Carlos Cartolano: Borges y Bioy… ¿qué más podría decirnos
sobre eso?
Bioy Casares: Lo conocí a Borges en mil novecientos treinta
y dos en una reunión en San Isidro a la que nos había invitado Victoria Ocampo.
Las invitaciones de Victoria, como las levas de otro tiempo, no dejaban
alternativa. La reunión era en honor de un extranjero ilustre, a lo mejor
Duhamel (si la cronología lo permite). Me puse a conversar con Borges. Victoria
nos increpó: había que atender al huésped ilustre… Algo ofuscado y muy corto de
vista, Borges volteó una lámpara. Debió de parecernos que esta pequeña
catástrofe le probaría a Victoria que su actitud no había sido afortunada y
proseguimos nuestra conversación. En el viaje de vuelta, Borges me preguntó
cuáles eran mis autores preferidos. Le di una lista de escritores, acaso
incompatibles, que por lo menos incluía a Joyce, a Azorín, a Gabriel Miró, a
Jung (por un artículo sobre el Ulises de Joyce) y a Pedro Juan Vignale. Creo
que Borges me preguntó si yo recordaba algún poema de Vignale y le contesté que
me gustaban las notas que publicaba en la página literaria de El Mundo. La
conversación debió de continuar con una pregunta sobre qué admiraba yo en
Azorín. Contesté: las descripciones y el estilo. Me parece recordar que sobre
el estilo de Azorín, Borges murmuró algo acerca de la simplicidad y las frases
cortas y que yo advertí, con un poco de sorpresa, que no era dicho
elogiosamente. (Siempre tuve por virtud la simplicidad, aunque no siempre la
practiqué.) Argumenté que las frases cortas permitían que lo descrito se viera
aisladamente, como una piedra engarzada, y recordé una descripción detallada
(ahora he olvidado los detalles) de la llegada, a la noche, de un viajero a su
cuarto de una posada, en alguna remota aldea de Castilla, y que al acostarse a
dormir siente el temor de enfermarse y morirse ahí solo, y que al día
siguiente, al descubrir en los bordes de los postigos la luz del día, se levanta,
abre la ventana y mira en los techos el minucioso dibujo de las tejas. Volví a
decir que todo se notaba distintamente y, si no me equivoco, Borges acotó, como
para sí mismo: “También las frases cortas”. No me atrevía a confesarle que el
ritmo de las frases cortas me gustaba. Con el tiempo, comentarios sobre algunos
escritos míos me persuadieron de que las frases cortas no gustan a nadie. Desde
aquella conversación fuimos amigos con Borges. Probablemente él notaría que yo
había leído mucho y que nada me importaba como la literatura. Para mí encontrar
a Borges fue como encontrar la literatura viva.
Adolfo Bioy Casares
Conversaciones en el taller literario
Fuente : Calle del Orco
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