Cartagena-Seguramente usted ha conocido alguno de esos
señores que hablan con entusiasmo de historia y literatura, citando nombres y
escenas como si a todo el mundo le interesara. Así era Jorge Luis Borges, más
allá de sus textos, en la cotidianidad que recuerda Ricardo Piglia en un jardín
en Cartagena. Y mientras habla, la descripción se va encajando en él mismo sin
problema alguno.
Cuando nos encontramos en el lobby del Hotel Santa Clara, un
señor de gafas y dientes grandes le estaba pidiendo que le “autobiografiara”
‘El camino de ida’, su más reciente novela. Le mostraba una tabla de Excel
impresa en una hoja, con los nombres de los escritores invitados al Hay
Festival 2014 que aún estaban pendientes de firmarle obras. La bolsa de libros
que llevaba en la otra mano se veía pesada. Piglia solo sonreía y parecía
despeinarse más, buscando un lugar para apoyarse y firmar. Tuvo que hacerlo en
un charco de la fuente. Dijo que temía resbalar, golpearse y morir; aunque
reconociera que, así, la “autobiografía” habría cobrado valor verdadero. Habría
sido, definitivamente, lo último que escribió.
Nació el 24 de noviembre de 1941 en Adrogué, provincia de
Buenos Aires. Su primera novela fue publicada en 1980, cuando cumplía 39 años.
‘Respiración artificial’, considerada una de las obras más representativas de
la nueva literatura argentina. Con ‘Plata quemada’, en 1997, y ‘Blanco nocturno’,
que le mereció el premio Rómulo Gallegos en 2011, este profesor emérito de
Princeton University consolidó su reconocimiento internacional como creador de
laberintos que vuelven protagonistas a los lectores. Según el escritor bogotano
Juan Gabriel Vásquez, “redefinió lo que la novela latinoamericana puede hacer”.
En los pasillos coloniales del centro de prensa del noveno
Hay Festival en Colombia, todas las mesas y sofás estaban ocupados, llenos de
escritores atendiendo entrevistas, periodistas y lectores resguardándose del
sol. Había un espacio vacío, en medio de las palmeras y la fuente. Una mesa
metálica que ardía como parrilla con el mediodía, desprovista de toda sombra.
Piglia asumió el reto de asarse allí, con tal de sostener la conversación que
surgió entre bromas mientras buscábamos sillas. Se iba tostando a cada palabra.
Pero no interrumpía sus ideas, pese a que el sudor y el rojo crecían en las
frentes. El que no aguantó fue el iPhone. Justo cuando hablaba de la técnica,
de cómo la tecnología viene influyendo las formas de la narrativa, el teléfono
que servía como grabadora de audio se recalentó y pidió auxilio. Buscamos
refugio en el aire acondicionado del restaurante. Convenció a las meseras de
que no nos demoraríamos mucho, que no sería un banquete de palabras, apenas un
bocadillo, y pronto devolveríamos la mesa del rincón para que sirvieran el
almuerzo.
Una parte de la conversación quedó condenada para siempre al
terreno de lo indefinido; hubo algo sobre el uso de grabadoras, Capote y Gabo.
El resto, puede leerlo a continuación. Ricardo Piglia empezó hablando de
Cartagena, de cómo se dibujan de lindo sus salvajes contrastes cuando te metes
en ella en un avión. Pero fue hilvanando ideas hasta tejer un gran tapiz, que
hace difícil de creer la espontaneidad con la que fueron surgiendo sus fibras.
Lienzo compuesto con la literatura latinoamericana, los escritores jóvenes, los
libros de su vida, la dialéctica aparente entre sensibilidad y cultura, las
redes sociales, la técnica… Hasta que se levanta, da la mano y sigue. Acá, al
fondo del restaurante, lo vinieron a encontrar. Otro más que quiere hablar con
él. Nunca faltan, y uno no puede dejar de imaginar que a Borges le pasaba
igual.
