sábado, 20 de mayo de 2017

Los miembros de esta secta creen que Jorge Luis Borges mintió sobre su ceguera


Guillermo Cabrera Infante, Andrés Trapiello, Juan Cruz o Miguel Postigo forman parte de una serie de creyentes que aseguran que Borges, en realidad, no sé quedó ciego en 1956

Por: Xaime Martínez

De la misma forma en que es difícil conversar con un gallego sin que se te pegue su acento, es imposible pensar en Jorge Luis Borges sin caer en la adjetivación insólita de su prosa, en las intricadas bromas que constituyeron su literatura.


Es por ello que esta historia resulta, tal vez, más borgiana que Borges.

La tesis la planteó por primera vez Guillermo Cabrera Infante —el desbordante narrador cubano— en un artículo de El País, y luego la recogieron con distinto éxito otros como Andrés Trapiello, Juan Cruz y un joven escritor, de nombre Miguel Postigo, que supo presentar pruebas verdaderamente inquietantes.

La propuesta de todos ellos, con ciertos matices, es fácil de resumir: que Borges no estaba ciego (o que, en palabras de Postigo, su ceguera no era «sino otra de sus pérfidas ficciones literarias»).


En su texto de 1986, Cabrera Infante cuenta la manera en que sucedió la revelación. El escritor cubano se encontraba acompañando a Borges en uno de sus viajes por Londres cuando decidió poner a prueba su visión:

«Llevé a Borges hasta el medio de la calle y lo dejé allí con un pretexto ad hoc. Vi los taxis venir, eludir a Borges apenas y seguir raudos. Borges no se inmutaba. Seguramente que, discípulo de Berkeley, los taxis no le concernían porque no existían al no verlos. Corrí a llevar a Borges a un sitio seguro y ni siquiera mencionó mi ausencia. Pero luego, de regreso al hotel, me señaló la línea amarilla junto al bordillo y me dijo: "Usted sabe, yo no veo nada ya. Solamente el color amarillo me es fiel. Esa raya que está ahí es lo único que veo de la calle"».

Andrés Trapiello, en otro artículo de ese mismo año, sostiene haber visto a Jorge Luis Borges realizar una maniobra similar ante el hotel Palace de Madrid.


Y de ser cierta esta anécdota, solo caben dos posibilidades: o Borges era primo de Daredevil, o no estaba tan ciego como había afirmado en sus poemas, ensayos e intervenciones públicas.

«Se lanzó a la calzada como Edipo en busca de su destino, temeraria, ciegamente. A éste, pensé, lo van a matar los coches. Daba la impresión de César camino del Senado. Iba a una muerte segura. Pero no. Cada vez que se aproximaba un coche, a una u otra mano, Borges se detenía y le dejaba pasar. Le silbaban en los flancos, pero no lograron ni acercársele».

Jorge Luis Borges atrae a las anécdotas —sean falsas o verdaderas— de la misma manera en que la llama lo hace con las polillas: primero las ilumina, luego las quema.

Las historias que cuentan Trapiello y Cabrera Infante tienen, en primer lugar, un carácter paródico típicamente borgiano: el hombre que defendió que la literatura y la vida son indistinguibles habría fingido su ceguera para incorporarse al selecto club al que pertenecen aquellos que contemplaron la "Verdad" (Tiresias, Edipo, Homero).


Ambos escritores vieron a Borges, o lo imaginaron, en mitad de una carretera tomada por coches, que el argentino sorteaba gracias a su habilidad secreta.

Borges fingía desconocer la modernidad pero evitaba sus embestidas al igual que, en apariencia sin quererlo, cegado por el destino, lograba anticipar en su obra muchos aspectos de la filosofía y la literatura posmodernas sin dejarse atropellar por ellos.

Las historias de Cabrera Infante y de Trapiello tal vez fueran ciertas, pero en cualquier caso parece bastante claro que el autor de Ficciones sí se quedó ciego en algún momento de su vida: así parece sugerirlo el historial clínico de su familia, toda las biografías y bibliografía secundaria escrita sobre Borges, y la gestualidad típica de las personas ciegas, que el escritor poseía y que puede comprobarse en las entrevistas.

Sin embargo, en uno de los capítulos del libro Precipitados de Miguel Postigo, llamado «El inverosímil impostor Jorge Luis Borges», puede leerse una teoría más plausible (y que ofrece algunas pruebas, si no definitivas, sí curiosas) sobre la ceguera de Borges.

Según Postigo, el argentino no habría perdido su visión por completo en 1956 (fecha oficial de su ceguera) sino más tarde.

Pero «sabiendo más allá de toda duda razonable que su destino era la ceguera» — dado que la vista le había dado problemas desde siempre y que su padre estaba ciego por una enfermedad hereditaria— decidió anticipar su llegada al momento en que le concedieron el puesto de director de la Biblioteca Nacional Argentina.


Por aquello de la «magnífica ironía» de Dios que Borges alababa en «El poema de los dones», la broma sublime que le daba a la vez «los libros y la noche».

En definitiva, por las risas.

Son tres pruebas las que aduce Miguel Postigo en su ensayo: la primera, que en una entrevista Borges confesó que cuando preparó su libro híbrido El hacedor revisó personalmente sus archivos para encontrar inéditos porque «entonces podía ver». Y El hacedor data de 1960, cuatro años más tarde de la llegada de la supuesta ceguera.

Las otras dos pruebas son ligeramente más endebles: la capacidad que Borges mantuvo hasta varios años más tarde para escribir a mano —cosa prácticamente vedada a los ciegos— y la forma en que describía la ceguera propia en sus textos, que durante los años 50 se ajustaba a una idea prototípica de lo que supone estar ciego (oscuridad, etc.) y que más adelante se va transformando en una visión más precisa (ver algunas formas, algunos colores...).

Sea esta teoría cierta o no, hay algo que hoy por hoy resulta indiscutible: que Borges fue un maestro del humor.

Si no se quedó ciego y fingió durante años haber perdido la vista con el fin exclusivo de hacer una bromita a sus fanáticos, merece un monumento al chiste más punk de la época.

Pero si, por el contrario —como sugiere al final de su artículo Miguel Postigo— Jorge Luis Borges sí se quedó ciego en 1956, pero decidió sembrar en su literatura estas dudas para que hoy nosotros releyésemos su historia de forma irónica... entonces, no podemos hacer otra cosa sino callar y reírnos por dentro.

Porque entonces es posible que (de una forma extraña) Borges sí que fuera capaz de ver, como Tiresias, el futuro.

Fuente : Playground



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