Poeta, cuentista,
ensayista y lector, la obra de Jorge Luis Borges (1899-1986) tiene la condición
de lo inagotable: cada relectura produce la sensación de estar descubriendo un
texto no conocido
Por VÍCTOR BRAVO
Encanto
Es posible preguntarse, ¿de dónde brota el encanto de la
obra literaria de Jorge Luis Borges? ¿Por qué ese creciente interés que lleva a
sumar congresos, conferencias, publicaciones sobre su obra en diversas partes
del mundo? ¿De qué ese fervor que llegó a mitad de obra y vida del escritor y
que después de su muerte no cesa de multiplicarse? El escritor se defendió
muchas veces de esos vientos contrarios describiendo su obra, con leve ironía,
como “mis borrones”, “irresponsables juegos de un tímido”, “serie de
divagaciones, acumulaciones, reiteraciones”, y de ser un escritor
“decididamente monótono”.
La obra de Borges parece constituirse en irradiación de los
signos fundamentales de la nueva “imagen de mundo” , de la nueva era del mundo,
si atendemos a la expresión de Monod.
Borges parece situarse en el cruce de senderos de la
modernidad: la expectativa de la verdad objetiva que proyecta la razón, para
horadarla en el juego de la ironía, en la revelación de intersticios donde toda
normalidad se niega, en los pliegues y repliegues de esos horizontes, en las
vertientes de la paradoja, en la perplejidad ante las “acciones fantasmales”,
según la expresión de Einstein, donde toda posible verdad es desplazada por la
conjetura y toda certeza de lo real por situaciones de abismo.
Descartes, Galileo y Newton se muestran como paradigmas; en
el discurso científico como su más acabada expresión; en la conquista de la
verdad objetiva y la certeza de la capacidad de revelar los enigmas del
universo. De allí la frase de Pope, “Dios dijo hágase Newton, y nació la luz”,
o la certeza de Laplace de poder dilucidar todos los enigmas si se conocieran
las causas. Borges se ha referido explícitamente a la teoría del “monstruo” de
Laplace: “Si existiese un mortal cuyo espíritu pudiera abarcar el
encadenamiento general de las causas, sería infalible; pues el que conoce las
causas de todos los acontecimientos futuros, prevé necesariamente el porvenir”.
Borges puntualiza: “Laplace jugó con la posibilidad de cifrar en una sola
fórmula matemática todos los hechos que componen un instante del mundo, para
luego extraer de esa fórmula todo el porvenir y todo el pasado”. Laplace, como
Newton, como Descartes, representará el paradigma de la modernidad optimista.
Cuando Borges observa en “Los crímenes de la calle Morgue” (“The Murders in the
Rue Morgue”, 1841), de E.A. Poe (1809-1849) el nacimiento del relato policíaco,
no hace sino poner en evidencia un ámbito de relato donde la “ratio” despliega
sus poderes y “des-oculta”, de manera objetiva, la verdad. La verdad revelada
por la mente racional de Auguste Dupin, como posteriormente, en la inusitada
expansión del género por Sherlock Holmes, Hércules Poirot, El Padre Brown,
Maidret. Pepe Carvalho… cederá ante los poderes de la razón que son los mismos
que del “monstruo” de Laplace.
Cuando Borges, en contraposición del relato policíaco de
Poe, escribe “La muerte y la brújula”, nos muestra la razón posmoderna, aquella
donde la verdad no es tal sino una interpretación: la verdad revelada por la
“ratio” no es sino, desde otra perspectiva, una verdad indeterminada, falaz.
