Carlos Roberto Morán.
Al cumplirse –coincidentemente- en 1999 el centenario de los
nacimientos del argentino Jorge Luis Borges y del ruso Vladimir Nabokov,
críticos, comentaristas, escritores, volvieron a recordar los múltiples hechos,
en vida y obra, que especularmente confluyeron en ambos escritores.
Borges, en Argentina, y Nabokov, primero en Rusia, luego en
el exilio europeo, más tarde en Estados Unidos (y de nuevo en Europa),
elaboraron gran parte de sus respectivas obras en el (casi) anonimato, que en
este caso quiere decir lejos de la observación meticulosa (cuando no agresiva)
de la crítica, de los reclamos de productividad de parte del mercado editorial
y, menos aún, sin vinculación con el mundo exitista y globalizado de nuestra
época.
Nabokov conoció la producción de Borges ya en sus últimos
años de vida, esto es, cuando su propia producción se encontraba en su parte
conclusiva, de cierre. Lo mismo que le estaba ocurriendo al argentino quien, a
su vez, nunca leyó al escritor ruso aunque defendiera a “Lolita” cuando esta
novela fue censurada en la
Argentina en 1959. Incidentalmente, dialogando con Osvaldo
Ferrari, el autor de “El Aleph” cita a Nabokov al hablar de Dostoievski, pero
en estos vagos términos: “Yo leí (declaraciones) de aquel famoso escritor ruso,
de cuyo nombre no puedo acordarme, aunque querría acordarme, el autor de
Lolita…” (“Diálogos últimos”. Sudamericana, Buenos Aires, 1987, p. 45)
En cuanto al episodio de la censura: la revista Sur, que en
Buenos Aires dirigía Victoria Ocampo, publicó dos artículos, uno firmado por el
propio Borges y el segundo por un grupo de intelectuales argentinos, a
propósito del acto de censura contra “Lolita”. Aunque fechada con mucha
diferencia de años respecto de lo que le manifestara a Ferrari (mediados de la
década de los 80), tratándose de Borges no llamará la atención que en todo ese
tiempo no haya cambiado de actitud, vale decir que se mantuviese en la decisión
de no leer a su par ruso, tal como lo manifestara en la nota de 1959: “No he
leído el volumen de Nabokov y no pienso leerlo, ya que la longitud del género
novelesco no coincide ni con la oscuridad de mis ojos ni con la brevedad de la
vida humana”. (Ambos artículos están
incluidos en “Borges en Sur”. Emecé, Buenos Aires, 1999)
Las líneas concurrentes que pueden observarse en las
respectivas obras de estos notables escritores han sido advertidas de manera
reiterada por los críticos, hasta el punto de haber llegado a fastidiar a
Nabokov, aunque al comienzo en él todo fuera admiración hacia el argentino.
Una entrevista de
Alfred Appel
El reconocido Alfred Appel Jr. consultó a Nabokov acerca de esas infrecuentes
coincidencias. Ante la pregunta, el autor de “Mashenka” respondió: “Leí por
primera vez a Borges hace tres o cuatro años (el reportaje era de 1966). Hasta
entonces no me había enterado de su existencia, ni creo que él supiera, ni
sepa, nada de mí. Esto no es nada grandioso en cuanto a telepatía”. Appel
sostenía que la novela “Barra siniestra”, de Nabokov, y el cuento “Las ruinas
circulares”, de Borges, eran conceptualmente semejantes.
Y agregaba: En ‘El milagro secreto’, de Borges, el personaje
Hadlik ha creado una pieza en verso misteriosamente parecida a la obra teatral
‘Vals y su invención’, de Nabokov, escrita en ruso, publicada por primera vez
en 1938 y vertida al inglés en ese 1966”. El mismo periodista aclaraba que se
trataba de un texto anterior al cuento de Borges, pero que Nabokov no pudo leer
en ruso, y por eso terminaba preguntando: “¿Han tenido ustedes algún tipo de
relación aparte de la telepática?”.
