viernes, 7 de marzo de 2014

“Uno que no pudo resistir a Borges fue García Márquez”, Ricardo Piglia



 
Cartagena-Seguramente usted ha conocido alguno de esos señores que hablan con entusiasmo de historia y literatura, citando nombres y escenas como si a todo el mundo le interesara. Así era Jorge Luis Borges, más allá de sus textos, en la cotidianidad que recuerda Ricardo Piglia en un jardín en Cartagena. Y mientras habla, la descripción se va encajando en él mismo sin problema alguno.

Cuando nos encontramos en el lobby del Hotel Santa Clara, un señor de gafas y dientes grandes le estaba pidiendo que le “autobiografiara” ‘El camino de ida’, su más reciente novela. Le mostraba una tabla de Excel impresa en una hoja, con los nombres de los escritores invitados al Hay Festival 2014 que aún estaban pendientes de firmarle obras. La bolsa de libros que llevaba en la otra mano se veía pesada. Piglia solo sonreía y parecía despeinarse más, buscando un lugar para apoyarse y firmar. Tuvo que hacerlo en un charco de la fuente. Dijo que temía resbalar, golpearse y morir; aunque reconociera que, así, la “autobiografía” habría cobrado valor verdadero. Habría sido, definitivamente, lo último que escribió.

Nació el 24 de noviembre de 1941 en Adrogué, provincia de Buenos Aires. Su primera novela fue publicada en 1980, cuando cumplía 39 años. ‘Respiración artificial’, considerada una de las obras más representativas de la nueva literatura argentina. Con ‘Plata quemada’, en 1997, y ‘Blanco nocturno’, que le mereció el premio Rómulo Gallegos en 2011, este profesor emérito de Princeton University consolidó su reconocimiento internacional como creador de laberintos que vuelven protagonistas a los lectores. Según el escritor bogotano Juan Gabriel Vásquez, “redefinió lo que la novela latinoamericana puede hacer”.

En los pasillos coloniales del centro de prensa del noveno Hay Festival en Colombia, todas las mesas y sofás estaban ocupados, llenos de escritores atendiendo entrevistas, periodistas y lectores resguardándose del sol. Había un espacio vacío, en medio de las palmeras y la fuente. Una mesa metálica que ardía como parrilla con el mediodía, desprovista de toda sombra. Piglia asumió el reto de asarse allí, con tal de sostener la conversación que surgió entre bromas mientras buscábamos sillas. Se iba tostando a cada palabra. Pero no interrumpía sus ideas, pese a que el sudor y el rojo crecían en las frentes. El que no aguantó fue el iPhone. Justo cuando hablaba de la técnica, de cómo la tecnología viene influyendo las formas de la narrativa, el teléfono que servía como grabadora de audio se recalentó y pidió auxilio. Buscamos refugio en el aire acondicionado del restaurante. Convenció a las meseras de que no nos demoraríamos mucho, que no sería un banquete de palabras, apenas un bocadillo, y pronto devolveríamos la mesa del rincón para que sirvieran el almuerzo.

Una parte de la conversación quedó condenada para siempre al terreno de lo indefinido; hubo algo sobre el uso de grabadoras, Capote y Gabo. El resto, puede leerlo a continuación. Ricardo Piglia empezó hablando de Cartagena, de cómo se dibujan de lindo sus salvajes contrastes cuando te metes en ella en un avión. Pero fue hilvanando ideas hasta tejer un gran tapiz, que hace difícil de creer la espontaneidad con la que fueron surgiendo sus fibras. Lienzo compuesto con la literatura latinoamericana, los escritores jóvenes, los libros de su vida, la dialéctica aparente entre sensibilidad y cultura, las redes sociales, la técnica… Hasta que se levanta, da la mano y sigue. Acá, al fondo del restaurante, lo vinieron a encontrar. Otro más que quiere hablar con él. Nunca faltan, y uno no puede dejar de imaginar que a Borges le pasaba igual.

Decía que no conocía Cartagena, que está contento de estar acá.
Estoy contento, básicamente, por la diferencia. Siempre los argentinos nos impresionamos, o yo personalmente me impresiono, con el descubrimiento de la grandes tradiciones coloniales. Buenos Aires es una ciudad sin tradición colonial, es mínima.

Tiene como un aire inglés.
Sí, europeo, en un sentido muy variado. Hay cosas italianas, francesas, inglesas. Pero a mí eso me hace reflexionar sobre la diversidad de las áreas culturales de América Latina. Nosotros pensamos la unidad de América Latina como un proyecto, una utopía, pero culturalmente tenemos que empezar a pensar la diferencia, a respetarla; lo que es el Caribe, lo que es el Río de la Plata, lo que es la región andina, que tienen tradiciones culturales prehispánicas muy distintas. Creo que vamos hacia esa etapa.