Decía que no conocía Cartagena, que está contento de estar
acá.
Estoy contento, básicamente, por la diferencia. Siempre los
argentinos nos impresionamos, o yo personalmente me impresiono, con el
descubrimiento de la grandes tradiciones coloniales. Buenos Aires es una ciudad
sin tradición colonial, es mínima.
Tiene como un aire inglés.
Sí, europeo, en un sentido muy variado. Hay cosas italianas,
francesas, inglesas. Pero a mí eso me hace reflexionar sobre la diversidad de
las áreas culturales de América Latina. Nosotros pensamos la unidad de América
Latina como un proyecto, una utopía, pero culturalmente tenemos que empezar a
pensar la diferencia, a respetarla; lo que es el Caribe, lo que es el Río de la Plata, lo que es la región
andina, que tienen tradiciones culturales prehispánicas muy distintas. Creo que
vamos hacia esa etapa.
Eso se refleja en los escritores, en la obra, ese carácter
caribe o andino.
Claro. Creo que si pensamos en Carpentier o García Márquez,
en la zona del Caribe; si pensamos en Arguedas, en Rulfo, en Roa Bastos, en la
zona donde hay una gran tradición bilingüe prehispánica; y pensamos más allá en
Macedonio Fernández, Borges, Cortazar… estamos viendo escritores que son
latinoamericanos pero se han hecho cargo de tradiciones propias. La literatura
fantástica en Río de la Plata;
el llamado realismo mágico, lo real maravilloso, en el Caribe, que los conecta
con Faulkner; Faulkner tiene mucho que ver con el Caribe también. New Orleáns
es una ciudad del Caribe. La gran tradición de las lenguas campesinas, en
Arguedas, en Rulfo, en Roa Bastos, que son en general bilingües. Bilingües del
quechua, del guaraní. Muy ligados a tradiciones prehispánicas, casi
antropólogos. Hay poéticas firmes, distintas. Somos latinoamericanos pero
tenemos una diversidad muy admirable, yo diría.
Pero ahora todo tiende a la globalización.
Resistimos eso.
¿Cree que se podría hablar de una voz latinoamericana?
Yo creo que, como dices bien, hay una tendencia a uniformar
las voces, digamos. A construir una especie de lengua mundial, un castellano un
poco neutro, con unas problemáticas narrativas y anecdóticas muy ligados a
imaginarios que circulan. Pero me parece que solamente se puede escribir lo
universal desde un lugar. Cómo se localiza eso, es la cuestión. Cómo se
localizan esas tradiciones, que todos compartimos, que va desde internet hasta
los retos sociales. Me parece que el gran desafío es que nosotros mantengamos
un espacio en el cual eso se localiza y toma su forma. Nosotros los escritores
actuales estamos en diálogo con escritores norteamericanos, alemanes,
italianos. Son amigos nuestros, estamos escribiendo lo mismo, pero cada uno de
nosotros tiene su área. Creo que es muy importante eso, no perder la
personalidad.
¿Cómo se refleja en su trabajo en particular?
Bueno, acabo de escribir una novela que sucede en los
estados unidos, donde yo pasé 15 años. Pero me parece una novela muy argentina,
si tuviera que definirla. Sucede en Estados Unidos y ya lo verás, si la lees,
se llama el camino de ida. Te doy eso como ejemplo, Es una novela sucede en
Estados Unidos, pero yo la vivo como una novela que solamente un argentino
podría haber escrito, porque es una manera de ver Estados Unidos que tiene que
ver con mi propio pasado, con mi propia vida. A eso me refiero cuando digo,
nosotros escribimos en sincro con la literatura mundial, cosa que antes quizá
no sucedía. Cuando escribían Asturias, Rómulo Gallegos, ellos estaban más
aislados. Mientras nosotros sí estamos más en sincro con escrituras mundiales
muy fluidas, pero mantenemos esa marca, que es una marca que no es color local,
ni es una identidad externa, es cierta manera de ver el mundo, yo creo.