Prolijidad de lo real
Lo real está allí, como prolongación de la vida. No hay
“real” sin un “orden”; y el hombre no puede vivir sin las presuposiciones de un
orden. Por ello quizá ha dicho Pope que el orden baja del cielo; pero ¿qué es el
orden y qué es lo real? El orden es el horizonte donde se constituye toda
cultura que, por constituirse, legitima ese orden que podríamos concebir como
un ámbito, una suerte de “burbuja” donde se hace posible la vida. Ámbito
constituido por un conjunto de presuposiciones, por relaciones de poder y
jerarquía, por interdictos y leyes, por la legitimación de la verdad, por redes
causales y redes lógicas; por el despliegue del poder y la imposición de
límites; por el lenguaje y su competencia comunicativa, por una moral
reguladora. La cohesión del orden y lo real lo dan las convicciones y hábitos
identitarios, de allí que la condición de siervo sea el primer elemento
cohesionador del orden. De allí el valor de la libertad como elemento
perturbador. Rudolf Carnap ha señalado: “Todo objeto real pertenece a un
sistema comprensivo que se comporta según ciertas leyes”. La modernidad y,
sobre todo, la posmodernidad han visto en la génesis del orden y lo real menos
una ontología que es una construcción. En este sentido Borges habla de una
“postulación de la realidad”; y señala: “el hecho mismo de percibir, de
atender, es de orden selectivo: toda atención, toda fijación de nuestra
consciencia comporta una deliberada omisión de lo no interesante. Vemos y oímos
a través de recuerdos, de temores de previsiones”. Uno de los primeros asombros
de Borges no es tanto que el hombre no pueda vivir sino según un orden; sino
descubrir esa enigmática e invencible vocación por la construcción de un orden
y por la voluntad, que parece venir del fondo del ser, de someterse a ese
orden.
Paradojas e
intersticios
Paradojas en el mundo, sin embargo, y fisuras que nos
permiten imaginar otros mundos. Borges lo ha señalado explícitamente: “Nosotros
(la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos
soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el
tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios
de sinrazón para saber que es falso”. Borges, como Carroll, crea un campo
narrativo de juego, vértigo de combinaciones y desplazamientos, de inversiones
y rupturas de límites, donde brota la crítica y la refutación a lo real; y
donde se revela la “fisura” de lo real –el hueco de lo real diría Lacan– desde
donde se prefigurarán otros mundos, otras formas de lo real; tramadas por otros
principios lógicos y causales que emergen de un fondo de paradojas y
laberintos…. Es posible observar, en la expresión plástica de un Magritte, como
la transgresión de los límites, en formas heterogéneas de ámbitos distintos,
por ejemplo, lo humano y lo animal y lo mineral, etc.
Ese juego de desplazamientos lleva, en Borges, a la
intervención narrativa del mundo creado por Cervantes (como en “Pierre Menard,
autor del Quijote”) y de Shakespeare (como en “La memoria de Shakespeare”); y
lleva a un espectro de posibilidades, de meandros causales y de “senderos que
se bifurcan” por donde se precipitan los diversos relatos y la expectación de
muchos de sus versos.
Cuántica
El texto borgiano pone en crisis, desde la paradoja, la
causalidad, sin violentarla, sino resolviéndola por la vía de la reproducción
de series. La apreciación de la causalidad en Borges hace confluir la teoría
del “monstruo laplaciano” y las teorías actuales del azar y de indeterminación
que se presentarían no como ausencia de causalidad sino como producto de
causalidades complejas y desconocidas. La causalidad, su arco objetivo que
construye la realidad de nuestras presuposiciones, y la posibilidad de la
fisura causal por donde acceder a otros órdenes, a otros saberes, a otros
mundos. En un importante trabajo sobre Borges y la física cuántica, Alberto
Rojo señala que es posible ver citas borgianas en textos científicos, así “en
‘La Biblioteca de Babel’ para ilustrar las paradojas de los conjuntos infinitos
y la geometría fractal, referencias a la taxonomía fantástica del Dr. Franz
Kuh; en ‘El idioma analítico de John Wilkins’ (un favorito de neurocientíficos
y lingüísticos), invocaciones a ‘Funes el memorioso’ para presentar sistemas de
numeración; y hace poco me sorprendió una cita a El libro de arena en un
artículo sobre la segregación de mezclas granulares”. Señala cómo en “El jardín
de los senderos que se bifurcan” “se anticipa se anticipa la tesis de Hugh
Everestt III, de 1957, sobre ‘la interpretación de los muchos mundos’”.
De Spinoza a Borges la pregunta ante el enigma alcanza una
nueva posibilidad: la de su presencia irreductible en el universo, y su
despliegue en una visión panteísta.
Borges se presenta como el oráculo de los tiempos modernos.
Fuente: El Nacional – Venezuela
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