Eso se refleja en los escritores, en la obra, ese carácter caribe o andino.
Claro. Creo que si pensamos en Carpentier o García Márquez, en la zona del Caribe; si pensamos en Arguedas, en Rulfo, en Roa Bastos, en la zona donde hay una gran tradición bilingüe prehispánica; y pensamos más allá en Macedonio Fernández, Borges, Cortazar… estamos viendo escritores que son latinoamericanos pero se han hecho cargo de tradiciones propias. La literatura fantástica en Río de la Plata; el llamado realismo mágico, lo real maravilloso, en el Caribe, que los conecta con Faulkner; Faulkner tiene mucho que ver con el Caribe también. New Orleáns es una ciudad del Caribe. La gran tradición de las lenguas campesinas, en Arguedas, en Rulfo, en Roa Bastos, que son en general bilingües. Bilingües del quechua, del guaraní. Muy ligados a tradiciones prehispánicas, casi antropólogos. Hay poéticas firmes, distintas. Somos latinoamericanos pero tenemos una diversidad muy admirable, yo diría.

Pero ahora todo tiende a la globalización.
Resistimos eso.

¿Cree que se podría hablar de una voz latinoamericana?
Yo creo que, como dices bien, hay una tendencia a uniformar las voces, digamos. A construir una especie de lengua mundial, un castellano un poco neutro, con unas problemáticas narrativas y anecdóticas muy ligados a imaginarios que circulan. Pero me parece que solamente se puede escribir lo universal desde un lugar. Cómo se localiza eso, es la cuestión. Cómo se localizan esas tradiciones, que todos compartimos, que va desde internet hasta los retos sociales. Me parece que el gran desafío es que nosotros mantengamos un espacio en el cual eso se localiza y toma su forma. Nosotros los escritores actuales estamos en diálogo con escritores norteamericanos, alemanes, italianos. Son amigos nuestros, estamos escribiendo lo mismo, pero cada uno de nosotros tiene su área. Creo que es muy importante eso, no perder la personalidad.

¿Cómo se refleja en su trabajo en particular?
Bueno, acabo de escribir una novela que sucede en los estados unidos, donde yo pasé 15 años. Pero me parece una novela muy argentina, si tuviera que definirla. Sucede en Estados Unidos y ya lo verás, si la lees, se llama el camino de ida. Te doy eso como ejemplo, Es una novela sucede en Estados Unidos, pero yo la vivo como una novela que solamente un argentino podría haber escrito, porque es una manera de ver Estados Unidos que tiene que ver con mi propio pasado, con mi propia vida. A eso me refiero cuando digo, nosotros escribimos en sincro con la literatura mundial, cosa que antes quizá no sucedía. Cuando escribían Asturias, Rómulo Gallegos, ellos estaban más aislados. Mientras nosotros sí estamos más en sincro con escrituras mundiales muy fluidas, pero mantenemos esa marca, que es una marca que no es color local, ni es una identidad externa, es cierta manera de ver el mundo, yo creo.

Tiene que ver con las tecnologías de la información, y el uso de estas herramientas que hacen los escritores. ¿Cómo se acerca usted a las redes, cómo tocan su trabajo?
Hay un modo de hacer intervenir el avance tecnológico, vamos a llamarlo, que es temático. Entonces ahora en las novelas hay e-mails, del mismo modo que la gente viaja en auto y no en coche de caballo. Uno ve en Stendhal que viajan en coche de caballo, y después lee a Céline, y ya va de otra forma. En fin. Hay una cuestión que tiene que ver con cómo se incorpora temáticamente la modificación. El problema es qué modificación se está creando formalmente. Porque temáticamente todos incluimos elementos que tienen que ver con nuestra propia experiencia. Se mandan mails y usamos eso narrativamente. Se usa el teléfono celular. Pero qué tipo de modificaciones se están produciendo en la escritura propiamente dicha, es la cuestión. Por un lado los jóvenes escritores están muy decididos a romper un poco esa diferencia que para muchos ha identificado la literatura moderna, que es, el escritor por acá, el crítico por acá y el editor por acá. Me parece que los jóvenes unifican eso. Eso me parece muy importante. No es tan nuevo. Antes de la modernidad, los que eran escritores eran editores y críticos. Hoy los chicos pueden editar sus cosas en internet, pueden hacer su blog con críticas que intercambian y hacer circular sus textos.

