En 1934 desaparecía la "revista multicolor de los
sábados"
Por Alejandro
Horowicz.
Cómo influyó en la historia del escritor el cierre de una
suplemento semanal de actualidad que
codirigía.
Hace 80 años, en
1934, desaparecía la "Revista Multicolor de los sábados”, suplemento del
diario Crítica dirigido por Ulises Petit de Murat y Jorge Luis Borges. La
partida de defunción fue extendida por Eduardo Bedoya. El subdirector de
Crítica venia de trabajar en The World en Nueva York. Y al decir de Murat
“liquidó la revista de frente” porque así se procedía en el diario de Natalio
Botana. Puede decirse que el Borges periodista de redacción caliente concluye
en ese acto; y si bien no deja de resultar curioso –el hombre formaba parte de
la revista Sur– redacción fría proyectada por el mecenazgo de Victoria Ocampo-,
que se terminara sumando al multimedia popular de la época: diario, radio y
noticiero cinematográfico, esta vez nos ocuparemos del otro interrogante: ¿esa
experiencia afectó la prosa de Borges? ¿En todo caso la forma Borges resultó
visiblemente modificada? Y por último: ¿es posible constatar en sus textos este
giro o solo se trata de una hipótesis a la que son tan afectos los académicos del
mundo entero? Esos que se pasan la vida
entre congresos y papers. Hacía una
década, en 1924, que los Borges habían vuelto definitivamente de Europa. Y ser
escritor, mandato que el fracasado doctor Borges terminó imponiendo a su hijo,
se había vuelto su propio leit motiv. El tenue capital de los Borges se había
evaporado. Pese a la férrea administración de Leonorcita, la esposa del doctor,
los últimos vestigios de su herencia paterna ya no permitían no trabajar, el
doctor estaba ciego y JLB se ganaba unos pocos pesos traduciendo para la
revista Sur. Todavía no había ingresado a la biblioteca municipal Miguel Cané,
en la calle Carlos Calvo en las proximidades de avenida de La Plata, donde trabajaría casi
una década por paga misérrima, cuando Petit de Murat arregla una entrevista con
Natalio Botana en la mitad del año 33.
No era el primer encuentro. Botana estaba interesado en la traducción
del Ulises de James Joyce, y le había traspasado el encargo a Petit de Murat.
El jefe de la página de cine de Crítica, sabedor de los apremios económicos de
JLB, frecuentaba su casa de tiempo atrás, así como de las dificultades de la
traducción, no dudó en proponerlo a Borges de coequiper. Botana aceptó de
inmediato. Pero no hubo caso, los derechos en lengua castellana ya estaban
vendidos, y el proyecto tuvo que ser abandonado. Antes, los martinfierristas
habían ingresado en masa a Crítica, tras una negociación del consagrado pintor
argentino Emilio Petorutti con Botana. Una redacción llena de escritores, casi
un club literario, se propuso conformar un nuevo piso cultural para la sociedad
argentina. Sabedores que sus lectores no existían, que ser un escritor en esa
Argentina equivalía a ser un fracasado sin remedio, se propusieron cambiar la
situación con el auxilio de Botana. Y si se quiere la elaboración del
Multicolor también tenia ese objetivo secreto: construir una masa de lectores
calificados capaces de consumir productos de alta calidad estética. El dueño de Crítica no solo era un bon
vivant, con Rolls Royce en la puerta y Partagás en la boca, era además de
refinado editor un hombre culto. Estaba al tanto de la última producción de las
vanguardias europeas, y entendía que los martinfierristas expresaban la “nueva
sensibilidad” local en ese registro. Por tanto, su respeto previo por Borges -
sostenido tal vez por la bibliográfica de JLB sobre “Retrato de un artista
adolescente” de Joyce, insólito fuera de los cenáculos literarios –, reforzado
por la recomendación de Murat, produjo su efecto. De modo que de poeta desocupado
paso de un solo saque a codirector del semanario gráficamente mas avanzado del
diario de mayor tirada en la
Argentina. No era precisamente un cambio pequeño. Por eso,
ante la consternada incomprensión de Victoria Ocampo y sus amigos, JLB aceptó
encantado la propuesta del excéntrico uruguayo. Los aportes de Borges como editor,
reescrituras de textos de colaboradores, volver publicable lo que no lo era,
estaba en la naturaleza de las cosas. Es cierto que de este modo también
ayudaba a “amigos” en la estacada. Todos los editores tienen que hacerlo, ya
que esa es su especialidad profesional. Sin olvidar el aprendizaje que tal
actividad supuso: desde el acceso directo a la imprenta, hasta aprehender a dar
instrucciones a un diagramador; desde saberse las tipografías que aseguraban el
impacto, hasta titular según las necesidades de un diario popular. Sin olvidar
por cierto que los cambios de su propia escritura parten de una exigencia
directa de Botana: ese mix que lo terminó por volver reconocible: la erudición
borgeana instalada sobre el piso de una data policial: una noticia teñida de
sensacionalismo amarillo, un asesinato, y el “Hombre de la esquina rosada”. El
mítico cuento de Borges no solo fue escrito y publicado en la Revista Multicolor
– Botana impuso a los codirectores una colaboración quincenal – sino que se
volvió el inicio de su nueva marca literaria.
