Jesús Mira
Fue en el primaveral 16 de setiembre de 1985, es decir,
veinticinco años atrás, cuando Buenos Aires recibió al genial escritor cubano
Roberto Fernández Retamar, quien era portador de una delicada misión: entrevistar
a Jorge Luis Borges para ponerlo en conocimiento de que en Cuba habían decidido
editar una antología con parte de su producción (poemas, cuentos y ensayos). Se
necesitaba el acuerdo del escritor argentino, sobre todo porque algunas de las
creaciones que los cubanos querían incorporar al futuro volumen no figuraban en
sus Obras completas, dado que el autor no había autorizado su inclusión en
estas últimas.
Como era de dominio público, Borges no manifestaba simpatía
alguna por la Revolución Cubana y… finalmente, Fernández Retamar venía con el
encargo de hacerle un sensible pedido: que cediera sus derechos de autor en esa
puntual edición, porque como consecuencia del bloqueo norteamericano, la
editora cubana no disponía de suficientes divisas, por lo que no estaba en
condiciones de abonar los honorarios que legalmente le correspondían.
El caso es que Retamar llegó a la Editorial Hyspamérica,
donde lo aguardaba su director, el generoso e inteligente Jorge Lebedev, quien
había dirigido la colección personal de Borges con la colaboración de María
Kodama. Ambos se habían comprometido a gestionar la entrevista.
Retamar y Lebedev toman entonces contacto telefónico con
Kodama, y momentos después llegaba la voz de ella con la tan ansiada respuesta:
–Sí… dice Borges que puede venir ahora.
Posteriormente escribiría Fernández Retamar:
El viaje demandó
sólo algunos minutos, que me parecieron demasiados. Hasta que al fin me
encontré frente al número 994 de la calle Maipú. En el sexto piso, la propia
María Kodama me abrió la puerta. Me sentí impresionado por su belleza y la
austeridad del piso.
Al entrar, Borges le pregunta:
– ¿Qué edad tiene?
– Cincuenta y
cinco años –responde Retamar.
–Pero si es un
pibe, che… Yo tengo ochenta y seis.
–Sí, pero yo vivo en el tiempo y usted ya está
en la eternidad, que ha historiado, así como también ha refutado al tiempo
–puntualiza Retamar.
–Tampoco Borges es
sucesivo.
–En todo caso, de
mis cincuenta y cinco años, he pasado unos cuarenta leyéndolo a usted.
–Me excuso… –dice
Borges.
Los dos intercambian opiniones sobre el Martín Fierro, sobre
su autor y otros escritores latinoamericanos.
Retamar le comenta que en su juventud ya lo leía en un
barrio orillero llamado La Víbora, y ante la pregunta de Borges: ¿Dónde está
ese barrio?, Retamar contesta:
–Queda en La
Habana, capital de un país llamado Cuba, cuyo régimen político yo sé que usted
no aprecia demasiado… Pero ni siquiera eso puede impedir que usted tenga allí
millares de lectores, millares de admiradores.
Borges le hace un reclamo:
–Hay textos que
usted no puede poner en su selección –y menciona tres títulos, uno de ellos,
“El hombre de la esquina rosada”.
Pero el autor cede al fin, y ese cuento estará en el volumen
cubano.
Y así se llega al momento más espinoso de la entrevista,
cuando Retamar le plantea el tema de los derechos de autor:
–Lo que no podemos
es enviarle dólares.
El escritor argentino acepta las condiciones con una
definición muy borgeana:
–A mí no me
interesa el dinero.
Breve, contundente y satisfactoria contestación.
La tarde se había hecho noche y cubría con su oscuro manto a
la Reina del Plata. Roberto Fernández Retamar se despedía con el compromiso de
entregarle a Borges en persona varios ejemplares de la antología cubana de sus
obras.
Poco tiempo después, fallecía en Ginebra Jorge Luis Borges,
y aquel volumen se publicaba en Cuba con un éxito inusitado. La destacada
pintora argentina Hilda Heller, que en aquel momento vivía en la isla, me
relató a su regreso que “en sólo tres días se agotó la antología de Borges en
las múltiples librerías cubanas”.
Fernández Retamar no pudo cumplir con la promesa de entregar
el libro en manos de su autor. Él mismo había escrito el prólogo (lo que
enriqueció la antología), en el que incluyó este final:
Cuando falleció
Miguel de Unamuno, Borges redacta una sentencia con la que quiero terminar por
parecerme justa en ambos casos: “El primer escritor de nuestro idioma acaba de
morir”.
Fuente: Centro Cultural de la Cooperación
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