Las redes nos llevaron a un regreso en cuanto a la autonomía sobre la obra.
Sí…
(Risas y un celular que hierve)

¿Dice, sin embargo, que la interlocución global pone en riesgo el valor de la diferencia?
Hay una marca lingüística en el Caribe, una lengua muy española en García Márquez y Carpentier. Lo que hay es la idea de un universo complejísimo que no se puede narrar con los parámetros europeos, y se remite a los cronistas españoles para construir esos universos, que se llamó lo real maravilloso. Luego, en el Río de la Plata tenemos un invento que hizo Borges, que no hay en otro lado, que es la literatura fantástica. Él la llama así pero es una cosa muy rara, muy nueva, una literatura conceptual más bien. Silvina Ocampo, Macedonio Fernández, que es el padre de todo eso. Porque hay esa diferencia. Todos esos escritores están ligados a Faulkner, a unas grandes tradiciones narrativas, pero le ponen a eso una marca propia. Yo llamaba eso una localización de las tradiciones internacionales. No tiene nada que ver con el color local. Los escritores actuales estamos en relaciones con otros escritores del mundo. Soy amigo de Peter Handke, soy amigo de Pynchon. Pero cada uno tiene su propio espacio. Antes, esa relación era más escindida. Asturias, Rómulo Gallegos, eran escritores que tenían poco que ver con Thomas Mann, o con escritores que en ese momento estaban haciendo otro tipo de cosas. Hoy tenemos es que evitar una tendencia, que el mercado unifica demasiado. Muchos escritores tratan de escribir novelas internacionales, con lenguajes más o menos neutros.

Entonces, ¿de qué otros modos está cambiando la tecnología a los escritores?
En principio en los temas es evidente, no hay duda, se va modernizando. Ya nadie manda cartas, manda mails, habla con el teléfono celular. El problema es qué tipo de diferencia produce eso en la forma, en la escritura. Por un lado, los jóvenes están más conectados con una cuestión antimoderna, en el sentido que lo moderno era la separación del escritor, el crítico y el editor. Los jóvenes están volviendo a una manera que era muy clásica en el medioevo, en el siglo XVIII. Voltaire, cualquiera de ellos, era escritor, también un editor, un crítico. No había diferenciación. Los jóvenes hoy están haciendo eso, y además hacen otras cosas. Hacen videos, son escritores pero salen a la calle a investigar. Ha cambiado un poco la figura de escritor, yo diría. Está la cuestión técnica.
Me parece que la escritura en la computadora está creando un problema, que tiene que ver con el hecho de que en la computadora la página aparece muy bien diagramada, y a veces parece mejor escrito que lo que está cuando lo lees en la pantalla. Y muchas veces los escritores se olvidan de cómo empezó la novela porque no la leen completa, van leyendo la novela en cada una de las páginas. Yo les recomiendo a los chicos que impriman los libros y los lean antes. Lo que veo es novelas que se les pierde la forma porque están trabajadas cada una en un espacio de pantalla, donde todo parece muy bueno, pero porque está muy bien diagramada la página. Y también se pierde de vista a veces el conjunto de la estructura narrativa, porque los chicos no leen todo, van leyendo página por página y van avanzando.
Lo que es una ventaja, porque uno trabaja más rápido, a veces puede ser un problema. Esas serían dos observaciones que hago sobre la situación actual.

Mencionó que es amigo de Thomas Pynchon, quien se mantiene muy al margen de los medios, de todo, dedicado a su obra. Muy diferente a como se ven los escritores acá.
Creo que ellos tienen una ventaja, Salinger, Pynchon, Cormac McCarthy. Que en Estados Unidos hay un gran mercado literario, entonces los libros circulan muy bien. Nosotros, en cambio, yo digo en broma: viajamos los escritores porque no viajan los libros. Vos me conoces a mí pero te va a costar más encontrar mis libros. Alguien me decía no están los libros de García Márquez en Colombia. Cuesta mucho encontrar los libros de Vila Matas en Buenos Aires, pero todo el mundo lo conoce a él. Entonces, a veces estamos más presentes para contrarrestar una política de las grandes corporaciones editoriales, que aíslan los mercados. Balcanizan los mercados. Es muy difícil encontrar una novela de un joven colombiano hoy en Buenos Aires. Cuando nosotros empezamos a escribir leíamos las novelas de los jóvenes colombianos y mexicanos al día. Circulaban. Por eso, creo, está este exceso de figuración de los escritores. Conocemos a los escritores pero no conocemos sus libros. Es un problema. En Estados Unidos no hace falta, sale una novela de Pynchon y aunque te parezca increíble vende un millón de ejemplares. Pero no me refiero a la cantidad de libros, me refiero a que hay un público, que no necesita conocer al escritor porque están los libros primero. Ese es un problema.

