Dra Mariana Bendersky
Un motivo común de consulta neurológica en gente joven,
súper exigida y ansiosa, que duerme pocas horas para poder trabajar más, son
olvidos frecuentes causados generalmente por falta de atención.
Definir la memoria es casi tan difícil como definir el
tiempo. En términos generales, diríamos que es un cambio en un sistema que
altera la forma en que funciona el sistema en el futuro. Una memoria típica es
una reactivación de conexiones entre diferentes partes del cerebro que estaban
activas en algún momento anterior. El olvido es más fácil de definir: es la
pérdida de la memoria en general o de alguna memoria específica.
A mediados del siglo XX, Borges escribió el cuento Funes el
memorioso, que relata la historia de un peón uruguayo que luego de un accidente
adquiere la increíble capacidad de recordarlo absolutamente todo, hasta el
mínimo detalle. Tal era la incapacidad de Funes para crear conceptos generales
que «le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera
el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)». Esta
memoria infinita le impedía hacer otras cosas, e incluso pensar. “Dos o tres
veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada
reconstrucción había requerido un día entero.” Lo importante entonces es poder
olvidar. Para dar lugar a que se hagan
otras memorias, en primer lugar. Para no vivir el infierno de recordar todo, de
lo cual la mayor parte o no queremos o no nos sirve.
Borges ya planteaba hace más de 50 años, sólo con su
imaginación y sin hacer experimentos en neurociencias, que pensar es abstraer y
que para poder recordar es necesario olvidar. Quizás hubiera escuchado algo
sobre un paciente del neuropsicólogo clínico ruso Luria, un “Funes” real, que
podía memorizar básicamente todo lo relacionado con su vida, pero tenía
problemas para identificar las características comunes, los patrones. Y
seguramente, leído a Nietzsche, quien también decía que “La buena memoria a
veces es un obstáculo al buen pensamiento.”
La memoria está distribuida en distintas partes del cerebro,
pero hay un área específica involucrada en su formación: el hipocampo. Rodrigo
Quian Quiroga, un físico y matemático argentino que trabaja en Neurociencias en
Leicester, Inglaterra (muy fan de Borges, por cierto) descubrió un tipo de
neuronas del hipocampo capaces de generar representaciones abstractas de
conceptos. En experimentos con microelectrodos que registran la actividad de
estas células, pudo comprobar que la misma neurona se activa de manera
selectiva, invariante y multimodal ante un concepto en particular. Por ejemplo,
disparaban cuando se le presentaban al paciente diferentes imágenes, el nombre
escrito o el nombre hablado de, por ejemplo, Jennifer Anniston (por lo que a
estas neuronas “conceptuales” se las conoce como las neuronas de Jennifer
Anniston) En nuestro país, en la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencias
y Sistemas Complejos del CONICET, en Florencio Varela, Belén Gori, bióloga,
termina su doctorado replicando estos mismos experimentos con personajes
vernáculos, por lo que se han identificado “neuronas Carlitos Tevez” o “Diego
Maradona”. Esta técnica de Registro de Neurona Individual, se realiza en pocos
centros del mundo: Los Ángeles, Bonn (Alemania), Nancy (Francia) y Londres,
siendo el ENyS el único en Argentina y el primero en Latinoamérica en llevar a
cabo, desde el 2012 esta técnica. Apenas 300 milisegundos le bastan al cerebro
humano para generar un recuerdo, el tiempo que tardan las "neuronas de
concepto" en relacionar imágenes.
La habilidad del cerebro de recolectar, conectar y crear
mosaicos a partir de estas impresiones de milisegundos de duración es la base
de cada memoria. Por extensión, es la base de uno mismo. Nuevamente Borges nos
enseña “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas
inconstantes, ese montón de espejos rotos.” Pero esto no es sólo poético o
metafísico. Cada experiencia sensorial produce cambios moleculares en las
neuronas y reconfigura la manera en la cual se conectan unas a otras. Esto
quiere decir que nuestro cerebro está siempre en remodelación en base a la
memoria. Esto se debe a una propiedad llamada plasticidad, la característica de
las neuronas que memorizan. La memoria es el sistema mismo. La mente hace,
transforma y reprime, extingue u olvida memorias.
El proceso de traer a la memoria un hecho, implica construir
activamente el pasado, o al menos las partes del pasado que podemos recordar.
Esta construcción activa es tan personal, que explica cómo la misma anécdota es
recordada de diferente manera por gente que la vivió al mismo momento. ¿Cómo
puede ser que traer un recuerdo a nuestra memoria lo cambie? Los recuerdos
falsos pueden ser creados potencialmente por este proceso de recordar el
pasado, de hecho, los psicólogos han implantado falsos recuerdos de manera
experimental. La psicóloga Elizabeth Loftus realizó un famoso experimento en la
década del ´70 en el que les mostraban a varios individuos fotos de un
accidente automovilístico. Días después les preguntaron: “¿a qué velocidad iban
los autos cuando se encontraron/ toparon/ chocaron/ colisionaron? ¿había
vidrios en la escena? ¿había sangre en la escena?” Los sujetos que en la
primera pregunta escucharon las palabras “se encontraron” respondieron que los
autos iban a menos de 40 km/h, que no había vidrios rotos ni sangre. Los que
recibieron “toparon” recordaron velocidades más altas y vidrios rotos, pero no
sangre. Los que recibieron “chocaron”, refirieron velocidades de 60-80 km/h,
vidrios y sangre. Y los que recibieron la pregunta con la palabra
“colisionaron” recordaron velocidades altísimas, muchos vidrios rotos, mucha
sangre y hasta personas muertas en la calle. Es decir que una palabra colocada
en la pregunta modificaba instantáneamente la memoria adquirida unos días
antes!!
Este “arte” profundamente inmoral de hacer que personas, o
todo un pueblo, olvide sus memorias, ha sido explotado por políticos, medios y
agentes de propaganda. León Gieco dice “La memoria apunta hasta matar/A los
pueblos que la callan/Y no la dejan volar/Libre como el viento”. Y realmente,
si la memoria hace a un individuo ser quien es, la memoria colectiva nos da
nuestra identidad como pueblo, y nos evita volver a cometer funestos errores.
No hay memoria sin emociones, y esto tiene que ver con el
rol de la amígdala, un pequeño núcleo del cerebro, del tamaño de una almendra
que se encarga de la consolidación de la memoria, por un lado, pero también de
comportamientos más primitivos y fundamentales para la supervivencia, como el
miedo. Es casi imposible olvidar una memoria adquirida bajo una gran emoción:
todos los argentinos sabemos qué estábamos haciendo, con quien estábamos y
dónde durante los acontecimientos de Diciembre de 2001 o cuando Argentina quedó
subcampeón en el mundial de 2014.
Dra Mariana Bendersky
Doctora en Medicina
Médica Neuróloga
Profesora adjunta de anatomía/UBA
Investigadora
Fuente: Linkedin
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