Por: Juan Botía
El pasado 24 de Agosto se cumplió el aniversario número 115
del nacimiento de Jorge Luis Borges. Ese nombre impar, que figura en los
catálogos de la literatura universal con una fuerza mayor, desapareció de la
faz de la tierra hace ya 28 años, en Junio de 1986, y dejó tras de sí una de
las obras más conmovedoras, influyentes y valoradas del siglo XX y toda la
historia de la humanidad.
Prevalece todavía el debate sobre lo conveniente de mezclar
la figura del autor y su obra; pues suele suceder que, equivocadamente, el
autor es elevado, idealizado y convertido en un héroe o en una rara especie de
pieza de colección. También suele suceder que, equivocadamente, el autor es
casi que exiliado de su obra. Borrado o ignorado. Como si la obra hubiera sido
escrita por unas manos sin rostro. Pero es cierto que llegado el momento de
leer, es mucho más inteligente dejar correr el río de las emociones en medio
del proceso y no antes, limitándolo a una portada, un apellido, una postura
política o un simple género. Lo que suceda después de la lectura, sea lo que
sea, amor u odio, o ese tipo de amor tan fuerte como el odio, es totalmente
válido. Cualquiera tiene derecho a arrojar un libro por la ventana, siempre y
cuando ese libro haya sido leído.
Cuando advertimos que una obra es fascinante, es natural
encontrar fascinación en la imagen de quien la escribe. Por eso, quienes leen
cariñosamente libros de cierto autor son también pequeños biógrafos suyos. La
aproximación a la vida de un autor otorga ciertas comprensiones, ciertos
secretos y ciertas magias. Como dijo Victoria Ocampo: “Es indudable que la
presencia del escritor entrega mucho más de lo que pueden entregar sus libros”.
Testigo de esa entrega, este texto quisiera ocuparse de reseñar lo que fueron
las visitas de Jorge Luis Borges a Colombia en 1963 y 1978, algunas
fotografías, sus paradas, sus palabras y sus gestos mientras permaneció en
estas tierras.
En 1963, la Universidad de los Andes le concedió el
doctorado Honoris Causa a Jorge Luis Borges, quien para entonces ya era un
hombre ciego. Álvaro Castaño Castillo, quien afirmó “nunca haber tomado una
entrevista a pesar de ser director de la HJCK” habló con Borges ese año, en las
para entonces muy recientes salas de grabación de los almacenes Daro, en la
Calle 23 con Carrera Séptima. [Escuche aquí la entrevista]
“Hace quince años, en una mañana soleada, la emisora HJCK
inauguraba sus transmisores. En esa época un grupo de intelectuales, de poetas,
de escritores, de cantantes, de artistas, se habían reunido allí para festejar
este acontecimiento. De pronto llegó, erguido, acompañado de Leonor Acevedo,
Jorge Luis Borges. Leonor, su madre, iba adelante guiándolo. Allí se entabló el
primer diálogo de Borges con Daniel Arango, con Ramón de Zubiría, con Eduardo
Carranza. Allí lo conocí yo entonces. Lo vi por primera vez. Tuve,
naturalmente, ese destello que deja él siempre, cuando habla con alguien”.
Gloria Valencia de Castaño
Borges
Quince años más tarde, durante los días 18, 19 y 20 de
Noviembre de 1978, Borges estuvo en Medellín y Cartagena de Indias, en visita
auspiciada por la Alcaldía de la capital antioqueña. También regresó a Bogotá.
En este viaje, lo guiaba el brazo de María Kodama. Esa segunda visita tuvo, al
parecer, recibimientos mucho menos silenciosos que los de la primera, como
menciona Juan Gustavo Cobo Borda en la introducción de su libro ‘Borges
Enamorado’:
Borges y Cobo Borda
“Pude así recibir a Jorge Luis Borges en la Biblioteca
Nacional de Colombia en una noche feliz en que los jóvenes impacientes
rompieron las grandes puertas de madera que dan a la calle 24 y detuvieron
mudos su atropellado tropel ante la airosa figura del poeta ciego. Del hacedor
por excelencia”.