¿Qué vino a contar en el Hay Festival?
Vine justamente a hacer una pequeña intervención sobre cómo se forma un escritor. Qué libros he leído y cómo empecé a escribir, la conferencia se llama ‘Los libros de mi vida’. Porque los escritores cuando vos les preguntas te dicen yo leo Homero, Dante, Stendhal. “¿Qué está leyendo usted ahora? Estoy leyendo Dostoievsky”. Pero no es así como se forma un escritor. Hay libros que te marcan y que no son los grandes libros. Voy a usar mi propia experiencia para contar cómo empecé a leer, cómo empecé a escribir, y de qué manera un escritor construye su propio lugar. Para llamarlo así.

Se le referencia como gran lector, historiador, con opiniones sobre cómo se ha movido la literatura. Ya hizo una parodia de la pregunta, ¿pero qué está leyendo ahora?
Antes que eso, te diría que en América Latina los escritores hacemos muchas cosas. En Estados Unidos un escritor publica una primera novela y sigue siendo novelista sin hacer otra cosa, ¿qué más necesita? Yo, como muchos, he hecho periodismo, he hecho antologías, he hecho traducciones, he hecho guiones de cine, he enseñado, he dado clases. Cómo se gana la vida un escritor, es una pregunta tan importante como qué está leyendo. Borges es un ejemplo. Hoy parece un aerolito, pero Borges hizo todo lo que hacemos todos. Dio clase, hizo antologías, dirigió colecciones, hizo traducciones. Es decir que en América Latina los escritores hacemos muchas más cosas que el modelo flaubertiano. Y eso es también el aura nuestra. Yo me he ganado la vida leyendo, para decirlo de manera concreta. Es decir, que me pagaron más por lo que leo que por lo que escribo. Porque como lector hice colecciones, fui traductor, dicté clases. Hay una combinación que tiene que ver mucho con las condiciones materiales. Las lecturas están muy ligadas a un trabajo, están ligadas a mis diversos trabajos. Quizá a ti te pasa igual. Tienes una entrevista vas a mirar un poco lo que ese escritor hizo. Tienes que hacer una antología de literatura colombiana, vas a ponerte a leer cosas. En fin, hay una relación entre la lectura y los intereses reales que es mucho más íntima de lo que se suele pensar. Escritores dicen: “oh, ahora estoy dedicado a leer la Iliada”. Pero cualquiera que quiera escribir va a leerla. No es que la lectura sea algo tan abstracto, que solamente el gusto te maneja lo que lees. No. Muchas veces uno lee porque está escribiendo algo que le parece que tiene que ver con algo más. Entonces, posiblemente lea la Iliada si tengo ganas de escribir una novela sobre mi abuelo, que fue a la guerra. Más probable que lea la Iliada de otra manera, diferente a como la leería un tipo en la pileta.

Leer pensando en la utilidad.
El escritor lee así. Es una lectura propia la del escritor. Un escritor no lee como un crítico. Hay una frase de Faulkner que me gusta mucho. “Escribí el Sonido y la Furia y aprendí a leer”. Escribir te cambia el modo de leer.

Uno o dos libros que hayan cambiado su vida.
Para mí ha sido muy importante la lectura del primer libro de cuentos de Hemingway, In our time. Yo me acuerdo que me empecé a leer ese libro y lo leí en un día, iba cambiando la luz mientras lo leía. Lo recuerdo ya influido por Hemingway, porque él trabaja mucho con ese movimiento. Después cambió. Pero a mí me ha servido Hemingway para resistir a Borges. In our time y Hemingway me sirvieron para resistir a Borges, porque era muy difícil. Debe ser acá como con García Márquez. Porque es la idea máxima si uno es colombiano. Cómo me las arreglo para no repetir esas escrituras que son, como se dice, tan fáciles de plagiar.

Para salirse un poco de la sombra.
Yo no lo pensaba así, tenía 18 años, pero era un poco eso. Hemingway, que escribe con pocas palabras, con textos muy extraordinarios, y muy discretos narrativamente, me servía para resistir la prosa de Borges, que parece que la única manera de escribir es la de él. Ese libro me marcó, en pocas palabras, tratando de ser muy elíptico, muy alusivo. Entonces, los libros que te marcan son libros que tienen que ver con tu proyecto, aunque por el momento no lo tengas claro todavía. No es que yo haya dicho, voy a leer a Hemingway porque me va a ayudar,  porque es un gran escritor y me va a ayudar a enfrentar los cuentos de Borges. Después uno se da cuenta. Bueno, uno que no pudo resistir a Borges fue García Márquez, ¿no? Hay una estructura en 100 años de soledad que es Borges puro. El tipo que encuentra un manuscrito, que construye, todo. Borges no era cualquier cosa. Vos imaginate que lo teníamos en la ciudad.  Lo podíamos ir a visitar. Parecía que no había otra manera de hacer literatura. Uno también lee en relación a espacios que considera que son espacios de los cuales no se puede alejar, pero tiene que hacer el esfuerzo de construirse una voz propia.