Nabokov, además de responderle como antes se precisó, agregó
que una presunta comunicación telepática no debía ser descartada del todo, y
sobre el particular habló de las afinidades existentes entre su novela
“Invitado a una decapitación” y “El castillo”, de Franz Kafka, aclarando –por
las dudas- que cuando la escribió no conocía al autor checo. (El reportaje,
publicado en 1967 en The Winsconsin Studies in Contemporary Literature, aparece
en “Opiniones contundentes”, de Nabokov. Taurus, Madrid, 1999. pp. 74 y 75)
“Al otro, a Borges,
es a quien le ocurren las cosas”, escribió el argentino en “El hacedor” (1960),
definiendo en esas líneas y en las que le siguen (en “Borges y yo”), con total
agudeza y de una forma que no parece admitir réplica, esa otra constante de su
obra: la del doble. Tema que también se presenta en la obra nabokoviana, hasta
el punto de que la totalidad de su novela “El ojo” (1930-1965) gira en torno a
él.
También la crítica ha advertido que ocurre algo similar en
la novela de Nabokov “Pálido fuego” (al punto de que se llegó a decir que el
tema del doble se encuentra aquí potenciado por tres) Sin embargo, al ser
interrogado sobre esta particularidad, Nabokov se mostró intransigente,
negándose a admitir que el “doppelgänger” se haya “metido” de contrabando en su
obra. No puede sorprender que –caprichoso, como también lo fue Borges– llegase
a calificar al tema como tremendamente aburrido.
Vidas paralelas
Al morir Nabokov en 1977, el periodismo se encargó de
establecer paralelos entre las biografías de ambos autores, zonas especulares
que, por decir lo menos, llaman poderosamente la atención. En efecto, ambos
escritores habían nacido en el mismo año, 1899, y provenían de familias de la
clase alta de sus respectivos países, noble la del ruso, burguesa la de Borges.
En el caso del argentino éste no nació rico, como en cambio sí le ocurrió a
Nabokov (cuyos padres fueron en realidad riquísimos), pero como contrapartida
el ruso se vio sumido en la pobreza cuando se produjo la revolución bolchevique
y debió exiliarse. A partir de ese momento comenzó a experimentar una aguda
nostalgia por el mundo de la infancia, perdido para siempre, irrecuperable, al
que intentó rescatar literariamente en poemas y relatos.
Pero, al decirlo así, ¿no se está hablando acaso de Borges?
Porque ¿no es la nostalgia por el pasado, personal, familiar, lo que llevó al
argentino a escribir sus páginas sobre Carriego, Adrogué, Palermo, los cuchilleros,
y a recordar en múltiples declaraciones y comentarios a sus ancestros, al
abuelo muerto en la batalla de La
Verde, a los patios de esclavos, a sus abuelas, a ese pasado
que regresaba al hombre maduro, mitificado y mejorado respecto de lo que en
realidad fue?
Otra curiosidad que los vincula tiene que ver con los
padres, que casualmente se llamaban como sus hijos. Vladimir Nabokov y Jorge
Borges, progenitores, tuvieron fuertes personalidades que influyeron muchísimo
en sus hijos. Poderosísimos en cuanto a su fortuna, el padre del ruso;
adelantado a su tiempo –fue profesor de psicología–, el padre de Borges.
Vladimir D. Nabokov fue un activo político reformista, casi un socialdemócrata
de nuestros días, opositor al régimen del zar. Jurisconsulto de nota y ávido
lector, tanto que en su fastuosa casa tenía una biblioteca de 10 mil volúmenes.
Interesado en la literatura de su tiempo, publicó diversos textos sobre
escritores de la época, entre ellos uno dedicado a Flaubert.
El padre de Borges fue también escritor, aunque frustrado, y
fanático lector. Está de más decir que la vida de Borges giró en torno a la
biblioteca, y sobre la influencia de su padre y los libros de éste no está de
más recordar aquello de: “Creo que nunca salí de la biblioteca de mi padre”,
tantas veces repetido por el escritor argentino.
Además ambos progenitores no murieron de muerte “natural”.
Es cierto que el padre de Borges, Jorge Guillermo, había enfermado, pero el
autor de “Ficciones” sostenía que se dejó morir cuando se le declaró un
aneurisma a los 62 años. A su vez, con diez años menos, viviendo en el exilio,
Vladimir Dmitrievich fue ultimado por ultraderechistas cuando intentó (y logró)
salvar a un amigo de un atentado.