Tanto Borges como su
obra se habían convertido en un acontecimiento irrepetible. Su sola presencia
podía llenar teatros en Bogotá, en Múnich, en Buenos Aires o en Oxford. El
libro ‘Borges: Memoria de un gesto’, editado por el Instituto Tecnológico Metropolitano,
es quizá el documento más completo sobre la visita de Borges en 1978. A través
de ese libro puede saberse que Borges era un excelente nadador, que no gustaba
del fútbol, que sabía de memoria el ‘Nocturno’, de José Asunción Silva; que
seguía comprando libros a pesar de ser ciego, que jamás volvió al cine por la
tristeza de no poder ver lo que sucedía en la pantalla o que al subir a un avión le daba siempre tres
golpes a su asiento antes de despegar.
Borges en Medellin
Jairo Osorio Gómez y Carlos Bueno Osorio, principales
colaboradores de ese libro, tendrían menos de 25 años cuando acompañaron a
Borges en sus tres días por Colombia. Cuando Borges murió, ocho años después,
un periódico local pidió a Osorio Gómez escribir algo respecto a su encuentro
con él, pero Gómez no pudo. “Seguía sin entender lo ocurrido. A los veinte años
no se puede ser inteligente. A lo sumo, temerario. Encontrarme con Borges a esa edad fue un
desperdicio”.
En Colombia, Borges habló con varios cronistas sobre “ese
gran escritor que es García Márquez”, sobre lo mucho que lo había conmovido
‘María’, de Jorge Isaacs, sobre las razones por las que tan pocas mujeres
aparecen en su obra, sobre el Nobel que jamás recibió, sobre las vanguardias,
sobre tangos, sobre milongas y con Gloria Valencia de Castaño, esa gran mujer,
sobre su infancia, en una hermosa entrevista de media hora, de la cual sólo hay
siete minutos disponibles en internet. [Vea aquí la entrevista]
— Usted declaró recientemente, Borges, que aceptaría con
avidez el premio Nobel, ¿por qué lo dijo?
— Siempre he dicho eso, pero en Suecia aún no me han
otorgado el Premio. Sin duda tienen razón. Sería lindísimo recibirlo, pero
otorgármelo sería romper la tradición de no ganármelo el año que viene. Lo han
prometido tantas veces que el jurado en Estocolmo debe creer que ya me lo dio.
Los premios literarios tienen una gran ventaja: si uno los recibe se siente muy
contento; si no, no ha pasado nada.
— Borges, usted en alguna forma fue vanguardista hace muchos
años…
— ¡Y qué vamos a hacer! Todo el mundo es vanguardista. Todos
empezamos por ser escritores geniales. Luego, volvemos a la cordura.
En 1975, Borges
publicó ‘Ulrica’, un cuento que se incluiría más adelante en ‘El Libro de
Arena’. Su protagonista, Javier Otálora, es un colombiano. En algún momento de
la historia, que tiene escenario en Inglaterra, Otálora se cruza con una mujer
y sucede el siguiente diálogo.
“Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad
de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano.
Me preguntó de un
modo pensativo:
-¿Qué es ser colombiano?
-No sé -le respondí-. Es un acto de fe.
-Como ser noruega -asintió”.
__
Alguien anotó que Borges prefería perder a un amigo, que no
fuera Bioy Casares, por elaborar una fina ironía. Para él, la patria siempre
fue un concepto vago y perjudicial. Algo entrañable y visceral, pero también
prescindible. A eso responde ese “acto de fe”. A pesar de añorar el Sur de
Buenos Aires o las calles empinadas de Ginebra, Borges fue un ciudadano del
mundo, un ser sin fronteras, sin cercos, sin límites. De ahí que haya dicho
“Siempre he pensado que tengo varias patrias… Ahora Medellín va a ser una”.
La universalidad de Borges y todo su ingenio quedaron, de
alguna manera, atados a sus episodios en Colombia. A las rutas que siguió y a
los lugares que fue inmortalizando con su presencia. Eso es algo que es posible
agradecer. Agradecer a Borges por su obra y por haber sido siempre Borges. En palabras
de José Marduk Sánchez, agradecer, profunda y realmente, “el gesto de haberse
llegado hasta nosotros, de permanecer para siempre en nosotros”.
En Medellín, le fueron concedidas las llaves de la ciudad.
Para los lectores de esta nota, extraigo del libro ‘Borges: Memoria de un
gesto’ el discurso de entrega de Jorge Valencia Jaramillo, Alcalde de Medellín
para entonces, y las respectivas palabras de Borges, en agradecimiento.