En un libro casi secreto de título poco feliz (“Borges, Buenos Aires”)
Petit de Murat sostiene que ahí se produce el vuelco decisivo, el punto de
inflexión, entre el poeta de Fervor de Buenos Aires, y el autor de la Historia Universal
de la infamia, texto donde recoge buenas parte de sus trabajos firmados en el
suplemento de Crítica. En un sentido la diferencia es obvia: cambia de género.
Y esa transformación requiere modificar, bajo el imperio de las circunstancias,
al ensayista del Evaristo Carriego en el autor de “El atroz redentor Lazarus
Morell”. En el prólogo a la primera edición Borges caracteriza el cambio
llamándolo “ejercicios de prosa narrativa”, lo que resulta incontestable. Dos datos
aporta Murat para completar esa huidiza explicación: los libros
anteriores fueron expurgados de sus obras completas publicadas por la Editorial EMECE, y
la Historia
Universal sobrevivió intacta, incluso con los mismos títulos.
Debemos admitir que el argumento es realmente bueno. Y si bien esos trabajos
fueron retocados como toda la obra, sus estructuras permanecieron inalteradas.
Hombre de la esquina rosada se publica por aproximaciones sucesivas en el
Multicolor, primero bajo el título
“Hombres que pelearon”. De modo que las marcas del aprendizaje están a la
vista. No se trata tan solo de las exigencias de Botana, sino del modo en que
Borges termina por asimilar la novedad. No solo mide la presión del mercado
sobre Borges, sino el modo en que Borges cuerpea al mercado en sus propios
términos. Sostiene Petit que Hombre de la esquina rosada se termina por
transformar en matriz modélica de su producción posterior. Esta última
afirmación – mirando la obra de Borges en su conjunto – me parece un exceso.
Una cosa es reconocer que en ese cuento reposa una parte de la estética
borgeana, y muy otra reducirlo a ella.
De la lectura del cuento surge que efectivamente Borges finge ser el
cronista que recibe, de boca del criminal protagonista, la confesión de un
asesinato en un patio de los arrabales; una milonga donde acunados por el tango los bailarines pasan
del dos por cuatro al hecho de sangre. El lenguaje con que se expresa es por
cierto esa mezcla de arrabal y lujo. Ese intento por tener una dicción
elegante, mezclada con la crudeza de los sucesos. Reza el párrafo final del
texto: “Entonces, Borges, volví a sacar el cuchillo corto y filoso que yo sabía
carga aquí, en el chaleco, junto al sobaco izquierdo, y le pegue otra revisada
despacio, y estaba como nuevo, inocente, y no le quedaba ni un rastrito de
sangre”. Es decir, el asesino revisa
el arma del crimen para constatar que “no le queda un rastrito de sangre”, asegurándose
dos cosas: primera que se sepa que esa muerte le pertenece y segundo, que aun
así continuará impune. El corazón de buena parte de la mitología borgeana se
termina por abrir paso. Ahora si estamos en presencia del hombre que en 1961
ganaría el premio Formentor de los editores europeos, junto con Samuel Beckett,
otro escritor ganado en su literatura por los enigmas de la muerte. Jorge Luis
Borges construyó así el camino que lo saco de un suburbio sudamericano, para
ubicarlo en el centro del torrente literario del siglo XX.
Fuente : Tiempo Argentino - 17.03.2014
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