Andrea Díaz Genis
"Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras:
los astros y los hombres vuelven cíclicamente;
los átomos fatales repetirán la urgente
Afrodita de oro, los tébanos, las ágoras"
J. L. Borges
Sabemos que una de las obsesiones temáticas borgeanas es el
problema del tiempo. La posibilidad de refutar el tiempo, asociado al
movimiento, el desgaste y la muerte, es una temática recurrente en la obra del
escritor argentino. Dentro de esta problemática, Borges se ocupa de la
eternidad, entendida como perduración infinita, también de la posibilidad de
superar la concepción judeo-cristiana del tiempo, el tiempo como pasado
presente y futuro, como tiempo lineal y ascendente, a través de la concepción
del eterno retorno que fascinaba al autor y que es retomada por él, a partir de
los griegos.
El eterno retorno como “doctrina” aparece sobre todo divulgada a
partir de Nietzsche. Borges dedica un artículo especialmente a refutar esta
doctrina tal y como éste la interpreta en el pensamiento del filósofo alemán.
El artículo al que hacemos referencia se titula: “La doctrina de los ciclos”, y
aparece en su libro Historia de la eternidad (2001, pp.87-104). Allí está
citado Nietzsche, en uno de sus ensayos sobre “el eterno retorno de lo mismo”,
en donde aparece una versión seudo científica de esta doctrina, que es la que
Borges ataca especialmente. “El número de todos los átomos que componen el
universo es, aunque desmesurado, finito, y solo capaz como tal de un número
finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el
número de las permutaciones posibles debe ser alcanzado, y el universo debe
repetirse (2001: 89, las cursivas no son nuestras).
El escritor argentino encara la refutación de esta
improbable, o fantástica doctrina (para Borges la metafísica es parte de la
literatura fantástica, en realidad la filosofía toda ha sido para Borges,
“materia prima” para la imaginación fantástica, esta doctrina no es más que
otro ejemplo de esta posibilidad). Borges concibe un “frugal universo” de solo
diez átomos, estos darían lugar a una serie de combinaciones. Dado que el
número es limitado, las combinaciones también serán limitadas. Si esas
partículas arrojan como resultado la cifra de 3.628.800, poca fe le tenemos que
presentar según Borges, a un supuesto retorno del universo. Según Borges,
Nietzsche le podría contestar que jamás desmintió que las “vicisitudes de la
materia fueran cuantiosas”, lo único que ha declarado es que no eran infinitas.
Para refutar esta idea, Borges se apropia de la teoría de los conjuntos de
Georg Cantor.
Según nuestro autor, Cantor destruye el fundamento de la tesis de
Nietzsche. Este afirma la infinitud de los puntos del universo, hasta de un
metro de universo o una fracción de metro. El roce de la teoría de Cantor con
la teoría nietzscheana es fatal para Nietzsche, según Borges. “Si el universo
consta de un número infinito de términos, es rigurosamente capaz de un número
infinito de combinaciones -y la necesidad de un Regreso queda vencida. Queda su
mera posibilidad, computable a cero” (2001:94).
De esta manera, Borges pretende
refutar una doctrina, que, en realidad, no tiene su fuerte en su punto de vista
seudo científico, sino en su aspecto ético, y en relación a toda la filosofía
de Nietzsche que Borges no toma en cuenta.
Otro aspecto de la refutación borgeana de la doctrina se
refiere a que esta idea tiene diversos antecedentes en la historia del
pensamiento: parte de los griegos, atraviesa la refutación de los cristianos en
los evangelios (menciona Hechos de los Apóstoles, III, 21), pasa por San
Agustín, posteriormente por John Stuart Mill en su Lógica que hace referencia a
que si bien es concebible no es verdadera una repetición periódica de la
historia. El cuestionamiento de Borges pasa por el hecho de que cómo Nietzsche,
siendo un helenista encumbrado, con toda su formación filosófica, puede
desconocer estos antecedentes e imputarse la autoría de dicha doctrina. Deduce
que esto es improbable, que tiene que haber una razón por la cual Zaratustra se
autoproclama dicha teoría. Borges atribuye el olvido “conciente” de las fuentes
del eterno retorno a un problema de estilo, propiamente gramatical. Dado el
estilo profético de Zaratustra, tiene más fuerza hablar en primera persona, es
decir, que éste se atribuya de alguna manera la doctrina. El estilo profético,
según nuestro autor, no admite el comillado o la cita erudita. En realidad, el
que Nietzsche no se refiera a las fuentes del eterno retorno no se debe, en
nuestro modesto parecer, a un problema de estilo. Es cierto que el Zaratustra
está escrito en estilo profético, pero existen otras obras en las que también
se hace referencia al eterno retorno sin referirse a las fuentes de esta idea y
que no están escritas en estilo profético, por ejemplo, La gaya ciencia, o La
voluntad de poder. La idea del eterno retorno si bien está presente en diversas
culturas, y no sólo en Grecia (como hace referencia Mircea Eliade en su libro
El mito del eterno retorno), en Nietzsche adquiere matices propios y
originales, sólo explicables desde la totalidad de su filosofía. Pero según
Borges, de alguna manera, el pensamiento del eterno retorno es ya de
Zaratustra. Nietzsche, nos dice Borges, quería hombres capaces de inmortalidad,
hombres capaces de enamorarse de su destino. Para ello siguió un método
heroico.
