La fortuna de Jorge
Luis Borges en Italia tiene ya una historia de treinta años: comienza en
realidad en 1955, fecha de la primera traducción de Ficciones, bajo el título
La biblioteca di Babele en las ediciones Einaudi, y culmina hoy con la edición
de su obra completa en los «Meridiani» Mondadori. Que yo recuerde fue Sergio
Solmi quien después de haber leído los cuentos de Borges en traducción francesa
habló de ellos con entusiasmo a Elio Vittorini, quien propuso enseguida la
edición italiana, encontrando un traductor apasionado y congenial en Franco
Lucentini. Desde entonces los editores italianos han rivalizado en la
publicación de los volúmenes del escritor argentino, en traducciones que ahora
Mondadori reúne junto con otros textos hasta este momento jamás traducidos; de
esta que será la edición más completa de su opera omnia hasta hoy existente, ve
la luz justamente en estos días el primer volumen al cuidado de un amigo muy
fiel, Domenico Porzio
.
La fortuna editorial ha ido acompañada de una fortuna literaria
que es al mismo tiempo su causa y su efecto. Pienso en los tributos de
admiración de escritores italianos, incluso de los más alejados de él por su
poética; pienso en los intentos serios de dar una definición crítica de su
mundo; y pienso también y sobre todo en la influencia que han tenido en la
creación literaria italiana su gusto y su idea misma de literatura: podemos
decir que muchos de los que han escrito en estos últimos veinte años, a partir
de los pertenecientes a mi propia generación, han estado profundamente marcados
por ellos.
¿Qué ha determinado este encuentro entre nuestra cultura y
una obra que encierra en sí un conjunto de patrimonios literarios y filosóficos
en parte familiares para nosotros, en parte insólitos, y los traduce en una clave
que desde luego estaba muy alejada de las nuestras? (Hablo de una lejanía de
entonces, respecto de los senderos trillados de la cultura italiana en los años
cincuenta.)
Sólo puedo responder apelando a mi memoria, tratando de
reconstruir lo que ha significado para mí la experiencia de Borges desde los
comienzos hasta hoy. Experiencia cuyo punto de partida y punto de apoyo son dos
libros, Ficciones y El aleph, es decir ese género literario particular que es
el cuento borgiano, para pasar después al Borges ensayista, no siempre bien
separable del narrador, y al Borges poeta, que contiene a menudo núcleos de
cuentos y en todo caso un núcleo de pensamiento, un diseño de ideas.
Empezaré por el motivo de adhesión más general, es decir el
haber reconocido en Borges una idea de la literatura como mundo construido y
gobernado por el intelecto. Esta idea va contra la corriente principal de la
literatura mundial de nuestro siglo, que toma en cambio una dirección opuesta,
es decir quiere darnos el equivalente de la acumulación magmática de la
existencia en el lenguaje, en el tejido de los acontecimientos, en la
exploración del inconsciente. Pero hay también una tendencia de la literatura
de nuestro siglo, ciertamente minoritaria, que ha tenido su sostenedor más
ilustre en Paul Valéry —pienso sobre todo en el Valéry prosista y pensador— que
apunta a un desquite del orden mental sobre el caos del mundo. Podría tratar de
rastrear las señales de una vocación italiana en esta dirección, desde el siglo
XIII hasta el Renacimiento, el siglo XVII, el siglo XX, para explicar cómo
descubrir a Borges fue para nosotros ver realizada una potencialidad acariciada
desde siempre: ver cómo cobra forma un mundo a imagen y semejanza de los
espacios del intelecto, habitado por un zodiaco de signos que responden a una
geometría rigurosa.
Pero quizá para explicar la adhesión que un autor suscita en
cada uno de nosotros, más que de grandes clasificaciones categoriales es
preciso partir de razones más precisamente relacionadas con el arte de escribir.