Tiene que ver con las tecnologías de la información, y el
uso de estas herramientas que hacen los escritores. ¿Cómo se acerca usted a las
redes, cómo tocan su trabajo?
Hay un modo de hacer intervenir el avance tecnológico, vamos
a llamarlo, que es temático. Entonces ahora en las novelas hay e-mails, del
mismo modo que la gente viaja en auto y no en coche de caballo. Uno ve en
Stendhal que viajan en coche de caballo, y después lee a Céline, y ya va de
otra forma. En fin. Hay una cuestión que tiene que ver con cómo se incorpora
temáticamente la modificación. El problema es qué modificación se está creando
formalmente. Porque temáticamente todos incluimos elementos que tienen que ver
con nuestra propia experiencia. Se mandan mails y usamos eso narrativamente. Se
usa el teléfono celular. Pero qué tipo de modificaciones se están produciendo
en la escritura propiamente dicha, es la cuestión. Por un lado los jóvenes
escritores están muy decididos a romper un poco esa diferencia que para muchos
ha identificado la literatura moderna, que es, el escritor por acá, el crítico
por acá y el editor por acá. Me parece que los jóvenes unifican eso. Eso me
parece muy importante. No es tan nuevo. Antes de la modernidad, los que eran
escritores eran editores y críticos. Hoy los chicos pueden editar sus cosas en
internet, pueden hacer su blog con críticas que intercambian y hacer circular
sus textos.
Las redes nos llevaron a un regreso en cuanto a la autonomía
sobre la obra.
Sí…
(Risas y un celular que hierve)
¿Dice, sin embargo, que la interlocución global pone en
riesgo el valor de la diferencia?
Hay una marca lingüística en el Caribe, una lengua muy
española en García Márquez y Carpentier. Lo que hay es la idea de un universo
complejísimo que no se puede narrar con los parámetros europeos, y se remite a
los cronistas españoles para construir esos universos, que se llamó lo real
maravilloso. Luego, en el Río de la
Plata tenemos un invento que hizo Borges, que no hay en otro
lado, que es la literatura fantástica. Él la llama así pero es una cosa muy
rara, muy nueva, una literatura conceptual más bien. Silvina Ocampo, Macedonio
Fernández, que es el padre de todo eso. Porque hay esa diferencia. Todos esos
escritores están ligados a Faulkner, a unas grandes tradiciones narrativas,
pero le ponen a eso una marca propia. Yo llamaba eso una localización de las
tradiciones internacionales. No tiene nada que ver con el color local. Los
escritores actuales estamos en relaciones con otros escritores del mundo. Soy
amigo de Peter Handke, soy amigo de Pynchon. Pero cada uno tiene su propio
espacio. Antes, esa relación era más escindida. Asturias, Rómulo Gallegos, eran
escritores que tenían poco que ver con Thomas Mann, o con escritores que en ese
momento estaban haciendo otro tipo de cosas. Hoy tenemos es que evitar una
tendencia, que el mercado unifica demasiado. Muchos escritores tratan de
escribir novelas internacionales, con lenguajes más o menos neutros.
Entonces, ¿de qué otros modos está cambiando la tecnología a
los escritores?
En principio en los temas es evidente, no hay duda, se va
modernizando. Ya nadie manda cartas, manda mails, habla con el teléfono
celular. El problema es qué tipo de diferencia produce eso en la forma, en la
escritura. Por un lado, los jóvenes están más conectados con una cuestión antimoderna,
en el sentido que lo moderno era la separación del escritor, el crítico y el
editor. Los jóvenes están volviendo a una manera que era muy clásica en el
medioevo, en el siglo XVIII. Voltaire, cualquiera de ellos, era escritor,
también un editor, un crítico. No había diferenciación. Los jóvenes hoy están
haciendo eso, y además hacen otras cosas. Hacen videos, son escritores pero
salen a la calle a investigar. Ha cambiado un poco la figura de escritor, yo
diría. Está la cuestión técnica.