Contrariando el interés que ambos progenitores demostraron
por la política, sus hijos la rechazaron tajantemente. En su vejez Borges
afirmaba ignorar todo cuanto a ella se refería. En su autoexilio suizo, Nabokov
se negaba a adherirse a cualquier manifestación pública, aun cuando se
refiriera a la realidad soviética y el gobierno de la entonces URSS y pese a
ser un opositor manifiesto. Si bien Borges estuvo públicamente a favor de los
Aliados en la II Guerra
Mundial, siempre antiperonista y –según él– anarquista-pacifista en la vejez,
no pueden ignorarse sus posiciones conservadoras tan coincidentes con las de
Nabokov. Los dos, por otra parte, fueron acérrimos individualistas.
La segunda lengua
Coincidieron también en muchas otras cosas, sutiles, siempre
concurrentes: el “segundo idioma” de estos maestros de la literatura fue el
inglés, y quizá habría que decir que por supuesto su autor preferido era
William Shakespeare. Borges llegó a escribir muy pocos trabajos en esa lengua,
pero dictó en inglés las dos autobiografías traducidas al castellano. Nabokov,
es sabido, escribió toda su obra de madurez en inglés, idioma que por ese
motivo –por atacarlo desde la extraterritorialidad, como definiera George
Steiner– lo llegó a renovar. Y qué decir de la renovación que produjo Borges en
nuestro idioma.
“Tengo unos pocos favoritos... por ejemplo, Robbe-Grillet y
Borges. ¡Con qué libertad y gratitud se respira en sus laberintos maravillosos!
Me gusta la lucidez de su pensamiento, la pureza y la poesía, el espejismo en
el espejo”, decía Nabokov sobre Borges en 1964.( Entrevista realizada por la
revista Playboy e incluida en “Opiniones contundentes”, p. 45).
Esa admiración confesa la sostendría por varios años más.
Así en 1972, hablando para la Radiodifusión Suiza, Nabokov respondía: “Ese
dramaturgo (Samuel Beckett) y ese ensayista (Borges) son mirados hoy con fervor
tan religioso que en el tríptico que usted menciona me sentiría como un ladrón
entre dos Cristos. Un ladrón muy alegre, con todo”, respondiendo a la pregunta:
“¿Qué opina de la vinculación que el crítico George Steiner establece entre
usted, Samuel Beckett y Jorge Luis Borges como las tres figuras de probable
genio dentro de la literatura contemporánea de ficción?”, que le formulara Paul
Sufrin. (“Opiniones contundentes”, p. 159)
Esta respuesta le permitiría más tarde a Borges ratificar de
manera indirecta su indiferencia hacia el orbe nabokoviano. En efecto, a partir
de la pregunta nacida de la afirmación de Steiner, ella le fue reformulada por
el argentino Marcos Ricardo Barnatán. La respuesta de Borges, doble y
lapidaria: “De Nabokov nada puedo decir, porque no lo he leído.
Desgraciadamente, he leído a Beckett” (“El autor y su obra”, de MRB)
Al referirse a la penúltima novela del escritor ruso, “Ada o
el ardor”, la crítica argentina Matilde Clotilde Rezzano de Marti acertaba al
indicar que convendría seguir las pistas sobre la afinidad filosófica de ambos
escritores, por lo menos dentro del tema del tiempo y la memoria [“La Nación”, Buenos Aires,
31/7/1970)
En dicha novela,Nabokov define a su personaje Osberg
(evidente anagrama de Borges) como “un escritor español de cuentos de hadas y
anécdotas místico-alegóricas” que ha influido en la obra creativa del
protagonista, Van.
Algo ocurrió en el
camino
Sin embargo, algo le pasó al autor ruso con el argentino,
porque luego de tanto ditirambo esparcido durante años en declaraciones
públicas, en un momento dado llegó a descalificarlo al sostener en otra de sus
opiniones contundentes: “En un comienzo lo leí con deleite, pensando que me
hallaba ante un pórtico, pero luego comprobé que detrás del umbral no hay
ninguna casa” (“Clarín”, 5/7/1977, p.22) También poco antes de morir Nabokov
declaró: “Dejemos a Borges, a veces parece un imperio que se
derrumba”.[Status”, octubre 1977. p. 8)
¿Qué llevó a Nabokov a cambiar tanto de parecer, a emitir
tales descalificaciones? No hay una respuesta unívoca porque el autor ruso
nunca lo aclaró, pero sí existe la posibilidad de especular: ¿Habrá sido
consecuencia directa de su fatiga personal ante la persistente carga de la
crítica que buscaba establecer paralelos, descubrir quién copiaba a quién? ¿O
la necesidad de sentirse único en un territorio personal, inviolable, en el que
no había lugar para ninguno más? ¿El insoportable hecho de verse reflejado en
un espejo que le entregaba su rostro sin máscara?