Entre ellas pondré en primer lugar la economía de la expresión: Borges es un
maestro del escribir breve. Consigue condensar en textos siempre de poquísimas
páginas una riqueza extraordinaria de sugestiones poéticas y de pensamiento:
hechos narrados o sugeridos, aperturas vertiginosas sobre el infinito, e ideas,
ideas, ideas. Cómo se realiza esta densidad, sin la más mínima congestión, en
los párrafos más cristalinos, sobrios y airosos; cómo esa manera de contar
sintéticamente y en escorzo lleva a un lenguaje de pura precisión y concreción,
cuya inventiva se manifiesta en la variedad de ritmos, en los movimientos
sintácticos, en los adjetivos siempre inesperados y sorprendentes: este es el
milagro estilístico, sin igual en la lengua española, del cual sólo Borges
posee el secreto.
Leyendo a Borges he tenido a menudo la tentación de formular
una poética del escribir breve, elogiando su primacía sobre el escribir largo,
contraponiendo los dos órdenes mentales que la inclinación hacia el uno y hacia
el otro presupone, por temperamento, por idea de la forma, por sustancia de los
contenidos. Me limitaré por ahora a decir que la verdadera vocación de la
literatura italiana, la que preserva sus valores en el verso o la frase en que
cada palabra es insustituible, se reconoce más en el escribir breve que en el
escribir largo.
Para escribir breve, la invención fundamental de Borges, que
fue también la invención de sí mismo como narrador, el huevo de Colón que le
permitió superar el bloqueo que le había impedido, hasta los cuarenta años,
pasar de la prosa ensayista a la prosa narrativa, fue fingir que el libro que
quería escribir estaba ya escrito, escrito por otro, por un hipotético autor
desconocido, un autor de otra lengua, de otra cultura, y describir, recapitular,
reseñar ese libro hipotético. Forma parte de la leyenda de Borges la anécdota
de que cuando apareció en la revista Sur el primer y extraordinario cuento
escrito con esa fórmula, El acercamiento a Almotásim, se creyó que era
realmente una reseña del libro de un autor indio. Así como forma parte de los
lugares obligados de la crítica sobre Borges observar que cada texto suyo
duplica o multiplica el propio espacio a través de otros libros de una
biblioteca imaginaria o real, lecturas clásicas o eruditas o simplemente
inventadas. Lo que más me interesa señalar aquí es que con Borges nace una
literatura elevada al cuadrado y al mismo tiempo una literatura como extracción
de la raíz cuadrada de sí misma: una «literatura potencial», para usar una
expresión que se desarrollará más tarde en Francia, pero cuyos preanuncios se
pueden encontrar en Ficciones, en los puntos de partida y fórmulas de las que
hubieran podido ser las obras de un hipotético Herbert Quain.
Que para Borges sólo la palabra escrita tiene plena realidad
ontológica, y que las cosas del mundo existen para él sólo en cuanto remiten a
cosas escritas, ha sido dicho muchas veces; lo que quiero subrayar aquí es el
circuito de valores que caracteriza esta relación entre mundo de la literatura
y mundo de la experiencia. Lo vivido se valora en la medida en que se inspira
en la literatura o en que repite arquetipos literarios: por ejemplo, entre una
empresa heroica o temeraria de un poema épico y una empresa análoga vivida en
la historia antigua o contemporánea, hay un intercambio que lleva a identificar
y comparar episodios y valores del tiempo escrito y del tiempo real. En este
cuadro se sitúa el problema moral, siempre presente en Borges como un núcleo
sólido en la fluidez e intercambiabilidad de los escenarios metafísicos. Para
este escéptico que parece degustar ecuánimemente filosofías y teologías sólo
por su valor espectacular y estético, el problema moral vuelve a presentarse
idénticamente, de un universo a otro, en sus alternativas elementales de coraje
y vileza, de violencia provocada y sufrida, de búsqueda de la verdad. En la
perspectiva borgiana, que excluye todo espesor psicológico, el problema moral
aflora simplificado y casi en los términos de un teorema geométrico, en el que
los destinos individuales trazan un diseño general que cada uno, antes de
escoger, debe reconocer. Pero las suertes se deciden en el rápido tiempo de la
vida real, no en el fluctuante tiempo del sueño, no en el tiempo cíclico o
eterno del mito.
Y aquí ha de recordarse que del epos de Borges no forma
parte solamente lo que se lee en los clásicos, sino también la historia
argentina, que en algunos episodios se identifica con su historia familiar, con
hechos de armas de sus antepasados militares en las guerras de la joven nación.
