Guillermo Cabrera
Infante, Andrés Trapiello, Juan Cruz o Miguel Postigo forman parte de una serie
de creyentes que aseguran que Borges, en realidad, no sé quedó ciego en 1956
Por: Xaime Martínez
De la misma forma en que es difícil conversar con un gallego
sin que se te pegue su acento, es imposible pensar en Jorge Luis Borges sin
caer en la adjetivación insólita de su prosa, en las intricadas bromas que
constituyeron su literatura.
Es por ello que esta historia resulta, tal vez, más borgiana
que Borges.
La tesis la planteó por primera vez Guillermo Cabrera
Infante —el desbordante narrador cubano— en un artículo de El País, y luego la
recogieron con distinto éxito otros como Andrés Trapiello, Juan Cruz y un joven
escritor, de nombre Miguel Postigo, que supo presentar pruebas verdaderamente
inquietantes.
La propuesta de todos ellos, con ciertos matices, es fácil
de resumir: que Borges no estaba ciego (o que, en palabras de Postigo, su
ceguera no era «sino otra de sus pérfidas ficciones literarias»).
En su texto de 1986, Cabrera Infante cuenta la manera en que
sucedió la revelación. El escritor cubano se encontraba acompañando a Borges en
uno de sus viajes por Londres cuando decidió poner a prueba su visión:
«Llevé a Borges hasta el medio de la calle y lo dejé allí
con un pretexto ad hoc. Vi los taxis venir, eludir a Borges apenas y seguir
raudos. Borges no se inmutaba. Seguramente que, discípulo de Berkeley, los
taxis no le concernían porque no existían al no verlos. Corrí a llevar a Borges
a un sitio seguro y ni siquiera mencionó mi ausencia. Pero luego, de regreso al
hotel, me señaló la línea amarilla junto al bordillo y me dijo: "Usted
sabe, yo no veo nada ya. Solamente el color amarillo me es fiel. Esa raya que
está ahí es lo único que veo de la calle"».
Andrés Trapiello, en otro artículo de ese mismo año,
sostiene haber visto a Jorge Luis Borges realizar una maniobra similar ante el
hotel Palace de Madrid.
Y de ser cierta esta anécdota, solo caben dos posibilidades:
o Borges era primo de Daredevil, o no estaba tan ciego como había afirmado en
sus poemas, ensayos e intervenciones públicas.
«Se lanzó a la calzada como Edipo en busca de su destino,
temeraria, ciegamente. A éste, pensé, lo van a matar los coches. Daba la
impresión de César camino del Senado. Iba a una muerte segura. Pero no. Cada
vez que se aproximaba un coche, a una u otra mano, Borges se detenía y le
dejaba pasar. Le silbaban en los flancos, pero no lograron ni acercársele».
Jorge Luis Borges atrae a las anécdotas —sean falsas o
verdaderas— de la misma manera en que la llama lo hace con las polillas:
primero las ilumina, luego las quema.
Las historias que cuentan Trapiello y Cabrera Infante
tienen, en primer lugar, un carácter paródico típicamente borgiano: el hombre
que defendió que la literatura y la vida son indistinguibles habría fingido su
ceguera para incorporarse al selecto club al que pertenecen aquellos que
contemplaron la "Verdad" (Tiresias, Edipo, Homero).
Ambos escritores vieron a Borges, o lo imaginaron, en mitad
de una carretera tomada por coches, que el argentino sorteaba gracias a su
habilidad secreta.
Borges fingía desconocer la modernidad pero evitaba sus
embestidas al igual que, en apariencia sin quererlo, cegado por el destino,
lograba anticipar en su obra muchos aspectos de la filosofía y la literatura
posmodernas sin dejarse atropellar por ellos.
Las historias de Cabrera Infante y de Trapiello tal vez
fueran ciertas, pero en cualquier caso parece bastante claro que el autor de
Ficciones sí se quedó ciego en algún momento de su vida: así parece sugerirlo
el historial clínico de su familia, toda las biografías y bibliografía
secundaria escrita sobre Borges, y la gestualidad típica de las personas
ciegas, que el escritor poseía y que puede comprobarse en las entrevistas.
Sin embargo, en uno de los capítulos del libro Precipitados
de Miguel Postigo, llamado «El inverosímil impostor Jorge Luis Borges», puede
leerse una teoría más plausible (y que ofrece algunas pruebas, si no
definitivas, sí curiosas) sobre la ceguera de Borges.
Según Postigo, el argentino no habría perdido su visión por
completo en 1956 (fecha oficial de su ceguera) sino más tarde.
Pero «sabiendo más allá de toda duda razonable que su
destino era la ceguera» — dado que la vista le había dado problemas desde
siempre y que su padre estaba ciego por una enfermedad hereditaria— decidió
anticipar su llegada al momento en que le concedieron el puesto de director de
la Biblioteca Nacional Argentina.
Por aquello de la «magnífica ironía» de Dios que Borges
alababa en «El poema de los dones», la broma sublime que le daba a la vez «los
libros y la noche».
En definitiva, por las risas.
Son tres pruebas las que aduce Miguel Postigo en su ensayo:
la primera, que en una entrevista Borges confesó que cuando preparó su libro
híbrido El hacedor revisó personalmente sus archivos para encontrar inéditos
porque «entonces podía ver». Y El hacedor data de 1960, cuatro años más tarde
de la llegada de la supuesta ceguera.
Las otras dos pruebas son ligeramente más endebles: la
capacidad que Borges mantuvo hasta varios años más tarde para escribir a mano
—cosa prácticamente vedada a los ciegos— y la forma en que describía la ceguera
propia en sus textos, que durante los años 50 se ajustaba a una idea
prototípica de lo que supone estar ciego (oscuridad, etc.) y que más adelante
se va transformando en una visión más precisa (ver algunas formas, algunos
colores...).
Sea esta teoría cierta o no, hay algo que hoy por hoy
resulta indiscutible: que Borges fue un maestro del humor.
Si no se quedó ciego y fingió durante años haber perdido la
vista con el fin exclusivo de hacer una bromita a sus fanáticos, merece un
monumento al chiste más punk de la época.
Pero si, por el contrario —como sugiere al final de su
artículo Miguel Postigo— Jorge Luis Borges sí se quedó ciego en 1956, pero
decidió sembrar en su literatura estas dudas para que hoy nosotros releyésemos
su historia de forma irónica... entonces, no podemos hacer otra cosa sino
callar y reírnos por dentro.
Porque entonces es posible que (de una forma extraña) Borges
sí que fuera capaz de ver, como Tiresias, el futuro.
Fuente : Playground
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