En mayo de 1970, ya
ciego, disertó en medio de un corte de luz.
La visita de Borges fue en el marco de los festejos por los
80 años de Gregorio Álvarez.
PABLO MONTANARO
Ciego desde hacía unos años, Borges se dirigió al auditorio
que colmaba la sala del edificio de Belgrano y Salta, donde funcionaba la
Universidad de Neuquén, y les dijo: "Estoy acostumbrado a la oscuridad.
Por mi parte no tengo inconvenientes en continuar la charla". Mientras
tanto, los organizadores buscaban velas para iluminar la sala.
Tras la presentación de Jorge Doroteo Solana, por entonces
director interino de la casa de estudios, durante algo más de una hora y en
medio de la oscuridad de una sala apenas iluminada por las velas, el autor de
El hacedor ofreció su disertación. Su porte algo dubitativo, su modo pausado de
hablar arrastrando las palabras y la profundidad de sus reflexiones cautivaron
de inmediato al auditorio.
Una breve nota publicada en el diario Río Negro señaló que
en su disertación Borges "parangonó" realidad y fantasía, aludiendo a
los artificios imaginativos de Edgar Allan Poe, Henry James, H.G. Wells y hasta
se preguntó si la vida que vivimos diariamente "puede ingresar dentro del
género llamado realista o en el más amplio de la fantasía".
Borges había arribado a esta ciudad en el marco del festejo
por los 80 años del médico y escritor Gregorio Álvarez. Lo hizo junto a Elsa
Astete Millán, con la que se había casado tres años antes y se separó unos
meses después de su estadía en Neuquén, y a la que la madre de Borges, Leonor
Acevedo, no aceptaba porque no hablaba inglés.
En su condición de secretario de la comisión de escritores,
el historiador Juan María Raone también agasajó a Borges en su casa. A los 90
años recuerda ese encuentro.
"Con un ciego uno trata de ser lo más amable posible.
Imaginate lo que fue estar con Borges, que además de ciego era un gran
escritor. Uno le hablaba como si le hablara a un padre", confiesa.
Como si se tratara de un tesoro, Raone exhibe orgulloso el
libro de Gregorio Álvarez El tronco de oro, que lleva estampada la firma de
Borges con esa inconfundible letra diminuta del escritor que obtuvo un sinfín
de reconocimientos, pero nunca el Nobel de Literatura, y de cuya muerte el
martes se cumplieron 30 años.
Cuando Jorge Luis Borges visitó Neuquén en mayo de 1970, ya
había sido galardonado por la Fundación Bienal de San Pablo con el Premio
Interamericano de Literatura de Brasil.
Además, ese año publicó El informe de Brodie, un libro de
madurez narrativa en el que los relatos se despliegan hasta el extremo de lo
fantástico, una marca bien borgeana.
Durante su visita a la ciudad de Neuquén, Jorge Luis Borges
cumplió con el ritual del té. El lugar fue la casa del doctor Eduardo Castro
Rendón en la calle Santa Fe y la que más disfrutó, no sólo de la infusión sino
también de escuchar a su admirado escritor, resultó ser su hija Inés.
Ni bien Borges terminó de dar una conferencia en la Cooperadora
Escolar Conrado Villegas, Inés Castro Rendón se acercó, le dio la mano y lo
invitó a tomar el té. Hoy, a los 83 años, Inés recuerdó que Borges "aceptó
gustoso el convite". "Me pidió que le ayudara a bajar los dos o tres
escalones que tenía el escenario donde dio la charla, me agarró del brazo y nos
fuimos caminando hasta la casa de mi padre", contó.
De esa extensa charla, la memoria de Inés retuvo algunas
consideraciones expresadas por Borges sobre la literatura: "Dijo que
cuando se empieza a escribir se lo hace de manera muy barroca y que el gran
desafío de todo escritor es llegar a la simplicidad de lo que se quiere
transmitir. Para Borges la forma barroca de escribir era sinónimo de vanidad o
soberbia del escritor. Yo no era escritora pero me pareció muy certero lo que
dijo aquel día".
Hacía tiempo que Inés se había hecho una lectora fiel de
Borges. Confiesa que cuando leyó por primera vez "Hombre de la esquina
rosada", se preguntó: "¿Puede haber una persona que escriba
así?".
(Agradecemos al Sistema Provincial de Archivos del Neuquén y
a Elsa Bezzera por las fotografías.)
Fuente : lmneuquen.com
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