Me parece que la escritura en la computadora está creando un
problema, que tiene que ver con el hecho de que en la computadora la página
aparece muy bien diagramada, y a veces parece mejor escrito que lo que está
cuando lo lees en la pantalla. Y muchas veces los escritores se olvidan de cómo
empezó la novela porque no la leen completa, van leyendo la novela en cada una
de las páginas. Yo les recomiendo a los chicos que impriman los libros y los
lean antes. Lo que veo es novelas que se les pierde la forma porque están
trabajadas cada una en un espacio de pantalla, donde todo parece muy bueno,
pero porque está muy bien diagramada la página. Y también se pierde de vista a
veces el conjunto de la estructura narrativa, porque los chicos no leen todo,
van leyendo página por página y van avanzando.
Lo que es una ventaja, porque uno trabaja más rápido, a
veces puede ser un problema. Esas serían dos observaciones que hago sobre la
situación actual.
Mencionó que es amigo de Thomas Pynchon, quien se mantiene
muy al margen de los medios, de todo, dedicado a su obra. Muy diferente a como
se ven los escritores acá.
Creo que ellos tienen una ventaja, Salinger, Pynchon, Cormac
McCarthy. Que en Estados Unidos hay un gran mercado literario, entonces los
libros circulan muy bien. Nosotros, en cambio, yo digo en broma: viajamos los
escritores porque no viajan los libros. Vos me conoces a mí pero te va a costar
más encontrar mis libros. Alguien me decía no están los libros de García
Márquez en Colombia. Cuesta mucho encontrar los libros de Vila Matas en Buenos
Aires, pero todo el mundo lo conoce a él. Entonces, a veces estamos más
presentes para contrarrestar una política de las grandes corporaciones
editoriales, que aíslan los mercados. Balcanizan los mercados. Es muy difícil
encontrar una novela de un joven colombiano hoy en Buenos Aires. Cuando
nosotros empezamos a escribir leíamos las novelas de los jóvenes colombianos y
mexicanos al día. Circulaban. Por eso, creo, está este exceso de figuración de
los escritores. Conocemos a los escritores pero no conocemos sus libros. Es un
problema. En Estados Unidos no hace falta, sale una novela de Pynchon y aunque
te parezca increíble vende un millón de ejemplares. Pero no me refiero a la
cantidad de libros, me refiero a que hay un público, que no necesita conocer al
escritor porque están los libros primero. Ese es un problema.
¿Qué vino a contar en el Hay Festival?
Vine justamente a hacer una pequeña intervención sobre cómo
se forma un escritor. Qué libros he leído y cómo empecé a escribir, la
conferencia se llama ‘Los libros de mi vida’. Porque los escritores cuando vos
les preguntas te dicen yo leo Homero, Dante, Stendhal. “¿Qué está leyendo usted
ahora? Estoy leyendo Dostoievsky”. Pero no es así como se forma un escritor.
Hay libros que te marcan y que no son los grandes libros. Voy a usar mi propia
experiencia para contar cómo empecé a leer, cómo empecé a escribir, y de qué
manera un escritor construye su propio lugar. Para llamarlo así.
Se le referencia como gran lector, historiador, con
opiniones sobre cómo se ha movido la literatura. Ya hizo una parodia de la
pregunta, ¿pero qué está leyendo ahora?
Antes que eso, te diría que en América Latina los escritores
hacemos muchas cosas. En Estados Unidos un escritor publica una primera novela
y sigue siendo novelista sin hacer otra cosa, ¿qué más necesita? Yo, como
muchos, he hecho periodismo, he hecho antologías, he hecho traducciones, he
hecho guiones de cine, he enseñado, he dado clases. Cómo se gana la vida un
escritor, es una pregunta tan importante como qué está leyendo. Borges es un
ejemplo. Hoy parece un aerolito, pero Borges hizo todo lo que hacemos todos.