¿Cómo ve la literatura latinoamericana hoy?
Está muy bien. Hemos tenido una pérdida gravísima, que fue la muerte de José Emilio Pacheco, que era un extraordinario escritor, tal vez el mejor que teníamos. Un escritor secreto, un poeta increíble, un ensayista extraordinario, un gran traductor. Un narrador fantástico, un profesor muy bueno. Esos son los escritores latinoamericanos que me interesan. Escritores que no juegan a ser inocentes, iletrados. Hay muy buenos escritores que vienen de eso, pero me interesan más los escritores que trabajan con tradiciones culturales firmes, como puede ser el caso de José Emilio Pacheco. Puede ser el caso de Fernando Vallejo, que ha leído muy bien a Berger. Es difícil escribir esas cosas si no se ha leído a Thomas Berger antes. Entonces, me interesan esos escritores que se las arreglan con las tradiciones y las localizan. No hay nadie más colombiano que Vallejo, pero lo hizo con toda la literatura que tiene a su alrededor. Entonces, Vallejo, José Emilio Pacheco. ¿Qué más te puedo decir? Juan José Saenz, Manuel Puig. Eso es, me parece, la literatura latinoamericana. Es mucho más compleja de lo que pensábamos en los años 50. Puig, un escritor extraordinario. Cada novela distinta, con técnicas distintas, y al mismo tiempo ligado al mundo del cine, Guillermo Cabrera Infante. Esa es la tradición en la que me siento inserto. Respeto mucho la otra, a los escritores que tienen la teoría de que hay que ser ingenuo, inocente, porque esa es una teoría también. Es una teoría muy norteamericana, yo fui camionero, después fui marinero, viste. La de Henry Miller, Kerouac. Que todo el tiempo están hablando de los escritores. Son muy literarios. Muchas veces los latinoamericanos jugamos ese juego frente a Europa. No tenemos nada que ver con la cultura, no nos va a perturbar, tenemos una mirada inocente.

Más sensible
Sí, como si hubiera una contradicción entre sensibilidad y cultura. No la hay. La literatura de siempre es cómo uno transmite una emoción. Si no está eso, no hay nada. Pero me interesan los escritores que hacen ver que la literatura latinoamericana es compleja. Bueno, Borges. Es un milagro que hoy Borges sea el escritor latinoamericano más representativo, porque no parece latinoamericano, y lo es a fondo.

Ya dio el consejo de imprimir a los escritores jóvenes. Otro más, en el sentido de la lectura.
Que aprendan otra lengua. Que se tomen el trabajo de aprender otra lengua, el alemán, el inglés. Lean en otra lengua. Hay que leer el 80% en la lengua natal en la que uno escribe, pero hay que tener la ventana abierta hacia otras literaturas. Es trabajoso, pero me interesa más que un joven escritor se tome el trabajo un año de aprender una lengua, aunque sea para leerla, y no hablarla, que que vaya a un taller literario. Si encontrará un joven de 18 años, y me dijeran qué tengo que hacer, le dijera lee mucho y aprende inglés o francés. Y después, uno mismo aprende, con los errores propios. También es muy importante que los escritores de una generación que todavía no publicó, tengan amigos que tampoco publicaron, y que sea una bandita, que se leen los textos. Porque después uno se queda solo. A veces hay que ir a los talleres para conocer jóvenes que están como uno, porque uno aprende mucho de los contemporáneos. Parezco un viejo que da consejos, es lo peor.

Cuatro frases sueltas de su primera novela, Respiración artificial:
-    “El que no está a la altura de su deseo (…) ese es uno a quien el mundo puede llamar un cobarde”
-    - No se desapasionen porque la pasión es el único vínculo que tenemos con la verdad.
-    No es cierto que el dinero corrompa; son la corrupción y la muerte las que han producido al dinero y lo han erigido en el rey de los hombres.
-    La guerra no se deja humanizar, su violencia ahonda en el hombre un espacio anterior a toda vestimenta cultural.

Iván Bernal Marín

Fuente : La Republica -Colombia

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