importante pero nada terrible. Leyéndolo, todo parece
indignante pero nada definitivo. La política, ya se dijo antes, es una de sus
principales preocupaciones: los tejemanejes de senadores y ministros; sus
vanidades y apegos al cargo (¿les suena esto?) y escándalos como el
"Dreyffus". Pero a la hora de tratar los diferentes asuntos, busca
siempre la distancia adecuada: se hace eco del caso que denunció Zola y a la
vez parece desconfiar de la titánica literatura del creador de Germinal. Su
condición de cronista le lleva a seguir en el tiempo asuntos que prolongan su
actualidad. El lector que se acerque a este libro descubrirá un contemporáneo ejercicio
de literatura en la prensa; el fresco de una época con el que completa y matiza
el plano general de los manuales de historia.
Buscando la concisión y construyendo lo universal a partir
de lo particular, el autor de El libro de Monelle logra que sus Cartas
parisinas nos restablezca la confianza en el periodismo de firma. Si bien, ese
grado de autoridad tan solo lo concede el paso de los años.
Afirma
Borges que "Schwob, antes de ejercer y enriquecer la literatura, fue un
maravillado lector." También lo fue, qué duda cabe, de todo aquello que
sucedía en su entorno.
Fuente : La Nueva España
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