Dio clase, hizo antologías, dirigió colecciones, hizo traducciones. Es decir
que en América Latina los escritores hacemos muchas más cosas que el modelo
flaubertiano. Y eso es también el aura nuestra. Yo me he ganado la vida leyendo,
para decirlo de manera concreta. Es decir, que me pagaron más por lo que leo
que por lo que escribo. Porque como lector hice colecciones, fui traductor,
dicté clases. Hay una combinación que tiene que ver mucho con las condiciones
materiales. Las lecturas están muy ligadas a un trabajo, están ligadas a mis
diversos trabajos. Quizá a ti te pasa igual. Tienes una entrevista vas a mirar
un poco lo que ese escritor hizo. Tienes que hacer una antología de literatura
colombiana, vas a ponerte a leer cosas. En fin, hay una relación entre la
lectura y los intereses reales que es mucho más íntima de lo que se suele
pensar. Escritores dicen: “oh, ahora estoy dedicado a leer la Iliada”. Pero cualquiera
que quiera escribir va a leerla. No es que la lectura sea algo tan abstracto,
que solamente el gusto te maneja lo que lees. No. Muchas veces uno lee porque
está escribiendo algo que le parece que tiene que ver con algo más. Entonces,
posiblemente lea la Iliada
si tengo ganas de escribir una novela sobre mi abuelo, que fue a la guerra. Más
probable que lea la Iliada
de otra manera, diferente a como la leería un tipo en la pileta.
Leer pensando en la utilidad.
El escritor lee así. Es una lectura propia la del escritor.
Un escritor no lee como un crítico. Hay una frase de Faulkner que me gusta
mucho. “Escribí el Sonido y la
Furia y aprendí a leer”. Escribir te cambia el modo de leer.
Uno o
dos libros que hayan cambiado su vida.
Para mí
ha sido muy importante la lectura del primer libro de cuentos de Hemingway, In
our time. Yo me acuerdo que me empecé a leer ese libro y lo leí en un día, iba
cambiando la luz mientras lo leía. Lo recuerdo ya influido por Hemingway,
porque él trabaja mucho con ese movimiento. Después cambió. Pero a mí me ha
servido Hemingway para resistir a Borges. In our time y Hemingway me sirvieron
para resistir a Borges, porque era muy difícil. Debe ser acá como con García
Márquez. Porque es la idea máxima si uno es colombiano. Cómo me las arreglo
para no repetir esas escrituras que son, como se dice, tan fáciles de plagiar.
Para
salirse un poco de la sombra.
Yo no
lo pensaba así, tenía 18 años, pero era un poco eso. Hemingway, que escribe con
pocas palabras, con textos muy extraordinarios, y muy discretos narrativamente,
me servía para resistir la prosa de Borges, que parece que la única manera de
escribir es la de él. Ese libro me marcó, en pocas palabras, tratando de ser
muy elíptico, muy alusivo. Entonces, los libros que te marcan son libros que
tienen que ver con tu proyecto, aunque por el momento no lo tengas claro
todavía. No es que yo haya dicho, voy a leer a Hemingway porque me va a
ayudar, porque es un gran escritor y me
va a ayudar a enfrentar los cuentos de Borges. Después uno se da cuenta. Bueno,
uno que no pudo resistir a Borges fue García Márquez, ¿no? Hay una estructura
en 100 años de soledad que es Borges puro. El tipo que encuentra un manuscrito,
que construye, todo. Borges no era cualquier cosa. Vos imaginate que lo
teníamos en la ciudad. Lo podíamos ir a
visitar. Parecía que no había otra manera de hacer literatura. Uno también lee
en relación a espacios que considera que son espacios de los cuales no se puede
alejar, pero tiene que hacer el esfuerzo de construirse una voz propia.
¿Cómo ve la literatura latinoamericana hoy?