En el «Poema conjetural», Borges imagina dantescamente los pensamientos de uno
de sus antepasados maternos, Francisco Laprida, mientras yace en un pantano,
herido, después de una batalla, acosado por los gauchos del tirano Rosas, y
reconoce su propio destino en la muerte de Buonconte da Montefeltro, tal como
la recuerda Dante en el canto V del Purgatorio. En un análisis puntual de este
poema, Roberto Paoli ha observado que Borges se basa, más que en el episodio de
Buonconte explícitamente citado, en un episodio contiguo del mismo canto V del
Purgatorio, el de Jacopo del Cassero. La ósmosis entre hechos escritos y hechos
reales no podría ejemplificarse mejor: el modelo ideal no es un acontecimiento
mítico anterior a la expresión verbal, sino el texto como tejido de palabras,
imágenes y significados, composición de motivos que se responden, espacio
musical en el que un tema desarrolla sus variaciones.
Hay un poema todavía más significativo para definir esa
continuidad borgiana entre acontecimientos históricos, epos, transfiguración
poética, fortuna de los motivos poéticos y su influencia en el imaginario
colectivo. Y este es también un poema que nos toca de cerca porque se habla del
otro poema italiano que Borges ha frecuentado intensamente, el de Ariosto. El
poema se titula «Ariosto y los árabes». Borges pasa revista al epos carolingio
y al bretón que confluyen en el poema de Ariosto, quien planea sobre estos
motivos de la tradición montado en el Hipogrifo, es decir hace de ellos una
transfiguración fantástica, al mismo tiempo irónica y llena de pathos. La
fortuna del Orlando furioso desplaza los sueños de las leyendas heroicas
medievales a la cultura europea (Borges cita a Milton como lector de Ariosto),
hasta el momento en que los que habían sido sueños de los ejércitos enemigos de
Carlomagno, es decir del mundo árabe, toman la delantera: Las mil y una noches
conquistan a los lectores europeos ocupando el lugar del Orlando furioso en el
imaginario colectivo.
Hay pues una guerra entre los mundos fantásticos de Occidente
y de Oriente que prolonga la guerra histórica entre Carlomagno y los
sarracenos, y ahí es donde Oriente se toma su desquite.
El poder de la palabra escrita se vincula pues con lo vivido
como origen y como fin. Como origen porque se convierte en el equivalente de un
acontecimiento que de otro modo sería como si no hubiese sucedido; como fin
porque para Borges la palabra escrita que cuenta es la que tiene un fuerte
impacto sobre la imaginación, como figura emblemática o conceptual hecha para
ser recordada y reconocida cada vez que aparezca en el pasado o en el futuro.
Estos núcleos míticos o arquetipos, que probablemente se
pueden calcular en un número finito, se destacan sobre el fondo inmenso de los
temas metafísicos más caros a Borges. En cada uno de sus textos, por todas las
vías, Borges termina hablando del infinito, de lo innumerable, del tiempo, de
la eternidad o de la simultaneidad o carácter cíclico de los tiempos. Y aquí
vuelvo a referirme a lo que decía al principio sobre la máxima concentración de
significados en la brevedad de sus textos.
Tomemos un ejemplo clásico del arte
borgiano: su cuento más famoso, «El jardín de senderos que se bifurcan». La
intriga visible es la de un cuento de espionaje convencional, una intriga de
aventuras condensada en una docena de páginas y un poco tirada de los cabellos
para llegar a la sorpresa del final. (El epos que Borges utiliza comprende
también las formas de la narrativa popular.) Este cuento de espionaje incluye
otro cuento en el que el suspense es de tipo lógico-metafísico y el ambiente
chino: se trata de la busca de un laberinto. Este cuento incluye a su vez la
descripción de una interminable novela china. Pero lo que más cuenta en este
compuesto ovillo narrativo es la meditación filosófica sobre el tiempo que en
él transcurre, más aún, la definición de las concepciones del tiempo que
sucesivamente se enuncian. Al final comprendemos que lo que habíamos leído es,
bajo la apariencia de un thriller, un cuento filosófico e incluso un ensayo
sobre la idea del tiempo.