Cansancio respecto de las comparaciones lo hubo, porque en
determinado momento, ante las insistentes preguntas, se vio compelido a
advertir: “Yo empecé antes” (“Opiniones contundentes”, p.45)
Borges pudo evitar el estremecimiento porque, como se ha
dicho, nunca leyó al autor ruso. Nabokov en cambio sí leyó a su par argentino,
con muchísimo interés y durante años. Puede haberse dado el caso de que, en
efecto, no haya encontrado nada detrás del pórtico del que habla, pero llama
demasiado la atención el cambio de actitud luego de haber reiterado elogios
incluso desmedidos respecto de Borges y su obra (recuérdese que lo llamó
Cristo) a lo largo de no menos de diez años. E incluso haberlo vuelto un personaje
central de una novela tan recargada de simbología como lo es “Ada o el ardor”.
Nuestra interpretación acerca del divorcio de Nabokov no
tiene ningún aval documental y aunque obviamente subjetiva, parte de la
deducción, nace de la aplicación del sentido común, porque ¿cómo pudo decir lo
que dijo Nabokov sobre Borges poco antes de morir si años atrás había expresado
un sinfín de elogios, tal como los manifestados a The Paris Review en 1967 al
hablar admirativamente de “sus pequeños cuentos delicados y sus Minotauros en
miniatura”?(“Opiniones contundentes”, p. 92 y 93) Evidente muestra de lectura
aplicada a una determinada obra que en su caso y en relación a Borges, según
las propias declaraciones de Nabokov, en ese tiempo llevaba leyendo desde hacía
tres años.
Se trata de una sospecha, que en nada invalida la notable,
excepcional, confluencia de dos escrituras soberanas elaboradas en los márgenes
de los países centrales y que, sin embargo, tanto llegaron a incidir en la
escritura y hasta el lenguaje contemporáneos, incluyendo los de esos propios
países centrales.
Que es lo que en definitiva importa, más allá de deducciones
personales o de actitudes de menoscabo (las que siempre adoptó Borges hacia
Nabokov; las aplicadas por éste hacia el argentino en sus últimos años de vida)
Porque lo que prevalecerá serán sus obras, inagotables, imperecederas.
Borges esquina
Nabokov
Sin embargo, esto no nos ha impedido la misión detectivesca
de establecer otras de esas “conexiones telepáticas” que se dieron entre ambos
escritores, a pesar de distancia y tiempo que los dos parecen haber podido
anular.
En efecto, parecen haber podido anular esas distancias
porque, de lo contrario, ¿cómo interpretar esta continuidad impecable que se
advierte en un muy mencionado (y con justicia) fragmento de “El jardín de
senderos que se bifurcan”, de Borges, con otro de Nabokov extraído de su novela
“El ojo”?
Así, en su cuento Borges dijo para siempre: “Siglos de
siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el
aire, en la tierra y en el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí”. En
tanto, en “El ojo”, Nabokov hace hablar a un frustrado suicida que cree que ha
logrado matarse, de esta manera: “Un hombre que ha optado por la
autodestrucción está muy alejado de los negocios mundanos, y sentarse a
escribir su testamento sería, en ese momento, un acto tan absurdo como darle
cuerda al reloj ya que, junto con el hombre, todo el mundo queda destruido; la
última carta se convierte inmediatamente en polvo y, con ella, todos los
carteros; y se desvanecen como el humo los bienes legados a una progenie
inexistente”.
Es evidente que ambas calzan como un guante. Nueva prueba de
las increíbles afinidades de ambos escritores y también “pruebas” irrefutables
de sus imperecederos magisterios.
Este texto fue publicado en "Sábado" de
“Unomásuno” de México, "La
Opinión", de Rafaela, y "Hoy y mañana", de
Santa Fe, ambas de Argentina.
Fuente : Noticias del Sur
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