GUSTAVO TATIS GUERRA
Daniel Mordzinski (Buenos Aires, 1960) se ha pasado los
últimos cuarenta años fotografiando a los escritores del mundo. Tiene el atlas
más grande de Las letras del universo, de los cinco continentes, ha tendido
puentes entre el Mediterráneo, el Pacífico y el Caribe, y su alma siempre joven
y alerta, descubre en cada rostro el espíritu que vincula a cada ser con el
tejido misterioso de las palabras.
Era un muchacho de 18 años cuando vio por primera vez a
Jorge Luis Borges, sentado en la luz oblicua de la Biblioteca Nacional, entre
dos sombras, vestido entero, de negro, con una corbata, y la nieve erizada de
las hebras de su cabello levantado al cielo. El muchacho entró junto a su
profesor, el director de cine Ricardo Wullincher, quien lo eligió como segundo
ayudante para la filmación de Borges para millones.
El título extraño era otra manera de evadir los cercos de la
represión que se cernía por aquellos años, que estaba como sombra indigna en
los proyectos de los creadores, algunos de ellos, independientes y
contestatarios ante todas las formas del autoritarismo de dictadores y
regímenes conservadores ortodoxos. El muchacho Daniel Mordzinski estudiaba
cine. Y con la cámara prestada de su padre, fue a acompañar a su profesor para
aquella filmación.
“Pero no tenía la menor idea de que íbamos a encontrarnos
con Borges”, me cuenta Daniel, sonriente, con su paso veloz por Hay Festival
Cartagena 2018. Tampoco era consciente que aquel día en Buenos Aires, empezaba
su destino de fotógrafo de los escritores del mundo. “Es increíble, me lo estás
preguntando, y descubro que se cumplen cuarenta años de aquel día. Yo me
acerqué tímidamente a Borges, y le dije que quería hacerle una foto”.
El rostro de Borges se ladeó con ternura buscando la luz de
la voz, y levantó la mano para tocar el hombro del muchacho. “¿Cómo te llamas?
-le preguntó-”. “Daniel Mordzinski, tengo 18 años”. “Qué bien, Daniel”, le dijo
Borges. “Tú sabes que soy ciego, y me preguntas si quiero que me hagas una
foto, pero eso demuestra que eres respetuoso, otro ser humano con cámara
hubiera podido hacerme la foto sin decirme nada, y yo no me habría dado cuenta.
Pero has tenido la delicadeza de preguntarme. Así, Daniel, puedes hacerla”.
Daniel quedó petrificado de emoción. Y solo dijo: “Gracias, maestro. He leído
sus cuentos y poemas”. Borges sostuvo su rostro ladeado y expectante siguiendo
el camino de la voz, y le pregunto: “¿Cómo te han parecido, Daniel, esos
cuentitos y esos poemitas?”.
Daniel le respondió intimidado de felicidad y de
perplejidad: “Me encanta todo lo que escribe, maestro. Usted es capaz de
atrapar el universo entero con sus palabras”. “Eres generoso”, le dijo Borges.
Daniel encuadró la imagen de Borges en medio de la sombra y un leve resplandor
que entraba a la biblioteca.
El rostro de Borges estaba levantado, como si mirara el
infinito. En el instante en que disparó su cámara, la mano aparentemente
anónima del director se agregó al paisaje, y Daniel se sintió perturbado por
aquella mano sola en la sombra que parecía señalar a Borges. Durante años creyó
que aquella mano solitaria en el aire había perturbado el conjunto de la imagen
en blanco y negro, que se volvió icónica de Borges, pero a medida que pasan los
años, la mano sola parece el mismo Dios señalando a Borges, y ha cobrado un
inusitado y enigmático protagonismo.
“Borges me hizo sentir que yo era un hombre muy mayor, y que
el jovencito de 18 años era él. Y allí aprendí la primera gran lección de mi
vida: que la grandeza de un artista radica en la humildad”, dice Daniel, bajo
la luz brillante de este enero en Cartagena. Aquel halo de luz que está sobre
Borges en la sombra, ilumina el misterio de aquel instante que se parece al
destino del mismo Borges, y de Daniel que, a lo largo de estos cuarenta años,
ha sido el más sensible, ingenioso, innovador, creativo y singular cazador de
instantes en las vidas de miles de escritores de todos los rincones del
planeta.
Las últimas fotos de García Márquez sentado al borde de la
cama, mirando la luz del tiempo que se desvanece en una habitación, las hizo
él. Como también hizo las fotos inolvidables de Julio Cortázar, Guillermo
Cabrera Infante, Umberto Eco, Ernesto Sábato, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz,
Mario Vargas Llosa, J. M. Coetzee, Orhan Pamuk, Michel Houellebecq, entre
miles. No hay un Premio Nobel de los últimos treinta años que no haya pasado
por el lente de Daniel. Y no hay un solo escritor del continente que no haya
sido captado por su intuición y su clarividencia. A Álvaro Mutis lo retrató
desde la tierna mirada de su gato en su patio sembrado de plátanos azules. A la
bellísima poeta árabe Joumana Haddad la fotografió mirando el mar de Cartagena.
A Mario Vargas Llosa lo fotografió empujando la carreta literaria de Martín
Murillo, en el Parque San Diego.
Epílogo
Daniel es perfeccionista y obsesivo con todo lo que hace. Lo
veo delinear cada foto de su exposición de retratos de escritores que exhibe en
los pasillos del Hotel Santa Clara, y está pendiente de que, entre una y otra
foto, haya equilibrio, armonía, belleza sincronizada, incluso, desde la luz y
sus colores. Ahora veo a Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, el
espléndido novelista de Estambul sosteniendo una manzana roja. Daniel captó el
instante en que la luz de la manzana y la luz de la sonrisa de Pamuk, se
confabulan en un halo de picardía. Muy cerca de esa foto, está otra vez, como
un milagro, Borges con su rostro ladeado buscando la luz de la voz y del enigma
de aquel instante de 1978, y el muchacho con su cámara intentando atrapar para
siempre el misterio inasible de la belleza.
Fuente: El Universal
- Colombia
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