Las ideas del tiempo que se proponen en «El jardín de
senderos que se bifurcan», cada una contenida (y casi oculta) en pocas líneas,
son: una idea de tiempo puntual como un presente subjetivo absoluto («Después
reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente
ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables
hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa
a mí…»); después una idea de tiempo determinado por la voluntad, el tiempo de una acción decidida de una vez por todas en la que el
futuro se presenta irrevocable como el pasado; y por fin la idea central del
cuento: un tiempo plural y ramificado en el que cada presente se bifurca en dos
futuros, de manera de formar «una red creciente y vertiginosa de tiempos
divergentes, convergentes y paralelos». Esta idea de infinitos universos
contemporáneos en los que todas las posibilidades se realizan en todas las
combinaciones posibles no es una digresión del cuento sino la condición misma
de que el protagonista se sienta autorizado a ejecutar el delito absurdo y
abominable que su misión de espía le impone, seguro de que ello sólo ocurre en
uno de los universos, pero no en los otros, más aún, que ejecutándolo aquí y
ahora, él y su víctima podrán reconocerse amigos y hermanos en otros universos.
Esa concepción del tiempo plural es cara a Borges porque es
la que reina en la literatura, más aún, es la condición que hace posible la
literatura. El ejemplo que voy a dar se relaciona una vez más con Dante, y es
un ensayo de Borges sobre Ugolino della Gherardesca, y más precisamente sobre
el verso Poscia, più che il dolor, poté il digiuno [«Después, más que el dolor,
pudo el ayuno»], y lo que se calificó de «inútil controversia» sobre el posible
canibalismo del conde Ugolino. Revisando la opinión de muchos de los
comentadores, Borges concuerda con la mayoría de ellos en que el verso debe
entenderse en el sentido de la muerte de Ugolino por inanición. Pero añade: el
que Ugolino pudiera comerse a sus propios hijos, Dante, aun sin querer que lo
tomemos por verdadero, ha querido que lo sospecháramos «con incertidumbre y
temor». Y Borges enumera todas las alusiones al canibalismo que se suceden en
el canto XXXIII del Infierno, empezando por la visión inicial de Ugolino
royendo el cráneo del arzobispo Ruggieri.
El ensayo es importante por las consideraciones generales
con que termina. En particular (y es una de las afirmaciones de Borges que más
coincide con el método estructuralista) la de que el texto literario consiste
exclusivamente en la sucesión de palabras que lo componen, por lo cual «de
Ugolino debemos decir que es una estructura verbal que consta de unos treinta
tercetos». Después la que se relaciona con las ideas muchas veces sostenidas
por Borges sobre la impersonalidad de la literatura para argüir que «Dante no
supo mucho más de Ugolino que lo que sus tercetos refieren». Y finalmente la
idea a la que quería llegar, que es la del tiempo plural: «En el tiempo real,
en la historia, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas
opta por una y elimina y pierde las otras: no así en el ambiguo tiempo del
arte, que se parece al de la esperanza y al del olvido. Hamlet, en ese tiempo,
es cuerdo y es loco. En la tiniebla de su Torre del Hambre, Ugolino devora y no
devora los amados cadáveres, y esa ondulante imprecisión, esa incertidumbre, es
la extraña materia de que está hecho. Así, con dos posibles agonías, lo soñó
Dante y así lo soñarán las generaciones».
Este ensayo está contenido en un libro publicado en Madrid y
todavía no traducido en Italia, que recoge los ensayos y las conferencias de
Borges sobre Dante: Nueve ensayos dantescos. El estudio asiduo y apasionado del
texto capital de nuestra literatura, la participación congenial con que ha
sabido aprovechar el patrimonio dantesco para su meditación crítica y su obra
de creación, son una de las razones, aunque no la última, por la que Borges es
aquí celebrado y por eso le expresamos una vez más con emoción y con afecto
nuestro reconocimiento por el alimento que sigue dándonos.
1984
En ¿Por qué leer los clásicos? Siruela –Biblioteca Ítalo
Calvino-, Madrid 2009
Fuente : De Fierro - JUST ANOTHER WORDPRESS.COM SITE
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