De una tarde de
fútbol, con Enrique y Jorge Luis
(Al Dr. Eduardo de Rezendes, que alienta y alimenta, adorna
y multiplica, pero sobre todo disfruta de anécdotas como esta)
En una tarde de fin de semana como aquella (en Buenos Aires
cuentan que fue y me gustaría creer que fue en Salto; por los años 40 dicen y
me resisto a encasillarlo en la precisión de una década) una ciudad entera
respira únicamente fútbol. En todas sus calles y en todos sus cafés respira
fútbol. Y ni que hablar en las cercanías de un estadio. Eso es cierto. Pero ¿no
tenía otra cosa para hacer esa tarde Jorge Luis, aquel hombre elegante, de
bastón (¿ya lo usaba?), que alguna vez dijo que el fútbol era una cosa estúpida
de los ingleses y un deporte estéticamente feo? (Qué bárbaro hubiera estado,
ahora que pienso, una polémica en público con Albert Camus, que una vez dijo:
“mis dos universidades de la vida fueron el teatro y el fútbol”).
Seguro que a Jorge Luis lo habrá convencido Enrique, su
amigo uruguayo (del Salto Oriental), vaya uno a saber con qué argumentos.
Quizás con el solo argumento de que entrar a un estadio repleto de almas
eufóricas, era como entrar a la desolación de una carreta rudimentaria donde
espera deseosa de amor y de dinero (eufóricamente contenido) una mujer desnuda;
una carreta anclada en el medio del campo oriental, campo en el medio de una
nada absoluta. Pero el hecho es que entraron al estadio, donde los demás le
llamaban Campo a lo pequeño que estaba un poco más allá… (entre líneas blancas
mal pintadas).
¿Y quién jugaba? No lo sabemos. Tampoco lo sabían ellos. No
lo supieron nunca ni lo sabremos nosotros. Pero no importa. Eran ante ellos
simplemente camisetas de un color de un lado y de otro color del otro lado
(suena irónica la palabra Colores si estaba Jorge Luis).
No prestaron atención ni a una sola jugada. Cada uno pensaba
en un cuento: Enrique (el apenas menor de los dos, pero al que la muerte le
ganaría antes y por goleada) en “Gaucho pobre” y Jorge Luis en “Hombre de la
esquina rosada”, que se dedicarían respectivamente algún tiempo después. ¿O ya
lo habían hecho? (sucede que el mayor no se fatigaba de enseñar que el tiempo
es un laberinto donde no es fácil hallar a Ariadna).
…Y de lenguaje orillero hablarían, y con lenguaje orillero
hablarían, mientras muchachos sudorosos corrían detrás de un pedazo de cuero
inflado.
Hay quienes dicen que se pasaron 45 minutos hablando sobre
filosofía griega, en especial de Platón. (Jorge Luis también miraba las
tribunas y pensaba que hasta las gradas podían fatigarse: dijo una vez en un
cuento que “nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas”). A los 45
minutos se levantaron y se fueron, porque no sabían que al espectáculo aún le
faltaba la otra mitad. Definitivamente, en el mundo hay esferas que no se
tocan. Hay seres que transitan caminos del laberinto que no habrán de tocarse
nunca.
La única vez que Jorge Luis Borges entró a un estadio de
fútbol en los casi ochenta y siete años que duró su vida fue esa: una tarde en
que lo acompañó su amigo Enrique Amorim y se pasaron hablando de los griegos
como en cualquier banco de plaza o mostrador de boliche. En toda su vida Borges
jamás gritó un gol: cero a cero finalizó aquel partido lleno de magia.
Hay quienes refieren también a que en una de las jugadas de
más riesgo de gol, ninguno de nuestros personajes se dio por enterado. El
salteño habría dicho en una entrevista, varios años después, que esa tarde se
la pasó pensando en por qué a su amigo nunca le dijeron “Jorge Borges”, sino
siempre la prolongación de tres palabras, “Jorge Luis Borges”, o bien la
censura lapidaria de una: “Borges” a secas. También en Federico pensó toda la
tarde.
El argentino en tanto pensaba en detalles arquitectónicos
que, en su humilde consideración (siempre humilde Borges o el otro) habría que
mejorar en La Nubes para que se pareciera más a un barco (advertencia que había
hecho y le quitó el sueño por varias noches, en su penúltima visita al chalet).
Fuente : Diario del Pueblo - Uruguay
http://www.diarioelpueblo.com.uy/titulares/de-una-tarde-de-futbol-con-enrique-y-jorge-luis.html
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