Borges y las llaves
Palabras de Jorge Valencia Jaramillo, Alcalde de Medellín en
1978, en la ceremonia de entrega de las llaves de la ciudad a Jorge Luis Borges
“Es casi imposible no decir algo que no sea un lugar común a
propósito de Jorge Luis Borges. Y si esa es la realidad poco vale agregar o
repetir a lo que se sabe o a lo que los oídos de Borges -seguramente
hastiados-, han debido escuchar tantas veces. No voy pues a intentar, con gran
esfuerzo, la construcción de un castillo de palabras para que con el más leve
toque de una sonrisa escéptica se venga de bruces. Para qué añadir cosas así a
ese montón de inutilidades que suelen ser los actos públicos y las efímeras
palabras que en ellos se pronuncian.
Debo, no obstante, estirar mis balbuceos por un minuto más
para buscar la manera de que Borges sienta que la entrega que le hago de estas
llaves no es para mi un acto rutinario, o el cumplimiento de una ceremonia
oficial, cumplida la cual pasaré a la siguiente, como si nada hubiese sucedido.
No. Muy por el contrario. Lo que ahora siento es una profunda emoción al poder
realizar uno de mis sueños: decirle a Borges que él supo llegar al fondo de mí
u que allí quedó grabado para siempre. Para un escritor qué mejor comprobar que
lo que ha pensado es ya parte de otros, pues si bien uno escribe principalmente
para deshacerse de sus pesadillas y de los fantasmas del pasado, el que
adicionalmente se llegue a los demás debería ser doble causa de contento.
Borges en su silencio sentirá quizás que ya poco le importa
lo que pasa a su lado. Y todo el barullo que se forma cuando avanza con el paso
lento y la mirada interior. Cada ser debiera, después de ver los horrores de
este mundo, perder los ojos para reencontrarse y rumiar lentamente el silencio
que seguirá a la nada. Pero no, nos aferramos a lo externo como si en ello se
nos fuera la vida sin percatarnos de que, evidentemente, se nos fue la vida y
un triste final nos indicará que no era posible volver a comenzar.
Borges, sabio al fin y al cabo, empezó pronto, y por eso
recibe ahora ‘honores que de seguro lo tendrán sin el menor cuidado’. Un tanto
como quien oye llover sobre el tejado mientras corre la brisa. Honores que van
y vienen. Somos conscientes, entonces, de nuestro papel y no vamos a
prolongarlo artificiosamente. Sólo una inclinación reverente, emocionada y
respetuosa, para entregar estas llaves a Jorge Luis Borges y decirle, casi al
oído, que muchas gracias por haber venido a nuestra ciudad y por habernos
permitido honrar a un poeta que simboliza hoy a los escritores de todos los
rincones. El poeta ciego es la imagen más bella que Borges podría habernos
legado. Ella nos acompañará interminablemente, y al unísono con nuestra
memoria, irá diciendo: “Ya no seré feliz, tal vez no importa/Hay tantas otras
cosas en el mundo”.
Palabras de Jorge Luis Borges al recibir las llaves de la
ciudad de Medellín
Señoras y señores:
Yo diría que el Universo es continuamente optimista,
grandioso, pero ese misterio es sensible en ciertas cosas, sobre todo en unas
llaves.
Desde que yo era chico me fue mal con las llaves. Pensar que
un trozo de metal podía franquear la entrada de un gran edificio… Yo diría que
estas llaves, el hecho mismo de una llave, es algo que nos hace sentir lo
misterioso del mundo. Podría decirse de otras cosas, de la escritura, por
ejemplo. También de la palabra. Yo acabo de tener ese sentimiento al oír las
hermosas palabras del señor Alcalde y lo que está detrás de las palabras y…,
ahora, ¡qué otra cosa puedo decir!
Estoy muy conmovido. Me entregan estas llaves que no abren
ninguna puerta, o mejor dicho, que abren todas las puertas ya que no abren
ninguna, y que para mí será el símbolo de la nostalgia que yo siento, porque de
algún modo yo estoy en Buenos Aires y estoy añorando esta tarde en que estoy
con ustedes, en que me siento en tierra de Colombia; en donde me siento rodeado
por la cóncava hospitalidad y generosidad de todos ustedes. Muchas gracias,
digo esto a cada uno de ustedes, no a todos, a cada uno de ustedes,
singularmente.
No puedo hablar… Estoy muy conmovido… Discúlpenme.
Fuente : El Espectador
- Colombia
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