“Esta es una ciudad macanuda”, dijo Borges
cuando visitó Cali
Por Medardo Arias Satizábal
El poeta Jorge Luis Borges almorzó en el viejo Club Colombia
de Cali, y fue sacado a pasear por Pardo Llada y Rubén Grinberg en el carro el
que este médico forense trasladaba orates de San Isidro a su consultorio. Se
indignó con la presentación que le hizo un cónsul peronista en el Teatro
Municipal.
“Cali era una ciudad más pequeña, pero más culta”, recuerda ahora Manolo Lago, cuando rememora cómo a inicios de los 60 había pasado ya por el Teatro Municipal el poeta Pablo Neruda, quien leyó parte de sus Veinte Poemas de Amor, mientras el público, anclado en sus sillas, los completaba en coro.
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”,
empezaba el poeta, y los caleños continuaban, “escribir por ejemplo la noche
está estrellada/ y tiritan azules los astros a los lejos…”
Esa circunstancia de amor masivo por la poesía, hizo que el
periodista Alfonso Bonilla Aragón y Manuel Carvajal, promovieran la visita a
Cali de Jorge Luis Borges, quien pudo llegar hasta aquí en mayo de 1964.
Atravesó la puerta del Hotel Alférez Real, custodiada por dos faroles
españoles, para pasar aquí una de las temporadas inolvidables de su vida. En
una y otra ocasión, alabó el rumor del río, como un arrullo en las noches, y le
confesó a los académicos vallecaucanos, que le gustaba mucho también el pasaje
de la cacería del tigre en la novela “María”.“Bonar”, como era conocido el maestro de periodistas,
excelso cronista, no había viajado aun en misión diplomática a la Argentina;
Manolo Lago recuerda que tenía ya la intención de ir al Sur, por lo que Borges
le dijo: “Como dice Don Segundo Sombra, irse de la Patria es sangrar un poco…”
Armando Barona Mesa, por su parte, entonces un joven y
prestigioso abogado, dice que fue hasta el hotel para conocer a Borges, y lo
encontró en un sillón del “hall”, con la mano apoyada en un bastón, mientras
esperaba a José Pardo Llada. “Recuerdo que Pardo lo llamó Maestro, al momento
del encuentro, y él le dijo, ¿por qué me llamas Maestro? Momentos después
salieron en un taxi. Pardo quería oficiar de Cicerone, llevándolo por la
ciudad, por los lugares emblemáticos, aunque el poeta ya no podía verla…”
Barona agrega que la ceguera de Borges fue paulatina, y está casi seguro que
cuando vino a Cali, todavía tenía algo de visión en su ojo izquierdo. “Él podía
apreciar el color rojo y el amarillo”. Al respecto, Manolo Lago acota:
“En el
almuerzo en el Club Colombia, nos dijo que una de las ventajas de ser ciego era
que el conocimiento de las ciudades se circunscribía a la conversación; pues no
podían decirle mire este monumento, observe este convento…”
Pardo continuó visitando a Borges, por cinco días, sólo que
lo hizo ya con la complicidad del médico argentino Rubén Grinberg, quien
cortésmente ofreció su camioneta para esos paseos por Cali. En una de estas
salidas, el compatriota le reveló a Borges que en ese mismo
vehículotransportaba a los orates desde San Isidro a su consultorio, lo cual
hizo decir al autor del “Oro de los tigres”: “Cuando diga en Buenos Aires que
fui transportado en un carro de locos en Colombia, no me lo van a creer”.
Borges fue invitado a un almuerzo en el viejo Club Colombia
de Cali, uno de los hitos arquitectónicos de la ciudad, por el cual aún hacen
duelo los urbanistas. Ahí le sirvieron un ajiaco, y con el sentido del humor
que siempre le acompañaba, expresó: “Parece que esta sopa no se va acabar
nunca…tomo y tomo y no llega a su fin…”
Lago confiesa que entonces, a inicios de los 60, pocas
personas en Cali conocían de verdad la poesía de Borges, por lo que Bonilla
Aragón, tres meses antes de su visita, le sugirió la lectura de algunos de sus
libros. “Me puso a leer, y me tomaba la lección; Borges llegó acompañado por
Blanquita, su compañera de entonces, una señora muy distinguida. El Consulado
Argentino preparó el acto del Municipal; el cónsul de entonces en Cali, muy
peronista, quiso presentarlo como “un servidor del gran Estado Argentino”, lo
cual le cayó pesado a Borges. Recuerdo que se paró y expresó que él nada tenía
que ver con el régimen, que él sólo era un porteño…” El poeta fue una víctima
directa de Juan Domingo Perón, quien lo destituyó de la Biblioteca y lo mandó a
dirigir una plaza de mercado, cargo con el cual quiso insultarlo.
A Pardo, Borges le expresó, después de la expedición por la
ciudad, que Cali le parecía “una ciudad muy macanuda”, así lo consignó el
periodista en su columna “Mirador”.
Lago recuerda también que el lleno en el Municipal fue
total, y que Borges ponderó la obra de Joseph Conrad, uno de sus autores
favoritos, al tiempo que leyó una estrofa de Luis de Góngora, de la fábula de
Polifemo y Galatea, y la explicó.
“A Borges le gustaba la novela de Isaacs; aparte de lo que
le expresó a la Academia de la Lengua del Valle, con respecto a la cacería del
Tigre en María, dijo algo que después utilizaría Mario Carvajal; manifestó que
María le parecía un personaje “vegetal”, de una literatura que no se encontraba
en ninguna otra parte del mundo, por su exaltación de la naturaleza, lo
maravilloso del paso del río Dagua…”
En el teatro se presentó un momento dramático, pues algunos
estudiantes empezaron a gritar consignas. Él, sin inmutarse, dijo: “Si están
gritando, quiere decir que son jóvenes…”
Al acto del Municipal, concurrieron entre otros, Lino Gil
Jaramillo, el poeta Octavio Gamboa, Álvaro y Rodrigo Escobar Navia.
Borges se despidió de la ciudad, rumbo a Cambridge,
Massachusetts, donde debía dictar un semestre en Harvard, cátedra de Inglés
Antiguo. En esta zona de Estados Unidos, conocida como Nueva Inglaterra, como
el Sur Profundo, el inglés isabelino dejó su impronta mayor en la obra de
William Faulkner. Algunos giros de Mark Twain pertenecen también a esa fase
clásica. Del estudio de poetas como Fizgerald, Shelley y Swinburne, Borges
conoció las raíces había tomado también las raíces del “Cockney”, una vieja
jerga en lengua inglesa, muy extendida en los puertos y entre el populacho. Más
tarde, la Universidad de Yale, en New Haven, Connecticut, lo contrataría
también. Sus conferencias magistrales ahí, fueron editadas y están hoy en las
librerías, de manera cronológica.
“A Bonilla Aragón y a mí, nos confesó que muchas veces había
querido vivir en Estados Unidos, en Europa, pero lo que realmente amaba, lo que
sintetizaba todos sus afectos, era su tierra”, concluye Manolo Lago, quien lo
acompañó al aeropuerto junto. En ese momento, Bonar le hizo la foto que
acompaña esta crónica, detrás de la cual el otro día Ministro Consejero de la
Embajada de Colombia en Buenos Aires, le escribió un poema de Borges, para que
nunca lo olvidara: “Gira en el hueco la amarilla rueda de caballos y leones, y
oigo el eco de esos tangos de Arolas y de Greco…”
Fuente :
Documentos.blogspot
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