Dice Borges: “desenterró la intolerable hipótesis griega de
la eterna repetición y procuró deducir de esa pesadilla mental una ocasión de
júbilo. Buscó la idea más horrible del universo y la propuso a la delectación
de los hombres” (:99). A Borges le parece la idea más horrible de todas.
Nietzsche mismo nos advirtió que esta podía ser la peor de las ideas,
precisamente desde el marco desde el nihilismo pasivo, de aquel que simplemente
tiene una vida reactiva, disminuida, que padece la vida. Lo grande y lo pequeño
se va a volver a repetir, sólo aquel que ama su destino (amor fati) puede
aceptar la eterna repetición de las cosas. Sólo aquel que tiene una relación
activa, el creador, aquel que tiene voluntad de poder, sólo aquel que puede
decir, es así, pero así lo quise yo, es capaz de soportar el eterno retorno de
las cosas. Esa es la persona que requiere el eterno retorno, el superhombre. El
eterno retorno es por eso una idea o doctrina que permite seleccionar tipos
humanos, que fortalece la voluntad de poder, que es lo que le interesa a
Nietzsche. Es por eso que la idea más horrible puede ser, desde otro punto de
vista, la idea más transformadora y prometedora.
Pero Borges sigue insistiendo en refutar, de alguna manera,
la hipótesis física del eterno retorno, por ejemplo mostrando que la segunda
ley de la termodinámica dice que hay procesos energéticos que son
irreversibles. Es el caso de una luz que proyectada sobre una superficie negra
se convierte en calor. Sin embargo, este calor no puede volver a ser luz, es un
proceso irreversible, por lo tanto el eterno retorno no es cierto.
Argumentos por el estilo son los que aduce Borges para
refutar a Nietzsche, poniendo hincapié en el aspecto científico de la idea del
eterno retorno, que para nada es el fuerte del filósofo (tampoco el de Borges,
claro está), y dejando de lado, según nuestra opinión, la parte importante de
la idea nietzscheana del eterno retorno. Lo que muestra Borges en este “rodeo”
ipso facto, es justamente, que lo que cabe destacar de esta idea, es su
posibilidad de contribuir a la imaginación literaria. Es de alguna manera
“fantástico” (sobre todo desde el punto de vista de nuestra cultura y su
concepción del tiempo) la idea de que nuestra vida, y todo lo que la rodea, se
va a volver a repetir; esto puede dar lugar a gran cantidad de fábulas,
cuentos, narraciones de todo tipo (recuerdo ahora La insoportable levedad del
ser, de Milán Kundera, que comienza con la idea del eterno retorno de lo
mismo). El mismo Borges, precisamente, retoma esta idea, no en tanto filósofo,
que no lo es (al menos desde un punto de vista “profesional”), sino en tanto
escritor que sabe encontrar fuentes de inspiración literarias en la filosofía,
ricas en posibilidades imaginativas. Si bien Borges aparece “refutando” el
aspecto científico de la teoría nietzscheana y su supuesta originalidad, con
“argumentos”, en realidad está explotando el aspecto “disparatado” de la
teoría, y resaltando, por lo mismo, su valor para la literatura. En definitiva,
un escritor como Borges, a través del ensayo, puede mostrar el disparate de una
teoría filosófica, porque sabe que de alguna manera alienta con ello su propia
fuente de inspiración literaria.
Fuente : Enciclopedia
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