Paula Boente
Para anotar en libretas, entregarse a la lectura,
intercambiar ideas con intelectuales o simplemente ver la gente pasar: los
escritores suelen tener un vínculo entrañable con las confiterías y bares.
Jorge Luis Borges supo tener también sus cafetines porteños, locales con los
que entrelazó su historia.
De Retiro a Palermo, pasando por Once y Montserrat. Las
señales borgeanas se sintonizan entre ruido de vajilla, silbido de cafeteras y
conversaciones de barrio.
Entre los bares más emblemáticos, hoy dos con figuras
destinadas a inmortalizar la presencia del autor de Ficciones: la Biela y el
Tortoni. En este último, la yunta legendaria está compuesta por Borges,
Alfonsina Storni y Gardel, que se acodan en una de las mesitas de mármol.
Recorrer ese café tan tradicionalmente porteño y pedir a alguno de los mozos de
moñito una indian tonic, como hacía el escritor, puede ser un buen recreo en la
vida del microcentro. Si está el gerente general, el señor Roberto Fanego,
quien fue testigo de esas veladas de Borges, tal vez le preste alguno de los
libros del escritor, para leer entre sorbo y sorbo.
La Biela, en Recoleta, es otro de los bares donde se puede
ver una estatua de Borges, en este caso con su compinche inseparable, la otra
mitad de Bustos Domecq: Adolfo Bioy Casares. Para los turistas, irresistible la
tentación de una foto con estos dos próceres literarios.
Más cerca del bajo, en la zona de retiro, se puede conocer
la confitería Saint Moritz, que abrió sus puertas en el año 1959. Masas
cremosas y triples de miga se compartían entre afiches de ese centro nevado de
Suiza. Para muchos era parada habitual después de recorrer las galerías de arte
de la zona. Borges, vecino del lugar, pasaba sus horas y despuntaba la charla
en alguna de las mesas de esta cafetería aún ofrece cosas ricas.
En plena city porteña, aún se conserva algo de la mítica
Richmond, lugar de las reuniones del Grupo Florida, del que Borges formaba
parte. Allí compartió tertulias con Ricardo Güiraldes, Oliverio Girondo,
Marechal, Conrado Nalé Roxlo y Macedonio Fernández, entre otros.
La Richmond es hoy casa de deportes, pero conserva un
pequeño bar
Lejos quedaron las mesas de billar y los sillones
Chesterfield de esta confitería, que supo dejar su impronta hasta en algunos
platos, como la ensalada Richmond (con camarones, palmito, manzana y apio). Hoy
el local fue transformado en casa de deportes pero mantiene un pequeño bar con
cuatro mesas. bronce y sus columnas doradas. Adentro, hay que atravesar
estanterías con zapatillas y remeras fluo para llegar, al son de la música
electrónica, a la barra de madera, custodiada por un cuadro con jinetes en
cabalgata, para pedir un cafecito.
En Balvanera, una de los bares con más historia supo también
albergar a Borges. La Perla del Once no sólo aparece en las páginas del Rock Nacional,
sino también en el universo de las letras. Según se dice, Macedonio Fernández
recibía allí a varios El frente mantiene su cartel de jóvenes artistas como
Borges, Xul Solar o Leopoldo Marechal para debatir sobre filosofía. En Villa
del Parque, el Café bar Tokio, uno de los bares notables, se vincula al autor
de El Aleph dentro del mundo ficcional: es mencionado en “Un modelo para la
muerte”.
Otros locales que trazaron la estela borgeana quedan en el
recuerdo de días mejores: confitería del Águila, Petit Café, Saint James y la confitería
del Molino.
Fuente : Diario BAE
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