Está muy bien. Hemos tenido una pérdida gravísima, que fue
la muerte de José Emilio Pacheco, que era un extraordinario escritor, tal vez
el mejor que teníamos. Un escritor secreto, un poeta increíble, un ensayista
extraordinario, un gran traductor. Un narrador fantástico, un profesor muy
bueno. Esos son los escritores latinoamericanos que me interesan. Escritores
que no juegan a ser inocentes, iletrados. Hay muy buenos escritores que vienen
de eso, pero me interesan más los escritores que trabajan con tradiciones
culturales firmes, como puede ser el caso de José Emilio Pacheco. Puede ser el
caso de Fernando Vallejo, que ha leído muy bien a Berger. Es difícil escribir
esas cosas si no se ha leído a Thomas Berger antes. Entonces, me interesan esos
escritores que se las arreglan con las tradiciones y las localizan. No hay
nadie más colombiano que Vallejo, pero lo hizo con toda la literatura que tiene
a su alrededor. Entonces, Vallejo, José Emilio Pacheco. ¿Qué más te puedo
decir? Juan José Saenz, Manuel Puig. Eso es, me parece, la literatura
latinoamericana. Es mucho más compleja de lo que pensábamos en los años 50.
Puig, un escritor extraordinario. Cada novela distinta, con técnicas distintas,
y al mismo tiempo ligado al mundo del cine, Guillermo Cabrera Infante. Esa es
la tradición en la que me siento inserto. Respeto mucho la otra, a los
escritores que tienen la teoría de que hay que ser ingenuo, inocente, porque
esa es una teoría también. Es una teoría muy norteamericana, yo fui camionero,
después fui marinero, viste. La de Henry Miller, Kerouac. Que todo el tiempo
están hablando de los escritores. Son muy literarios. Muchas veces los
latinoamericanos jugamos ese juego frente a Europa. No tenemos nada que ver con
la cultura, no nos va a perturbar, tenemos una mirada inocente.
Más sensible
Sí, como si hubiera una contradicción entre sensibilidad y
cultura. No la hay. La literatura de siempre es cómo uno transmite una emoción.
Si no está eso, no hay nada. Pero me interesan los escritores que hacen ver que
la literatura latinoamericana es compleja. Bueno, Borges. Es un milagro que hoy
Borges sea el escritor latinoamericano más representativo, porque no parece
latinoamericano, y lo es a fondo.
Ya dio el consejo de imprimir a los escritores jóvenes. Otro
más, en el sentido de la lectura.
Que aprendan otra lengua. Que se tomen el trabajo de
aprender otra lengua, el alemán, el inglés. Lean en otra lengua. Hay que leer
el 80% en la lengua natal en la que uno escribe, pero hay que tener la ventana
abierta hacia otras literaturas. Es trabajoso, pero me interesa más que un
joven escritor se tome el trabajo un año de aprender una lengua, aunque sea
para leerla, y no hablarla, que que vaya a un taller literario. Si encontrará
un joven de 18 años, y me dijeran qué tengo que hacer, le dijera lee mucho y
aprende inglés o francés. Y después, uno mismo aprende, con los errores
propios. También es muy importante que los escritores de una generación que
todavía no publicó, tengan amigos que tampoco publicaron, y que sea una
bandita, que se leen los textos. Porque después uno se queda solo. A veces hay
que ir a los talleres para conocer jóvenes que están como uno, porque uno
aprende mucho de los contemporáneos. Parezco un viejo que da consejos, es lo
peor.
Cuatro frases sueltas de su primera novela, Respiración
artificial:
- “El que no está a
la altura de su deseo (…) ese es uno a quien el mundo puede llamar un cobarde”
- - No se
desapasionen porque la pasión es el único vínculo que tenemos con la verdad.
- No es cierto que
el dinero corrompa; son la corrupción y la muerte las que han producido al
dinero y lo han erigido en el rey de los hombres.
- La guerra no se
deja humanizar, su violencia ahonda en el hombre un espacio anterior a toda
vestimenta cultural.
Iván Bernal Marín
Fuente : La
Republica -Colombia
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