Por Maximiliano Tomas
Pocas cosas más argentinas que los datos biográficos de
Julio Cortázar. Nació en Bélgica, el 26 de agosto de 1914, hace cien años.
Vivió brevemente en Suiza y Barcelona, hasta que a los cuatro años llegó a la Argentina. En 1951,
después de haber sido maestro de escuela y de publicar su primer gran libro de
cuentos, consigue una beca en Francia y se instala en París. Ya no se irá más.
Muere en esta ciudad en 1984, y es enterrado en el cementerio de Montparnasse.
Ese vínculo con una tierra y, sobre todo, con una lengua (el
castellano rioplatense, en el que Cortázar escribió toda su vida) convivió con
un sentimiento de atracción y repulsión por la realidad social y política de su
país. Cortázar se exilió en Francia escapando del ambiente de opresión
irradiado por el primer peronismo. Cortázar, que ha nacido en Bélgica por error
o casualidad, se nacionaliza francés en 1981 en repudio a la dictadura militar
argentina. Y sin embargo, o mejor dicho, gracias a todo esto (a su
cosmopolitismo y a su debilidad por la cultura europea) hay pocos escritores
tan argentinos como él. Lo mismo pasa con Jorge Luis Borges, quien eligió morir
en Suiza, donde había estudiado de joven.
Gracias a todo esto (a su cosmopolitismo y a su debilidad
por la cultura europea) hay pocos escritores tan argentinos como él
Borges
y Cortázar son los dos grandes nombres de la literatura argentina del siglo XX
(de un siglo por demás pródigo para la literatura argentina). Y pueden ser
vistos como las caras de una misma moneda: Cortázar, una especie de antiBorges.
Pero tal vez sea más interesante pensar el lugar de Cortázar en la literatura
argentina con Borges. Al fin y al cabo, fue Borges el que publicó en 1946, en
una importante revista, uno de los primeros cuentos de Cortázar y lo alentó a
seguir escribiendo. Los dos buscaron renovar cierta tradición literaria, los
dos fueron hombres cultos y con sentido del humor. A Borges no le interesaba el
mundo de la política partidaria, salvo para burlarse del peronismo, y es
señalado por lo general como un hombre de derechas. Cortázar, también
antiperonista, se solidarizó con regímenes revolucionarios como el de Cuba, se
fascinó con la figura del Che Guevara, y es considerado un hombre de izquierdas.
Borges escribió cuentos, poemas, crítica, pero nunca una novela. Cortázar,
cuyos cuentos están entre los mejores del género, y que tradujo magistralmente
a Edgar Allan Poe, se hizo famoso precisamente por eso que Borges nunca hizo:
escribir una novela. Es la que estamos recordando acá.
En 1963, cuando se publica Rayuela, Cortázar está a punto de
cumplir cincuenta años. La escribió íntegramente en París, en dos casas
distintas. Alguna vez dijo: "Si yo no hubiera escrito Rayuela,
probablemente me habría tirado al Sena". Por entonces se relacionó al
libro con otras obras del llamado "Boom latinoamericano", como Cien
años de soledad, Pedro Páramo, La ciudad y los perros. Pero sus intenciones
eran otras, y sobre todo su atmósfera era otra. Rayuela es una novela urbana,
que transcurre entre París y Buenos Aires. Hay poco folclore y color local en
sus páginas, y mucho jazz, arte contemporáneo e ideas de las vanguardias de
aquel tiempo. En 1983, apenas veinte años después, Rayuela ya se había
convertido en un clásico. También, para muchos, había envejecido bastante.
Pasa algo muy raro con la novela, que el propio Cortázar
advirtió en su momento. Es un libro de madurez, que convoca sobre todo a los
lectores más jóvenes. "Cuando escribí Rayuela -comentó Cortázar en una
entrevista- pensaba haber escrito un libro para gente de mi generación. Cuando
se publicó en Buenos Aires y empezó a ser leído en América Latina, mi gran
sorpresa fue que empecé a recibir centenares de cartas, y de cien cartas,
noventa y ocho eran de jóvenes que no entendían del todo el libro. De todas
maneras habían reaccionado de una manera que yo no podía sospechar en el
momento en que lo escribí. La gran sorpresa para mí fue que la gente de mi edad
no entendió nada".
Es un libro de madurez, que convoca sobre todo a los
lectores más jóvenes
Hace poco escribí un artículo cuyo título era "¿Quién
lee a Cortázar hoy?". No pretendía ser una pregunta retórica, y la dosis
de ironía era apenas la justa. Tampoco buscaba menoscabar su importancia como autor,
sino tratar de ver si algo de eso había cambiado en todo este tiempo. Hace rato
que entre los editores y novelistas que conozco el nombre de Cortázar no suena
como influencia a la hora de escribir. En muchos casos ese lugar fue ocupado,
paradójicamente, por un autor que podríamos denominar cortazariano: el chileno
Roberto Bolaño. A pesar del enojo de algunos fanáticos, si algo me quedó claro
después de aquel artículo es que Cortázar no es uno sino muchos escritores: un
modelo para armar. Están los que admiran su compromiso ideológico y los que
creen que ese compromiso arruinó su obra literaria. Están los que solo leen sus
cuentos y no soportan sus novelas. Y están los que confiesan que Rayuela les
cambió la vida. Pero hay algo que se mantiene inalterable: pensada como una
novela para adultos, Rayuela es el libro que muchos argentinos leen entre los
15 y 25 años. Con ella experimentan y aprenden sobre el amor, los celos, el
dolor y la muerte. Rayuela es un gran libro, quizá uno de los mejores, para esa
etapa traumática, la adolescencia y la primera juventud (como lo pueden ser
también El cazador oculto, de J.D. Salinger, o El lobo estepario, de Herman
Hesse). Hay quienes siempre la querrán tener a mano y quienes no volverán a
tocar el libro jamás. Pero leída a una edad temprana, su influjo se volverá
indeleble. Luego habría que ver cuánto cambió el libro en estos cincuenta años
de existencia. Probablemente mucho. ¿O no será que los que en verdad cambiamos,
a los que nos estimula o avergüenza el reflejo que la novela nos devuelve,
somos nosotros?
(Una versión de este texto fue leído el jueves 6 de marzo do
2014 en París, Francia, en el marco de las actividades "Rayuelarte",
el homenaje que la Ciudad
de Buenos Aires le rindió al escritor argentino a cien años de su nacimiento y
a tres décadas de su muerte)..
Fuente : La
Nacion.com
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