miércoles, 6 de julio de 2016

Cristo, según Borges


Alejandro Querejeta Barceló

En un lento recorrido por la obra de Jorge Luis Borges (1899-1986), la figura de Cristo aparece una y otra vez, bien por referencias directas o indirectas a su persona, por citas de los evangelistas o por un duro retrato que un poema intenta fijar. Una presencia que Borges problematiza desde dos perspectivas: el Cristo real, histórico, y el forjado por la tradición cultural. No cree en el Cristo hijo de Dios, porque en principio Borges no admite la Trinidad, sino en el hombre que fue Cristo.

En su poema ‘Cristo en la Cruz’, escrito en Kyoto en 1984, describe a su modo la escena de la crucifixión: “Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra. /Los tres maderos son de igual altura. /Cristo está en el medio. Es el tercero. /La negra barba sobre el pecho. /El rostro no es el rostro de las láminas. /Es áspero y judío”.

A seguidas dice que no lo ve y que le buscará hasta el último día de sus pasos por la Tierra. Quizás le siguió buscando o le encontró antes de morir en Ginebra el 14 de junio de 1986. La conjetura no hace daño a nadie. Pero volvamos al poema: “El hombre quebrantado sufre y calla. /La corona de espinas le lastima. /No lo alcanza la befa de la plebe /que ha visto su agonía tantas veces. /La suya o la de otro. Da lo mismo”.

El último verso es sumamente significativo, pues concibe la agonía de Cristo desde entonces hasta hoy. “Jesús estará en la agonía hasta el fin del mundo; no hay que dormir durante este tiempo”, escribió Pascal en ‘El misterio de Jesús’. La cita la hace Miguel de Unamuno como nota marginal a su célebre ensayo ‘La agonía del cristianismo’.

Borges ratificará el carácter humano de Cristo: “Cristo en la cruz. Desordenadamente /piensa en el reino que tal vez lo espera, /piensa en una mujer que no fue suya”. Este último verso indica que Borges (fijémonos en la época) no está al margen de ciertas ideas en boga por entonces, alguna que otra novela o filme, del que oiría hablar, por supuesto.
El último verso y ese “reino que tal vez lo espera”, apuntan a la duda que Borges creyó entender en las postrimerías de aquel sacrificio supremo. Idea que Borges afianza con estos versos: “Sabe que no es dios y que es un hombre /que muere con el día. No le importa. /Le importa el duro hierro de los clavos [...] Nos ha dejado espléndidas metáforas /y una doctrina del perdón que puede /anular el pasado”.

Entonces, el texto borgiano avanza a su dramático desenlace: “El alma busca el fin, apresurada. /Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto. /Anda una mosca por la carne quieta”. Borges, a tenor de sus tesis, olvida el grito previo del Señor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado” (Mt. 27. 46). Un grito que lo humaniza y devela los misterios de su sacrificio. Borges sólo tiene en cuenta un Cristo muerto, y añade: “Anda una mosca por la carne quieta”.

Por último, Borges corrobora nuestra tesis: “¿De qué puede servirme que aquel hombre /haya sufrido, si yo sufro ahora?” Sin duda alguna, no le fue dado -empleando algunos de sus propios términos- ver y entender la resurrección. Entrevió y admiró la ética protestante, como declaró más de una vez, pero no sus fundamentos esenciales. Las conjeturas, dada la densidad semántica del texto, pueden ser muchas. ‘Cristo en la Cruz’, provocador y sugestivo, en ello encierra su maestría.

Mas, poniendo aparte estas reflexiones sobre uno de sus muchos y extraordinarios poemas, el conjunto de la obra de Jorge Luis Borges, en este controvertido fin de milenio alcanza, sin duda alguna, esas cualidades que él atribuía a los clásicos: “Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”.



Fuente : La Hora – Nacional

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